Epílogo

★- Epílogo -★

Una suave brisa lo despertó de su sueño, y dio media vuelta, aún con los ojos cerrados, para abrazar a un cuerpo que, para su sorpresa, no encontró.

Abrió sus ojos color almendra al tocar tan solo sábanas. Algo aturdido por la luz del sol, tardó en abrirlos por completo, pero cuando lo hizo se dio cuenta de que efectivamente, no se encontraba ahí.

-Hay que ver... -suspiró con una sonrisa.

Salió de la habitación que compartían para bajar las escaleras, escuchando un par de risas que conocía bien. En su camino por el pasillo se había percatado de la puerta mal cerrada, y por tanto, quería decir que se habían levantado ya.

Cuando llegó al piso inferior, miró a su alrededor. Sin embargo, no vio a quienes buscaba. Ampliando su sonrisa, caminó hacia la cocina, de dónde provenía un dulce aroma que, le parecía, era de chocolate mezclado con el característico olor del café.

Se apoyó en la isla de mármol que había en el centro de la cocina mientras veía a su esposo con una taza de café en la mano, bebiendo tranquilamente apoyado en la encimera.

-Ya era hora de que te despertaras -le dijo al verle, sacándole una risa al castaño.

-Buenos días a ti también -rodó los ojos, divertido-. Kyoya, ¿dónde están esos dos?

-Ya lo sabes, haciendo sus travesuras.

Suspiró. No sabía qué iba a hacer con ellos, de verdad.

-No deberías dejarles que sean tan traviesos desde por la mañana.

-Díselo a ellos -arqueó una ceja-. Ya sabes que no hay quien los controle cuando se ponen hasta arriba de chocolate.

-¿¡Otra vez?!

Kyoya tan sólo señaló una bandeja de bombones llena de envoltorios y el chocolate caliente a medio tomar, de dónde venía el olor.

-¡Esos niños...! -miró el techo, esperando ayuda divina-. Verás como les dé diabetes de tanto dulce.

-Bueno, por lo menos tendrán la seguridad de que les curarás.

-Y luego te los daré a ti para que los metas en un reformatorio -se burló-. Voy a ver que no se carguen nada. La última vez Gio-nii me dio la lata porque habían roto un espejo que me había regalado. No quiero volver a escuchar sus quejas, es peor que las abuelitas malhumoradas.

-Suerte con eso, antes creo que he escuchado algo romperse.

-¡Kyoya! ¡Podrías ayudar!

-Tú fuiste el que dijo que no los disciplinara, ahí lo tienes -tomó un sorbo de su café, y Tsuna se cruzó de brazos.

-Para lo que te conviene me haces caso, ¿no?

Kyoya sonrió lascivamente y tomó el último sorbo de su café, levantando al máximo la taza.

-En efecto -dio media vuelta y se puso más café mientras miraba de reojo a su querido esposo.

-Oh, aún no sé cómo sigo contigo, idiota.

-Porque me quieres mucho.

Tsuna volvió a rodar los ojos y se giró, dispuesto a encontrar a esos dos granujas que andaban por su casa.

-¡Lynne! ¡Rick! -llamó, y escuchó dos risas-. Pequeños granujas, ¡espero que no hayáis roto nada!

Dos cabezas asomaron por el borde de una puerta. Una pertenecía a una niña de pelo rizados color cobre y ojos azul celeste. La otra era de un pequeño de tez morena con el pelo castaño oscuro y ojos verdes como esmeraldas. Ambos tenían cuatro años, pero eran muy activos.

-¡Papi Tuna, no hemos roto nada! -dijo Lynne-. ¡Lo prometemos!

-¡De verdad! -aseguró Rick.

-Está muy mal mentir. ¿Qué habéis hecho?

Se acercó al salón, donde estaban ambos niños, pero estos se interpusieron en su camino.

-¡Mejor no veas! -sonrió Lynne.

-Lynne, Rick, apartaos. Me voy a dar cuenta igualmen... -calló al ver uno de sus jarrones favoritos en el suelo, hecho trizas.

-¡No es lo que parece! -se defendió Rick-. Yo... ¡Fue Lynne!

-¡Tú me empujaste!

-¡Porque tú me jalaste la oreja!

-¡Porque me dijiste leche!

-¡Y tú a mí chocolate!

-¡Y tú...!

-Ya está bien los dos -se cruzó de brazos-. Sois hermanos, no debéis pelearos así. La culpa es de los dos, y vais a pagarlo los dos.

Ambos niños agacharon la cabeza, y entonces el timbre sonó. Extrañado, Tsuna se dirigió a la puerta.

-¡Recoged ese desastre mientras abro! -los infantes suspiraron y obedecieron.

Para cuando el castaño llegó a la puerta, se encontró con que Kyoya ya había abierto y era ni más ni menos que su hermano mayor.

-¡Tsuna! -se alegró el rubio al verle-. Ayúdame. Tú sabes más de estas cosas que yo.

El azabache suspiró y le dejó pasar, extrañado de no ver a su hermano tras Giotto. Siempre solían ir juntos a todos los lados.

-¡Tío! -saludó alegre una niña de siete años, rubia, pelo rizado, y ojos azules, que se abalanzó al castaño-. ¡Ayúdame! ¡Papá no me entiende!

-Hikari, ¿qué ocurre?

-¡Le digo que no puedo ir mañana al cole porque me duele la tripa y no me cree!

Tsuna miró a su hermano con una ceja arqueada, y este suspiró.

-Haz el favor y revísala -rodó los ojos-. Porque no ha dejado de insistir en venir para que le eches un vistazo y por fin le crea.

Tsuna rió. Ambos sabían que era una excusa de la pequeña para ir a ver a sus primos.

-Kyoya, ¿me haces el favor de ir a ver si están recogiendo el desastre esos dos que tenemos por hijos? -el azabache sonrió y desapareció tras una puerta-. Y en cuanto a ti... -levantó la niña en brazos-. A ver, abre la boca y di "a".

La niña obedeció, y Giotto cerró la puerta y se apoyó en la pared con una sonrisa.

-Hmm, ya veo -dijo el castaño-. Tendré que hacer una comprobación. A ver, Hikari, ¿quieres un helado de chocolate?

-¡Helado! ¡Sí! -exclamó alegre-. ¿Tienes esos en forma de lápiz?

-Sí, los tengo -rió, y Giotto rodó divertido los ojos-. Pero si estás mal de la tripa, no debes tomar helados, ni ningún dulce hasta que...

-¡No, no me duele! -negó-. ¡Porfa dame un helado!

Ambos hermanos rieron y Tsuna dejó a la niña en el suelo.

-Están en la cocina. Ya lo sabes. Pero no le des nada a Rick y Lynne.

-¡Vale!

La pequeña se fue corriendo y Giotto miró a su hermano con una sonrisa lastimera.

-Lo siento, Tsu, ya sabes cómo es.

-No pasa nada. ¿Y Alaude-san? Me extraña que no haya venido contigo.

-Tuvo una emergencia, le llamaron de la oficina -suspiró-. Justo en nuestro aniversario, hay que ver.

-Qué pena -Tsuna sonrió. Si a Kyoya no le habían llamado, es porque Alaude estaba preparando algo para su hermano-. Bueno, ¿quieres ver a los niños? Estarán encantados.

-Yo también estaré encantado -rió, y empezaron a caminar-. ¿Y cómo están las cosas por el hospital?

-Ya sabes. Algunas veces las cosas que se ven son demasiado crueles, pero solo de ver las caritas sonrientes de los niños me reconforta -sonrió-. ¿Y tú? Tengo entendido que tienes algo difícil entre manos.

-Cuando eres abogado y tu esposo policía te lleva la contraria en todo, créeme que es difícil defender a alguien -bufó-. En serio, Alaude es más terco que una mula.

-Y tú no te quedas atrás.

Giotto rió y abrió los ojos sorprendido ante el desastre en el que se había convertido el salón de su hermano. Los pequeños recogían trozos de lo que parecía ser un jarrón y los metían en una bolsa mientras Kyoya pasaba los canales de la televisión en busca de algo que ver.

Hikari había cogido su helado y miraba la tele al lado del azabache.

-Me encanta cómo vigilas a ese par, querido -ironizó Tsuna-. Poco más y necesitas gafas de tanto que los ves.

Los pequeños voltearon al escuchar la voz del castaño y se alegraron de ver a su tío.

-¡Tío Gio! ¡Defiéndenos! -pidieron-. ¡Esto es maltrato, lo sabes!

-Tsu, te voy a meter en la cárcel por explotación infantil -rió el rubio, poniéndole una mano en el hombro a su hermano, quien rió.

-Dejad de decir tonterías y recoged. Y ya sabéis, nada de videojuegos hasta que esté todo limpísimo.

-Venga, venga -burló Hikari, haciendo que los otros dos niños le mirasen mal.

-¡Papi Tuna! ¡Hikari nos está molestando!

-Tú no digas nada que eres peor -acusó Giotto a su hija-. Así que no molestes a tus primos.

-Y vosotros recoged rápido -ordenó el castaño.

Los niños se quejaron pero obedecieron, y Giotto se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua. El calor de fuera le hacía tener bastante sed.

-Crecen muy rápido -le dijo a su hermano, que le había acompañado para servirse café.

-Aún recuerdo cuando los adopté, y este año ya cumplen cinco -sonrió, dejando la cafetera vacía en el lavadero-. Dos años ya, pasa rápido.

-Hikari ya mismo cumple los ocho, y aún recuerdo cuando dormía con nosotros -suspiró el rubio, jugando con el agua-. A veces me pregunto si es feliz. Tengo miedo de fallarle.

-Solo es verle la cara, está claro que lo es, Gio-nii -alivió, tomando un poco de su café-. Sin duda, está mucho mejor. Cuando llegó al hospital, no quería saber nada.

-Fue difícil hacer que se recuperase de eso, incluso ahora tiene todavía pesadillas, después de casi cuatro años.

-Rick sigue sin querer apagar la luz al dormir, y le hemos comprado una lámpara que siempre está encendida -se apoyó en la encimera-. Lynne tiene pesadillas casi todas las noches, y muchas veces la encuentro encerrada en el baño, muerta del miedo y con la mirada fija en la puerta. Muchas veces nos ha atacado pensando que le íbamos a hacer daño.

-Es normal, son muy pequeños para todo lo que han pasado -se apenó Giotto-. A veces me pregunto cómo puede haber tanta gente miserable para hacer tanto daño a unos niños.

-No lo sé -Tsuna fijó su vista en el líquido marrón-. Pero sí sé que les ayudaré, y que saldrán adelante. Son dos niños maravillosos y llenos de energía.

-Yo también me esfuerzo por hacer que Hikari tenga una buena vida. Al menos ya no tiene miedo a quedarse sola ni a los ruidos fuertes, pero sigue sin querer que nadie que no conozca le toque. Ni siquiera que le rocen -suspiró-. Lo pasa muy mal cuando vamos en tren y está lleno, o cuando hay mucha gente en las calles. Y sigue duchándose muchas veces, al menos hemos logrado que baje a tres veces al día.

-Lo estáis haciendo bien -sonrió-. Tranquilo, verás cómo mejora poco a poco.

-Alaude también me dice eso, pero me duele cuando la veo llorando en la cama. Y la cara que pone cuando alguien le toca por sorpresa es de espanto absoluto.

-Yo tengo he tenido que poner todos los cuchillos aquí -abrió la puerta de una estantería alta, enseñándole los objetos-. Lynne llegó a apuntarnos con uno cuando entrábamos en el baño porque ella se había escondido ahí.

-Pobrecita -apretó los labios-. Debió sufrir mucho en ese lugar, al estar rodeada de violencia, es normal que actuase así.

-Los primeros días fueron así. Ni siquiera quería que Rick estuviera en la misma habitación, así que él durmió con nosotros un tiempo.

-Sí, me acuerdo de que no quería que nadie le mirase -asintió, tomando un poco de agua-. Pero sin duda ahora está bastante mejor.

-Ahora parece una niña de su edad, como debería haber sido -sonrió con tristeza-. Me alegro de verla más feliz. Mañana empezará sus clases, y Rick la ayudará en todo lo que pueda.

-Hablando de eso -dejó el vaso encima de la encimera-. Te tengo... una mala noticia.

El corazón del castaño se aceleró al ver la mirada preocupada de su hermano.

-¿Qué ocurre?

-Es la familia de Rick. Su madre, concretamente.

-Esa mujer no tiene derechos a reclamar nada -golpeó la encimera con la mano-. Yo se lo dije. Le llamé muchas veces, Rick sufrió mucho porque nunca venía a visitarlo. Estuvo meses en el hospital, y nadie vino nunca por él.

-Lo sé. Pero es la madre biológica, y quiere reclamar al niño -suspiró.

-Pues se puede ir a la mierda -declaró-. Es mi hijo. Y nadie me lo va a quitar.

-Yo tampoco dejaré que te lo quiten, Tsu. Pero debías saberlo, es mi deber decírtelo como abogado.

-Te lo agradezco, pero ya sabes mi postura. No pienso cederle ni un permiso. Verla solo haría daño a mi Rick.

-Tranquilo, de eso me encargo yo -se cruzó de brazos-. Tú solo debes estar pendiente de que al niño no le falte de nada, y vigilarle. Hay muchos casos de madres que roban a sus hijos que están ya adoptados.

-El papeleo está todavía en trámite... -se tensó Tsuna.

-Sí, pero está casi al final. Y el tribunal ha esperado mucho tiempo a la madre, que no ha aparecido hasta ahora.

-Entonces, no me quitarán al niño, ¿verdad? ¿Verdad? -preguntó ansioso, sintiendo su corazón latiendo frenéticamente ante la posibilidad.

-No, no te lo van a quitar, Tsu -sonrió-. No lo permitiré.

-Gracias... -dejó la taza en la encimera y le dio un largo abrazo a su hermano, quien rió y le acarició el cabello.

-No tiene por qué darlas.

Después de todo, Giotto nunca permitiría que algo le pasase a su hermano, y menos a sus sobrinos.

Nunca más.

★~★

Hikari no lo entendía.

-No quiero. Quiero ir con vosotros. ¿Por qué no me lleváis con vosotros?

Giotto miró a Alaude, en busca de ayuda. Alaude miró a Kyoya. Kyoya miró a Tsuna. Tsuna miró a Rick. Rick miró a Lynne.

Lynne solo suspiró.

-Hikari~. Yo quiero que te quedes conmigo... -parpadeó un par de veces y en sus ojos aparecieron un par de lágrimas-. Porfi...

La rubia retrocedió un par de pasos, pero Lynne le abrazó con fuerza.

-Está bien, está bien, pero no llores, Lynne...

La niña saltó de alegría y la tomó de la mano.

-¡Rick, hoy duermes en la otra habitación!

Alegres, las dos pequeñas se encerraron en la habitación ahora perteneciente a Lynne.

-¡No quiero! -infló las mejillas-. ¡Quiero mi habitación!

-Vamos, Rick, por una noche no te va a pasar nada. Además... -el castaño se agachó y se acercó a su oreja-. Podemos molestar a Kyoya un rato...

-¡Vale! -dio un pequeño salto alegre.

Kyoya arqueó una ceja ante la mirada divertida de su querido castaño, y Giotto tomó la mano de Alaude, tirándolo hacia la puerta.

-Tú y yo tenemos muchas cosas que hablar -regañó-. No me puedes dejar solo durante nuestro aniversario, ¿sabes?

-Lo sé -sonrió-. Pero tranquilo, no me he olvidado.

-Eso espero -frunció el ceño-. Tsu, Kyoya, gracias por cuidarla mientras este idiota se disculpa -sonrió a su hermano y cuñado.

-De nada, Gio-nii -rió el castaño-. Diviértete, y tranquilo, yo llevaré mañana a Hikari a la escuela. No sé si podrás llevarla tú.

Giotto se ruborizó y Alaude sonrió. Kyoya tan sólo se dedicó a rodear la cintura del castaño con las manos.

-El problema estará si puedes llevarla tú -el azabache apoyó la cabeza en su hombro, y fue el turno de Tsuna de ruborizarse.

-Idiota, mañana tengo turno a primera hora en el hospital -le dio un codazo en venganza-. Vamos, Rick, Kyoya está ansioso por jugar contigo -miró al moreno, quien no entendía la conversación-. Será tu saco de boxeo.

-¡Bien! ¡Saco!

Rick subió alegre las escaleras mientras Giotto y Alaude reían.

-Bueno, nosotros nos vamos -dijo el rubio platino, jalando el brazo de su esposo.

Giotto sonrió y le siguió, entrelazando sus dedos con los suyos mientras miraba de reojo cómo su hermano cerraba la puerta con una sonrisa.

Sería una noche para recordar.

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