Capítulo 18: Érase una vez...
★—Capítulo 18: Érase una vez...—★
Érase una vez, un recién nacido de bellos ojos azules y apenas un mechón de sus cabellos rubios, que fue abandonado a la puerta de un orfanato.
Érase una vez un niño de seis años que no conocía a sus padres. Un niño de personalidad fría, aislado de sus compañeros, que soñaba con ser policía pero siempre le decían que era imposible para un huérfano.
Érase una vez, en su sexta navidad, una mujer que fue a visitarle. Una mujer de cabellos negros como carbón y bellos ojos azules como el mar.
Érase una vez el llanto de aquella mujer mientras le abrazaba y le decía lo mucho que le quería, lo mucho le había extrañado.
Érase una vez un niño desconcertado que no sabía quién era esa desconocida que lloraba sobre su hombro.
Érase una vez, un arrepentimiento que enervó al pequeño. Que separó a esa mujer de él cuando le desveló su identidad, y le gritó que nunca más volviera a por él.
Érase una vez, una madre que visitaba a su hijo al orfanato cada navidad y le daba un regalo pese al rechazo del pequeño.
Érase una vez, un hijo que detestaba a su madre.
Érase una vez, un accidente de tráfico que acabó con esa bella mujer de ojos azules y cabellos negros.
Érase una vez, una carta entregada al hijo de trece años cumplidos, en el que su madre le decía todo lo que de verdad había sucedido.
Érase una vez que se era, dos desconocidos hermanos huérfanos.
★~★
Giotto miró la ventana, esperando ver un par de ojos azules.
Pero esos ojos del color del mar no deslumbraban su triste soledad en esos momentos.
Cuando era pequeño, su madre le contaba cuentos.
Cuentos en los que un caballero rescataba a la princesa de una torre encerrada, y cuentos en los que la princesa salvaba al príncipe.
Cuentos que, años después, narraría a Tsuna para que durmiera con el segundo Érase una vez.
Cuentos que solo eran fantasía pero deseaba que se hicieran realidad.
Érase una vez, un príncipe destronado que busca riqueza y una mujer que huye del pasado.
Érase una vez, un hechicero al que nada bien le salía, y siempre sus conjuros se volvían contra él.
Érase una vez, una historia común pero no como otra cualquiera.
Érase una vez, un sueño de oro y piedra...
—¡Gio-nii!
La interrupción del recuerdo de la voz de su madre narrándole una de sus historias le sobresaltó, y miró de reojo una melena castaña.
Se secó las lágrimas y le sonrió con todo las fuerzas que en ese momento tenía.
—Dime, Tuna.
El castaño venía agotado. Había corrido lo que parecía una maratón para llegar a su hermano.
—Tienes que... escucharme...
Giotto frunció el ceño. Había tardado mucho volviendo del instituto, Kyoya ni se había aparecido por ahí directamente.
—Te escucho, tranquilo...
—¡No! ¡Tienes que... verlo! ¡Él...! ¡Todo...!
Giotto sonrió, sabiendo a lo que se refería.
Su hermanito, el día en que no se preocupe por los demás, no será él.
—Tranquilo, Tuna. Estoy bien, no necesito a Ala...
—¡No! Tienes que... escuchar...
—A ver, respira primero.
Tsuna inspiró fuertemente y trató de relajarse.
—Trato de decirte... que Alaude-san no ha hecho nada malo... ¡lo han engañado!
—No tienes que excusar...
—¡No! Escúchame, Gio-nii... Él... es una víctima... Todo es por mí.
El rubio cada vez entendía menos lo que su hermano trataba de decirle.
—Hazme caso... verás, es complicado pero...
Tsuna suspiró y le miró con determinación. Giotto sintió la respiración cortarse cuando sus ojos castaños brillaron de una manera casi sobrenatural.
—Él te ama... y esta aquí abajo.
Giotto se sorprendió ante tan contundente afirmación. Sabía que era imposible. Se había pasado mirando por la ventana todo el tiempo...
Pero Tsuna no sabía su brazo a torcer, y Giotto decidió hacerle caso.
Giotto decidió que podía confiar en aquella mirada de su hermano.
El castaño se sintió satisfecho cuando le vio descender por las escaleras, y miró el móvil que había vibrado en su bolsillo. Era un mensaje de Kyoya diciéndole que estaba ahí abajo, pues había sido el azabache encargado de buscarlo —Tsuna le debía explicaciones, eso sí—.
Sin embargo, demoraba mucho en subir...
Y empezaba a preocuparse.
★~★
Érase una vez, una muchacha felizmente embarazada del hombre que más amaba.
Érase una vez, una antigua tradición que rompió con su relación.
Érase una vez, un apuesto hombre asesinado que nunca llegó a saber de su paternidad.
Érase una vez, una madre infelizmente casada, obligada a dejar a su tierno retoño que apenas tenía horas en el mundo para salvar su vida.
Érase una vez, el segundo niño de esa mujer que nació en una falsa familia feliz.
Érase una vez que se era, una maltratada mujer que dejó la verdad tan solo en una carta.
—No pienso creer ni una palabra de lo que me dices.
Alaude suspiró.
—No esperaba que me creyeras. Sólo creo que tienes derecho a saber la verdad.
—Eso no es verdad. Mis padres se querían, y me querían. Murieron regresando de una fiesta.
—Si eso es lo que quieres creer...
—¡Es la verdad!
Dio un golpe contra los buzones, haciendo que el eco metálico sonara.
—Si es verdad —dijo el rubio—, dime cómo conozco a tu madre y por qué nos parecemos.
Kyoya no supo responder.
—La versión oficial es que murió en un accidente cuando regresaba de una fiesta porque un conductor borracho les dio, ¿verdad?
Kyoya asintió.
—Ahora, explícame cómo ella tenía un perfecto corte en el cuello.
—Un cristal...
—Estudio para ser policía, y sé cómo va esto —dijo—. Sé que un cristal roto nunca hace cortes perfectos. Y además, el airbag impide que algo llegue al cuello, es casi imposible. Menos en la parte debajo de la barbilla —tocó esa parte para señalarlo, tocando el collar de plata que siempre llevaba consigo—. Sin contar que no había cristales tan afilados en el interior con sangre —detalló—. Y por otro lado, se encontró cerca una daga tirada al río que borró todas las huellas. Y tu padre iba sin cinturón.
—Es estúpido que...
—¿Qué? ¿Por qué no llevar cinturón él cuando ella sí? ¿Piensas que porque ella conducía es imposible? Entonces es porque nunca has conocido la inconsciencia del ser humano.
—Cállate.
—Es por eso que no puedo esquivar al conductor borracho que tuvo la mala suerte de pasar por ahí. Aunque no lo hubiera estado, se hubieran chocado de la misma manera.
—¡He dicho que te calles!
Alaude miró sus furiosos ojos azul grisáceo y los enfrentó con su serenidad.
—Técnicamente, tú eres mi hermano, o hermanastro, mejor dicho.
—No soy ni seré nada tuyo.
—No creas que eres la alegría de mi vida —corrigió—. De hecho, te odio.
Kyoya arqueó una ceja.
—¿Me odias?
—Sí. Te odio. Y mucho, además.
—Qué alegría. El sentimiento es mutuo.
Alaude se encogió de hombros.
—He dicho todo lo que tenía que decirte.
El azabache entrecerró los ojos.
Si era verdad lo que decía, ¿por qué le odiaba? ¿Y no quería conocer más a su madre? Después de todo, la rechazó de pequeño sin saber sus motivos, y ahora que lo sabe no está.
¿No quería escuchar todas las historias de ella?
Kyoya reflexionó acerca de ello. Lo único que recordaba era la sonrisa de su madre, las bromas de su padre, sus regalos, las fiestas...
Pero él nunca vio a su madre llorar. Ni golpeada, ni maltratada. Alguna vez le vio una cicatriz en el brazo, pero dijo que de adolescente era rebelde y le contaba una historia acerca de ello.
Nunca se bañaba cuando iban a la playa porque no le gustaba el agua, aunque había visto fotografías y premios suyos en natación, pero seguramente tendría una mala experiencia.
Y era cierto que desaparecía cierto tiempo cada Navidad, pero eso no implicaba que fuera a ver a Alaude...
Aunque esa vez que se quedó dormido, le extrañó que su padre no estuviera con él. Siempre se quedaba cuando su madre desaparecía su plazo, diciendo que iba a comprar...
—Estás aquí...
La voz de Giotto le despistó, y le miró.
—Giotto.
Alaude se acercó a él a la velocidad del rayo, pero el rubio menor se alejó un paso.
—No entiendo nada. Explícame esto, Alaude...
Kyoya no pintaba nada ahí, y decidió ir a ver a su castaño, que él sí que le necesitaba. Estaba muy alterado cuando le llamó.
—Yo tampoco entiendo nada. Solo vinieron a buscarme diciendo que estamos siendo víctimas de las circunstancias.
Giotto le miraba con una interrogante y dolida mirada.
No sabía ni qué sentir. La última vez que se vieron no fue para nada agradable, y Alaude intentaba disimular sus ganas de abrazarlo escondiendo las manos en los bolsillos.
—Al menos te veo bien... —trató de cambiar el tema Giotto.
Alaude rió corta e irónicamente.
¿Bien? ¿Acaso no veía que se desvivía por tocarle? ¿Que no podía ni pensar en otra cosa que no fuera ver sus ojos, en oír su voz?
Necesitaba saber que era real. Que ese chico estaba frente suya y que todo estaba bien.
Necesitaba muchas cosas.
Necesitaba besarle.
Érase una vez que se era, una historia de dos amores y muchos secretos que aún no termina...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top