Capítulo 14: Dolor
★— Capítulo 14: Dolor —★
Giotto ansiaba que llegase el descanso.
Había escuchado su móvil (el cual Alaude le había dado antes de despedirse) vibrando durante todas las clases y se imaginaba que era su rubio platino.
Había estado distraído en su mundo de ensueño durante todas las clases. Ni bien anunciaron el receso, salió disparado a la azotea de la universidad con el móvil en mano.
Sonrió al ver que tenía varios mensajes de Alaude. Decidió abrirlos una vez estuvo en la azotea.
Ojalá nunca hubiera abierto eso.
Eran imágenes.
Imágenes de Alaude y esa chica rubia, besándose en una cama. Él le estaba metiendo mano bajo la camisa y ella no se quedaba atrás...
La siguiente era aún peor. Alaude estaba sin su camisa y la muchacha igual...
No se atrevió a mirar la otra. Y seguían llegando, que era lo peor.
Su corazón se estrujaba tanto que no podía ni latir y sus lágrimas caían a borbotones de sus orbes dorados.
Con rabia, tiró el móvil al suelo y se llevó las manos al rostro, sollozando. Se dejó caer al suelo y se hizo un ovillo, lamentándose, llorando como si no hubiera mañana.
La única pregunta que se le pasaba por la mente era «¿Por qué?».
¿Por qué le había besado? ¿Por qué le había dicho todo eso? ¿Por qué le había dado ilusiones? ¿Por qué le estaba haciendo eso? ¿Tanta necesidad había de mandarle esas fotografías? ¿Tenía que burlarse de él, hacerlo sufrir?
¿Por qué tenía que destrozarle de esa manera el corazón?
Siguió llorando un largo rato. La campana sonó pero él la ignoró. Lloró, y lloró, y siguió llorando hasta que las lágrimas ya no salían de lo seco que estaba por dentro y su garganta le dolía de tanto sollozar.
En ese momento, nadie le hubiera reconocido como el vanidoso y carismático Giotto, con una sonrisa puesta en su rostro siempre.
Su tez blanca adquirió un color pálido, sus ojos dorados, brillantes como soles, en ese momento estaban opacos y sus mejillas arreboladas estaban surcadas por las lágrimas.
Recogió su móvil y decidió volver a clase, aunque quedara la mitad de la última hora.
El profesor le regañó pero no dijo nada. Se sentó en su sitio y G miró con preocupación su estado opuesto a antes del receso.
Giotto no contestó a ni una pregunta que su pelirrojo amigo le hizo, y cuando la clase terminó, se fue de la universidad con la mirada escondida bajo su flequillo y las lágrimas volviendo a correr por sus mejillas.
No sabía a dónde se dirigía, tampoco le importaba.
—ii... nii... ¡Gio-nii!
Chocó contra alguien y levantó la mirada para encontrarse con la almendra de su hermano pequeño.
—Tsu...
El castaño le miraba asustado, ese no era su hermano. No era ese chico que recordaba, alegre, vanidoso, divertido, con una sonrisa que regalar aunque estuviera triste, sobre todo para él.
Ese chico en frente suya estaba destrozado.
—Gio-nii...
El rubio le abrazó y sollozó en su hombro.
Tsuna miró por detrás de su hermano a Kyoya, quien hacía una mueca al ver a Giotto en ese estado. Ni siquiera se inmutó cuando el castaño le llamaba a gritos, le llevaban siguiendo un buen tramo, hasta que Tsuna decidió correr para ponerse frente a él.
—Gio-nii... ¿qué ocurre? ¿Por qué lloras?
Le acarició los cabellos como el rubio hacía con él cuando eran niños y el castaño lloraba por los recuerdos, por el día en que sus padres murieron.
Giotto siempre había sido el fuerte... por eso le dolía que estuviera de esa manera.
—Tsu... yo...
—Tranquilo... —suspiró al escucharlo, no podía ni hablar—. Vamos, te llevo a casa y te calmas, ¿de acuerdo?
Giotto asintió y se separó de él, secándose las lágrimas. No tenía fuerzas ni para sonreír, pero lo intentó.
Kyoya no puso ninguna objeción y lo llevaron a su pequeño hogar. El rubio lo agradeció y ni bien se sentó en el sofá, se quedó dormido.
—Me duele... —dijo Tsuna al ver a su hermano.
—Ya veo a qué te referías con eso de que alguien iba a sufrir.
—Me pregunto qué le habrá pasado...
Kyoya entrecerró los ojos. Se hacía una idea, solo había que ver las furtivas miradas que el rubio le echaba y a la vez evitaba mirarle en lo posible.
El azabache sabía de su parecido con aquel rubio platino...
—Cuando despierte te lo dirá.
—¿Será bueno preguntarle? No sé si solo le haría más daño...
—La verdad, tiene pinta de ser delicado.
El castaño suspiró y se abrazó al azabache.
—Kyoya...
—Dime.
—¿Puedes...? ¿Puedes besarme?
Kyoya sonrió y le besó con dulzura.
No dejaría que nada afectara a su herbívoro.
★~★
Cuando Alaude despertó, se encontró en su propia habitación.
Le dolía la cabeza a horrores. No recordaba absolutamente nada... y sólo un pensamiento le vino a la mente.
Giotto.
Él debió haber sido informado por alguno de los profesores que seguramente le había encontrado inconsciente en la universidad. ¿Pero por qué no estaba en un hospital?
Todo eso era demasiado extraño. No tenía el sueño profundo, ni siquiera estando tan cansado, era imposible que se hubiera desmayado por algo tan simple como una fatiga.
No, ese café... eso tenía algo raro.
Se levantó como pudo, extrañado de no encontrar a Giotto. El menor solía ser exagerado incluso con una pequeña herida, era raro que no estuviera ahí velándolo.
Buscó su móvil. No lo encontró.
Todo eso era cada vez más extraño, y no le daba buena espina.
El timbre sonó, y se extrañó. ¿Giotto no se había llevado las llaves?
Era posible, era despistado...
Apoyándose en las paredes y tras tirar una silla, logró llegar a la puerta que se movía de un lado al otro sin cesar.
Estaba muy mareado... ¿qué demonios le habían dado?
Abrió la puerta y descubrió que se trataba de un azabache de orbes azul metálico, no de su herbívoro rubio.
—Bonita resaca.
—¿Qué haces tú... aquí? —se recostó contra la pared para mantenerse en pie.
—Vengo a decirte que eres un cabrón de los peores que he visto.
—¿Vienes a mi casa... a insultarme? —arqueó una ceja—. Para empezar, ¿cómo sabes dónde vivo?
Su voz se iba haciendo más clara, iba recuperando sus facultades.
—Me lo dijo el herbívoro.
—¿Giotto? ¿Dónde está?
—No te interesa, solo te diré que ni se te ocurra buscarlo.
—¿Y por qué?
—Encima lo pregunta —rodó los ojos—. Mira, no sé de qué vas, pero Tsunayoshi sufre si ve a su hermano así y no te lo permitiré.
—¿Así? ¿Así cómo? ¿Qué demonios le pasa a Giotto?
Kyoya le agarró por el cuello de la camisa y le estrelló contra la pared.
—No seas un maldito herbívoro hipócrita. Me estoy conteniendo para no morderte hasta la muerte aquí mismo porque Tsunayoshi no lo querría, así que te lo advierto, no te acerques ni a él ni a su hermano.
Le soltó con rabia, y Alaude le cogió el brazo antes de que se fuera.
—Quieto ahí. No te vas sin que me digas qué le pasa a Giotto.
—¿Quieres que te lo diga? —le miró fulminante—. Le has roto el corazón. Se lo has pisoteado. Eso pasa.
—¿De qué demonios hablas?
—Si querías destrozarlo, lo has conseguido. Felicidades —ironizó—. Tsunayoshi está intentando calmarlo. Agradece que le encontramos, podría incluso haberse muerto. No escuchaba ni atendía a nada cuando lo encontramos vagando por la calle.
—Yo no quería hacerle daño. No sé lo que he hecho, ni siquiera.
—Ve con ese cuento a quien te crea.
—Es la verdad.
—Pues no es muy creíble —de un tirón, se desasió del agarre—. Esto es una advertencia. Si te vuelvo a ver, me dará igual lo que Tsunayoshi diga.
Y se fue dando un portazo.
★~★
—Gio-nii...
—Estoy bien, Tsu.
El castaño cerró los ojos y suspiró. Luego, volvió la vista a las imágenes del móvil de su hermano.
Sin duda, eso no estaba retocado de ninguna manera. Era real, y lo lamentaba.
Casi ni podía ver eso. Ese chico tenía un parecido desmesurado con Kyoya, era fácil sustituirlo... y dolía.
Ni se quería imaginar lo que le dolería a su hermano, sabiendo que no era ninguna sustitución como lo suyo.
Había dejado de llorar pero no paraba de mirar su pulsera. Se podría pasar así horas, y Tsuna era algo tardío para algunas cosas, pero sabía que esa pulsera de la había dado Alaude.
—¿Quieres algo? ¿Un café...?
—Nada, gracias.
Tsuna suspiró de nuevo. Kyoya había salido de repente ni bien escuchó el relato tan destrozador de su hermano, y tenía miedo. Sabía que Giotto y él habían hablado cuando Kyoya le trajo de vuelta a casa aquella noche, y si le había dicho dónde vivía...
—¿Qué tal con ese chico?
El castaño miró a su hermano, quien sonreía con picardía. Aparentaba.
—¿Qué chico?
—Ese chico, ya sabes, el que se ha ido. ¿Cómo vas?
El sonrojo del menor lo decía todo, y Giotto sonrió con sinceridad. Kyoya era un buen muchacho, se había portado muy bien aunque le doliera el verlo debido a su terrible parecido con...
Negó. No. Nada de pensar en él.
Aún no se lo creía. Era como una pesadilla de la que no se despertaba. ¿Cómo? ¿Cómo era posible?
Le conocía. Sabía cómo era. ¿Por qué? ¿Por qué había... pasado todo eso?
Se suponía que ese era el día más feliz de su vida...
—Veo que vas más que bien.
No podía alertar a su hermanito. Él ya había sufrido suficiente.
—Sí... bueno...
—Te quiere mucho, Tuna.
—Lo sé —sonrió—. Pero me da miedo. Todos los que se acercan a mí terminan heridos...
—No digas eso. No es cierto.
—No quiero hacerle daño, Gio-nii.
—¿Le quieres?
—Demasiado.
—Entonces no le harás daño.
—¿Por qué?
—Porque cuando amas a alguien de verdad, no puedes herirlo.
Giotto lo sabía. En ese momento, en el que más dolido se sentía, no podía evitar seguir queriendo a Alaude. No le podría desear ningún mal por mucho que quisiera hacerlo.
Si a Alaude le pasara algo... seguramente, no podría vivir con el dolor.
¿Pero cuál era más fuerte? ¿El dolor del amor o del desamor?
No quería descubrirlo.
Pero no era como si tuviera opción.
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