Capítulo 12: Venganza

★— Capítulo 12: Venganza —★


Kyoya lo notó.

Notó que su herbívoro estaba extraño. Después de clases, el castaño no podía mirarle a la cara. Se ponía rojo como un tomate y agachaba la mirada.

En algún momento, el menor encontró su mano y la agarró. Seguía sin mirarle, pero no deshacía su agarre.

—¿Qué te pasa? —preguntó, harto de tanto misterio—. Y no me digas que nada, porque no me lo creeré.

Solo entonces sus orbes avellana conectaron con los suyos, tímidos, y esbozó una leve sonrisa.

Habían vivido juntos ocho años. Kyoya sabía perfectamente que Tsuna no estaba bien.

—Yo... Kyoya... —apretó los labios—. ¿Puedo... intentar algo?

Se detuvo frente suya, y el azabache arqueó una ceja, preguntándose a qué venía eso.

—¿Intentar qué?

—Tú solo dí sí o no —pidió, y el de orbes azul metálico entrecerró los ojos—. Por favor, Kyoya...

—Sí —dijo, confiaba en el castaño plenamente—. ¿Pero qué...?

Abrió los ojos con sorpresa al sentir el tirón de su chaqueta hacia abajo, percibió que el castaño se ponía de puntillas y posteriormente encontró los labios del menor sobre los suyos.

Le miró con sorpresa, y descubrió los orbes chocolate abiertos, mirándole con vergüenza, junto a sus mejillas sonrojadas.

Cogió su cintura con la mano que Tsuna no sostenía y le acercó a él, profundizando más el contacto y besándole con ternura. El castaño no cerró los ojos, sabía que la hermosura del momentos se iría en cuanto lo hiciera, y Kyoya decidió que tampoco lo haría.

Después de todo, ¿quién dijo que un beso tenía que ser con los ojos cerrados?

Un beso era un beso, y lo que significara solo estaba en los corazones de quienes participaban en él.

Se separaron cuando el oxígeno se acabó como una vela que se apagaba demasiado pronto.

Como un fuego extinto que quería seguir existiendo.

—Yo... Kyoya... De verdad que... —Tsuna agachó la cabeza, avergonzado.

No sabía qué hacer para saber lo que sentía respecto a su amigo de cabellos color ébano, y por tanto decidió que quizá un beso arreglaría la situación.

Pensó que quizá un beso le diera la respuesta que necesitaba.

—No digas nada —sonrió, y le abrazó.

Le abrazó con fuerza, con calidez, con amor, cariño, afecto. Le abrazó de tal manera que a Tsuna le sacó lágrimas de felicidad, sintiendo su corazón en paz, como si eso hubiera sido lo que necesitaba desde hacía mucho tiempo.

—Te quiero, ¿de acuerdo? —susurró a su oído, y Tsuna se aferró más a él.

Quizá esas eran las palabras que quería escuchar de quien ahora abrazaba.

—Kyoya... yo también te quiero... pero... —le miró con una sonrisa triste—. Yo... no te quiero como quiero a mi hermano, yo... siento que te quiero mucho más. Es algo...

—No hace falta que me lo expliques —le secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas—. Sé lo que sientes porque yo también lo siento.

—Perdón —se disculpó—. Perdóname, Kyoya.

El azabache no entendía de qué se disculpaba. ¿Qué quería decir con eso?

—¿Qué estás diciendo?

—Discúlpame... esto no debería estar pasando —sollozó—. Yo... yo no te voy a hacer feliz, Kyoya —el aludido frunció el ceño—. No puedo... no puedo olvidar y no quiero herirte...

Tsuna se dio cuenta entonces de lo que había hecho. Lastimaría a Kyoya. Le haría daño... porque sus recuerdos siempre le gritarían que no podría querer a nadie.

¿Por qué la vida se había empeñado en hacerle imposible la existencia?

—Sé que no puedes olvidar —dijo, y el castaño se lo esperaba. Kyoya lo conocía, lo conocía mejor que él mismo—. Pero eso no hará que deje de quererte, Tsunayoshi.

Le miró con tanta intensidad que parecía haber fuego en sus ojos. Un fuego... que acabaría quemándole.

—Solo te haré daño... —sonrió con tristeza—. No debí... no debí haber hecho esto. Estaba bien como estaba...

Aunque por dentro de muriera de ganas por besarlo, por abrazarlo, por decirle que lo quería...

—No, no estaba bien —le estrechó más entre sus brazos, con el miedo de quien sabe que puede desaparecer de un momento a otro—. No podía vivir sabiendo que estabas a mi lado, que te veía cada día, cada noche, y no podía... —suspiró, acariciando sus labios con los suyos.

—Ni siquiera puedes tocarme mientras no te vea. ¿Crees que podrás quererme de esa manera? —rió, y tristeza se notaba junto a la ironía de sus crueles palabras hacia sí mismo.

—No, no podré quererte —refutó—. Podré amarte, pase lo que pase.

—Kyoya, eso...

—Es la verdad. Y la vas a aceptar.

Y le besó. Contaba con la misma dulzura pero a la vez con algo de pasión, quería demostrarle que le quería aún con todos los defectos y miedos que pudiera tener.

Tsuna quiso cerrar los ojos, quiso dejarse llevar por el mentolado sabor de sus labios, pero ni bien lo intentó las imágenes del pasado regresaron.

Lloró. Lloró por no saber sentir y distinguir a Kyoya de aquel hombre que tanto daño le había hecho. También lloró por saber que haría daño al azabache con sus miedos e inseguridades. Incluso lloró por la felicidad que le producían las agridulces palabras de Kyoya.

—No llores —le dijo, y su voz demostró afecto, amor...—, no mereces llorar por algo que no vale la pena.

—¿Y qué vale la pena? —sonrió con una leve alegría brillando en sus ojos.

—Si vas a llorar, lo harás de felicidad.

—¿De felicidad? —repitió, una leve risa saliendo de sus labios—. No siempre se puede llorar de felicidad...

—Yo me encargaré de eso.

Tsuna se sonrojó, y la mirada intensa de Kyoya hizo que su corazón parecía una bomba de relojería, capaz de estallar al mínimo roce que aquel joven de oscuros cabellos le dedicara.

Lágrimas salieron de nueva cuenta de sus orbes color chocolate mientras una sonrisa iluminaba su rostro y lo pintaba de ilusión...

La ilusión efímera de quien cree que nada puede salir mal mientras estuviera en esa burbuja que era su felicidad en esos momentos, en los brazos de la persona que quería como algo más que un amigo, que un hermano.

La persona que hacía que su mundo fuera ideal, quien lograba espantar los fantasmas de sus sueños y tan solo daba luz y esperanza a su vida, oscurecida en sus infantiles años.

La persona que, simplemente, amaba.

★~★

Un golpe en la mesa recubierta de plateado hizo que los lápices rebotaran levemente en el pequeño contenedor que los guardaba y los cuadernos se elevasen un centímetro de la superficie.

Estaba enfadada, y el profesor la censuró con su oscura mirada.

Sin embargo, a ella poco o nada le importaba. Seguía mirando a través del cristal, en dirección a una esquina concreta de la calle donde se encontraban dos figuras fundiéndose hasta parecer una sola.

Eso no debería estar pasando.

Él no merecía ser feliz.

Un mensaje llegó a su móvil, vibrando en su bolsillo, y lo sacó. Su hermano.

«No lo he conseguido, lo siento».

Chasqueó la lengua y se contuvo de patear el pulcro suelo de baldosas blancas y de paso tirar la mesa donde rezaban sus libros universitarios.

Abrió la galería de su teléfono y frunció el ceño al ver esa imagen que la había la había motivado a ella y su hermano a hacer todo eso.

Volvió a mirar por la ventana, a la misma esquina, observando cómo aquel joven de cabellos rubios rebeldes a la ley de Newton sonreía mientras se separaba del universitario de orbes azul cielo, quien también le sonreía como pocas veces le veía hacerlo.

Se veían tan enamorados que le daba asco.

Volvió a mirar la pantalla casi apagada de su teléfono, y lo apretó en la palma de su mano repitiéndose el juramento que le hizo a la persona de la fotografía.

Eso no iba a quedar así.

Y seguidamente le envió el mensaje a su hermano con los siguientes movimientos que tendría que hacer. Cuando se aseguró de que lo había recibido, recogió su largo cabello rubio en una coleta alta y sonrió con maldad.

No permitirían que esos dos fueran felices porque, simplemente, no lo merecían. Quería ver sufrir al de orbes dorados, quería que sintiera lo que era el dolor.

¿Y qué peor sufrimiento que el ver la persona que amas con otro?

Ese sería el golpe que más le dolería, lo que haría que se retorciera de la rabia, lo que lograría romper lo que más duele: el corazón.

—Disfruta lo que puedas, Sawada Giotto —susurró, mirando como el muchacho se lanzaba de nuevo a los labios de Alaude, en un apasionado beso correspondido—. Pronto te quitaré a ese chico.

Sería la venganza perfecta...

Y ella se encargaría de ejecutarla.

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