002. el trato
capítulo dos
002. el trato
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
—TRANQUILA, seguro que tendrás otra oportunidad.
Freya se burló tristemente de las palabras de Toke. Rozó con sus botas el lugar donde los adoquines del pavimento se encontraban con las laderas cubiertas de hierba cerca del pozo de la plaza. Ella y los otros adolescentes estaban ayudando a limpiar tras lo de esta mañana, mientras la mayoría de sus padres discutían un consejo de guerra en el Gran Salón. Repetidas veces habían intentado acabar con su plaga de dragones, pero todas las veces habían fracasado. En cada ocasión, esos barcos desaparecían en el mar, o regresaban apenas a la deriva. Demasiados vikingos se perdieron en esas expediciones en busca del Nido del Dragón y más seguirán perdiéndose si no hallaban pronto una forma de acabar ya con todo esto. Pero la única forma en que podían hacerlo era arriesgando y sacrificando más de los suyos... y era un círculo continuo e irrompible en el que nadie parecía ser capaz de encontrar otra forma de acabar con este sufrimiento.
Pateó algunas astillas al montón que habían estado haciendo: las ruinas de lo que solían ser los escalones de entrada de la casa de Hoark el Desafortunado. Toke se quedó inexpresivo ante su falta de energía.
—Venga —persuadió a la joven vikinga que se desplomó contra el costado del pozo, molesta—, habrá otro mañana. Habrá otro dragón. Seguiremos entrenando... y sé que un día matarás alguno.
Freya suspiró, viendo a los gemelos arrojarse piedras en lugar de ayudar a los niños de la Señora Lars a reunir los escombros que podrían usar para reconstruir. Apoyó la barbilla en la palma de la mano, sombría.
—¿Cuándo? —le preguntó a Toke con tristeza. Él la miró, frunciendo el ceño mientras dejaba caer algunos trozos más de madera en la pila que luego quemarían o usarían para construir cercas (si no estuvieran tan destruidas).
—¿A qué te refieres? —le preguntó su mejor amigo.
—Bueno —dijo Freya—, pronto empezarás el Entrenamiento de Dragones. No tendrás tiempo para escaparte y entrenar conmigo. Estarás muy ocupado obteniendo la gloria que deseas y luego tus días se pasarán merodeando como miembro de pleno derecho de la tribu. No tendrás tiempo para mí.
—¿Qué? —soltó Toke, encontrando esto absurdo—. Eso no es cierto...
—He perdido todas las oportunidades esta mañana —murmuró, bastante angustiada—. Se acabó. Voy a quedarme atrapada repartiendo remedios, escuchando a la Señora Ack hablar durante horas, subiendo todas esas escaleras para visitar a Gothi únicamente para llevarle nuevas cortezas y hierbas, ¡y escuchando cómo debo pronunciar cada Sven de Berk de forma diferente y por qué debo regalar a Stoick el Vasto pendientes cada Snoggletog!
—No has perdido todas las oportunidades —su amigo se sentó a su lado. Incluso así seguía siendo más alto; tenía que abrir las piernas y asentarlas como raíces de árboles en la hierba. Ahora que el sol había salido sobre su hogar y había traído un soplo de calor en medio del frío, Toke se había quitado el chaleco de piel. Ella lo agarró de donde yacía a sus pies y lo abrazó contra su pecho, queriendo algo a lo que aferrarse; el calor le daba poco consuelo. Ya sentía como si tuviera que aferrarse a lo que fuera que tuviera de Toke, sabiendo que tan pronto como él pasara la iniciación en la tribu, todas sus aventuras infantiles terminarían y se quedaría sola.
Toke se dio cuenta y le dio un ligero codazo. A pesar del clima frecuentemente nublado, su amigo tenía la piel bronceada del sur que brillaba como un amanecer de verano cuando las nubes se abrían. Estaba hecho de cobre, óxido y rayos dorados. Al igual que su tez cálida, su mejor amigo tenía un corazón cálido: ojos marrones cálidos, cabello castaño cálido y una sonrisa cálida. Traía interminables días de Summarhildr al frío y áspero viento de Berk y nunca lo perdía; había estado arraigado en su ser hasta convertirse en el reflejo mismo de su madre.
—No es propio de ti rendirte —dijo Toke. Freya frunció los labios, mirando hacia donde sus dedos hurgaban en la piel de su chaleco—. Tampoco debes dejar que esto te detenga ahora. Y el hecho de que pronto me convierta en miembro de pleno derecho de esta tribu no significa que nunca vayamos a pasar tiempo juntos. Siempre estaré ahí para repartir remedios contigo. La tía abuela Gothi no se librará de mí aunque me pegue con el bastón.
Ella se rió de esto. Freya asintió. Él tenía razón, no podía darse por vencida, pero ahora mismo, después de intentarlo tanto durante tanto tiempo, sentía como si finalmente se le estuviera acabando.
Los dos levantaron la vista, sorprendidos en el momento en que escucharon a Fishlegs chillar de terror mientras Snotlout intentaba arrojarle brasas agonizantes a la cara. Observaron, incrédulos, antes de que Astrid irrumpiera y exigiera autoridad con un simple movimiento amenazador de su hacha bajo la nariz de Snotlout.
—Lo que sea para alejarme de Snotface Snotlout —luego murmuró Toke a Freya y él sonrió cuando finalmente logró que ella se riera.
Pronto frunció los labios, ciertamente de mejor humor. Se enfrentó a su mejor amigo, que no era más que un hermano mayor, siempre ahí cuando lo necesitaba.
—Tienes que prometerme que me contarás todo sobre el Entrenamiento de Dragones.
Toke rodó los ojos.
—Como si no lo hubiera ya pensando.
Ella sonrió, agradecida. Volvió a darle un codazo a su mejor amigo, gentil y agradecida. Sabían que tendrían que volver al trabajo para evitar estar a merced del hacha de batalla de Astrid, pero se quedaron sentados en la fresca mañana de Berk un poco más.
Sus miradas vagaron cuesta arriba hacia el Gran Salón, una vista magnífica construida (huecada) en el costado del Acantilado de los Dragones. Escuchaban los gritos rebeldes de sus padres incluso desde aquí abajo.
—¿De qué estarán hablando? —se preguntaba Toke.
—De lo que hablan siempre —no fue Freya quien respondió, sino Astrid. Como siempre, la rubia olfateó los problemas como un yak buscando hierba en el desierto: si hay alguno cerca, lo encontrará o ayudará a los dioses...—. Sobre dónde podría estar el Nido de los Dragones.
Clavó las hojas de su hacha en la hierba y apoyó el codo contra la empuñadura levantada. Con la mano en la cadera, su mirada azul helada se entrecerró cuesta arriba con ellos sobre el casco de Toke.
—Sin duda habrá otro barco zarpando, lo que significa que el Entrenamiento de Dragones comenzará temprano. Necesitarán a todos los guerreros que puedan conseguir.
Porque los barcos nunca regresan, Astrid no terminó, pero ambos sabían que eso era lo que quería decir.
Pero a Freya se le ocurrió una idea brillante. Sus ojos se iluminaron y su postura se puso rígida, regresando cierta determinación que borró la mirada derrotada que tenía.
—Todos los guerreros que puedan conseguir... —repitió lo que Astrid dijo en un murmullo, un plan comenzando a formarse en el frente de su mente.
Si la mayoría de sus mejores y atrevidos cazadores de dragones fueran enviados a esta búsqueda infructuosa, entonces Berk estaría indefenso para la próxima incursión. Astrid tenía razón: por esto, Stoick se aseguraría de que Gobber se quedara para entrenar a nuevos reclutas muy pronto. La aldea iba a estar tan desesperada que incluso dejarían unirse a cualquiera que tuviera ganas.
Toke y Astrid reconocieron la expresión del rostro de Freya. Astrid frunció el ceño y se puso el hacha sobre el hombro.
—No —ordenó con severidad.
Freya le frunció.
—¿No a qué?
—Para lo que sea que estés pensando, sé que será algo que no tendrás permitido hacer —Astrid le hizo un gesto—. Y me tocará a mí seguirte y asegurarme de que no hagas nada estúpido.
—No es estúpido —argumentó Freya, cada vez más molesta—. Y nunca te pedí que me siguieras a todas partes.
—Si no voy yo —la rubia se señaló a sí misma con el pulgar—, ¿quién esperas que te mantenga alejada de los problemas? Toke no va a hacer nada. ¡Es tan malo como tú!
Toke parpadeó, sorprendido ante la idea de verse arrastrado a otra de sus discusiones. Luego hizo una mueca al darse cuenta de que Astrid lo estaba insultando.
—¡Eh!
—No veo la hora de que gane el Entrenamiento de Dragones —dijo entonces Astrid Hofferson señalando a Freya—. Cuando sea miembro de pleno derecho de esta tribu, ya no tendré que hacerte de niñera.
Freya Balderofferson rodó los ojos, se puso de pie y le arrojó el chaleco de Toke.
—Qué devastada estoy —murmuró sarcásticamente—. A menos, claro —sonrió, viciosamente competitiva ahora que tenía un plan bajo la manga—, que yo gane ese entrenamiento. Así seré la mejor próxima heroína vikinga y no tú, Astrid. Y será muy satisfactorio.
Astrid frunció el ceño ante eso.
—Tu madre no te dejará entrar.
—Tú misma lo has dicho —la joven y ambiciosa vikinga se dirigió hacia el Gran Salón, su corazón latía con determinación—. ¡Necesitan a todos los guerreros vikingos que puedan conseguir!
Su voz se apagó mientras corría cuesta arriba hacia la reunión del consejo. Toke y Astrid la observaron irse; compartieron una mirada, como si decidieran quién tendría que correr tras ella.
Al final, Toke suspiró y se levantó. Dio un paso y no se sorprendió cuando Astrid dejó escapar un gruñido a regañadientes y lo empujó, subiendo la pendiente detrás de Freya de todos modos. Exhaló un suspiro profundo, consciente y exasperado antes de seguirlo también.
Astrid saltó un poco en su prisa por igualar el ritmo de Freya.
—Te va a decir que no —le dijo con total naturalidad.
Freya la imitó antes de expresar:
—Pues no vengas conmigo.
—¿Y perderse que le den la razón? —bromeó Toke, acomodándose para caminar al otro lado de Freya—. Astrid nunca podría.
Creía que poner a Freya entre los dos evitaría que su brazo sufriera otro moretón, pero Astrid se estiró hacia atrás y le dio un doloroso puñetazo en el hombro de todos modos.
—Ella te dirá lo mismo que siempre cada vez que le preguntas —continuó Astrid, tratando de que Freya se detuviera y escuchara—. Que el entrenamiento empiece pronto no la hará cambiar de opinión.
—La convenceré —Freya se negaba a admitir que por mucho que odiara el hecho, Astrid tenía razón. Lo intentó todo. Prometió limpiar su habitación durante el próximo mes, dejar de poner piedras en los zapatos de los gemelos. Freya incluso prometió que asistiría a las carreras de ovejas con su padre. Pero nada funcionaba. Ninguna promesa, ninguna súplica ni negociación podrían hacer cambiar de opinión a su madre. Freya se parecía mucho a su madre en muchos aspectos, su terquedad compartida era una de esas cosas.
Pero había una cosa que todavía no había intentado. Y pensar en ello le hizo apretar los dientes y desear dar un giro rápido y correr directamente hacia los acantilados del muelle... pero se estaba desesperando. Si no se le presentaba esta oportunidad de demostrar su valía delante de toda la aldea de Berk, nunca podría volver a demostrar lo que sabía hacer. Nunca llegaría a ser más que la pequeñita y delicada Freya que necesitaba ser protegida y supervisada en cada segundo de su día. Nunca llegaría a probarse a sí misma que podía ser más si esto no funcionaba. Y así, Freya estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguir lo que quería: amar a la aldea en lugar de sólo a la isla...
Para finalmente sentir que pertenecía.
—¿Y cómo vas a hacer eso? —demandó Astrid, levantando una ceja.
—Es muy convincente —ofreció Toke amablemente, frotándose el hombro con el ceño fruncido.
—Deja de responder todo por ella.
Miró boquiabierto a Astrid, incrédulo.
—¿Cómo iba yo a...?
Cuando disminuyeron la velocidad para discutir, Freya no se quedó para ver si se trataba de ella o de algo que no tenía ninguna relación. Se obligó a correr por el resto de la pendiente, dejándolos atrás. Cuando se dieron cuenta de lo que había hecho, Astrid jadeó y empujó a Toke para asegurarse de que pudiera seguir el ritmo. Él la empujó de vuelta, tropezando para ponerse delante. A pesar de sus palabras, ninguno de los adolescentes vikingos quería perderse esta confrontación en absoluto.
Justo cuando el trío llegaba a la cima de la pendiente, se abrieron las enormes puertas dobles del Gran Salón. Los vikingos salieron en tropel y ellos empujaron con todas sus fuerzas para poder entrar. Freya se escabulló sin problemas entre los grandes y sudorosos vikingos y se coló en el edificio. El Gran Salón era algo más que grandioso. Había sido construido originalmente en las cuevas del Acantilado de los Dragones. Sus antepasados habían picado la piedra año tras año, ahuecándola lentamente hasta convertirla en esta abertura cavernosa. Sus pies resonaban hacia el techo contra el suelo de piedra, haciendo rebotar las poderosas estatuas de los jefes del pasado y envolviéndose en ménsulas de fuego, altísimos pilares de piedra y estremecedores tapices que representaban hazañas míticas de la historia de los Gamberros.
A la izquierda se extendían grupos de mesas de comedor de madera para festines. A la derecha había un enorme brezal redondo envuelto en hierro; una mesa de consejo de guerra que acababa de reunirse a la sombra de cabezas de dragón cortadas de madera y cráneos de Monstrous Nightmares. Directamente frente a ella, al final de un pasillo muy largo, estaba la silla del jefe, tan grande que incluso Stoick el Vasto podría recostarse contra las ricas pieles que cubrían la parte superior.
Freya escuchó los ecos de sus amigos detrás de ella, siguiéndola mientras daba un rápido giro hacia las mesas del comedor. Encontró a sus padres decidiendo tomar asiento en la más cercano a la caldera que tenía un caldo fresco hirviendo a fuego lento. Freya podía oler el cordero empapado en la salsa casera de Gobber, lo que significaba que definitivamente se saltaría la comida del mediodía de hoy.
Se parecía mucho a su padre, Knud el Olvidadizo; un nombre que se ganó tras olvidar su hacha en casa y decidir enfrentarse a un Gronckle en una pelea a puñetazos y ganar el combate. Freya compartía su pelo castaño claro y sus ojos azules de contorno oscuro. Pero sin duda agradeció a los dioses haber heredado la nariz de su madre. La mirada de su padre, de nariz larga y rostro alargado, a menudo resultaba macilenta bajo las vacilantes llamas de las antorchas del Gran Salón, y siempre parecía mayor de lo que en realidad era. Tenía una cicatriz en la mejilla derecha que hacía que su sonrisa fuera desigual y diera un poco de miedo, ya que una mejilla se alzaba, regordeta y carnosa, mientras que la otra se tensaba y permanecía inmóvil. Una vez le dijo a Freya que la cicatriz se la había hecho un feroz leñador cuando iba a buscar leña al bosque. Su madre ponía los ojos en blanco y le contaba una historia menos valiente de cómo se había hecho la cicatriz al intentar luchar con un yak adulto en una apuesta (que perdió).
Su madre, Hilda era una mujer grande llena de amor. Freya tenía una relación... difícil con su madre; cosa que estaba segura de haber explicado ya. Le encantaba que su madre la abrazara, y le encantaban los días en que la cuidaba con sopa caliente siempre que tenía fiebre en invierno. Admiraba que su madre se pasara el día ayudando a cualquier vikingo que se lo pidiera, aunque estuviera cansada, enferma o disgustada. Le encantaba cómo cocinaba caldo suficiente para alimentar a toda la aldea si lo necesitaba (y lo había hecho). Freya la admiraba, y la quería, pero por mucho que lo intentara, nunca podría ser tan increíble como ella. Nunca podría ser tan amable como para escuchar mil conversaciones de cotilleos diferentes. Nunca podría tener la atención o el cuidado de desear cocinar para alguien que no fuera ella misma. Su primera intención siempre fue querer explorar, nunca querer quedarse donde estaba y ayudar a los vecinos a preparar la casa para Snoggletog. No podía soportar que esperaran de ella ser alguien antes de que tuviera la oportunidad de descubrir quién era. No podía soportar cómo su madre quería que fuera lo mismo, tratando de prepararla para una vida en la que nunca sería buena, y nunca parecía entender cuando Freya trataba de explicarle qué era lo último que podría haber querido. En esos días, a menudo dejaba de intentar hablar con ella de todo aquello. Se rebelaba, se escapaba, se enfadaba y lo alejaba todo por completo.
Hasta el punto de no estar segura de si la razón era que tenía miedo de no ser lo suficientemente buena, de no parecerse lo suficiente a su madre, o porque anhelaba algo más. Sin saberlo, Freya perdió la verdadera respuesta a esa pregunta hace mucho tiempo.
No escuchó a Toke y Astrid susurrar desde donde se escondían detrás de la viga de soporte más cercana; miraban a un lado, observando con la respiración contenida.
—¿Crees que estará castigada hasta el Thawfest? —preguntó Toke.
—Por favor —refunfuñó Astrid, inmediatamente tratando de superar—, por lo menos hasta los próximos dos Thawfests.
—Los próximos tres.
—Cuatro.
—Sí, claro... pero si se acaba celebrando tu funeral vikingo, estaré encantado de regalar tus hachas por el bien común a Ruff y Tuff... ¡Ay!
Freya volvió a mirar las peleas y entrecerró los ojos, sospechosa, ante los susurros enojados y las sombras que se movían detrás de la columna a unos pasos a su izquierda. Notó que la trenza de Astrid salió brevemente y suspiró, para nada sorprendida.
Los dejó en paz e hinchó su pecho, haciendo todo lo posible para verse lo más grande posible antes de dirigirse hacia sus padres. Al verla, su padre se alejó del centro de la mesa.
—¡Freya! —saludó—. Ven y siéntate, debes tener hambre.
Al oler la salsa de Gobber, la niña arrugó la nariz.
—Uh... gracias, papá, pero realmente no tengo hambre.
—¡Un vikingo siempre tiene hambre! ¡Nos mantiene lo suficientemente fuertes como para asustar a nuestros enemigos!
Freya simplemente se volvió hacia su madre.
—¿Mamá? —empezó, con el corazón subiéndole en el pecho por los nervios. Apretó y aflojó sus palmas sudorosas, repasando sus palabras en su cabeza: necesitaba descubrir el vocabulario más convincente para decir ahora mismo.
Hilda se quitó las migas de la barbilla.
—¿Sí, querida?
—Yo quería... bueno, vine aquí para preguntar... en realidad ya sabes... eh, sí.
(Pensó que esas eran algunas palabras bastante bien elegidas.)
Su madre suspiró y se volvió hacia ella, dirigiéndole una suave mirada de reprimenda.
—Freya, cariño, ¿qué te he dicho acerca de tragarse las palabras? Debes pensar antes de hablar.
—Soy una pensadora... espera —cerró los ojos, poniéndose roja—, eso no era lo que quería decir... ¡ugh! —echó la cabeza hacia atrás, dando un pisotón como siempre hacía desde que era pequeña.
—Come algo —le ofreció su padre—. Yo siempre puedo expresar lo que pienso después de una buena comida.
Tomó el trozo de pan, pero no lo comió. En cambio, le hizo un gesto a su madre.
—Quería preguntarte algo, mamá.
—No apuntes con la comida, Freya. Debe estar en tu estómago, no metida debajo de las narices de otros vikingos.
—No estoy apuntando con mi... —se dio cuenta y la retiró, resoplando para sí misma—. Mamá, déjame que... Quiero preguntarte algo, ¿vale?
Ella suspiró y volvió a su comida.
—No, no puedes ir a buscar trolls.
—Mamá, no he buscado trolls desde que tenía seis años. ¿Puedo...? —Freya tomó una respiración profunda y decidió dejar salir todo—. Quiero unirme al Entrenamiento de Dragones. ¿Puedo unirme al Entrenamiento de Dragones? Realmente quiero unirme al Entrenamiento de Dragones, todos mis otros amigos van a participar en el Entrenamiento de Dragones este año y Gobber necesita tantos reclutas como pueda conseguir y yo realmente quiero...
—Freya —la detuvo su padre y sus mejillas se hincharon con una ligera frustración—. Tu madre y yo te hemos dicho esto muchas veces antes: no estás destinada a ser una guerrera de dragones en este mundo, los dioses no han decidido ese camino para ti.
Su madre asintió.
—Tiene razón, querida —tomó con suavidad su pedazo de pan de sus dedos y le untó un poco de mantequilla antes de devolvérselo—. Los dioses te dieron una belleza gentil y una inteligencia emocional maravillosa; te dieron los dones, la belleza y los talentos muy necesarios de una jefa. Que es lo que serás algún día.
—Te pusimos el nombre por Freyja porque ella, en su gracia, te regaló...
—... Su capacidad para el amor —murmuró Freya en voz baja, repitiendo palabras que ha oído demasiadas veces—, y la bondad, y la belleza, sí, lo sé. Pero, ¿sabéis de qué es también diosa? —Freya hizo un gesto hasta que se dio cuenta y rápidamente retuvo su trozo de pan antes de que su madre volviera a reprenderla—. La batalla. Freyja es la diosa de la batalla. Por eso —se aferró a la palabra, con la esperanza de ganarse a sus padres—, deberíais dejarme unirme al Entrenamiento de Dragones, ¿sí? —esperó sus respuestas. Como no dijeron nada, volvió a intentarlo—. ¿Sí?
Su madre suspiró una vez más. Dio unas palmaditas en el lugar entre ellos.
—Freya, ven y siéntate.
Su hija volvió a resoplar, pero hizo lo que le pedía. Malhumorada, tomó un bocado de pan y se sentó entre sus padres, mirando la sopa con el ceño fruncido. Mientras lo hacía, su madre empezó a apartarle el pelo de la cara.
—Hay guerreros —le dijo sabiamente a su hija—, y hay constructores, y hay comerciantes, granjeros, herreros, panaderos y reyes. Todos tienen su lugar en este mundo, cariño —Hilda acarició la mejilla de Freya mientras masticaba—. Pero sólo hay un grupo especial que es capaz de ser lo que tú estás destinada a ser, Freya. Tienes compasión, sabiduría y misericordia. Tienes a Berk en tu corazón y las aguas de Berk en tus ojos. Las chicas como Astrid están destinadas a defender Berk, las chicas como tú están destinadas a ayudar a liderarla.
Freya apartó la cabeza, molesta. Su madre frunció los labios, pero dejó caer la mano. Esperó hasta tragarse todo el pan y murmuró, esperando que la rubia que escuchaba no la oyera:
—Pero yo quiero ser una chica como Astrid.
—La única chica que debes ser es tú misma —insistió su madre—. Es...
—¡La chica que tú quieres que sea! —soltó a Freya, molesta—. ¡No soy tú, mamá! ¡Yo qui-qui-quiero luchar contra dragones, quiero ser mejor que esto! —señaló su pequeño cuerpo; sus pequeñas piernas y sus pequeños dedos. Sus piececitos y sus bracitos—. Quiero ser como todos los demás.
—Pero tú no eres todos los demás —su padre trató de consolarla—. Tú eres Freya.
Freya no es suficiente, pensó amargamente para sí misma. Ella nunca es suficiente.
Extendió la mano y cogió unas patatas hervidas, las puso en su plato y luego las untó con mantequilla.
—Si algún día debo ayudar a liderar a Berk —refunfuñó mientras lo hacía—, no puedo hacerlo siendo como soy ahora ¿Cómo creéis que se notará? Estoy segura de que la esposa de Stoick no era tan inútil como yo, que ni siquiera puede sostener un hacha más grande que un pisapapeles.
Sus padres compartieron una mirada triste. Una no la notó porque comía sus patatas muy rápido, por muy calientes que estuvieran. Se llevó la mano a la boca y sus siguientes palabras fueron una mezcla de patatas y mantequilla.
—¿Por qué no puedo ser ambas cosas?
Hilda golpeó ligeramente el hombro de su hija.
—¡No hables con la boca llena!
Freya, enojada, tragó su comida y volvió a decir:
—¿Por qué no puedo ser ambas cosas? ¿Por qué no puedo ser una guerrera también?
Su padre pensó en esto. Echó las patatas al caldo antes de encogerse de hombros.
—Bueno, supongo que podéis ser ambas cosas... —se encorvó, sorprendido cuando su esposa le golpeó la nuca por encima de su hija—. ¿Qué?
—Por favor, mamá —suplicó Freya, volviéndose hacia su madre.
Ella negó con la cabeza.
—Freya...
—¡Haré lo que sea! —juntó las manos en señal de oración—. ¡Lo prometo! Iré a Entrenamiento de Dragones y visitaré a la Señora Ack, y le haré compañía a Gothi, y haré mis bordados y ayudaré a quien me lo pida. Apagaré fuegos y ayudaré a Mulch a subir el pescado de los muelles, ¡hasta pasaré tiempo con Hiccup! —su respiración se entrecortó cuando vio que su madre dejaba de comer. De todas las cosas que Freya había usado para tratar de persuadir a su madre de que la dejara entrar al entrenamiento, ofrecer siquiera respirar en la misma estancia que Hiccup era un sacrificio desesperado. Incluso su madre lo sabía—. Lo haré... Lo haré todo, pero por favor déjame participar. Por mí misma. Por favor, mamá.
El corazón de Freya dio un vuelco al ver la forma en que su madre dejó la cuchara y juntó los labios. Por encima de la cabeza de su hija, ella y su marido intercambiaron una mirada; intercambiaron algunas palabras en silencio hasta que ambos tomaron una decisión... y la duración que tomó fue agotadora.
Y entonces, su madre dijo algo que ninguno de ellos jamás creyó posible:
—Vale.
Freya se quedó mirando, sorprendida. Al principio, pensó que la había escuchado mal o se había imaginado lo que quería que dijera. Pero cuando su madre suspiró y asintió de nuevo, diciendo que tenían un trato, Freya se iluminó tanto como una hoguera.
—Puedes asistir al entrenamiento. Pero debes venir conmigo cuando no estés entrenando —Freya asintió frenéticamente, estando de acuerdo con cualquier cosa, siempre y cuando pudiera luchar contra dragones—. Ayudaremos, visitaremos familias, entregaremos comidas, tú irás a hacer costura con la Señora Ack... vas a empezar a tomarte tu futuro en serio, Freya.
—Lo haré —prometió, sin aliento por su asombro—. ¡Sí! Sí, lo haré.
—Y visitarás la fragua una vez al día para pasar el tiempo con Hiccup —continuó su madre—. ¿Entendido?
Freya asintió. Sonrió.
—¡Sí! —se arrojó hacia los brazos de su madre y la abrazó con fuerza—. ¡Gracias! —chilló—. ¡Gracias, gracias, gracias!
La mirada de su madre se suavizó. Una dulce sonrisa levantó sus mejillas al sentir a su hija abrazarla así por primera vez en mucho tiempo. Hilda le devolvió el abrazo y le apartó el cabello de la cara.
Y entonces su hija se alejó. Demasiado extasiada para quedarse allí sentada por más tiempo, incluso para terminar su comida, la joven adolescente vikinga extendió las piernas y saltó para pararse sobre la piedra. Alegre, Freya se rió y corrió hacia donde sabía que se escondían sus amigos. Tocó a Toke con una sonrisa brillante.
—¡Puedo unirme al entrenamiento! —saltó alrededor de él en círculo por un momento, cantando—. ¡Puedo matar a un dragón! ¡Puedo matar a un dragón! ¡Puedo hacerlo! —Freya se detuvo abruptamente, dándose cuenta de que saltar y cantar no era muy guerrero de su parte y rápidamente se aclaró la garganta. Asintió y cuadró los hombros—. Puedo asistir al Entrenamiento de Dragones —finalizó muy seria.
Toke sonrió con ella.
—¡Sabía que podrías convencer a tu madre!
Astrid hizo una mueca.
—Mentiroso —señaló.
—Cállate, Astrid —dijo a través de su sonrisa.
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
FREYA estaba emocionada, muy emocionada. Por fin iba a tener la oportunidad de conseguir todo lo que quería. Una vez que matara al Monstrous Nightmare, nadie volvería a pensar que no era capaz de nada. Ya no sería sólo Freya. Esa niña de cuerpo menudo y extremidades pequeñas que necesitaba que la cuidaran y que no podía ganar un pulso aunque lo intentara. ¡Una vez que ganara el entrenamiento de dragones, Freya iba a ser una heroína vikinga! Sus amigos querrían ser sus amigos de verdad, no se burlarían de su altura ni la considerarían una carga que debían mantener a su lado. Freya finalmente encajaría en esta isla, finalmente encontraría su propio lugar. Iba a matar a ese dragón, y su vida iba a cambiar para mejor. Finalmente le demostraría a Berk lo que puede hacer, pero también se lo demostraría a sí misma.
Sin embargo, deseaba que su padre pudiera ver el momento en que todo sucedería.
Freya lo vio caminar hacia el barco con su armadura y su hacha al hombro, ayudando a sus compañeros guerreros a transportar cestas de comida y otros suministros al barco. Estaban reuniendo a tantos hombres como podían para esta operación para encontrar el Nido del Dragón, y su padre era uno de ellos; la mayoría de los padres lo eran. Abrazó su propia hacha contra su pecho, dejándola caer desde su codo con el corazón apretado.
Intentó mantener la cara seria y contener la respiración para evitar las ganas de llorar. Los vikingos hacían este tipo de cosas. Morir en batalla, perder extremidades... todo era un riesgo laboral. No regresar a casa era algo triste, pero también un alivio, porque sabían que habían tomado un lugar en el Valhalla y habían muerto con gloria. Pero a Freya, que tuvo que ver a su padre subir a un barco que tal vez nunca volvería (que podría unirse a casi todos los demás barcos que habían desaparecido en esta búsqueda), no le importaba la gloria, ni el Valhalla, ni que fuera la forma vikinga... ella sólo quería que su padre regresara vivo a casa.
Sus ojos se desviaron hacia los otros niños y adolescentes que se despedían de sus padres. Astrid tenía la barbilla alta y el rostro firme mientras conversaba con su madre. Snotlout le prometió a su padre que lo haría sentir orgulloso, sólo para que su rostro decayera cuando su padre resopló como si no creyera que pudiera y se giró para marcharse. Freya vio a Toke estrechar la mano de su padre y darle un puñetazo en el hombro, la forma vikinga de decir: Te quiero. Vio cómo los gemelos se daban de cabezazos con sus padres y cómo el grupo de los Thorston giraba ligeramente aturdido. Fishlegs abrazó a su madre, que compartía su pelo rubio y su barbilla. Freya se dio cuenta de que Stoick marchaba por la cubierta sin despedirse de su hijo, que ni siquiera estaba por allí. Frunció las cejas, sin saber si le parecía triste o absurdo. Hasta que levantó la vista y vio una figura de pie, sola, al borde del acantilado. Hiccup respiró hondo, pequeño y delgado; hasta que se dio la vuelta y se marchó, caminando a paso lento de vuelta hacia la forja del herrero.
Apretó los labios, pero tuvo que darse la vuelta cuando escuchó a su padre acercarse a ella. Se quitó el polvo de las manos y asintió con la cabeza hacia su única hija, que seguía mirándolo, silenciosa y rígida con su pequeña hacha.
—Bien —dijo—. Te veré cuando regrese, Freya.
—Está bien —murmuró, con la garganta cerrada.
—Trata bien a tu madre. Asegúrate de comer tanto como sea posible, ahora que estarás entrenando —Knud el Olvidadizo sonrió y señaló para tocarle suavemente el hombro. Logró arrancarle una sonrisa dulce y tímida a su hija—. Te hará fuerte.
—Vuelve —le dijo Freya, conteniendo las lágrimas. Puso su mejor cara vikinga—. O mamá y yo tendremos que ir a buscarte.
—No te preocupes, Freya —Knud le revolvió el cabello—. Concéntrate en tu entrenamiento. Sé que lo harás muy bien pase lo que pase.
Ella asintió.
—Lo haré —le prometió—. Cuando vuelvas, lo habré ganado.
—Siempre y cuando lo hayas hecho lo mejor que puedas —dijo su padre—. Es todo lo que importa.
Freya parpadeó para contener las lágrimas. Asintió de nuevo. Le pasó la bolsa de suministros.
—No olvides esto —le dijo.
—¡Ah, casi se me olvida! —soltó Knud, cogiéndola en sus manos.
—Buena suerte.
Su padre le tomó la mejilla; su mano era tan grande que bien podría estar sosteniendo todo un lado de su cabeza. Él le sonrió, su dulce y gentil Freya.
—Buena suerte —le dijo él también.
Freya respiró hondo cuando él la dejó. Se dirigió al borde del muelle y saludó a su madre, que también había venido a despedirse de él. Los dos hablaron y fue dulce, pero Freya se dio la vuelta. Corrió hacia las escaleras que la llevarían de regreso al acantilado, queriendo que nadie viera las lágrimas que habían comenzado a caer por sus mejillas.
Esos barcos nunca regresaban. Pero éste lo hará. Tenía que hacerlo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top