45. Night in the garbage with you.

. . .

Cuántas cosas han pasado hoy... Y aún no tenían un momento de felicidad plena, tranquila y con solo ellos dos.

Tanta mierda ocurriendo al rededor, cuando tienes malos sentimientos rondando por tu cabeza y lo único que hace la vida es responderte con una cachetada, obligandote a tragarte eso que te hace triste para poder soportar algo que seguramente te hará mucho más triste.

Edgar había tenido una vida miserable desde que era joven.

Pero al menos ahora su vida miserable era al lado del magnífico jefe del consejo.

Tal vez no sea lo más romántico del mundo, pero realmente estaba feliz de estar triste al lado de la persona que más quería. No era como si fuera la mejor situación del mundo, pero al menos sabía que no estaba solo. Después de todo la vida no era de color rosa ¿para qué quieres alguien que solo te acompañe en tus momentos felices? Pensó...

Y confiaba plenamente en que si alguna vez caía y no se podía levantar tan fácil, Byron se tiraría al suelo con él y lo acompañaría todo el tiempo.

Así como ahora, que lo único que podía hacer era ahogar gritos de dolor y quejidos constantes.

-¡Lo siento!

Gritó el mayor, quien se esforzaba lo más posible por no lastimar al menor.

Este mismo en seguida gruñó negando con la cabeza, mientras mordía con vergüenza su celular. Dentro de ese local abandonado apenas lograba entrar la luz, y Byron debía tener las dos manos ocupadas en su herida en el hombro, además de que le pidió sujetar el brazo en el cual recibió el balazo centímetros arriba.

Manos ocupadas, hacían el esfuerzo para que funcionara.

Mientras Edgar respiraba pesado a través de sus dientes mordiendo un caro celular -cosa que le dolía ver-, Byron estaba con sus manos de cirujano intentando encargarse de la herida de bala en su hombro. Tras varias revisiones llegaron a la conclusión de que la herida era de todo menos grave -a pesar de lo grande de la herida-, y la única gravedad que tenía era que había causado un amplio corte encima del hombro, pero la bala no quedó estancada, ni parecía haber quebrado ningún hueso ni tejidos.

Lo que hacía preocupante la situación era el hecho de que podrían haber quedado restos de bala en su cuerpo. Byron intentaba asegurarse de que no fuese así para que la herida no se fuera a infectar incluso después de vendada.

Suspiró. Edgar sabía que no sería capaz de mantener la luz fija sobre su hombro para facilitar el trabajo del otro, pues el dolor se extendía de forma constante por todo su brazo e incluso su pecho. Sus latidos se aceleraban, su respiración se volvía pesada, quería llorar ahí y ahora, pero aún así intentaba no moverse para no joder más la situación.

La luz era lo suficientemente fuerte al menos, para que Byron viera de lleno su herida, y toda la sangre que esta había dejado

Edgar no sabía si esta era la ocasión en la que más sangre suya había visto en su vida, o si fue el día del bate en el comedor de la escuela.

-Creo que está bien...

Mencionó el mayor dándole un par de palmadas en la cabeza al menor, arrodillándose en el suelo para buscar en la mochila del chico alguna venda limpia que usar, pero aparentemente ya había usado las que tenía en su brazo tres días atrás.

Nunca tuvo tiempo de lavarlas, las había dejado de usar cuando sus heridas cicatrizaron, ¿no será riesgoso usar una venda sucia sobre una herida de bala?

Probablemente lo era.

Miró entonces la venda medio enrollada con su respectivo pasador... Estaba manchada aún, y usarla del otro lado sería estúpido pues al final la tela no era muy gruesa.

Gruñó molesto...

Y una luz iluminó su búsqueda en la mochila.

Volteó a ver arriba, donde Edgar se encontraba sentado sobre una mesa de recepción bastante alta y vieja, este había dejado de sostener el celular con su boca y lo tomó con su mano libre para poder iluminarlo mejor.

Le sonrió.

-Creo que tengo unas gasas ahí. Puedes ponerlas abajo de la venda.

Los ojos de Byron se iluminaron y aún con su pesada respiración se dispuso a revisar la mochila de nuevo, buscando una caja con gasas para usar. Si no estaba mal, estaban ahí por la misma razón que las vendas, Colette tenía la costumbre de caerse cuando se sentía mal debido a su ansiedad, y habían puesto esas cosas ahí por emergencias.

Si no se equivocaba, Colette también debería llevar vendas y gasas en su mochila. Técnicamente ella y Edgar eran un equipo.

Aunque la idea principal la dió Byron, claro.

Bingo. Unas gasas selladas dentro de una caja que se veía limpia, aunque algo rota, tal vez por el constante movimiento. Las tomó sin titubear ni un segundo y las sacó, no solo una sino varias solo para aprovechar al máximo de estás y asegurar que no saliera más sangre.

Se acercó poniendo la gran gasa en su hombro, haciendo presión hasta que parecía tener control de la sangre. Solo podía oír a Edgar casi llorar del dolor, sujetándose del mayor con fuerza.

Respiraciones pesadas constantemente salían de la boca de ambos. Cada suspiro que Byron soltaba, daba la sensación de que todo estaba mal dentro de él... Como si en cualquier momento fuera a quebrarse.

Mantuvo las gasas en el hombro de Edgar con una mano, y comenzó a vendar con la otra, pasando la venda varias veces por encima de su pecho y por abajo del sobaco para asegurar que estuviera firme y bien.

Miró su trabajo un segundo. Se veía tan mal, como desesperado, no sabía si había apretado demasiado o si estaba demasiado flojo. Las vendas se enrollaban en algunas partes y las manchas hacían que se viera aún peor...

Después de contenerse por mucho rato, dejó salir un suspiro tan, pero tan largo y quebrado... Que incluso se podían sentir todas las emociones que sentía en ese preciso momento, saliendo de sus ojos...

Tomó a Edgar de las manos con delicadeza mientras escondía su rostro en su pecho, el menor a pesar de la sorpresa solo podía sentir como sus pantalones se humedecían con el pasar de los segundos.

Si no fuera por esas gotas y el constante silencio dentro de ese lugar, probablemente no habría notado los silenciosos sollozos que Byron soltaba.

Eran tan silenciosos que incluso era difícil oírlo con el ya de por sí silencio del lugar.

Con su mano sana acarició su espalda intentando hacerlo sentir un poco mejor, no sabía qué hacer pues también se sentía como la mierda, pero lo intentaba con todas sus fuerzas.

-Las vendas están bien, si es lo que te preocupa.

Byron negó, intentando respirar bien a pesar del llanto...

-... Tú n-no... Deberías estar sufriendo... Esto...

Susurró acercándose un poco más al muchacho que aún estaba encima de la mesa, para rodearlo con sus brazos desde abajo y abrazarlo hasta ocultar su rostro en su pecho.

Edgar soltó un largo suspiro.

No sabía qué hacer... Sinceramente esta ocasión se veía incapaz de ayudar, y eso lo hacía sentir mal, y eso lo volvía aún más incapaz, entrando así en un bucle del que no sabía cómo salir. Soltó un suspiro pesado y se aventuró a abrazarlo aún desde su posición. Oír su voz quebrada lo lastimaba...

Silencio.

Con silenciosos sollozos que se oían aún siendo acallados contra la tela de su ropa.

Los sollozos se volvían cada vez más fuertes, Edgar comenzaba a notarlo. Intentó acercar más al mayor a su pecho pero en la posición en la que estaban era complicado.

-B-Byron...

Susurró. No sabía que hacer, solo se encontraba ahí, sentado, viendo al mayor llorar en silencio, con el brazo derecho inmóvil y el otro abrazando.

Entonces Byron entregó de respuesta un abrazo todavía más amplio de lo que ya era, jalando a Edgar al borde de la mesa para poder apegarse a él casi por completo.

Puso su mentón encima de su hombro sano, mientras Edgar sentía las lágrimas caer...

-No sé cómo ayudarte... P-pero... Sabes que siempre voy a estar contigo, ¿b-bien? Seguimos vivos y juntos...

Mencionó aún con el corazón en la garganta. De alguna forma esto no pareció tomarlo bien el otro pues en seguida sus manos se clavaron en la ropa de su espalda, mientras gruñía, como aguantándose las ganas de llorar aún más fuerte.

-N-no...

Susurró sobre su hombro...

-No tendrías... Por qué sufrir esto... P-por mi culpa...

La oscuridad en el local era cada vez más inminente. Inevitablemente el lugar se tornaba aún más y más oscuro, mientras poco a poco ambos chicos eran tragados por la oscuridad.

Edgar frunció el seño preocupado, frustrado de no saber que hacer. Se aferró más a él, con fuerza...

-E-Edgar... Yo... Yo no quiero-... No quiero perderte.

Su voz cada vez tartamudeaba más.

-No quiero... Un día despertar y saber que no estás aquí... P-por culpa de mi padre...

Su voz se quebraba aún más.

-T-tengo miedo...

Su voz se alzó.

Y el llanto se hizo cada vez más claro.

-No quiero q-que te pase nada...

Al punto de casi parecer gritos.

-¡No quiero perderte!

Apretó entonces el cuerpo del joven contra el suyo mientras las lágrimas salían de sus ojos de una forma violenta. Sus silenciosos sollozos ahora se oían fuertes y claros, casi que gritando si no estuviera consiente de que los estaban buscando.

Puso su mano sobre la cabeza ajena aún abrazándolo, comenzando a acercas más a Edgar a si mismo, si es que eso era físicamente posible.

El chico no supo que decir... Pues la voz de quién alguna vez aparentó ser el más fuerte e inquebrantable, ahora... Estaba rota.

Solo lo podía oír ahogando gritos mientras hacía sus manos puños, de vez en cuando golpeando la mesa con violencia.

Se encontraba a si mismo inútil... Incapaz de moverse o hablar.

Y eso le molestaba, pues se encontraba ahí, sentado, mientras sentía el cuerpo del albino temblar en desespero mientras sus manos no dejaban de bailar.

Comenzó entonces a casi gritar, desgarrando su propia voz al intentar también acallar su dolor. Insultando al hombre al que alguna vez llamó padre, repasando cada horrible cosa que ha hecho con él.

"Él se llevó a mi madre, me arrebató la persona que más quería en el mundo. No quiero que pase de nuevo."

Ahora estaba golpeado y todo era su culpa, por entrometerlo en problemas en los que no debía estar. Edgar no era nadie para estar arreglando los problemas que él no quería admitir que tenía. Cada vez se sentía más mierda consigo mismo, y lo último que deseaba era saber que su padre asesinó al amor de su vida.

Tenía miedo.

Genuinamente, por primera vez en su vida, podía decir que tenía miedo.

Tenía miedo de perderlo, y automáticamente perder todo.

Soltó un largo gruñido... En un patético intento de acallar su fuerte llanto.

Ahora inconscientemente Edgar también había dejado las lágrimas caer. Incluso si quería estar presente para Byron y ayudarlo, no siempre podía estar bien... A veces simplemente te preocupaba el bienestar de la otra persona, y estaba bien.

A veces era imposible no sentirse mal de solo ver a la persona que amas llorar. Y está bien.

Lo importante era estar juntos.

Y apoyarse.

¿Verdad?

¿Cómo apoyabas a alguien a pesar de sentirte igual de mal que él? Edgar se preguntó mientras abrazaba y acariciaba la espalda del mayor en un intento de hacerlo sentir reconfortado. Suspiraba inconscientemente, se sentía atrapado. Solo lo podía oír susurrar cosas dolorosas sobre su hombro.

Edgar no sabía cómo ayudar, pero estaba ahí, intentaría apaciguar su dolor de una u otra forma.

Pasó un muy largo rato mientras sus cuerpos eran tragados por la oscuridad profunda de aquel sitio abandonado. Los segundos pasaban más lentos de lo normal, Byron tardó vario rato en siquiera calmar su llanto y dejar de temblar. Por lo menos, ahora solo se encontraba encima de él, aferrado a su cuerpo, sintiéndose querido y mimado.

Entonces, Edgar se alejó un poco.

-¿Estás mejor?

Byron, que miraba a la nada casi inexpresivo, solo asintió intentando limpiar sus lágrimas. Edgar se entrometió, y con su mano libre comenzó a limpiar toda su cara que estaba cubierta de aquellas largas y gruesas marcas saladas.

Le sonrió, asegurándose de que estuviera bien antes de acercarse y depositar un beso sobre su nariz con paciencia. Byron seguía sin verse a si mismo capaz de mirar a los brillantes ojos azules de la persona que amaba.

Ese pequeño gesto lo había hecho sentir mejor, a decir verdad. No era como si eso hubiera arreglado el enorme problema con el que estaba lidiando, pues se seguía sintiendo terrible... Pero estaba seguro de que sin su apoyo estaría sintiéndose peor, sin el más mínimo apoyo de parte de nadie.

Tal vez Edgar no podía arreglar su dolor, pero bien que podía apaciguarlo.

Se acercó a él y lo besó tímidamente en los labios. El menor respondió acariciando su mejilla besando con dulzura.

Se separaron, y se miraron.

-... Gracias... Y-... Perdón por eso.

Edgar negó.

-Está bien, comprendo cómo te sientes... Te prometo que todo estará bien.

Puso su mano sobre los cabellos húmedos y blanquecinos del mayor, acariciando y peinando de vuelta aquellos mechones rebeldes que se habían escapado. Le sonrió... E inconscientemente comenzó a tambalearse.

-... ¿Estás bien?

Edgar asintió medio cerrando los ojos, tratando de mantenerse firme solo para acariciar su mejilla. Byron notó esto, vió su hombro herido, y comenzó a sospechar que tal vez había perdido suficiente sangre para hacerlo sentir mal.

Tal vez no demasiada, gracias a dios, pues no quería que le pasará nada grave pero... Como una premonición, tomó al joven de debajo de los brazos para sostenerlo.

En seguida, Edgar se dejó caer sobre su pecho, mareado.

-Tal vez... Hay que dormir un poco.

Había pasado poco más media hora desde que escaparon, habían tocado lluvia y no habían podido secarse.

Puso su mano sobre su frente. El chico estaba ardiendo. Probablemente terminaría resfriado debido a la herida, la lluvia y el frío... Tal vez si deberían dormir un poco, ¿pero dónde?

Miró a su alrededor, lo único que había eran mesas redondas y medio rotas, viejas máquinas arcade y sillas de plástico para nada cómodas.

Suspiró. Tal vez podría servirle de cama al más joven, después de todo él era el herido, sus labios sabían a metal y obvio no era buena señal.

Cargó al menor al igual que algunas mochilas. Dormirían ahí un rato.

Tal vez así tenga tiempo para calmar sus constantes emociones negativas.

. . .

-¿Cuánto falta?

Colette preguntó ansiosa con su celular a mano, mirando a través del retrovisor en dirección de Brock.

Este mismo chico miró a Colette de vuelta, antes de negar con la cabeza y señalarle al GPS que indicaba el camino...

Quedaba casi una hora para llegar, sin contar las pausas que debían hacer en la próxima estación de gasolina... Habían estado ahí por una hora por si misma. Habían hecho ya dos paradas y Colette aprovechó para comprar agua, gasas y cualquier cosa que fuesen a necesitar... Tal vez estaba siendo paranoica, pero prefería estar lista antes de que Edgar muriese desangrado de camino.

Gruñó resignada dejándose escurrir por el sofá al punto de quedar sentada de la peor forma posible.

Bea volteó e intentó calmarla con un par de palmadas en la pierna, pero la chica solo cubrió su rostro.

No dijeron mucho más, solamente siguieron su camino. Las estrellas comenzaban a aparecer en aquella oscura noche, los tres temían ser detenidos por un criminal y que robaran todas sus pertenencias...

Brock trató de animar un poco la ya de por sí horrible y tensa situación, pero no era fácil, menos cuando Colette pasaba cada segundo angustiada, haciendo saltar su pierna de forma ansiosa. Bea por su parte solo se hacía bolita en el asiento delantero, admirando la belleza pura del cielo marino... Y las estrellas que brillaban fuertemente sin ninguna nube de contaminación cubriéndolos.

-S-sería bonito vivir en medio de la naturaleza...

Mencionó, de la forma más chill posible. Brock volteó y con una sonrisa, esperando que esa plática calmara la situación, continúo las palabras de Bea.

-A mí me encantaría, la naturaleza es hermosa cuando no hay nadie cerca, ¿no crees?

Bea asintió.

-Imagina poder vivir con un montón de perritos y gatitos, patitos o conejos, y comer afuera bayas dulces en el sol.

Mencionó más calmada, acomodándose para poder ver a la cara al otro chico.

Este asintió y le sonrió.

-Y tú Colette, ¿vivirías con muchos perritos y gatitos en un futuro?

La chica los miró a ambos chicos que iban en los asientos delanteros.

Lentamente se dedicó a recostarse a lo largo del asiento trasero, mirando a través de la ventana, respirando de forma ansiosa.

-Edgar y yo planeabamos vivir juntos con perritos... De hecho, gracias a Bea ambos adoptamos perritos cada uno.

-¡Ah, es verdad! Hace poco adoptaron al chiquito esponjoso blanco y al peludo nervioso negro. ¿Qué tal han estado?

Colette rió.

-Muy bien, amo a Fames y Edgar adora a Spes... Ese edgy pasa todo el día con él, aunque mi mamá nos obliga a pagar todo lo de los perros nosotros.

Bea la acompañó en su risa, antes de seguir con la plática manteniendo la calma dentro de aquel coche.

Pasaron los minutos, bastantes a decir verdad, dónde platicaban de sus futuros y cosas que han hecho.

Colette entonces mencionó que ahora compartía psicóloga con Edgar y que ella y su mamá se encargaban de mantener a raya las pastillas que se le fueron recetadas algunos días atrás.

Anti depresivos y pastillas para dormir. Colette llevaba estás pastillas consigo pues no quería dejarlas a la vista de Edgar en caso de que sufriera un ataquen.

Bastante responsable de su parte, a decir verdad.

-¿Entonces las pastillas que tienes en tu mochila son por eso?

Dijo Bea viendo la mochila rosada que había a sus pies. Colette asintió.

-Por eso me he sentido tan ansiosa... Bueno, esa es una de las razones.

Se levantó y se sentó de nuevo, viendo al GPS. El camino ahora era más corto. En veinte minutos llegaban.

-Me preocupa pensar que este teniendo pesadillas por no tomar las de dormir, o que sufra ataques en el día por no tomar los anti depresivos.

-Ya veo... Pero, al menos podemos contar con que Byron estaba presente y que lo ayudó, ¿no?

Mencionó Brock con una sonrisa pasiva, mirando a Colette a través del retrovisor.

Ella al fin, sonrió de vuelta.

-Sí... Supongo que... Él está en buenas manos desde hace tiempo.

Recargó su cabeza en el respaldo de Brock, y se dispuso a mirar Twitter, como un tick nervioso.

Entonces el chico sacó su celular de su bolsillo y se lo extendió a Bea. Esta misma lo tomó y torció la cabeza, curiosa.

-Háblale a Edgar, dile que ya estamos llegando, para que nos diga dónde encontrarlo.

Ella asintió y puso manos a la obra... Antes de que Colette acallara un grito.

Ambos miraron a la albina.

Esta veía su celular con una expresión de horror.

-Le dispararon a Edgar...

. . .

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