15. A glow after misery.

. . .


17:35.

Una hora perfecta para sentarse en la banca y comer helado.

Al menos esa era la idea que durante toda la tarde mientras Edgar esperaba la hora indicada, Colette le había estado metiendo.

Entre más pasaba el tiempo, más confuso se volvía.

Y es que, ¿qué podía hacer un joven falto de atención al lado de alguien que le ha prestado toda esa atención? Su mente lo hacía ilusionarse más de lo que quería, y lo odiaba.

Incluso si se sentía seguro con Byron, e incluso si había llegado a hablar de lo íntimo con él...

Incluso si lo había salvado del suicidio, incluso si lo había curado, incluso si lo hacía sentir bien con su mera presencia...

Incluso así lo odiaba.

Temía desde lo más profundo de su corazón que aquel chico le fallara justo cuando lo quisiera más, como todos lo han hecho.

En este mundo solo podía confiar en Colette y hasta eso su ansiedad le hacía temer que en algún momento la chica lo traicionaría por una pelea.

Le era difícil confíar, después de todo lo que ha pasado.

Desearía solo sentarse en la banqueta a comer helado.

Solo.

Cómo siempre ha estado.

Dió un par de pasos, y apenas volvió a alzar la mirada, salió de su trance al verlo a él...

Contra la puesta del sol, viendo cómo los rayos anaranjados lo rodeaban suavemente hasta hacer una imagen relativamente hermosa del chico.

No era para negarlo, Edgar admitía que el chico era muy apuesto y estaba seguro de que él no era el único hombre que pensaba eso.

Se comenzó a sonrojar un poco.

Una idea tonta apareció en su cabeza sin previo aviso. ¿Acaso no era raro pensar que otro chico era apuesto siendo ambos del mismo género? Podía tratarse de amigos, cierto, pero no dejaba de causarle vergüenza.

Agitó la cabeza mientras trataba de reaccionar.

Cada vez su estómago estaba más revuelto y no específicamente por náuseas.

-¡Edgar!

Por fin su trance casi eterno había acabado.

-¿Me oyes? Te pregunté que si aquí es...

Movió su cabeza un poco hasta dar con la tienda que había mencionado antes. Se supone que Edgar lo estaba guiando pero se terminó distrayendo demasiado en sus propios pensamientos.

Pensamientos extraños, por cierto.

Aún así, a pesar de distraerse con más de la mitad de cosas que veía, Byron siempre se detenía a esperarlo pacientemente incluso viéndose, valga la redundancia, impaciente.

-Sí, aquí es. Perdón.

Byron suspiró mientras metía sus manos a sus bolsillos. Edgar se paró a su lado y miró a la tienda a la que acostumbraba visitar con Colette cuando eran jovenes. Miles de recuerdos venían a su mente, cuando Edgar podía sonreír sin mucho problema en la compañía de su mejor amiga.

Pedir dulces era lo mejor, era su época favorita y lo disfrutaba tanto como podía, antes de caer en aquel oscuro hoyo llamado pubertad y traumas de por vida.

Byron comenzó a caminar a la entrada de la curiosa tienda, al parecer ya en unas condiciones cuestionables.

La puerta se abrió, y ambos miraron a su interior...

No sabía la razón para que se viera así, pues Edgar había dicho que la tienda era de las mejores en el barrio, aunque la última vez que visitó esta fue el año pasado.

-Está..., vacía...

Byron miró a Edgar, una vez más.

-¿No dijiste que era de las mejores?

Cada vez dudaba más de sus palabras. El chico desvió la mirada para poder ver con detenimiento cada uno de los estantes de telas y materiales que..., se encontraban casi vacíos.

-Era... No sé cuándo pasó esto.

Y muy probablemente la tienda había perdido clientela para entonces.

El de cabellos blancos caminó silenciosamente hasta llegar a la caja para cobrar, lugar donde se encontraba una señora cociendo en completo silencio, en su mundo, sin molestar a nadie.

Era incómodo de cierta forma pues, aunque esperaba un producto de calidad y a buen precio, ahora no podía hacer más que dudar del lugar y de las palabras de su nuevo amigo.

Sacó sus manos de sus bolsillos y las llevó al mostrador, seguido aclaró su garganta buscando llamar la atención de la señora.

Esta levantó la mirada casi de golpe por el susto tan repentino que Byron le había dado.

-¡Oh, cielos! Una disculpa señor, no esperaba tener clientes hoy...

Bueno, eso dolió de dos formas.

Primeramente, Byron se ofendía muchísimo cuando le llamaban señor, y de segundas, era una lastima oír que no esperaba tener ningún cliente hoy. Era..., triste.

Frunció el seño y miró a Edgar, quién enseguida recobró sentido de la situación.

Luces.

Necesitaban comprar luces.

Sin embargo, pareciese que todos eran más rápidos que él el día de hoy.

-Oh, ¡Edgar, cariño!

La mujer se levantó de su lugar en entusiasmo para poder encontrarse de cara a cara con el recién mencionado.

-¡Tiempo sin verte, te extrañé mucho, mucho!

Incluso teniendo toda la caja estorbando en medio de ambos, eso no fue impedimento para poder tomar al más pequeño de los tres de los hombros y abrazarlo con mucha fuerza, como si no lo hubiese visto en años.

Edgar sonrió un tanto nervioso y correspondió el abrazo de la curiosa mujer, quién tardó al rededor de treinta segundos en soltarlo de vuelta, pues realmente se veía encantada de verlo de nuevo.

Se separaron, Byron solo miró con el seño fruncido a ambos.

La mujer sonrió.

-Creí que vendrías con Colette, se acerca halloween, ¿no?

Edgar asintió.

-Sí, pero aún queda mes y medio para eso. Ahora vengo con... Un...

¿Un...?

¿Un qué?

Un miedo creciente apareció en su interior haciéndolo dudar de su relación con el mayor. ¿Era un amigo? ¿Un compañero? ¿Un simple conocido?

¿O debía referirse a él como su superior, tal y como todos en la escuela habían hecho?

De nuevo, había comenzado a sentirse ansioso por una tontería. Volteó de un lado a otro, buscando la palabra adecuada.

La señora lo miró a él, y luego a Byron.

El mayor aclaró su garganta.

-Amigo. Viene con su amigo.

Edgar no evitó verlo un tanto sorprendido y nervioso. Agradecía que él hubiera tomado la palabra antes de decir una estupidez.

Mientras que él se insultaba internamente a sí mismo por dudar tanto a la hora de hablar, Byron y la dueña de la tienda se dedicaron a hablar de forma casi incesante.

Obviamente hablaron de cosas como las luces, precios, tamaños. Miles de cosas incluyendo algo que tenga que ver con el envío de estas directamente a la institución.

No entendía nada, más bien, no comprendía nada de lo que decían porque su cabeza no podía dejar de pensar aquella tarde.

Normalmente su mente siempre iba a mil por hora, siempre pensaba y pensaba sin rumbo fijo, ni mucho menos en busca de un final. Su cabeza estaba repleta de pensamientos, destructivos en su mayoría, casi todos tratándose de lo idiota que era e incluso de preguntas que no lo dejaban dormir en las noches...

Pero ese día, dios mío, su cerebro no lo dejaba estar tranquilo ni por cinco minutos.

Agachó la mirada.

Incluso si intentaba dejar de pensar en todo eso no podía.

¿Se veía bien? Su cabello estaba terriblemente destruído. ¿Y su ropa? Tenía una pequeña mancha de sangre en su sudadera, incluso si era diminuta, entre más la veía más grande y notoria se volvía.

Y dios mío, sus botas, sus malditas botas... Estaban llenas de lodo.

Todas esas pequeñas cosas lo hacían sentir inseguro. ¿Qué estaba pensando Byron de él ahora mismo?

"Santo cielo, te dijeron que no podías verte más horrible y te lo tomaste como reto."

Entrecerró los ojos.

No quería verse mal frente a Byron por alguna razón. Tenía un miedo creciente que lo hacía sentirse una basura a su lado.

Y es que ¿cómo no sentirse así? Si la puta ropa de Byron se notaba de marca, hecha con telas únicas e incluso costuras finísimas.

Era un aspecto informal, pero realmente apuesto.

Desvió la mirada.

-¡Edgar!

Entonces recobró conciencia rápidamente, de nuevo, sin saber en qué mundo vivía.

-¿Qué tienes hoy? Estás más perdido que de costumbre...

El chico miró a ambos mayores... La mujer, que de antemano conocía y sabía que su nombre era Bárbara, permanecía pacientemente viéndolo con un rostro preocupado.

Habían estado hablándole por al rededor de siete minutos sin parar. ¿Tan mal estaba ese día?

Después de pasar todo el jueves y viernes de forma "tranquila", ¿tan mal podía estar?

Cubrió su boca y aclaró su garganta.

-Lo siento. Estaba pensando en que darle a Colette mañana.

-¿Darle qué?

Byron interrumpió sus pensamientos antes de que se perdiera a nuevas cuentas.

-¡Oh, es verdad! Mañana es el cumpleaños de Colette, ¿cómo pude olvidarlo?

Barb se agachó sobre su lugar y sacó una libreta rápidamente. Un hermoso domingo 10 de Septiembre por la tarde, una chica cumpliría su mayoría de edad, los terribles, o hermosos dieciocho, dependiendo de qué forma lo miren.

Con suerte Edgar había logrado salvarse de cualquier pregunta sobre su estado de ánimo. Y vaya que fue un pensamiento demasiado rápido. Hace tiempo había estado preocupado pensando en qué podría darle... Después de todo, se acercaba su cumpleaños número dieciocho, se volvería una adulta y necesitaba celebrarlo de alguna forma.

Al final la mujer de hermoso cabello liso y negro terminó escribiendo un par de cosas, antes de levantar la mirada sonriente al menor.

-Mañana trae a Colette aquí, cuando esté libre, ¿sí?

Edgar asintió, se notaba que ya tenía algo planeado para su amiga, y él no había podido elegir nada.

-Me gustaría verlos a ambos volverse adultos antes de dejar la ciudad...

Habían pasado años conociéndose y siendo buenos amigos. Desde que Edgar tenía memoria recordaba haber paseado mucho por esa tienda, mucho más cuando era joven, antes de desear no volver a salir de su hogar nunca más.

Y es que...

Eh, espera.

¿Antes de dejar la ciudad?

Edgar volvió a observar a la mujer... No lo había notado, atrás en el almacén detrás de las cajas para cobrar habían varias cajas amontonadas, y los típicos pósters y decoraciones que la mujer acostumbraba a poner ya no estaban.

¿Tanto así había desperdiciado su tiempo?

Edgar no evitó sentirse molesto.

-¿Cómo que irse? ¿A dónde?

La mujer le sonrió una vez más antes de dedicarle una mirada un tanto entristecida.

-Tú sabes en qué condiciones está nuestro barrio Edgar. Es uno de los peores en la zona y, bueno, hace poco tuve una hija pequeña... Con ella serían dos chicos a los que mantener, y no puedo dejar que viva en el barrio más peligroso de la ciudad.

No, espera. ¿De verdad había pasado tanto tiempo sin verla? ¿Una hija? ¿Cuándo rayos pasó?

Todo ese año, y el anterior, ¿había estado pasándolo tan retraído del exterior que nunca se enteró de nada?

El chico agachó la cabeza, Byron no evitó verlo fijamente, con una mirada sería, hasta eso, un tanto molesta.

¿Con que el peor barrio del lugar, ah?

-Mira, conoces a mi hijo, está a muy poco de dejar la preparatoria y de verdad quiero que tenga el mejor futuro posible, además de que mi hija necesitará un buen lugar en el que crecer.

La mejor decisión del mundo a decir verdad.

A pesar del cariño que Edgar sentía por ella como si fuese una segunda madre, entendía que ella tenía sus propios hijos, y debía encargarse de cuidarlos.

Ella no estaba en acceso legal de hacer nada por él, incluso con todos los regalos que le ha dado... Regalos que apreciaba.

No era su deber cuidarlo. Y aún así lo consentía.

Sería difícil verla irse...

Ya era tarde, el sol estaba por ocultarse y ambos chicos seguían ahí, en silencio, tras la confesión que la señora Bárbara hizo apenas hace unos segundos.

Se miraron entre los tres.

Edgar solo se digno a agachar la mirada.

-... Edgar... Cariño...

-¡No! No... Estoy realmente feliz de que vaya a buscar una mejor vida, pero... Bueno, no sé cómo me acostumbraré a comprar luces con Colette en la otra tienda...

Realmente se veía decepcionado. No solo porque la mujer que estimó por mucho tiempo se iba a mudar pronto, sino que también porque había desperdiciado su tiempo llorando en su cama de manera incesante.

Sintió odio por si mismo por un segundo.

La mujer sonrió y posó su mano en la cabeza del más joven.

-Lo siento tanto Edgar... Pero las cosas no duran para siempre. Toma, una luz. Espero poder verte más antes de que deje la ciudad.

. . .

Silencio...

Era lo único que se oía en aquel parque.

Y la única luz que alumbraba su silencioso pesar en la interminable oscuridad era aquella que la señora Bárbara le había dado segundos antes de que él y el albino dejarán la tienda.

La sujetó con fuerza, la agitó un poco más para crear más luz y permaneció viéndola durante largo rato. Era verde, brillaba con mucha fuerza.

De cierta forma le recordaba a Byron. Siempre había acostumbrado a relacionarlo con el color verde, y las serpientes. Oh, sí, Byron definitivamente era una maldita serpiente muy venenosa.

Pero no lo era con él, al menos.

Y de nuevo pensando en Byron...

Cerro los ojos. Todo eso había sido su culpa de todas formas, él solo se alejó de todos, era lo que merecía por no querer hablar con nadie...

¿Verdad?

-Edgar.

Levantó la mirada, Byron estaba sentado a su lado con su teléfono móvil en su mano. Había dejado de leer un par de mensajes para hablarle.

Se veía un tanto preocupado a decir verdad. No era como si acostumbrara ver gente ponerse a llorar frente a una luz fosforescente.

El mayor deslizó su mano suavemente por sobre la espalda del más chico, y lo abrazo de forma amistosa mientras veía la luz brillar.

-Estas cosas pasan...

Y lo sabía, pero le era difícil dejarlo.

Tantas risas, tantos momentos de felicidad genuina... Lo había perdido todo por su incompetencia.

No iba a mentir, a Edgar se le dificultaba demasiado dejar las cosas ir.

-Lo sé. No importa... Solo debo acostumbrarme.

Cada vez se volvía más difícil ser positivo.

-Después de todo, mañana será otro día, ¿no?

Byron asintió, sonriéndole tiernamente.

Pasaron un rato así. Aún no podía acostumbrarse a los cariños provenientes del otro, pero no podía negar que gustaba de ellos, no le molestaba, por mucho que Byron fuese un especie de rival amistoso a este punto.

Se levantó en completo silencio aún con su agradable luz en mano. Miró el cielo, la luna estaba en su punto más alto, por lo que ya era tarde. Debía ir de regreso a casa, tenía miedo que su madre pudiese hacer algo.

Pero también debía buscar un regalo para Colette...

Bajó la mirada de nuevo y se quedó pensante, mientras Byron se levantaba detrás de él.

—Déjame acompañarte a casa.

. . .

Un regalo. ¿Qué le podría dar sin dinero?

Habían pasado un largo camino hablando del tema hasta llegar a casa, Edgar no tenía para comprar algo decente, además de que era muy tarde para él para ir a buscar cuando menos un juguete.

Byron notaba su preocupación por el tema, realmente quería darle un buen regalo a su amiga por sus magníficos dieciocho... Pero sus posibilidades eran limitadas.

¿Tendría la obligación moral de hacer algo al respecto?

Estaban justo frente a supuesta la casa del joven, en aquel lindo barrio con arbustos y árboles decorando las calles, cuando a Byron se le ocurrió algo.

—Hey, espera, ten. Déjame darte mi número.

El chico del flequillo levantó la mirada un tanto confundido sin responder al mayor. Este simplemente sacó un pequeño block de notas del bolsillo de su camisa y en seguida comenzó a escribir con el bolígrafo que venía ahí mismo.

No tardó más de un minuto cuando arrancó la hoja del block y en seguida se lo entregó.

Byron no lo había notado, pero el rostro casi cubierto por la bufanda de Edgar había comenzado a brillar suavemente en un cálido rojo.

Se sentía en una película cliché, dónde los protagonistas cambian número y esa misma noche se hablaban desde sus hogares con tonos... Coquetos.

Bueno, solo se volvía vergonzoso al pensarlo de esa forma, en realidad. Y Edgar era el único que lo veía de esa forma, en realidad.

El chico tomó el papel, lo miró, tenía el número de teléfono del tan codiciado jefe del consejo estudiantil plasmado en él. De cierta forma se sentía bendecido, suertudo.

—Por tus ojeras asumo que te dormirás más tarde. Llámame en media hora.

Edgar solo lo miró aún más confundido sin saber qué era lo que buscaba. Byron solo rodó los ojos y se dignó a explicar.

—Mira, mi padre tiene una reunión hoy en el centro comercial, voy a aprovechar para comprar algo para Colette por tí.

Oh, y el rostro de Edgar fue la mejor parte de la noche.

—¿Qué?

—¿Qué de qué?

La sorpresa en su cara fue como un regalo para el albino. Este solo rió y posó su mano sobre la cabeza del otro.

—Puedes pagarme después, pero obvio necesito que me llames para saber que puedo comprar para ella, tú la conoces mejor que nadie.

En serio, el chico estaba atónito.

—¿¡Quién mierda te crees que eres!?

—¿Tú amigo? No sé, dime Edgar, ¿qué soy para tí?

... Silencio.

Edgar cubrió su rostro con ambas manos antes de soltar un chillido de niña emocionada.

E incluso con toda esa emoción, no sentía que mereciera ese apoyo.

—No, no, espera... No necesitas-

—Ni siquiera se te ocurra negarte.

Más silencio.

Byron permaneció de pie viendo como el joven comenzaba a ponerse nervioso mientras jugaba con sus manos. Era difícil de notar por el pedazo de tela a rayas, pero...

Estaba sonriendo.

¿Había genuina felicidad en el corazón del más chico?

Aparentemente sí. Y Byron no pudo más que sonreír también al notar ese pequeño detalle.

—Me hablas más tarde, nos vemos.

El chico dió un par de palmadas en el hombro de Edgar, y este solo rió nervioso.

—...Lo siento... Está bien... Nos vemos.

Y ambos comenzaron a caminar alejándose el uno del otro. Aunque...

Byron aún tenía algo pendiente.

Algo con respecto al "peligroso" barrio en el que vivía Edgar.

. . .

PERDÓN

IBA A ACTUALIZAR HACE TRES DÍAS XD PERO OCURRIERON VARIAS COSAS Y SE POSPUSO VARIAS VECES LA ACTUALIZACIÓN

entre esas, estuve en una llamada con Steven, el actor de voz de Byron, y dijo
W h e r e   i s   m y   s o u l ?

Lit me volví el doble de simp
Ya los días siguientes fallé en la actu por distintos problemas con respecto a familia y estabilidad emocional, pero ahora todo está bien.
Recen por mí para que vuelva a las actualizaciones diarias.

Gracias por todo de nuevo, los amo

Muacks <3

Soul~

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