13. Family funtime in fall.
. . .
Las hojas volaron por el aire... Al ritmo del viento de otoño.
Y entonces, un par de botas amarillas cayeron sobre una gran montaña de hojas rojas y anaranjadas.
Todas las hojas salieron volando en todas las direcciones, acompañado de las dulces risas de un pequeño niño...
-¡Mamá mira!
La señora aún con la vista cansada, volteó a ver con una sonrisa en el rostro a su pequeño y alegre niño... Tenía apenas 5 años y ya había decidido que el otoño sería su estación favorita del año, junto a la divertida festividad de halloween.
La mujer a pesar de tener un terrible dolor de espalda se levantó y comenzó a caminar en dirección a su hijo.
Su pequeño e inocente hijo.
El no sabía nada de este cruel mundo... No sabía lo que su padre había hecho.
Se sentía horrible. No sabía desde hace cuánto tiempo llevaba haciendo eso, pero prefería no saber. La respuesta podía doler más.
Estiró sus piernas, y saltó sobre otra montaña más de hojas coloradas. Su hijo rió y comenzó a saltar sobre más hojas.
El no merecía pasar por ello... Debía protegerlo, ¿pero cómo? No sabía que hacer, no estaba preparada para ese tipo de situaciones. ¿Debía dejar a su esposo? ¿Debía seguir con él? ¿Debería dar en adopción al pequeño?
Estaba desesperada, pero porque no sabía que hacer.
Tenía miedo a todo... Tenía miedo a pasar por peores mierdas que lo que está pasando actualmente.
Unos brincos acompañaron a su hijo.
-¡Mamá! Cuando cumpla años, ¿voy a ir a la escuela?
La mujer sonrió y asintió.
-Y vas a hacer muchos amigos, te lo prometo.
El pobre niño no había tenido la oportunidad de ir al prescolar... Todo por la irresponsabilidad de sus padres al no querer pagar por la educación de su hijo.
A pesar de los años, su madre se propuso pagar la mejor escuela para él, para que pudiese aprender todo lo que le faltó alguna vez.
Por las tardes se dedicaba a enseñarle cosas básicas, pero había algo que nadie le había enseñado, y podría causarle problemas al relacionarse al futuro.
Ninguno sabía lo que deparaba el futuro, el horrible futuro que envolvería al pobre Edgar.
La mujer continuó caminando, y su hijo fue detrás de ella sin dudarlo, como un cachorro fiel a su dueño.
Ambos caminaron por debajo de los árboles pintados de rojo, naranja y amarillo, viendo la luz acaramelada del sol atravesar los espacios entre las hojas a punto de caer.
Siguió caminando, estiró su mano hacia donde se suponía que estaría su hijo, para así tomarlo y llevarlo a través de la calle. Pero nadie tomó su mano.
Entonces volteó, confundida, sin saber porqué su hijo no había respondido su llamado...
No estaba lejos, estaba de pie frente a un parque con sube y bajas, resbaladillas, ruedas, pasamanos y... Columpios.
Edgar miraba fijamente hacia los niños que se columpiaban ahí.
Se veía realmente atraído a ellos.
-Edgar, cariño... Vamos a casa.
El niño bajó la mirada un tanto decepcionado.
-Mami, ¿puedo ir a los columpios?
No quería negarselo, quería darle todo a su pequeño hijo, quería hacerlo feliz con cualquier capricho pero aunque lo deseara, sabía que no podría.
¿Estaba mal darle todo? Tal vez, pero eso no era su preocupación, temía llegar tarde a casa y no tener la cena lista para cuando su querido y amado esposo llegase.
Se acercó lentamente, tenía miedo, últimamente su marido había estado encerrandose en el alcohol, no quería que pasara lo mismo que ella paso cuando era joven con sus padres. No quería que se repitiera la historia de el hombre golpeando a la mujer y dejar traumas en el pequeño.
Tomó la mano de su dulce hijo.
-Venimos mañana, tenemos que regresar a casa.
No recibió una respuesta positiva de parte de su hijo.
-¡Pero mamá! ¡Quiero ir a los columpios!
-Edgar, ahora no se puede, te traigo mañana temprano, ¿sí? Ya es muy tarde.
Pero el niño habría comenzado a hacer berrinche para entonces.
-¡Nunca me traes al parque, por favor!
-¡Edgar, no empieces!
Era de esperarse, la mirada de todas las personas habrían comenzado a posarse sobre ellos al ver como el niño comenzaba a llorar. Ya ni siquiera se preocupaban, pues era normal en los niños esa clase de berrinches por caprichos tan sencillos como ir al parque.
Ojalá todos pudiesen solo llorar por no ir al parque, y no por todas las cosas que la adultez y la adolescencia traía consigo.
La mujer comenzó a jalar a su hijo a su lado ignorando su llanto por querer ir a columpiarse por primera vez en su vida.
Fue un largo camino soportando el llanto de Edgar, hasta que por fin se calmó y aceptó un abrazo como recompensa. Realmente su madre no sabía que hacer con un niño, era su primer hijo, era su primera vez siendo madre, y ni siquiera estaba preparada para cuidarse a si misma.
Siempre trataba de dar lo mejor de si misma por su hijo, pero nunca era suficiente, nunca lo sería.
Temía educar mal a su hijo, o no saber cómo lidiar con sus problemas.
Un día podría arruinarlo todo. Incluso si su marido ya lo había hecho personalmente.
Tomó la perilla de la puerta... Un largo camino desde la farmacia hasta su casa, y al fin habían llegado. Abrió la puerta, y ahí lo vió a él...
Sentado en la mesa, sin querer levantar el rostro.
-Jaxon, ya llegué. Traje la medicina que querías.
Él no respondió y solo levantó la mano haciendo señas para que le llevase la caja hasta él. ¿En serio hasta eso quería? Después de que caminó desde su casa hasta el hospital y de regreso, aún con dolor de espalda, ¿todavía esperaba que le diera la pastilla en la boca?
Quería golpearlo, quería llorar, pero reprimió su odio pues era lo único que podía hacer ahora. Más que nada por su hijo, que seguía de pie a su lado viéndolo todo.
-Mami, ¿qué le pasó a papi? ¿Por qué está triste?
Oh, no está triste, solo está crudo por la cantidad exagerada de alcohol que tomó el día anterior mientras follaba con otras zorras.
-Le duele la cabecita mi amor, pero después va a estar bien, tranquilo.
El niño sonrió y se fue a sentar al sofá sin preguntar nada más.
-Puta madre Ada, dame la puta pastilla, me duele horrible.
En serio no sabía que hacer. En serio, era tan inexperta en la vida, siempre había pasado toda su niñez encerrada en su propio mundo, alejándose de todos y creando una burbuja a su alrededor. ¿Por qué decidió tener un hijo aún sabiendo la cantidad de problemas que pasó y que estaba pasando?
Ella no lo sabía, pero tenía depresión grave desde hace ya varios años, y no sé arreglaría para nada si su esposo, quién alguna vez pensó que la salvaría de la tristeza, ahora la trataba horrible y además la engañaba con mujeres más lindas que ella.
Ada se sentía horrible... Pero trataba de ser fuerte por Edgar.
No planeaba rendirse, así que solo caminó firme hasta la mesa donde dejó las pastillas y otras cajas de medicina que compro por la enfermedad crónica de su marido...
-¿Te traigo un vaso de agua?
El hombre no respondió, solo tomó la caja y comenzó a abrirla de mala gana.
Tomó eso como un sí, y caminó hasta tomar un vaso y poder servirlo... Lentamente.
El chorro agua caía en el vaso, las gotas salpicaban... Sus nervios no se acababan.
Ignoró el hecho de que había derramado agua por bloquearse en sus pensamientos oscuros y regresó con Jaxon a dejar el agua en la mesa...
Silenciosamente...
Solo se oía el tick tack del reloj...
No se había dado cuenta ni siquiera cuando había comenzado una pelea con el hombre, una pelea que parecía interminable.
Nada de eso parecía real ahora, ni siquiera había vivido algo como lo que su madre vivió en carne propia. No podía ni siquiera pensar... Su mente estaba en blanco, estaba agotada, no podía procesar nada de lo que su marido le decía.
Quería salir corriendo y dejar todo atrás. ¿Pero qué hay de su hijo?
El tiempo se detuvo cuando recibió el primer golpe de su marido, que la llevó a chocar contra la barra de la cocina, recibiendo así un fuerte golpe en la cabeza.
El hombre le gritó, mientras oía los llantos de Edgar al fondo.
No entendió lo que Jaxon le dijo... Su cabeza estaba en agotamiento extremo y, el golpe en su cabeza hacía que todo le diera vueltas.
No sintió el momento en el que cayó rendida a las garras de la perdición.
. . .
-Inténtalo... Te sentirás mucho mejor... ¿No quieres que tu hijo te vea triste, o sí?
La idea no parecía buena. Ada no se convencía por las palabras de su hermano quien insistía constantemente desde que ella era pequeña en que se uniera a su descabellado mundo.
La droga...
El prometía darle a probar un poco de ella, totalmente gratis...
Pero Ada no quería caer ahí, no quería llegar a los extremos.
-Es peor que mi hijo me vea drogada...
-Ada, el imbécil de Jaxon te golpeó... ¿Sabes que hacía nuestra madre cuando eso pasaba? Se ponía feliz...
Un neutralizante para evitar la depresión y los golpes, básicamente.
-... No... Rubén... No quiero llegar a eso...
Pero el hermano insistía e insistía...
Tenía la prueba en la mano, como si estuviese esperando desde hace mucho tiempo el momento para dársela. Ada sabía que Rubén se dedicaba a vender droga además de drogarse, sabía que hacía todo lo posible para convencer a sus clientes, ella había logrado evitarlo, pero hasta el momento no parecía haber logrado nada.
Hasta ahora.
Algo había golpeado el corazón de Ada, su mente se perdió en la miseria cuando tomó la bolsa entre sus manos.
¿Tan desesperada estaba por ser feliz? ¿A pesar de que ella misma dijo que eso causaría daño a su pequeño bebé?
Sí.
Años y años de depresión... Y el intento de mejorar, todo s la basura.
Estaba volviéndose loca poco a poco.
Necesitaba calmar su ansiedad.
Eso desataría la adicción... Eso desataría el caos.
Que me perdone mi hermoso bebé... Que me perdone en serio.
Pero ya no aguantaba... Y poco a poco, mientras la cuchara comenzaba a hervir, sentía sus penas marcharse.
Lo siento Edgar.
De verdad lo siento.
-¿Podrías un día perdonarme?
-Mamá, estás muy mal, ve a la cama, yo hago la cena.
-Mi amor... Vienes golpeado... Déjame ayudarte.
-Yo puedo solo ma'. Ve a descansar...
Las lágrimas comenzaron a derramarse.
-Lo siento Edgar...
Como cascadas comenzó a llorar sin planear detenerse.
-Soy la peor madre del mundo... Prometí ser fuerte por tí, pero ahora estás peor que yo...
Sus pensamientos estaban confusos, borrados. No podía recordar la última vez que le sonrió a su hijo.
-Mamá... Cálmate...
No podía ni siquiera recordar bien el día en el que su pequeño solecito nació... El día más importante de su vida.
¿Cuándo era el cumpleaños de Edgar? No recordaba. Su mente estaba en blanco como aquella vez en la que sintió el primer puñetazo de su esposo.
Solo podía recordar lo mucho que Edgar amó otoño alguna vez... Lo mucho que adoraba saltar sobre las hojas acarameladas. Lo mucho que disfrutaba salir por la noche a pedir dulce o truco.
Solo podía recordar... La última vez que le prometió algo a su hijo.
Y nunca lo cumplió.
-E-Edgar...
El pobre muchacho solo la miró angustiado, sujetándola entre brazos esperando a que su madre reaccionara y saliera de su hoyo de una vez...
-¿Quieres ir a los columpios mañana...?
Por primera vez en mucho tiempo, Ada sonrió a su hijo, aún entre lágrimas.
Edgar no respondió... Y abrazó a su madre sin decir nada.
-Saldremos de esto juntos...
. . .
-A tí te quería ver...
La enorme puerta se cerró detrás de él, mientras que los mayordomos miraban desde lejos.
Suspiró profundamente.
-Lo lamento, padre, hubo un problema con uno de los alumnos y tenía que hacerme cargo de él.
-Pero claro que tenías que hacerte cargo. Tienes que arreglar tus errores, ¿no? Eso te enseñé.
El albino asintió.
La brillante luz del la enorme sala lo aturdía después de pasar toda la tarde entre la oscuridad de la noche al lado de Edgar.
-Pero ¿cómo se te ocurre cometer un error de esa magnitud?
Todo era blanco en esa casa. No quería hablar más, quería marcharse a su habitación.
-Te he dicho... No quiero ni un error más, menos después de lo que me hiciste hace medio año, maldito inútil. Solo quieres ser la vergüenza de la familia, ¿no?
Byron mantuvo su mirada clavada en el suelo, oscurecida por el enojo. Sabía que su padre no lo dejaría ir hasta que terminara todo y cumpliera todos sus caprichos, hasta que se volviera el hombre que su estúpido padre quería.
No sería libre ni independiente hasta que cumpla sus expectativas.
-Ven aquí.
Ahora, el dolor en su brazo se extendió hasta su pecho.
Aquí vamos de nuevo.
Pero hey, tranquilos.
Mañana es otro día.
. . .
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