11. Bullfighting scars.

. . .


Un estruendo lo sacó de sus pensamientos... Otra vez.

Se dejó llevar por el impulso y se echó para atrás apenas escucho el ruido de un casillero siendo golpeado. No esperaba eso en absoluto.

—Hola, Edgar...

Hace unos segundos eran solamente él y el chico mudo en aquel pasillo... Pero ahora estaba él ahí.

Bull.

Uno de los chicos más temidos de la escuela, el hermano mayor de Bibi, uno de los más fuertes de todos los estudiantes...

Había ganado hasta competencias de fuerza, junto algunos otros alumnos. Y era apodado así por toda la escuela por su increíble fuerza y por como tacleaba a los rivales hasta llevarlos al suelo en los partidos escolares de fútbol americano.

Todos le tenían miedo, y por ello también temían meterse con su hermana, o incluso con su mejor amigo. Era imposible hacerles algo y salirse con la suya, pues siempre estaba dispuesto a golpear a todos hasta que se arrepientan.

Comenzó a sudar frío del temor.

—Lamento que mi querido amigo Spikey te haya molestado... Solo le pedí que te detuviera en lo que venía para acá, para poder hablar amablemente.

Ya con escuchar la palabra "amabilidad" salir de la boca del chico es que comenzó a sentir aún más pánico.

—¿Qué mierda quieres?

Él sonrió. Edgar comenzó a maldecirse a si mismo internamente. Lo que menos necesitaba era provocarlo, pues su integridad corría mero peligro con tan solo respirar el mismo aire que él.

—Esperaba que pudiéramos hablar sobre tu pequeño problemita con mi hermana.

Ya ahí todo comenzó a irse en picada.

—No vengas a decirme mierdas. Yo ni siquiera la toqué... Ella fué la que me golpeó y por ello se ganó ese puto castigo por su cuenta.

Puta madre Edgar, deja de estar a la defensiva, simplemente cierra el hocico antes de decir algo que provoque su rabia.

Y justamente por ello las pobladas cejas del mayor se contrajeron hasta formar un gesto de desagrado.

—Si te hubieras suicidado antes de haber tocado a Charlotte creo que no existiría este problema.

Eso fue un golpe bajo, realmente bajo. Bull también creía y apoyaba la mentira de Charlotte, y no sabía que ella había sido la que causó más daño de los dos.

Se sentía ofendido, quería gritarle al mayor por tal insulto, por estar tan mal informado sobre la situación, por haberle hecho sentir mierda, por haberle dicho que se hubiera matado antes de que todo el problema empezara.

A este punto, no podía evitar sentir que lo que decía era verdad.

Todo ese sufrimiento y estrés hubiese sido evitado si tan sólo se hubiera matado ese día cuando terminó con la rubia en primer lugar.

Sentía asco, un dolor horrible en su corazón.

Cerró los ojos.

—Gracias, pero tu opinión no tiene valor aquí.

—Oh, claro, a un violador de mierda no le importa nada.

—Cállate.

—¿Por qué lo haría? Es la basura que eres, eres un violador, un abusador, deberías estar muerto, descuartizado en el baldío de la ciudad.

Había ido demasiado lejos.

Ese insulto, si es que lo era, dios, había sido demasiado incluso para él y su estabilidad mental.

—... Cállate.

Las ganas de gritar eran grandes, pero debía contenerse, debía aguantar lo más posible eso... O probablemente sería peor.

—No lo haré. Seré la mierda que creas, pero nunca violaría a una mujer como tú, y quiero torturarte hasta que te arrepientas.

Y él tampoco sería capaz de violar a nadie.

—Mi hermana tenía sus razones para golpearte, y apoyo completamente lo que hizo. Los enfermos como tú no deberían existir.

¿Qué había hecho él para merecer eso? Ni siquiera se atrevía a tocar a su madre, ¿cómo llegaría a abusar sexualmente de una chica solo porque sí?

—Y la peor parte es que ella se llevó el castigo y tú no.

Soltó una carcajada tan intranquilizadora, sentía el sudor bajar por su frente rápidamente. Necesitaba ayuda, no quería lidiar con él.

Volteó rápidamente a ver al pequeño "Spikey", confundido, esperando que él hiciera algo por detenerlo, pero solo estaba de pie, ahí, con una incómoda sonrisa en su rostro.

Dió unos pasos atrás, buscando alejarse, y como esperaba, el chico se acercó más.

—¿A dónde vas, pequeña basura?

—Déjame solo.

Bull se aproximó aún más.

—¿Y qué harás si no lo hago?

Edgar volvió a echarse para atrás en pánico total. Debía salir de eso, no debía provocar una pelea. Era lo mejor, no debía, no quería...

—Te golpearé hasta que te largues, tú y tu amigo.

El muchacho soltó una carcajada de nuevo y se acercó hasta quedar centímetros de distancia con el rostro del menor, todo con una sonrisa en su rostro.

—Quiero ver que lo intentes.

En serio no debía intentarlo.

No debió hacerlo.

. . .

—Esto es increíble.

No respondió a aquello, y solo mantuvo una mirada fría clavada en el suelo...

—Sabía que cuidar de tí sería un problema, pero en serio, en serio confiaba en que no empezarías una estúpida pelea en la escuela.

Poco a poco comenzó a sentirse más apagado...

—S-señor Byron... Con todo respeto, si me lo permite... También es muy injusto lo que le hacen a Edgar...

—Señorita Brown... Ya sé que es injusto para él, pero ya son demasiados problemas los que tiene como para seguir poniendo más en la montaña. También es mi trabajo, cada problema que pase aquí es mi deber arreglarlo...

Cerró los ojos silenciosamente... Tratando de aguantar las lágrimas.

—¿No crees que también es injusto para mí tener que soportar este tipo de cosas?

Y es que tenía razón. No era justo que ya tuviese que soportar su presencia y además ahora tenga que lidiar con las peleas que haga por las tardes.

El peso de la culpa comenzó a caer sobre él. Hacía todo lo posible para mantener la calma, para tener control de sus sentimientos.

Aunque Byron tuviese razón, no podía evitar comenzar a sentir odio contra él. Edgar estaba tan confundido, solo quería que lo abrazaran y le dijeran que estaría bien. No se sentía de humor para regaños y menos después de que Bull le hiciera sentir así de horrible.

"Spike" estaba de pie pasos frente a él.

Ese pequeño diablo había dicho con todo y su silencio que toda la pelea había comenzado por Edgar, y que él había causado el conflicto en primer lugar.

Obvio la rabia no tardó en acumularse en su interior, las ganas de soltarle un puñetazo eran muy grandes.

Y justamente ahí estaba su problema.

Quería golpear a todo aquel que estuviera en su contra.

Lo odiaba, odiaba ese sentimiento de que nadie estaba para apoyarlo y que por ello quería golpearlos.

Estaba al borde de levantarse y salir corriendo.

Y bueno, aunque la dulce chica de rulos anaranjados estaba de su lado y quería que el castigo se reduciera para él aún así se sentía solo.

Era como un sentimiento que no se iba por más gente que estuviera de su lado.

—Solo no sea muy duro con él, ha pasado por tanto estos días, creo que lo que más necesita es un descanso y un poco de comprensión...

Quería llorar, en serio quería hacerlo. Pero no debía, no debía dejar que sus emociones tomarán control de él. No quería verse débil de nuevo frente a ellos.

—¿Estás defendiendo a quien primeramente empezó la pelea?

—Sí. Edgar ya tuvo suficiente.

La chica había pasado vario rato curando sus heridas, prestando obvia atención a la nariz rota que se marcaba en el rostro de Edgar.

—Además no creo que él haya empezado el conflicto...

Y aún así se sentía solo.

—¿No prestaste atención a las señas del muchacho? Y aunque fuese así así, tendrá un obvio castigo por dos semanas, no esperes que vaya a dejar esta situación impune solo porque el pobrecito muchacho necesita un descanso y un poco de comprensión.

Ya. Estaba harto... No quería estar más tiempo ahí. No más.

Se levantó de golpe sin siquiera avisar, tomando desprevenidos a todos en la sala quienes dieron un brinco del susto por su repentino acto. Edgar no tardó en empujar el sofá en el que estaba sentado con su pierna temblando de rabia. Esto obviamente alerto a su superior.

—Qué... ¿¡Qué mierda estás haciendo!?

Se aproximó a la puerta muy rápidamente y la abrió de golpe.

—¡NO SE TE OCURRA SALIR DE AQUÍ!

Y exactamente, Edgar salió de la oficina del consejo estudiantil completamente molesto, ignorando los gritos igual de rabiosos del mayor.

Byron salió detrás de él, gritando y echando humos con rabia, pero Edgar no respondía. Solo caminaba con un obvio enojo en su rostro.

Le pidió con un tono serio e intimidante que se detuviera, pero este chico hizo caso omiso a su orden.

Poco a poco el joven se alejaba cada vez más conforme avanzaba en el largo pasillo... El albino debía hacer algo pronto, así que comenzó a correr detrás de Edgar para detenerlo de forma física.

Las puertas se abrieron al fondo del pasillo, dejando entrar los relucientes rayos de sol por ahí. Su rostro ardía de rabia y de los fuertes golpes que recibió. Su nariz estaba roja y tenía sangre seca aún en sus fosas.

Era difícil respirar, era difícil ver.

Sentía que le punzaba el rostro.

A pesar de eso no sé detuvo, a pesar el dolor, siguió caminando en busca de su libertad.

Pero no duró mucho ese sentimiento de independencia cuando sintió a alguien aproximarse violentamente. Era obvio quién era, no parecía gustar de que no obedezcan sus órdenes.

Cerró los ojos. Era tan molesto, lo odiaba tanto ahora.

Su espalda choco contra la pared y sintió como era encarcelado entre los brazos de ese alguien... Abrió los ojos.

Y un extraño miedo comenzó a recorrer su venas cuando vio el rostro completamente oscurecido en molestia del mayor... Nunca lo había visto así de enojado, ni siquiera hace unas horas que se había ofendido por una pregunta trivial.

Era difícil ver sus ojos a través de sus raros anteojos... Y eso le causaba aún más miedo.

—¿... Planeas desobedecerme?

Dijo con su voz profunda, yendo a lo extremo y oscureciendo aún más la situación.

—Déjame ir maldito imbécil.

Byron solo sonrió en respuesta. Un extraño tic en su ojo izquierdo se hizo presente.

—Vas a obedecerme, es una orden.

—¡Ni siquiera obedezco a mi padre! ¿¡Por qué te obedecería a TÍ!?

Las grandes manos del mayor se deslizaron por los brazos de Edgar lentamente, viendo cómo este chico temblaba en desespero. Quería irse, pero Byron no planeaba lo mismo.

Y así, apenas sujetas sus muñecas, subió los brazos del menos hasta tenerlo completamente atorado bajo sus garras.

—Bien. Trata de irte, anda. Te doy la oportunidad.

Edgar entró en pánico y comenzó a mover sus muñecas esperando salir de su agarre, pero Byron de demasiado fuerte, y él demasiado débil.

Hizo lo posible, se removió con fuerza sobre su lugar pero el mayor no lo dejaba, no podía salir de ahí.

Y le dolía.

—B-basta... Suéltame, animal, me estás lastimando.

El agarre de Byron se intensificó.

—¡LO DIGO EN SERIO, ME ESTÁS LASTIMANDO!

Pero el albino no respondió, solo miró como Edgar se estremecía bajo de él buscando escaparse.

Se veía realmente desesperado, era dulce ver cómo temblaba ante él por no obedecer su orden.

A veces Byron se obsesionaba mucho con que todos le obedecieran, y su impulso de hacer este tipo de acciones lo atrapaban el doble cuando estaba rabioso.

Por eso la escuela consideraba que no era bueno hacerlo enojar y todos obedecían lo que pedía.

Excepto él, excepto Edgar.

Quería obligarlo a que acatara cada una de sus órdenes al pie de la letra, quería que al fin se restableciera en la sociedad...

Pero su deseo llegó demasiado lejos cuando su vista nublada por su obsesión se liberó... Edgar estaba llorando.

—Me duelen los putos brazos... D-déjame... Me lastimas idiota...

Entonces reaccionó, y miró de dónde estaba sujetando al menor. A su mente vino lo que ocurrió en el hospital después de que le hicieran una revisión al chico... Cuando lo tomó del brazo y este lo empujó por ello.

Sus ideas negativas sobre el tema volvieron, y se sintió muy culpable.

Lentamente comenzó a bajar las mangas del muchacho temiendo lo peor, las manos de ambos temblaban... Y apenas logró ver una oscura y gruesa cicatriz roja por el agarre cuando Edgar lo pateó con todas sus fuerzas.

Byron cayó al suelo de espaldas, y el menor salió corriendo sin mirar atrás.

Se levantó, sabía que se escaparía, y si eso pasaba él también tendría un castigo por dejar que el chico acusado se escaparía de la escuela. Corrió detrás de él, sin tanta rabia como antes...

Pero cuando estaba llegando a él Edgar ya estaba saltando el muro de la escuela, y ni siquiera lo miró, ni siquiera se atrevió a dar un vistazo antes...

Edgar había escapado de la escuela, y a él le esperaba el castigo de su vida con el director y...

Con su padre.

Recordó la gruesa y morada marca en el brazo del menor... No evitó empatizar con ello, y deslizó su mano sobre su antebrazo, cubriéndose con la manga del abrigo lo más que pudo.

Vaya mierda de trabajo.

Vaya mierda de vida.

. . .

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