10. There are no words without the caramel.
. . .
Una estruendosa risa lo sacó de sus pensamientos.
Volteó a ver a su derecha. Al fondo, justo en la cocina de aquella pequeña casa pudo ver perfectamente a una jovencita que reconocía bien jugando con una señora.
Eran Colette y su madre, quienes se hacían cosquillas la una a la otra y se abrazaban mientras reían felizmente.
Ambas mujeres se veían realmente felices de compartir ese pequeño momento en familia. Podía olerlo, el suave aroma a caramelo que acariciaba su nariz era el mismo dulce aroma de la unión, incluso si solo eran dos las que vivían en esa casa.
Estaban preparando un postre juntas. La madre de Colette siempre adoró preparar postres para su hija y nunca dudaba en invitarlo a él también, siempre fue una mujer muy dulce, incluso de forma casi literal.
Desearía poder disfrutar del amor de una madre de esa forma...
Siempre que veía a la madre de Colette, Birdie, parecía un ser de luz, amable, dulce, tierna. Una mujer atenta y comprensiva... Sentía vergüenza de su madre.
Su madre... Bueno, ella solo lloraba en cualquier esquina oscura de su habitación sin poder hacer nada por cambiar.
Le tenía cierto odio y resentimiento... Ella había perdido todo lo bueno por las drogas... Algo completamente distinto a lo dulce de los postres de la señora Bellerose.
Se había perdido en sus pensamientos de nuevo, y se dió cuenta cuando Colette le puso la mano frente a la cara para ver si reaccionaba.
Dió un brinco sin desearlo, levantó la vista y observo a su amiga.
Ella tenía una sonrisa en el rostro, incluso estando tan golpeada, estaba feliz. Y para rematar, su madre no se había enojado con ella, no como su padre hizo con él cuando regreso a casa después de ser bateado al punto de que podría llamar su rostro un... "Homerun".
La chica solo se rió de él.
—Ya te me fuiste de viaje otra vez.
Edgar sonrió y miró al suelo un poco nervioso.
—Perdón. Ya sabes que pienso mucho.
Le punzaba en el pecho el pensar que sus padres lo odiaban, y que nunca tendría la oportunidad de tener a alguien como Birdie Bellerose que cuidara de él. Colette era tan afortunada.
Suspiró...
—El flan ya está listo... Mamá quiere que vengas a la mesa.
Lentamente se levantó del suave sillón en el que estaba sentado, dispuesto a acompañar a Colette al comedor de madera blanca que había ahí.
Toda la casa emitía tanta alegría... Colores claros y pasteles, plantas y decoración linda.
Se sentía a salvo en ese lugar.
Se sentía en un verdadero hogar.
Entonces el olor a caramelo captó su atención completamente en cuanto vio a la mujer saliendo de la cocina con una bandeja entre manos con un lindo flan en ella.
—¡Ya llegó el flan~!
Olía delicioso.
—Má, deja que Edgar tome el primer bocado. ¡Quiero que vea que yo también sé preparar postres!
La mujer rió enternecida mientras dejaba la bandeja sobre la mesa, haciendo de lado el lindo florero que la decoraba.
—Me parece perfecto. Después de todo es el invitado VIP de esta casa.
Dicho aquello, Edgar le sonrió a la mujer con calma mientras tomaba asiento, ella muy alegremente le regresó la sonrisa sin dudarlo.
La señora Bellerose volvió a la cocina, dejando a Colette y a Edgar solos...
Una mano se extendió hasta ponerse frente a su rostro. Era Colette, que tenía una pequeña cuchara en la mano ofreciéndosela para que pudiese comenzar a comer.
Cuando miró abajo, un plato que se suponía que era suyo ya estaba servido con un trozo de flan.
Tomó la cuchara tímidamente... Viendo cómo Colette se recargaba sobre la mesa, solo para poder verlo comer más de cerca.
Tomó un trozo, lo miró unos segundos antes de volver a ver a la albina. Ella esperaba pacientemente a que diera el primer bocado.
Llevó lentamente la cuchara hasta su boca mientras trataba de mantener a la vista a su amiga, pues lo estaba poniendo nervioso y temía por su seguridad a su lado.
¿Cómo no hacerlo? Se trata de Colette. Todos deberían temer por su seguridad teniéndola al lado.
Y entonces, aquel postre cubierto de caramelo atrapó su atención... Lo probó, lo saboreó... No bromeaba, estaba realmente bueno.
Colette pudo notarlo de inmediato pues apenas el flan tocó su paladar él hizo una expresión de asombro, y ella rió felizmente de ver qué le gustó.
Edgar sonrió.
—Veo que pasar horas extra con Piper valió la pena.
Colette le dió un zape un tanto sonrojada.
—Baboso, también mi mamá me ayudó.
Pasó un rato, Birdie había regresado con unos cuantos más postres. La mujer y la chica se sentaron y acompañaron a Edgar en su alegría. El flan sabía increíblemente bueno, y poder disfrutarlo con ellas dos, y en una casa tan pacífica y tranquilizadora... Era simplemente hermoso.
Se sentía feliz. Con una familia.
El olor a caramelo se había vuelto uno de sus favoritos...
. . .
—¿Qué te parece tu almuerzo, eh?
—¿Quieres que lo presuma con toda la escuela o qué?
La chica hizo un puchero.
—Eres mi amigo y ese es mi flan, es lo mínimo que espero.
Edgar soltó una carcajada y acomodó su mochila sobre su pecho rápidamente. Ahí metió un tupper que era ajeno. No solía llevar comida a la escuela, pero esta era una excepción.
La madre de Colette siempre fué tan dulce.
—Lo haría, si tan solo todo el mundo no me odiara ahora mismo.
—Hey, creo que debería ir a su castigo ahora, señorita Bellerose.
Ambos jóvenes se exaltaron al oír la gruesa voz de Byron. Se dieron la vuelta, ahí estaba él, de pie, viendo fijamente a Colette esperando a que se marchara. Se veía tan serio como de costumbre... Solo podían ver una sombra traspasar los curiosos anteojos del mayor.
La chica acomodó en pánico su mochila a un costado de su cuerpo y dió una extraña reverencia.
—¡Lo lamento jefe! Solo vine a darle su desayuno a mi compañero...
Colette soltó una risa nerviosa y miró a Edgar un tanto asustada. Este le regresó la mirada con calma para decirle que todo estaría bien, gracias a la buena conexión que Edgar y ella tenían, entendió el mensaje sin mucho problema y le sonrió.
—Diviertanse ambos. Nos vemos después, edgy~.
Y así, su amiga se fue corriendo en dirección al salón de detención dejando a los dos muchachos casi a solas...
—¿Un almuerzo, eh?
Lentamente Edgar dió la vuelta, nervioso...
—Sí... Ayer Colette hizo un flan junto a su madre y... Sobró lo suficiente para poder traer de almuerzo.
—¿Solo es un flan? No me quejo, es un avance.
Y así, el más alto comenzó a caminar. Ambos se encontraban en la puerta del salón de Edgar y aún habían alumnos saliendo. Era relativamente incómodo estar ahí parado hablando, y Byron no tardó mucho más en comenzar a caminar.
Edgar lo siguió en silencio... De forma instintiva volteó a sus espaldas... Ahí estaban varios de sus compañeros de clase burlándose de él y haciéndole señas obsenas.
No era difícil escuchar para él, su oído estaba entrenado por situaciones así. Sus compañeros comenzaron a llamarlo violador desde lejos, mientras le deseaban la muerte.
Cada día que pasaba seguir con vida se volvía una maldición y la muerte le parecía una salvación.
Aún así siguió caminando en silencio detrás de Byron, quién no había esperado por él, y caminó con un libro entre manos...
—Y... ¿Qué tal te fué en tus clases?
Byron detuvo su caminata en seco, podría decirse que hasta sorprendido. Apenas Edgar también detuvo su caminar de golpe, el mayor volteó a verlo con confusión.
—¿A qué viene esa estúpida pregunta?
Edgar comenzó a maldecirse a si mismo cuando vió el gesto endurecido del mayor... Parecía no estar nada contento con la pregunta ni mucho menos porque él la hiciera.
El chico retrocedió. Los demás alumnos se detuvieron a ver cómo de costumbre...
—A-ah... Perdón... Solo quería sacar tema de conversación.
Byron mantuvo su seño molesto... Edgar no pudo evitar notar que le temblaba su mano, que estaba hecha en puño.
¿Tanto enojo por una simple pregunta?
El albino suspiró un tanto ansioso, acomodó sus anteojos sobre el puente de su nariz nuevamente y siguió caminando. El chico de la bufanda no tuvo de otra más que seguirlo, incómodo.
Era una situación incómoda.
—Lo lamento... Solo no vuelvas a preguntar por eso. Me es incómodo, algo personal.
A pesar de recibir ánimos y una disculpa, no dejó de mirar el suelo.
Se estaba maldiciendo a sí mismo sin parar, pensando en que ya había arruinado todo, en que Byron ahora lo odiaba y se disculpaba solo porque le tenía pena.
Pues eso es lo único que da, pena. Es un chico tan patético, lo único que podía recibir de la gente era su pena por lo estúpido que se veía deprimido a diario.
Ahora entra la pregunta, ¿también él se sentiría así de mal por un error?
Ambos jóvenes se sentían realmente incómodos ahora.
Aún así siguieron caminando uno al lado del otro, bajaron las escaleras y caminaron aún más hasta llegar afuera de la escuela, en el patio. Habían unas mesas cerca completamente desocupadas, y ahí fue a dónde el mayor guió la caminata.
Silencio... El viento sopló, llevándose a las próximas hojas de otoño consigo.
El patio estaba casi siempre vacío de no ser por el club de deporte que se encontraba haciendo lo suyo al aire libre.
Era incómodo pero tranquilo.
Edgar ya ni siquiera sabía que sentir.
—Ven, quiero preguntarte algo.
Volteó a ver hacia donde había oído la voz de Byron. Sin darse cuenta había estado hablando consigo mismo mientras miraba a la nada, de pie en medio de las mesas.
El chico ya se encontraba sentado en una de las mesas con la computadora en frente y miles de papeles más.
Edgar comenzó a caminar. Aún seguía con la idea de que había hecho enojar a la probablemente única persona que se dignaba a hablarle independientemente de su trabajo. Aún así acató la orden sin titubear.
Se sentó del otro lado de la mesa, quedando frente a frente al jefe del consejo estudiantil.
—Las luces fosforescentes... ¿Dónde las compras y a que precio? Si puedes dime sus tamaños y formas.
Todo se trataba del trabajo, claro.
Nunca estaría interesado en una amistad.
Edgar suspiró, tratando de recordar el precio de aquellas luces que compró el año pasado para pasear con Colette la noche de brujas anterior... Comenzó a abrir su mochila, sacando de nuevo el tupper en el que estaba su preciado flan.
Lo dejó en la mesa, tomó la pequeña cuchara que había dentro y pensó.
—Hay una tienda cerca de la casa de Colette que vende cosas de Halloween. Todas son muy baratas, los bastones de luz medianos cuestan apenas cincuenta centavos.
Byron lo miró alzando una ceja, y Edgar respondió haciendo un cálculo con las manos del promedio del tamaño de las luces.
—Así, más o menos. También venden cuatro pequeñas por un dólar, y las largas...
De nuevo, hizo trató de mostrar el tamaño con sus manos.
—... Así... Cuesta tres.
Muy baratas. Byron comenzaba a dudar de su calidad, pero no cuestionó nada al respecto. Continuó escribiendo, dejando a Edgar esperando una respuesta de su parte.
Se resignó, y prefirió comenzar a comer su flan.
Iba bocado tras bocado en completo silencio mientras miraba la zona de la piscina de la escuela. A su mente vino una idea loca, de repente le apetecía lanzarse al agua y darse un chapuzón. Nunca había entrado ahí, nunca tuvo la oportunidad, y tampoco estaba dispuesto a usar traje de baño. Sentía asco de su cuerpo y no quería mostrarlo.
Así pasó un rato junto al otro... En silencio total, Byron trabajando y Edgar sobreanalizando cosas como de costumbre, cada quién haciendo lo suyo.
El flan sabía tan bien como el día anterior. Agradecía muchísimo la bondad de la señora Birdie en ese momento...
Entonces miró a Byron, un poco ansioso...
—Oye.
El chico alzó la mirada. Su rostro serio lo ponía de nervios. ¿Por qué no podía estar siempre igual de cariñoso? Extrañaba oír el "está bien" de su parte, era más divertido que verlo siempre serio y aburrido.
Edgar suspiró mientras dejaba la cuchara a un lado...
—¿Te gustaría probar?
La única respuesta que recibió fue una cara de confusión.
—Mi amiga hizo este flan... Está realmente delicioso y quiero presumirlo...
—¿Quieres presumirme que tu amiga cocina? La mía también lo hace.
Byron respondió con un tono burlón, él solo carcajeó mientras empujaba el tupper.
—Vamos, pruébalo. Me gustaría que un día le dijeras que cocina increíble. Ya sabes, para subirle los ánimos.
El viento volvió a soplar en silencio. El mayor cerró los ojos resignado y estiró su brazo hasta tomar el tupper. Era un trozo grande, parecía que habían hecho demasiado flan para dos personas y tuvieron que dejarlo de almuerzo.
No se molestó, hasta eso sonrió. El olor a caramelo era exquisito, y era increíble que pudiera conservarlo después de un día entero.
Con la pequeña cuchara tomo un trozo y le dió una probada...
No mentía, realmente estaba delicioso.
Byron miró a Edgar con una sonrisa en el rostro, el mismo chico sonrió de vuelta mientras se recargaba sobre la mesa, mirándolo fijamente justo como Colette había hecho con él el día anterior.
—¿Y bien?
El mayor rió contento.
—De acuerdo, recuérdame que le debo una felicitación a tu amiga por esto.
La sonrisa en el rostro de Edgar se expandió...
Y la incomodidad se marchó con el aire.
. . .
—Nos vemos después. A la hora del club te quiero esperándome aquí, ¿entiendes?
El chico de la bufanda asintió rodando los ojos.
—Ya pareces mi nuevo padre.
Su superior hizo exactamente el mismo gesto.
—Te veo más tarde. Tengo que ir a una reunión.
Ni siquiera le dió tiempo de responder a eso, pues para cuando se dió cuenta el mayor ya se había marchado...
El pasillo estaba vacío... Aún no había gente dentro del salón más que algunas personas, pero la campana aún ni siquiera había tocado.
Silencio... Soledad total.
No iba a negar que ver todo tan vacío lo ponía nervioso, estaba demasiado acostumbrado a ver gente ahí.
Estaba dispuesto a abrir la puerta del salón de clases cuando escucho un ruido detrás de él... Volteó, no pudo ver a nadie más que a un pequeño chico de cabello tintado de verde, mirándolo fijamente... Sin decir ni una palabra.
Edgar mantuvo un rostro amenazante para ver si lograba ahuyentarlo, pero seguía ahí de pie...
Vaya situación incómoda.
Se dió la vuelta y lo miró de vuelta.
—¿Necesitas algo?
El chico no respondió...
—Eh... ¿Eres nuevo? ¿Estás perdido?
Y tampoco tuvo respuesta... El chico de cabellos verdes solo lo miraba sin decir nada.
—¿Hola? ¿Eres mudo o qué? Lárgate de mi vista, coño.
Y sin embargo, apenas se aproximó a abrir la puerta del salón de nuevo, el chico lo tomó del brazo.
—¡Ugh! ¿¡Ahora qué mierda quier-...!?
Escuchó un estruendo aproximarse...
Esa parte no la esperaba en absoluto.
. . .
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