Unique; Adagio
(Aconsejo muchísimo el escuchar las piezas clásicas mencionadas al leer este OS, así como les recomiendo comenzar la lectura con Sonata para Violín n°6 de nuestro maestro Niccolò Paganini).
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Su música llegaba a los rincones más recónditos del lugar. Deleitaba los oídos de cualquiera, sonando tan triste y melancólica como solo él podía plasmarla. Se sentía el desespero en cada una de las notas, tratando de expresar lo que a él le gustaba llamar su agonía.
Sherrinford Hope no era el mejor violinista según la crítica, pero sí lo era a los ojos de mucha gente. Personas que se sentía identificada con su música y desespero.
Para los ojos de John Watson, en específico, la manera en la que aquel sujeto manejaba el violín era simplemente exquisita.
Oh, ¡y sus valores! Si su musica de por sí lo deleitaba, no podía ni expresar lo mucho que le fascinaban los valores que cargaba Sherrinford Hope.
Jamás se había mostrado al público, tocándo de espaldas a la multitud y con los reflectores apagados. Solo una vez se logró saber el motivo de ésto, pero nunca el emisor de dicha explicación.
Aún recordaba John aquella mañana en la que tomó el periódico y plasmado en medio de éste leyó, impresionado, las siguientes palabras:
«¡Ignorante es el que desea verme el rostro! Mas soy como cualquier persona de las miles que ven día a día.
Las notas deben ser apreciadas por sí solas, no a mí que estoy detrás de ellas ¿Por qué habría de importarles mi apariencia, cuando es mi música lo que les ofrezco?»
Temblaba con solo recordar aquel suceso. El día anterior se había anunciado que la próxima edición revelaría al fin el rostro del infame Sherrinford Hope, conseguido por una de sus mejores paparazzis; Molly Hooper. Pero, en cambio, solo aquel mensaje había aparecido. La prensa se disculpó inmediatamente, mencionando que tanto la foto como la información habían desaparecido misteriosamente y Hooper nunca quiso hablar al respecto.
Todo lo que rodeaba a Hope era misterioso; tanto su apariencia como su nombre.
Los periódicos llorarían con tal de desvelar todo lo que le rodeaba, pero jamás lo habían logrado.
De igual manera, eso no les impedía hablar mal de él cuando querían, recelosos del que su enigma fuese tan difícil de descifrar.
«¿Es siquiera Sherrinford Hope su verdadero nombre, o también nos engaña con esto?»
«Su música trata de un sentimiento puro cuando su completa existencia es un engaño»
«¿Por qué considerar a Hope como el futuro Niccolò Paganini, siquiera merece este titulo?»
Esas y más frases decoraban los titulares de cada mañana.
La prensa era amarillista, querían destruir lo que creían que era el poco espíritu del violinista y John los odiaba.
No, los detestaba.
Creía no poder sentir algo tan fuerte como el odio hacia aquella gente. Y era porque John lo sabía, entendía el que Hope no quisiese mostrarse y lo hermoso de su filosofía.
La música era arte, no podía ser considerada de aquel mundo y se veía sucio el que se tocase por manos de un simple mortal. Comprendía totalmente el amor que el violinista sentía por las notas, a tal punto que no se creía merecedor de poder interpretarla. Por eso se había ocultado, por eso detestaba que reclamasen más su rostro que música.
Y la persona a la que John más detestaba era Sherlock Holmes.
Un estúpido periodista de bajo calibre que se hizo famoso tras criticar abiertamente a Hope reiteradas veces. No eran criticas normales, no eran a lengua suelta si no justas y precisas. Holmes no hablaba en su columna de lo cobarde que era el violinista al no mostrar su rostro; no. Él criticaba su música y la criticaba de la peor manera.
A John le llenaba de cólera aquello.
La musica de Hope era magia, los comentarios de Holmes eran realidad.
Desvaloraba su música, la criticaba y se burlaba cuando Sherrinford extendía una nota más de lo que debería.
«La música que tocas debe ser honrada al violinista que la compuso, no a tu propio criterio, Hope. Si tanto quieres modificar las piezas de arte, crea una propia y hundete con ella.» Había sido la última crítica que se publicó en nombre de Sherlock Holmes.
La fecha de publicación era hoy, 30 de Abril de 1950.
Y esa mañana, John destrozó el periódico, tomó las entradas del último concierto que presentaría Hope esa temporada y se deleitó con su música una vez más.
¡Era increíble, casi hipnotizador! ¿Alguna vez escucharon algo tan hermoso que tan solo quisieron cerrar los ojos y mecer la cabeza al son de aquella música? Así se sentía John, ahora sentado uno de los últimos asientos del teatro.
Ahí era donde él creía que más se apreciaba el violín, el sonido rebotaba en las paredes detrás suyo y se ahogaba en los codiciados 24 caprices.
Las 24 piezas que se agrupaban bajo el nombre de "Caprichos", compuestas por Niccolò Paganini, eran tocadas mágicamente por su increíble emisor. Algo que se había comprendido al pasar el tiempo, es que Hope tenía un afán por Paganini, siempre tocaba sus piezas con total destreza.
No podía dar fe a lo que oía, solo sabía que aquellas notas lo llevarían a la mismísima locura. Cerró los ojos unos minutos, en el aquel minuto el lugar se inundaba con el capricho n° 9, La chasse.
Y sin realmente darse cuenta, porque se encontraba tan sumergido en la música que ni podía asegurar su propia existencia, quedó dormido.
Soñó con la silueta de aquel alto hombre, de espaldas como siempre la había visto. Sentía la tensión en el aire e incluso entre sueños aún escuchaba su música. El rostro giró y dos luces lo cegaron.
Despertó de inmediato, sintiendo como alguien lo sacudía y ponía una linterna en su rostro.
Desesperado por no reconocer el lugar donde se encontraba, giró su rostro unas cuatro veces, perdido. Luego, volvió a mirar aquella linterna que le impedía la vista de su despertador. La quitó con molestia y soltó una maldición.
- Perdona, creí que estaría drogado −escuchó que alguien reía. Todavía le costaba enfocar la mirada luego de tan intensa luz.
- ¿Dónde estoy?
- Teatro Lyceum, Londres. Señor...
- Watson −culminó y frotó sus parpados− Disculpe... la función de Sherrinford Hope...
- Terminó hace media hora, no queda nadie aquí −volvió a reír infantilmente, burlándose de él.
John frunció los labios, ofendido.
- Discúlpeme de nuevo, ¿Señor de seguridad... imagino? −su vista comenzaba a ser normal y levantó la mirada, retándolo− ¿algo que le haga gracia?
- ¿Yo, seguridad? −sabía que otra carcajada se aproximaba, pero fueron interrumpidos por alguien más.
- Nos vamos, apúrate −le exigió aquel elegante señor vestido de traje y corbata.
- Estoy ocupado, Mycroft.
El aludido arqueó una ceja.
- Y yo lo he estado por más de dos horas y media, Sherlock. Nos vamos −sin dejarle refutar, miró su reloj apresurado, tomó el estuche que había dejado en el piso y avanzó ante la atónita mirada de John Watson.
Observó como aquel que había decidido molestarlo se retiraba y carraspeó. Todavía no procesaba del todo qué sucedía ahí.
- Imagino que no se querrá quedarse aquí solo, Señor Watson −le llamó antes de salir, sacudiendo un par de llaves frente a él− menos toda la noche. He escuchado que este teatro está embrujado.
John se paró, carraspeó una vez más y lo siguió en silencio. Una vez que estuvieron caminando por la calle y comenzaba a volverse incómodo el hecho de que no se separara del singular par, interrumpió.
- Tú... −trató de comenzar− ¿Sherlock... Sherlock Holmes?
- El mismo −asintió con picardía en sus ojos.
- Y usted −señaló al hombre mayor y pasó su vista por aquel estuche de violín. Tragó en seco− no quiero ser irrespetuoso pero ¿Es usted acaso... el magnifico Sherrinford Hope?
El que se hacía llamar Mycroft abrió la boca para contestar, siendo interrumpido rápidamente por Sherlock.
- No se lo vayas a decir a nadie, es muy tímido.
El elegante hombre soltó un chasquido de irritación y frenó su paso.
- No comprendo −Watson miró a los dos hombres.
- ¿Desilusionado?
- Jamás −negó rápidamente− me importa nada la apariencia mientras sus manos continúen haciendo magia, Señor... ¿Hope... Mycroft?
- Dile Hope −interrumpió nuevamente el menor con una inusual sonrisa avergonzada.
John lo pasó por alto.
- Oh, sí, señor Hope. No comprendo que anda haciendo con éste animal.
La sonrisa se borró.
- ¿Animal? −cuestionó ofendido, Mycroft rió por lo bajo.
- Usted es Sherlock Holmes, no puede esperar que le tenga algo de estima luego de que yo admiro el trabajo de...
- Mi hermano.
- ¡Su hermano! −exclamó sin creerlo. Le parecía una total ridiculez.
- Sí, yo reaccioné igual cuando mamá tuvo a Sherlock. No te culpo −suspiró el más grande de los tres y reanudó el paso. Los otros dos le siguieron.
- Y usted critica de esa manera a su propio hermano, increíble −continuó Watson, incrédulo.
- Bueno, nunca me ha caído bien Micky. Bien merecida las tiene.
- ¡Oh, cómo pudiste! −exageró su hermano mayor, burlándose− mi música está hecha para llegar al corazón de las personas, esas críticas destructivas me hacen tener noches de insomnio en las que solo pienso en tristes melodías. Yo, Sherrinford Hope, no soy nadie ante tales críticas, porque ni siquiera puedo ser sincero conmigo mismo.
Los dos hombres se miraron, retándose.
- ¡No diga eso, señor Hope! −interrumpió el más bajo, abatido− su música es increíble, no deje que criticas estúpidas como las que publica Sherlock Holmes le bajen el autoestima.
- Mejor déjelo, señor Watson −llamó el periodista sin apartar la mirada de su hermano− omitiré que clasificó como estúpido a mi trabajo y le haré una pregunta aún más interesante... ¿También quiere entrar o ya nos ha seguido lo suficiente?
John cayó en cuenta tarde. Se encontraban en el pórtico de una gigantesca casa y él estaba invadiendo. Se sonrojó ante la intensa mirada de burla que le dirigía y bajó la cabeza.
- Disculpe las molestias, Señor Hope −ignoró al menor− ha sido un inesperado placer poder conocerlo y tenga por asegurado que no diré nada sobre dónde vive o su apariencia. Buenas noches.
Y apenas pudo, salió casi corriendo de aquel lugar.
Pasó mucho tiempo para que John Watson volviese a ver a aquel singular par junto, pero llevarnos directamente al momento en el que su vida cambió para siempre sería adelantarnos demasiado. Viajamos al 18 de Junio del mismo año, la primavera terminaba y le abría paso al verano más fresco que nuestro individuo había sentido en su vida.
Esta vez caminaba por las calles de Italia. Se había tomado unas vacaciones de su cansador trabajo como médico y no podía pensar en mejor país que aquel. Cuna de Antonio Stradivari y nación de los mejores violinistas escuchados.
Paseaba por las calles de la pequeña ciudad de Parma, canturreando por lo bajo alguna canción escuchada por la calle. La situación posguerra no parecía desfavorecer la hermosura de Italia y mucho menos su economía como él había creído. Aquella ciudad lo había fascinado desde pequeño pero era la primera vez que la visitaba y se encontraba feliz de por fin pisar aquella tierra. Orgulloso melómano como lo era, ir a Italia fue uno de sus primeros y únicos sueños.
No estaba para nada defraudado. Los colores brillantes, las personas alegres, música por doquier...
¡Bella Italia, bellísima!
Se acercó sonriente a un vitral donde exponían distintos violines y los examinó fascinado. Ojalá él tuviese la destreza para manejar uno de aquellos, pero nunca había sido capaz. Se había resignado a apreciar el arte desde lejos y maldecir el haber nacido con semejante bruteza en sus manos.
- Extraordinarios ¿verdad?−comentó un hombre al lado de él. John se sorprendió que hablase inglés.
- Ciertamente −deslizó su atenta mirada por aquellas piezas de arte y suspiró− realmente me gustaría tocar uno, aunque soy bastante consiente de que jamás lo haría bien.
- Si quiere puedo tratar de enseñarle... Señor Watson.
El medico levantó su mirada al fin, reconociendo al individuo frente a él.
- Sherlock Holmes−murmuró con desagrado. Todavía no acostumbraba que aquel hombre fuese hermano de su violinista favorito.
- El placer de verlo es todo mío−comentó irónicamente.
- ¿Qué lo trae por Italia, Holmes?
- ¿Qué me trae a mí? Mi país de origen es Italia, señor ¿... podría decirme su nombre y así dejar de llamarlo tan formalmente?
- John, John Watson. ¿Entonces...?
- John −sonrió encantado− mis padres son italianos, aunque me crié en Inglaterra desde pequeño. No puedo negar que es mucha coincidencia encontrarlo aquí cuando hace unos meses lo vi en otro país. Casi pareciese que el destino nos quiso juntar.
- Destino le dice usted, mala suerte le diría yo.
- ¡Y hasta me ofrecí a enseñarle a tocar el violín!
- No sabía que usted sabría de violín, considerando el horrible gusto que tiene y a quién critica. Que por cierto, aún no me acostumbro en que sea su mismísimo hermano.
- Oh, sí. El grandioso "Sherrinford Hope" −carcajeó provocándolo− no me termina de gustar su música. No se confunda, John, soy tan melómano como usted puede serlo, pero no me termina de convencer el que se modifiquen las piezas originales porque alguien se pone sentimental. Extender las notas más de la cuenta, cambiarlas y todo lo que venga me parece desagradable. Hope debería corregir aquella actitud, ser más exacto al momento de tocar y dejar sus problemas abajo del escenario.
- Se equivoca. Él es magnífico.
Otra sonrisa.
- ¿Y en qué se basa su grandiosa deducción, Watson?
- La manera en la que se expresa puede decirlo todo, Sherlock.
- ¿La manera en la que se expresa?
- ¡Pero claro! −exclamó− no puedo hacer más que imaginarlo deslizar sus manos por las cuerdas y sacar magia de ellas. Sí, magia. He ido a cada concierto que presentó en Inglaterra desde su debut y puedo decirle que con cada uno de ellos me quitó el aliento.
- ¿Quitarte el aliento? −repitió por lo bajo, abochornado.
- No me digas que nunca lo has sentido. Esa opresión en el pecho al estar escuchando algo magnífico. Te sientes lleno, te lagrimean los ojos porque sientes, ¡sientes...! No puedo ni explicarlo en palabras, por Dios, simplemente te deshaces junto a ello.
Oh, claro que Sherlock Holmes sentía aquello. Lo sentía ahí mismo y no sabía como controlar tantos halagos juntos.
- Gracias −murmuró bien despacio y sin ser escuchado.
Eso era todo, simplemente no podía más. Todo el tiempo buscando una razón para odiarse al interpretar música y comentarios como aquellos le hacían sonrojarse de lo preciosos que sonaban.
Tanto tiempo criticándose a él mismo porque no soportaba el no respetar las notas de sus antecesores en el violín. Tanto tiempo escondiéndose bajo el nombre de Sherrinford Hope porque le avergonzaba que alguien tan frío y calculador como él no pudiese contenerse al tocar música.
Oh, pero John Watson...
Escuchar a John Watson halagarle era mejor que escuchar cualquier pieza de arte.
- ¿Aceptarías mi oferta? −se animó a pedir, todavía cohibido− déjame enseñarte a tocar el violín.
Lo vio dudar. Y cómo no, a sus ojos no era más que el vil hombre que criticaba a su ídolo a diestra y siniestra.
- ¿Su hermano le ha enseñado a usted?
- Se podría decir −sonrió a medias.
- En dicho caso, bien. Acepto, no podría rechazar algo así −le sonrió de regreso.
Sin decir más, Sherlock comenzó a caminar sin mirar atrás. No necesitaba girar para saber que el más bajo le seguía a pocos centímetros de distancia.
- ¿A dónde vamos?
- A mi hogar. Ahí podré enseñarle lo básico. Considérelo como clases particulares.
- ¿Estará su hermano?
Su hermano, su hermano, su hermano.
Sabía que John solo preguntaba por Mycroft porque creía que era Sherrinford Hope, pero ciertamente le irritaba.
¿Era posible que estuviese celoso de su propio alter-ego?
- No, está preparándose para su concierto en Génova el 2 de Julio −bufó y aceleró el paso.
- Debí imaginarlo. Tengo entradas para ese concierto.
- Como sea ¿Cuanto tiempo se queda en Italia, John?
- quince días, no mucho −se lamentó− pedí vacaciones en el trabajo. Capaz y si ruego mucho, pueda expandirlo a veinte, pero no más de eso. Decidí venir a Parma porque...
- La tumba de Niccolò Paganini −adivinó.
- ¿Cómo lo supo?
- Oh, por favor John, es sueño de todo amante del violín poder conocer la tumba del mejor. Paganini es, fue y será lo mejor. Ya habré ido unas veces, pero avíseme cuando quiera conocerla. Lo acompañaré.
- No creo qu-
Frenó en la entrada de una residencia y sacó de su bolsillo un juego de llaves, entrando sin más al lugar.
- ¿Esta vez si entrará? Aunque no es la misma casa, claro −sonrió divertido.
John sonrió con él. Capaz Sherlock Holmes no era tan malo como creía que lo era.
El lugar era enorme, pero no tanto como la mansión que había visto en Inglaterra. Ciertamente eran una familia adinerada, se sentía pobre al lado de las estatuas de mármol que adornaban el lugar.
- Hermoso lugar −señaló.
- Y eso que no has visto mi habitación−soltó otra risa de burla− Disculpa, a mamá le encantan estas cosas así que no te asustes si una estatua se mueve de pronto. Deben tener siglos.
- Ya veo −carraspeó y observó un violín apoyado en la mesa− ¿éste es suyo?
- Sí, lo lamento. Normalmente no lo dejaría descuidado como lo ahora, salí a conseguir cuerdas y olvidé comprarlas cuando lo vi a usted. Puede usar el de repuesto; me temo que yo no podré acompañarlo hoy. Simplemente le enseñaré lo básico y ya veremos para la próxima.
Era en parte cierto, aunque le venía como anillo al dedo el que John no lo escuchase. Podía hacerse pasar como otra persona, sí. Tocar de otra manera y así no lo identificaría jamás, pero no confiaba en su pasión y en lo descontrolado que se ponía al tocar. Literalmente dejaba el alma en ello y cuando se menos diese cuenta, estaría tocando "a la Sherrinford Hope. "
- Una lastima, me hubiese gustado escucharlo y así criticarlo de la misma manera en la que critica a mi ídolo −dijo con burla.
Sherlock lo miró con gracia.
- No se hace una idea de lo triste que me pone el que no pueda hacer eso.
Le entregó el otro violín y comenzó a enseñarle lo básico. En verdad no mentía cuando decía que el mayor tenía cero manejo del instrumento. Sin embargo, se divirtieron. Sherlock trató de ocultar la sonrisa de felicidad que danzaba sobre sus labios, pero le era imposible.
Siempre se había clasificado como un hombre solitario quien no necesitaba más que a su propio violín para sentirse complacido. Poco a poco había comenzado a tocar acerca de su soledad y cuando menos se había dado cuenta, ya personas lo admiraban por aquello.
Era patético. Mycroft tenía razón. No era sincero con él mismo y nunca lo había sido.
¡Quería poder expresarse sin que lo juzgaran, quería la compañía y calidad de una amistad o pareja! Se sentía solo y desdichado, preso de una personalidad alterna a la cual no le permitía salir.
Quería seguir viendo a John Watson día a día, con la vaga excusa de unas clases de violín.
¿Era egoísta? Desde un comienzo lo había sido. Otra vez no estaba siendo sincero, le costaba admitir lo que quería en voz alta. No le importaba mentir un poco más con tal de sentir aquella cálida presencia a su lado por un tiempo más.
Y así los días en Parma fueron pasando. Lo que había comenzado como una tonta clase de violín se había forjado en una extraña amistad. Paseaban por Parma, jugaban a "adivina el clásico" como les gustaba decirle y se divertían juntos.
Sherlock tocaba de manera mecánica, algo totalmente diferente a lo que tocaba cuando se escondía en las sombras de su seudónimo. Temía que John lo descubriese, temía romperle todas las expectativas que tenía sobre aquel hombre que era su ídolo, que se diese cuenta que no era más que un simple mortal el cual tenía errores y muchísimos fracasos.
Ese día el menor tocaba nervioso. Tenía muchos sentimientos encontrados y temía descontrolarse.
- Capricho n° 14, El Diablo de la Risa. -adivinó su rubio amigo con una sonrisa. Jugaban a su juego favorito, adivinar clásicos. Lo que había comenzado como una actividad para practicar había pasado a ser algo unilateral. Sherlock tocaba, John adivinaba. Se había resignado a aprender hacía días y ahora era una simple excusa para ver a Holmes.
- Bingo.
Se miraron unos interminables segundos, siempre hacían lo mismo una vez que la pieza terminaba. Dejaban un espacio donde la paz reinaba y el silencio otorgaba.
- Mañana es el concierto de Génova. Salgo esta misma noche para allá y luego de eso vuelvo para Inglaterra -le comentó John medio nervioso- ¿vendrías conmigo? Q-quiero decir... tu hermano es quien tocará. Seguramente querrás estar ahí.
- No creo poder ir -dijo con real lastima. Le hubiese encantado aceptar la cita que con tanto nerviosismo le proponía su amigo.
- Ya veo... Creí que cambiarías de opinión sobre Hope si escuchabas a mí lado. Nada importante.
Eso decía, pero la desilusión estaba perfectamente pintada en sus ojos.
- Aunque...
- ¿Aunque? -no pudo evitar soltarlo con emoción. Carraspeó.
Sherlock mandó todo al carajo.
- Iré. Está bien, acepto ir contigo.
Oh, se estaba metiendo en un gran lío.
Ciertamente John Watson lo estaba volviendo irremediablemente loco.
- ¿Seguro? dijiste que-
- Nada. No dije nada. Iré, confía en que iré.
Otro silencio.
- ¿Cual es tu melodía favorita, Sherlock?
El ojiazul se sorprendió. No creía poder más con aquello. Tenía todas las señales para avanzar y aún así se contenía por un tonto secreto. Sin decir mas, tomó su violín y se preparó mentalmente. Tocaría sin límites. No se pondría mas barreras a la hora de sentir y expresaría todo lo que sentía. Lo acomodó bajo su mentón y posicionó el arco sobre las cuerdas.
Le cygne era una pieza exquisita. Originalmente compuesta para chello y acompañada de un piano, no le hacia justicia suficiente al tocarla de improvisto. Compuesta por Camille Saint-Saëns, Le Cygne o mejor llamada "El Cisne" era la decimotercera pieza de la famosa obra "Le Carnaval des animaux" y por excelencia su pieza favorita.
Y no se equivoquen, Sherlock admira con su alma a Niccolò Paganini y lo considera por lejos su violinista favorito, pero no expresaba la tragedia como lo hacía Saint-Saëns. Incluso en violín seguía siendo una abrumante melodía llena de pasión y sentimientos.
Y expresaba con claridad lo que a él se le hacía tan confuso. La música era su lengua favorita.
Tragó en seco, tenía los ojos cerrados y temblaba como una hoja. Jamás había sido tan sincero como lo había sido tocando aquella pieza. Ahora sería descubierto, se había quitado su mascara y seguramente John ya había reconocido el estilo de Hope en sus notas.
Sintió una mano sobre su cabello y se vio obligado a abrir los ojos. Ahí estaba ese hombre que tanto le confundía, sonriéndole de una manera que jamás había visto.
- Eso fue hermoso, Sherlock -comentó.
- ¿Ah, lo fue?
- Sí, aunque jamás lo había escuchado. Me tienes perdido.
El menor no entendió.
- ¿Perdido?
- Sí, perdí el juego. No tengo ni la más mínima idea de cual sea ese clásico.
- Oh, pero no era para eso -murmuró.
- Fue extraño en un principio pero no respetaste las notas. Te expresaste y mostraste perfectamente. Deberías de tocar así más seguido.
- Gracias...
- No tienes porqué agradecer -se rió- tu hermano te ha enseñado perfectamente.
Sherlock quedó descolocado. No lo podía creer.
¿Era tan estúpido como para no darse cuenta?
- Oh -forzó una sonrisa- no creo estar a la altura de Sherrinford Hope, no digas esas cosas.
- Entonces al fin admites que es un excelente violinista.
El ojiazul se encogió de hombros. Su humor se había arruinado totalmente.
- Asumo que sí. Felicidades John, lograste que admita lo bueno que es mi hermano.
Se notó el cambio de ambiente inmediatamente.
- ¿Pasa algo?
Contuvo las ganas de llorar.
- No. Debería irse, Watson. Está anocheciendo y usted tiene un viaje que hacer.
- No comprendo porqué volvimos a hablarnos formalmente, Sherlock.
- No es nada. Insisto en que se vaya, todavía tiene maletas por hacer.
El mayor no dijo nada. Se quedó mirando unos segundos a los ojos ajenos y, luego de que Sherlock bajase la mirada, suspiró.
- Nos encontraremos mañana en Génova, supongo -murmuró y cerró la puerta detrás de sí.
Ninguno de los dos pudo dormir esa noche.
Y por favor, compréndalo. Tanto tiempo oculto, tanto tiempo de que no lo tomasen con seriedad y, cuando al fin se había decido mostrar, no lo reconocían. Era frustrante el simple hecho de haber esperado tanto y recibido tan poco.
Acarició el diapasón del violín y el primer sollozo inundó la estancia.
A este punto ¿Por qué lo hacía, por qué seguir escondiéndose? Había terminado preso de lo que se suponía que era él mismo. Quería salir, quería gritarle a John que él era Sherrinford Hope pero su mismo seudónimo se lo impedía.
¿Qué esperaba luego de que John se enterase? ¿Que le correspondiera?
¡Qué le iba a corresponder, si él mismo no sabía que sentía!
Tomó su violín. Estaba triste, estaba furioso y sobre todo, estaba frustrado.
Acomodó su mentón sobre el instrumento y comenzó a tocar. El capricho n°5, traído a la vida por quien mas admiraba, era ahora víctima de su desespero.
Comenzó triste, replanteándose el porqué de sus mentiras.
John lo admiraba a él. No, admiraba a Sherrinford Hope ¿Pero qué sentía por él?
Qué sentía por Sherlock Holmes, aquel despechado hombre que ahora tocaba con amargura ¿Qué sentía por la persona con la que compartió su última semana?
Su amargura se volvió impaciencia y sus frustradas lágrimas bailaron al ritmo del clímax de aquel capricho. Ya no había pasión, no había ritmo. Simplemente se desquitaba con el pobre instrumento y parecía estrangular alguna clase de animal.
Detestaba aquello, maldecía el día en el que había comenzado a criticar propia música porque se odiaba a sí mismo.
Y odiaba haber conocido a John Watson de aquella manera, y odiaba haber dicho que su hermano era Hope, y odiaba haber usado su nombre real como crítico...
Y odiaba, y odiaba, y odiaba ¡Odiaba a Sherrinford Hope!
John admiraba a su alter-ego y por ende, si revelaba su identidad, comenzaría admirarlo a él. Y solo sería eso, admiración. Una tonta y absurda admiración que sería confundida por algo más si llegaba a confesarle sus sentimientos alguna vez.
Oh, y el estúpido médico le correspondería porque era el grandioso Sherrinford Hope, símbolo importante de su estúpida melomanía.
Estúpido, sí. Todo aquello era estúpido y lo frustraba hasta la médula. Rió aún con lágrimas sobre sus mejillas y paró de tocar.
Tenía los sentimientos a flor de piel.
Si admitía ser quien era ahora, el mayor diría que lo admiraba y jamás sabría si sus sentimientos se debían a la admiración que sentía o si eran hacia su verdadera persona. Si no le decía nada y decidía avanzar como Sherlock Holmes, mintiéndole y evitando que se enterara, lo odiaría de por vida por aquello.
Y llegando a su punto de quiebre, aún frustrado y odiando su maldita existencia, tomó el instrumento por su mango y lo estampó contra el suelo. Seguido tomó un largo respiro y cayó al suelo junto a los pedazos de madera. Agradecía al cielo que aquel fuese el violín de repuesto.
Mismo violín con el que John había tratado tanto de aprender, tocándolo con delicadeza y miedo. Sintió remordimiento al instante y trató inútilmente de unir las piezas destrozadas.
Escuchó unas llaves y de pronto la puerta de la estancia se abrió. No tenía caso alzar la mirada, sabía quien era y lo patético que se vería ante él.
- Por favor dime que ese no es el Stradivarius que tanto le costó a nuestro padre.
Sherlock negó con desgana y sintió los pasos de Mycroft acercarse.
- ¿Me quieres contar? -lo vio agacharse y quitarle las piezas de madera de sus finas manos.
- ¿Te burlarás?
Su hermano sonrió y comenzó a alzar el desastre que se había hecho.
- Depende que tan dramático seas, pequeño hermano.
Y mientras ambos hermanos se sentaban en el suelo como cuando eran niños y se contaban cosas, Sherlock le contó con lujo y detalle absolutamente todo.
En la otra punta de la pequeña ciudad de Parma, John Watson hacía sus maletas con miles de cosas en mente. No comprendía que había sucedido tan de repente y su pecho presionaba insistente al no encontrar la razón.
Pensaba que había algo entre ellos dos, que se había formado una amistad y quedó sorprendido cuando volvió a ser tratado con formalidad. Perdonaba a Sherlock Holmes, no hacía falta aclararlo a ese punto. Su tiempo con él lo había convencido de que era una persona increíblemente culta e interesante con la que se podía pasar un rato ameno.
Fuera de lo que se hablara, el ojiazul siempre conocía del tema. Eso a John lo tenía fascinado. Quería explorar cada rincón de la mente de Sherlock y encantarse con cada cosa que pudiese contarle. Sentarse una tarde entera, como las que ya habían tenido, y simplemente charlar sobre todo un poco.
Además de la música, el médico no podía disfrutar más que una mente erudita.
Terminó con sus maletas y con cansancio se dirigió a la calle. Podría dormir en el bus.
Aún recordaba la cara de su "maestro de violín" cuando lo miró por ultima vez. Estúpido era al haberse ido con tanta facilidad, debió de haberle preguntado que le sucedía o si había dicho algo que no tenía. Porque ahora, no importara qué tan cansado se sintiera, no iba a poder dormir pensando en aquellos tristes orbes.
Orbes de los cuales, y confesaba con vergüenza, se había sentido encantado desde la primera vez que los había visto.
Sin duda Sherlock Holmes no era para nada el hombre que había esperado cuando leía sus columnas. Que aún no concordaba con ellas, por cierto. Pero había desarrollado cierto aprecio al menor y habían dejado de molestarle. Simplemente era una opinión ajena e irrelevante a la suya.
Cuando al fin estuvo en el transporte, suspiró. Hubiese querido dormir, pero ya lo haría cuando llegara al hotel en unas horas. Lo único en lo que podía pensar en ese momento es en cierto cabello rizado y una melodía de la que jamás supo su nombre.
Ciertamente hermosa, Le Cygne era perfecta para una noche como aquella. Uno la repetía en su mente, el otro la reproducía en su violín.
Al día siguuente, Sherlock Holmes caminaba de un lado a otro nervioso. Demasiado nervioso. La charla con su hermano y la conclusión a la que habían llegado lo tenían con el corazón en la garganta. Sus manos sudaban y no podía concentrarse en su instrumento.
Ya estaba en Génova y la función empezaría en menos de una hora. El teatro se llenaba y debería de estar practicando lo que haría, pero no.
Claramente no podría.
Aún recordaba la noche anterior y las reprendidas de su hermano.
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- Oh, Dios mío. Me siento en una pieza de Chopin cuando te escucho -le había interrumpido su hermano a mitad de su relato.
- No estoy dramatizando -bufó molesto.
- ¡Claro que lo haces! -rió- ¿has leído Shakespeare últimamente, querido hermanito? Te noto más trágico que la última vez.
- Olvidalo -se levantó y sacudió sus ropas. Si bien contarle todo a su hermano había sido inútil, se sentía mejor al confesarlo todo.
Quería a John. No sabía cómo alguien podía meterse tanto dentro de su piel en tan poco tiempo pero solo había llegado a esa conclusión. Él tenía algo y Sherlock necesitaba de eso.
Quería arriesgarse por John Watson.
- Te estás ahogando en un vaso de agua, Sher. La respuesta está justo delante de tu nariz y no logras verla porque el amor te cega.
El menor frunció los labios en una mueca de disgusto. Odiaba cuando Mycroft se ponía como el más inteligente.
- Ilumíname si tanto sabes, estimado hermano mayor.
- Oh, ¡pero es tan simple! Increíble que el gran Sherlock Holmes, que siempre se mofó de saber todo y de dejar en ridículo a los ignorantes, no vea algo tan elemental.
- Mycroft... -suspiró con impaciencia.
- Jamás has tocado Le Cygne en escenarios.
Sintió un clic en su mente.
- Y entonces cómo iba a identificarme.
- Exacto -le señaló divertido- imposible reconocer a Hope en algo que él nunca tocó.
Sherlock se dejó caer nuevamente al piso, abatido.
- Grandísimo idiota -murmuró para sí mismo.
- Concuerdo. Ahora que resolvimos la incógnita, vamos a la solución. Le dirás a John Watson quién eres.
- Dejalo -negó todavía sin creer su estupidez- ya no tiene importancia. No importa qué haga, estoy en un punto de quiebre. Si le digo quien soy, confundirá sus sentimientos y pensará que su admiración es amor. Si no se lo digo, me odiará por mentirle.
El mayor de los dos suspiró.
- Sherlock, Sherlock... ¿Las biografías de los artistas siempre tienen que ser tan tragicas?
- No empieces de nuevo, por favor.
- En verdad lo digo ¿Te gusta ese hombre, verdad? Te llama la atención. Y no, por favor, no hablemos de tu de recién descubierta homosexualidad.
- Se podría decir que... -volvió a negar- No, podría nada. Me llama demasiado la atención. Es un hecho.
- ¡Entonces no hay más que discutir! Yo personalmente te ayudaré. Manos a la obra.
El ojiazul lo miró sorprendido.
- ¿Qué mosca te picó?
Mycroft le sonrió con ironía.
- Hoy me siento generoso, pequeño y tonto hermano menor. Vamos, levantate del piso. Tenemos mucho que hacer y el tiempo está en contra nuestra.
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-
Todavía no logro entenderlo -le dijo a su hermano. Revisó ansioso su reloj. Quince minutos para el show.
¿En verdad lo haría?
- Últimamente no entiendes nada.
- ¿Por qué hago ésto, Mycroft? -le ignoró- ¿por qué me siento tan atraído por un completo desconocido?Años la prensa trató de descubrirme y me negué rotundamente a ello. Ahora-
- Porque así de asqueroso es el amor, un maldito desubicado. Aparece cuando menos lo quieres y de la peor manera. Se ríe en la cara de la lógica y confunde tus acciones. Te estás enamorando.
- El amor es un hijo de puta -concluyó.
- Un brindis por eso, sin duda.
- Pero creo que hablo por los dos al decir que se siente bien no ser otro hijo de puta sin sentimientos. Esto -levantó sus manos temblorosas- por más horrible que lo tomes, me hace sentir vivo.
- Oh, Dios... -rodó los ojos, asqueado- por eso soy el más inteligente.
- No lo eres -lo miró con desagrado.
El elegante hombre sonrió.
- Lo soy. Al menos yo si logro entender lo que sientes, tú todavía intentas negarlo.
- ¡He estado con él 14 días! La pasé increíble, sí. Conocí muchísimo sobre él, sí. Pero es imposible qu-
- ¿Cómo es tu célebre frase? Oh, sí. "Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."
Sherlock siseó. No dijo nada sobre aquello, sería llevarle la contra a sus propias palabras.
- Es hora -susurró luego de un buen rato.
- Lo es.
Sherlock se puso de espaldas, Mycroft se quitó sus guantes y los reflectores se apagaron.
El telón se abrió y los nervios de Sherlock se descontrolaron.
Sí, definitivamente lo haría.
John estaba preocupado. Había quedado con el castaño y sin embargo no había aparecido. Se sentía dolido, abandonado. Todavía no comprendía por qué todo se había ido por el caño de un momento a otro.
Unas enormes ojeras adornaban su rostro, estaba claro que no había dormido nada.
Y para su propia sorpresa, lo menos que hacía era prestarle atención a Hope, que recién salía al escenario.
Quería ver a Sherlock, quería saber qué había pasado y pedirle perdón por algo que no sabía si había cometido. Simplemente quería estar bien con él nuevamente.
Sintió a la lejanía unos aplausos ¿Qué mierda hacía? Era obvio que él no se presentaría. Se sentó abatido en su asiento y miró un punto fijo. No podía disfrutar de la musica que sonaba y odiaba el no poder hacerlo.
Lo único en su mente en aquel momento era Sherlock Holmes. Con su mirada que tanto le había llamado, sus sonrisas pícaras y rulos encantadores. Sus largas charlas en donde citaba filosofía Platónica y Aristotélica, sus finas manos acariciándo el arco del violín y aquella melodía que no podía quitarse de la cabeza.
No era la melodía en sí, si no cómo había sido tocada.
Y como si la hubiese convocado, la comenzó a oír en el teatro. No lo podía creer.
Era esa, estaba seguro de que aquella era la melodía que Sherlock le había tocado.
Sherrinford Hope tocaba de la misma manera que había oído a su amigo hacerlo.
Tragó nervioso y sus manos comenzaron a temblar.
La triste melodía invadió sus oídos, provocándo que sus ojos se llenaran de lágrimas ¿Cómo había sido tan ciego?
Ahora podía oírlo claramente. Oía el mensaje que con tanto esmero se reproducía desde el otro lado del teatro.
«Estoy aquí, soy yo» parecía gritar en cada nota.
Había venido, no había roto su palabra después de todo.
Él estaba ahí.
Y tocaba aquella melodía solo para él.
Acompañado de un piano de fondo, la pieza sonaba exquisita. Eso era más que simple magia, era un sentimiento puro e invasor. Cada nota se adentraba en su corazón y no le permitían respirar con claridad.
Se ahogaba de la preciosura que sus oídos recibían.
Hasta el día de hoy, podía jurar que jamás había escuchado algo perfecto.
Las luces se habían encendido de un momento a otro y la identidad de Hope quedó al descubierto. Jamás paró de tocar. Mycroft Holmes tocaba a su par, concentrado en las teclas de su piano. Lo vio alzar la mirada y guiñarle un ojo.
Pero su vista inmediatamente volvió a Sherlock. Giró lentamente y lo vio inundado en lágrimas.
«Soy yo. Por favor, escúchame»
Él también lloraba. No sabía si eran las circunstancias, si era porque aquella melodía era increíblemente abrumadora o porque todo aquello era por él. Solo supo que lloró a mares mientras el menor se abría paso entre la multitud.
Iba hacia él.
Sus manos temblaron.
La última nota se escuchó justo a su lado. Los reflectores los iluminaban y la multitud los observaba.
Pero John solo tenía ojos para Sherlock.
- Sí viniste.
El menor sonrió.
- ¿Eso es lo único que dirás de todo esto?
John alzó los hombros. Tenían los ojos rojos y sus voces se escuchaban ahogadas.
- Es un comienzo.
- Se podría decir -suspiró- John, yo-
Una fuerte melodía le interrumpió. Observó a su hermano molesto y el simplemente le sonrió de regreso. Tocaba Sonata al Chiaro di Luna compuesta por Beethoven.
- Inoportuno -escuchó reír a su acompañante.
- En su idioma significa que nos larguemos de aquí y que hablemos bajo el "claro de la luna". Ciertamente inoportuno, pero no me molestaría hacerlo.
Tomó a John de la mano sin consultarle y lo jaló entre las personas. Escaparían de ahí, confiaba en que Mycroft se encargaría de todo.
Corrieron como dos maniáticos. Las calles de Génova eran estrechas y oscuras. Observó el cielo y sonrió por la ironía. Luna llena.
Cuando se aseguró de ya estaban lo suficientemente lejos, frenó en seco y observó a su acompañante. No le soltó la mano en ningún momento.
Se sentía cálido.
- Sherlock, odio tener que decirlo pero tengo un avión que tomar -informó John con lástima. Lo había olvidado, ese día regresaba a Inglaterra.
- Quedate -pidió y su voz salió mas dolida de lo que esperaba.
John entristeció más. Negó.
- No puedo, tengo turno en el hospital mañana temprano. Me despedirían...
Sherlock soltó su mano.
- Ya veo. Entonces aquí nos despedimos.
- Así creo -murmuró.
Sintió unas manos en su rostro y levantó la mirada hacia aquellos preciosos orbes. Jamás se cansaría de ellos. Los largos dedos pasaron de sus pómulos a sus labios y ahí se quedaron.
Bésame.
Las caricias continuaron su camino y se alejaron de la zona. John suspiró.
- Que fácil eres de leer -su acompañante soltó una pequeña risa y seguido de eso acercó su rostro al suyo.
Y volvió a escuchar aquella melodía, aunque no había nadie tocándola. Simplemente la relacionaba con lo increíble de aquel beso. Sus labios se acoplaban perfectamente con los de Sherlock y ojalá ese momento hubiese durado para toda la eternidad.
No le hubiera importado morir en aquel mismísimo instante.
- Le Cygne -suspiró sobre los labios ajenos- así se llama la melodía.
- ¿Con que Le Cygne, eh? -repitió él sin aliento- considerala mi segunda pieza de arte favorita.
Y volvieron a besarse. Eran como dos imanes que no soportaban estar separados.
Había tanto de que hablar, muy poco tiempo en sus manos y muchos besos que dar.
- ¿Segunda? -volvió a separarse- ¿cuál vendría a ser la primera?
John rió por lo bajo y terminó de romper todo contacto. Tenía que irse, el tiempo se le agotaba y mientras más extendiera su estadía mas le dolería.
- Eres tú, Sherlock Holmes.
Giró sin querer irse del todo y se fue alejando sobre la oscura calle. La luz de la luna iluminaba la ciudad e Italia nunca se vio tan bella a los ojos de John. Repasó sus labios con los dedos y sintió su rostro arder.
- ¡Espero que el destino nos reencuentre en otro país, John Watson!
Una sonrisa se expandió sobre el rostro de ambos.
- ¡Destino le dice usted, mala suerte le diría yo!
• Calipso •
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