Capítulo 8: Negociaciones
El edificio ferdiniano llevaba erigido varios años en su lugar, en el linde de Hoogland, muy en lo alto para permitir que los dirigibles tocasen puerto. Ese había sido una de los primeros lugares que West había visitado al llegar al país. Entre sus paredes se mantenían ocultas pequeños pasadizos de paredes metálicas y oxidadas por donde corrían los ductos de agua potable. En su momento, cuando con tan solo un par de años, esas mismas paredes le habían dado protección mientras huía.
En su lateral se abría un pasillo que al final daba a dos puertas, una al frente de la otra. Entró en una de ellas, la habitación tan solo tenía un par de mesas junto con una maquina oculta bajo un par de sábanas. La primera vez que había estado ahí, había sido gracias a un viejo conocido. Le había mostrado una forma de comunicarse con Kareina desde ese sitio y, siempre que le fuera de utilidad, estaría abierto para Héctor.
La máquina tenía no era muy grande, de hecho era pequeña, consistía en un simple botón sobre una lámina de madera y varias láminas de acero: el telégrafo. Por suerte, algo que Lauren Lauh mantuvo fueron las comunicaciones, que si bien podían optar al teléfono, su uso como todo lo demás estaba renegado a unos pocos.
West se sentó frente a ella, cerró los párpados y suspiró. Había pasado un par de días desde que se enteró de la ejecución de "El rastreador". La palabra en Kareina no era desestimada, mucho menos se podía creer en indulgencias. Si se había acordado una hora para su muerte, se haría y la gente lo observaría, murmurarían su pasado, su presente; sentirían pena o simplemente no les importaría y volverían a sus vidas. Para West no era tan simple.
Empezó a buscar la frecuencia y comenzó a teclear, una palabra. Sólo necesitaba una palabra para que, quien recibiera el mensaje, supiera a qué se refería. Lo envió varias veces, varias hasta que se cansó. Se levantó de la silla y con los brazos cruzados, aguardó. Miró el equipo, simple, sobre una mesa de madera vieja que pensaba en cualquier momento se caería. El centenar de recortes de poco interés para él, la foto de una mujer que nunca conoció, pero que sabía era importante para alguien más.
Caminó hacia la silla restregándose la cara. Con un audífono grande cerca de su oreja esperó a recibir una contestación. Cuando el mensaje llegó, Héctor cerró el puño con fuerza.
El Salto, ni ningún otro lugar cerca de Kareina estaban seguros.
Teressa ladeó la cabeza luego de ver al par de hombres entrar en el lugar, ser sentados a la fuerza en dos asientos distintos con las manos atadas; un Ravi furioso y un Karl burlón. Parecía una escena típica, excepto que llevaban esposas en sus muñecas. Tarrell miró al par de sujetos que horas antes habían armado toda una hazaña para intentar escapar de ellos. Bufaba ante la falta de inteligencia de aquel sujeto. Si bien había conocido a Karl hacía mucho tiempo atrás, no había sido lo suficiente como para conocer la capacidad en inteligencia del mercenario que, a su parecer, carecía de ella.
Tarrell empezaba a hartarse de las constantes burlas de Knox, de su intento desmedido de ingenio y de Aníbal Clement que le seguía el juego como si fuese un mono de circo que no podía dejar pasar los insultos disfrazados de Karl. A su vez, notaba las manos hecha puño de Judi y las pocas miradas que le había dedicado al par. Era a ella quien más le dolía la situación aun cuando no dijera nada. Era una prueba para ella, a final de cuentas. Una de las tantas que había tenido desde que había llegado a El Asolador.
En poco tiempo Karl enmudeció. Tan solo miraba al capitán del navío quien se fijó en aquella acción. Una señal más de sorna a su modo de ver.
—Capitán, ¿me tendrá esposado todo el viaje? Me he entregado sin reclamo alguno —comentó ladeando la cabeza.
—Eso nos interesa poco —rezongó Clement—. No queremos que vuelvan a intentar una tontería.
—¿Por qué cree que nos hemos entregado? —zanjó el menor en una pregunta simple. John asintió, sabía eso muy bien.
—Quítaselas, Clement —ordenó. Aníbal observó con poco agrado al capitán, estaba a punto de contradecirlo, mas Tarrell se adelantó. Con un gesto detuvo a Clement. Este, sin no poder negarse, hizo lo ordenado.
Karl agradeció el gesto con un leve asentamiento de cabeza.
—Me gustaría viajar en nuestro camarote, Capitán. Si me va a entregar a dónde sea que me va a entregar deseo que mis últimos días sean en un lugar menos frío, oscuro y sin un colchón para dormir —comentó con una sonrisa burlesca.
—Para ser un prisionero, exige demasiado.
—Creo que al momento de entregarme dejé de serlo. No eres un prisionero si vas por voluntad propia, Capitán. Además, ¿a dónde podría ir? A penas nos hemos visto a mitad de altamar he preferido seguir bajo... su techo —esbozó contemplando en lo alto el metal chapado que les cubría del dirigible.
—¿Cree que cederé a esa petición? —preguntó. Enarcó una ceja sin inmutarse.
—Creo que los hombres estamos en nuestro derecho de exigir cierta comodidad. ¡Por favor, Tarrell! En poco tiempo no verás mi cara por estos lares. Qué importa donde me lleves.
Ravi negó ante la petición de Karl, según veía, en cualquier momento el sujeto caería de rodillas y besaría sus pies cual animal pidiendo clemencia. Y así lo hizo. Knox le rogaba al hombre ciertas comodidades antes de volver a la celda de la cual habían logrado escapar. Tarrell bufó hastiado de la situación. Hizo un gesto con su mano con el cual, Clement se movió de su lugar para tomar del brazo a Knox y llevarlo consigo a donde fuera que sea. El muchacho ladeó la cabeza viendo el camino que tomaban. Sentía pena y vergüenza de su maestro, pero también rabia y deseos de asesinarlo. Si algún día tenía la oportunidad lo intentaría. Ese hombre no debía ser llamado mercenario después de ese comportamiento.
—Judi, llévala con él —ordenó luego de señalar a Teressa. La mujer sostuvo al ciborg del brazo llevándola hasta la puerta. El chico se levantó dispuesto a seguir el paso de ambas féminas, pero Tarrell se lo impidió—. Si a tu amigo se le ocurre algo, no dudaré en asesinarlo. A los Yasuas no les importa si estará vivo o muerto cuando lo entregue. —Ravi miró al hombre por el rabillo del ojo y afirmó.
—Yasuas, Yasuas, Yasuas —repitió Karl hasta el cansancio—. No, nada. No sé de quienes rayos hablas.
Había vuelto a la antigua habitación tal como lo había esperado y las puertas y ventanas se habían sellado por contraseña como también lo había esperado. Karl estaba listo para huir de aquella mini celda en el momento en que El Asolador estuviese lo más cerca posible de tierra. Tardaría un par de días más, de ello estaba más que seguro, pero mientras trazaría los últimos bosquejos de su plan aunque debía ocultarlo de Ravi. El chico era listo, sin embargo creía necesario guardar silencio ante la posibilidad de una huida. Si no lo hacía Ravi bajaría sus ánimos y Judi se daría cuenta.
—Algo les has hecho porque apenas se enteraron de tu viaje a Kareina han pedido tu cabeza —Judi se cruzó de brazos esperando que él dijera algo al respecto. Juzgaba por las muecas del mercenario cuando mentía, aunque esa ocasión era distinta. Miró a Teressa y luego a Ravi, el par parecía asombrado; volvió la mirada a Karl quien se encogió de hombros.
—No lo sé, Judi. Me sorprende más que se hayan enterado. —La mujer arrugó el ceño—. No lo habías pensado.
—Disfruta del viaje —Karl levantó los dos dedos, tocó su frente y los alejó en un gesto burlón.
Teressa vislumbró la retirada de la fémina como una ocasión de júbilo, mas no veía concerniente decirlo. Aun cuando había sido Tarrell quien hubiera preguntado hasta el cansancio por su viaje al lado de Knox, era la mirada de Judi la que le provocaba cierta curiosidad. En su circuito interno preveía que de tener sentimientos o emociones lo llamaría incertidumbre. Karl se acercó a ella contemplando al prototipo como una especie de dispositivo extraño con el cual antes no se había topado. Escudriñaba con la mirada todo componente de Teressa. Tomó su brazo y lo extendió notando el titilar aferrado en su antebrazo.
—Qué curioso. No sé cómo se ha incrustado ese objeto allí —comunicó. Knox sonrió sacando el dispositivo. Lo lanzó al suelo y lo destrozó al colocarle la bota encima.
—Yo sé cómo ha sucedido, pero no le digamos a nadie. —Le guiño el ojo y volvió a la cama donde se echó, colocó las manos detrás de la nuca y esperó que el sueño sobreviniera.
—¿No haremos nada realmente? —preguntó Ravi quien, sentado muy cerca de la ventana, solo veía el cielo oscuro. Le agradaba saber, por lo menos, qué momento del día era. Se preguntaba si romper el vidrio sería una opción, pero pleno mar y las olas tranquilas en el horizonte lograban distraerlo de la idea.
—No, no haremos nada. Dejemos que me entreguen —secundó—. Una vez en tierra podremos movernos mejor que ahora.
—En tierra lo entregarán, señor Knox. Llegaran a Queva y harán el intercambio, a mí me venderán en partes y el joven Zoraj probablemente se vuelva un esclavo de los Yasuas —meditó Teressa. Un escalofrío recorrió la columna de Ravi.
—Calla, Teressa. No seré esclavo de nadie —gruñó. Karl abrió el párpado derecho, miró al chico y sonrió. Si había algo que podía ver como una virtud era la forma en que hablaba ese chico. No dejaría que nadie lo tratase menor de lo que era, mucho menos como poca cosa.
—Ya lo escuchaste, Teressa.
Las manos de la joven mujer rodearon la cabeza de un animal muerto. Su forma, agujeros y la mandíbula, demostraban que se trataba del cráneo de algún tipo de chimpancé. Lo tomó en sus manos y, después de besar la frente del cráneo, lo lanzó a una fogata que yacía ardiendo varias horas frente a ella. la luz de las llamas, enardecidas, se alzaron por encima de su cabeza. Narima alzó las manos exigiendo una señal entre el crepitar del fuego. Con la cabeza echada hacia atrás, fijó sus ojos en la Luna y aguardó.
Sus ojos se blanquearon. La conmoción la sobresaltó, su cuerpo movido por el sonido de una melodía que ella no escuchaba pero sentía. Cayó al suelo, aferró las manos a la tierra mojada y alzó la vista. Sus ojos volvieron a brillar.
Narima había cumplido con lo que Ava le había pedido, sus mensajeros estaban camino a quien fuera a recibir el mensaje. La mujer tiró la vista atrás de ella. Ava se había tapado la boca al momento en que la vio caer sobre sus rodillas. No tenía idea de lo que ocurría y si debía intervenir aun en la advertencia de Gasli de no hacerlo. Los espíritus, sus espíritus, tal como Ava nunca lo sabría, eran seres susceptibles que no podían ser tocados por otros.
—He cumplido con mi parte —murmuró Gasli acercándose a ella.
—Cumpliré con mi pago, Narima, no dudes de ello —exclamó Ava. La bruja la observó convencida de ello como ninguna otra persona.
—No hace falta que lo menciones. Tu amigo en poco menos de 24hrs recibirá noticias nuestras —afirmó.
—24hrs... ¿tan corto tiempo? —inquirió.
—Mis mensajeras son tan veloces que pueden llegar en un día a dónde yo desee. Es el poder que las sombras confieren y que solo pocos debemos albergar —explicó—. Ava, luego de esto deberé irme por un tiempo.
—¿Has hecho que no debías? —frunció el ceño. No entendía nada de la magia, pero si entendía que había cosas con las que no podrían jugar—. Narima, si por esto has de irte, no has debido. —Gasli negó.
—Ya ha pasado mucho tiempo desde que me establecí aquí. Hoogland es un buen lugar, pero hay mundos que me encantaría visitar —Ava la miró confundida.
—¿La tierra no es suficiente para ti? —se mofó.
—La tierra solo tiene un poco de lo que quiero ver —carcajeó—. Pero bien puedes comunicarte conmigo siempre que lo desees. Estaré aquí para ustedes, siempre.
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