Capítulo 6: A la deriva

—Esto dolerá tan solo un poco —comentó el hombre con las manos cubiertas por guantes y una pinza. Sonrió al ver el rostro compungido del muchacho quien, muy servilmente, se había preparado para lo próximo. Cuando las pinza tocaron el muñón de su brazo, un fuerte alarido recorrió la habitación.

—¡Hijo de la gran...! —enmudeció—. ¡Dolan!

—No seas tan exagerado, Karl. Apenas y he tocado tus nervios. De hecho, no los he tocado en absoluto. Lo próximo si dolerá, así que necesitaré tu ayuda, Eric.

El aludido lo miró extrañado y poco convencido. Lo que menos quería era meter las manos en algo tan complicado. Veía el brazo que el mecánico había preparado para su amigo y sentía un vació inmenso en su estómago, además de ver la sangre correr por el muñón; ni bien había cicatrizado la herida cuando Karl ya estaba decidido a implantarse un brazo mecánico.

—¿Qué pasa? No me digas que te da miedo la sangre, menos si vas asesinando gente a diestra y siniestra —se burló. Y si, aunque asesinara personas, ellos no eran Karl.

—Mueve tu puto culo, Eric —vociferó el mercenario. Eric resopló hastiado, caminó hasta él con las brazos cruzados.

—¿Qué tengo que hacer? —Dolan lo miró y, acto seguido, le pidió varios cables.

La mitad del día se había ido en ello. Hasta bien entrada la noche, Dolan no se había separado de la camilla y Karl no había parado de gritar cuanto improperio supiera. Incluso juró cavar la tumba de Dolan si hacía falta. El hombre lo tomó como un cumplido y no hizo más que reírse. Le agradaba Knox, tenía la particularidad de ser un buen tipo cuando quería y dar miedo cuando debía. A diferencia de Eric, Karl se tomaba las cosas con la ligereza que debía ser tomada, su contraparte muchas veces hacía de recordatorio y de planeador. Ninguno podía estar sin el otro, ya había pasado tanto tiempo como compañeros que no podían seguir sin la otra mitad.

Cuando Dolan se sentó, Eric supo que la larga operación había terminado. Curiosamente, Karl estaba tan abstraído que no podía hacer más que señalar a su compañero y reírse. De una u otra forma, una botella de licor terminó en lo que parecía una gran resaca para Knox y Dolan. Eric tomó tan solo unos cuantos tragos, pues debía estar consciente de lo que el mecánico hacía. Ya tenía cierta fama que no quería poner a prueba.

Él acercó a su compañero, observó el nuevo implemento y comprobó el estado de ebriedad en que se encontraba. Ido, en alguna nube con alguna mujer, no podía ser de otra forma. Resopló y constató la cantidad de solución fisiológica colocada en un soporte.

—Déjalo de dormir...ir... —Dolan se había quedado quieto, sentado en un mueble frente a la camilla. Veía a Karl en la lejanía con una sonrisa tonta—. En la mañana... te puedes ir... Eres gracioso, ericadose mofó

—Ve a descansar, Dolan. Yo me quedaré a cuidar de este. —El mecánico alzó el dedo índice y asintió.

—¿Cuidar de este? —Eric le restó importancia.

—Es lo que me toca —respondió—. Gracias.

—¡Oh, rayos! No te pongas sentimental ahora. —bufó.

Karl cerró los ojos por tanto tiempo en que sus pensamientos jugaron con él. Las consecuencias de sus actos le había llevado a ese lugar, pero, sin duda, podía hacerlo cuantas veces fuera necesario. Habían provocado que una docena de hombres se les abalanzara y, que para colmo, detrás de ellos trajeran varios más. El resultado ya era obvio.

La razón: un trabajo encomendado por Alyssa Erot.

Tenía los dedos congelados. Cada vez más el dirigible se volvía un tempano de hielo sin razón aparente. Por lo menos habían pasado la tormenta, su mareo había disminuido y había encontrado algo con lo cual entretenerse. Estaba engañando a la mente con una botella que contenía un líquido marrón pero que carecía de alcohol. Tarrell era exigente con su tripulación y una de las cosas que odiaba era el aroma a borracho en la mañana, por lo que, quienes deseaban engañarse a sí mismos, consumían un brebaje que apenas hacía el efecto del licor.

Con Teressa a su lado, Knox observaba el tablero frente a él. Por alguna razón, esa clase de juego le traía viejos recuerdos que no eran para nada tristes. De hecho, eran alegres, recordaba haber exclamado alguna vez por un jaque mate, más no recordaba a quien se lo había echado en cara. El ciborg hizo su tercer movimiento, colocó en una grave problemática el caballo de Karl. Miró a Teressa dudoso. Hizo su movimiento y con ello Teressa se posicionó más cerca del rey contrario.

—¿Quiere que le diga cual mover, señor Knox? —preguntó. Karl bufó.

—¿Eso es sarcasmo? —inquirió asombrado. Negó repetidas veces y dejó caer la ficha de la reina—. Listo, nos dimos por vencido.

—Ese no es un movimiento permitido —contradijo.

—En el juego. En la vida es más que permitido —refutó él—. Dime, Teressa ¿Qué sabes de mis órdenes, además de lo ya dicho?

—Localización, personas cercanas al objetivo, trabajo, estado en que debe ser abordado —respondió.

—¿En qué estado debe ser abordado?

—El objetivo debe ser eliminado, señor Knox —Karl asintió, lo suponía.

—¿Y mi pago? —Teressa respondió abriendo un pequeño compartimiento en su pierna, de ahí, extrajo un saco el cual depositó sobre la mesa.

—300.000 rupias contables, mi señora Alyssa me ha pedido advertirle algo —Karl la observó luego de husmear dentro del saco—. El joven Zoraj...

—Ya me imagino que te pidió —intervino—. ¿Por eso te envió? —Ella afirmó luego de un sí, simple—. Ya, cada vez está más interesada en Ravi.

—Usted no es buen ejemplo. Teme que pueda aprender conductas erradas que, básicamente, pueden ser subsanadas bajo la tutela de la nobleza. La familia Erot está disponible para ello. Actualmente cuenta con una población de 10.000 mil niños que han recibido una educación eficaz y conveniente con sus necesidades, además de un techo, comida y recreación. Sus familias son gratificadas y pueden visitar a los niños en días estipulados. Señor Knox, de entrar Ravi en el programa, usted contaría con la misma gratificación.

—Reclutan niños como si fuese a hacer un mini ejercito de bestias descabezadas —Se burló.

—No entiendo tal aseveración —comunicó el ciborg.

—Esa es la diferencia entre nosotros, Teressa. —bufó—. Por otro lado, Ravi ya no es un chiquillo, no podría entrar en su programa aunque así lo quisieran —meditó varios segundos luego de tomar un sorbo del brebaje—. No, no tengo problemas en entregarlo, pero no será a Alyssa Erot ni a su ejército de bestias diminutas.

El capitán miró de soslayo a la fémina, tenía un par de horas contemplando la ruta de vuelo que había trazado según quien les había contratado. Nunca antes habían llegado a esa zona y mucho habían escuchado de ella, historias contadas por personas que apenas sobrevivieron una noche en el lugar y decidieron no volver nunca más. Tarrell no era de las personas que creía en los rumores. Temía que la mayoría de ellos, estaban llenas de mentiras, que eran contadas por hombres de poca valía y que no servía de nada si venía de la boca de otro hombre al que el miedo le hacía orinar los pantalones.

Tarrell fijó el curso hacia otra dirección. No, no creía en rumores, pero la zona, aun en su dirigible, no la veía apta para un ligero descenso. Además, se había guiado de Judi. Ella le había dado al Asolador más de lo que cualquier otro tripulante hubiera hecho. Se codeaba con Clement en recibir algo de su confianza, tan solo lo necesario como para no correrla, todavía.

—Queva —murmuró. John asintió llanamente—. Gracias por tomar mi sugerencia, capitán.

—Te lo has ganado —respondió—. ¿Nuestros invitados? Sé que le enseñas al chico a pelear. No le hagas mucho daño, de todas formas ellos están costeando este viaje.

—No, Ravi es un chico fuerte y aprende rápido. No pongo en duda que, de seguir así, en un par de días sepa lo necesario. Karl, por otro lado, jamás ha gustado del vuelo así que pasa tiempo acostado o jugando ajedrez. Caminar por El Asolador le da arcadas —se mofó.

—No es el vuelo, Judi, son las alturas. Es curioso de un sujeto como él —musitó.

—¿Sabe algo de Karl Knox, señor? —Tarrell le observó y negó.

—Pero bien sé que hay hombres que nacen en la sombra, y mujeres también —comentó. Judi tragó saliva. Sabía que aquel comentario la incluía a ella y no solo a un viejo conocido—. Regresa a tus labores, Jud, durante las noches el clima se vuelve tormentoso. Lo sabes. —Él gustaba de usar esa clase de metáforas siempre que fuera necesaria.

—¿Tan pronto? —Tarrell no respondió, no hacía falta. Ambos sabían lo que ello significaba.

El chico veía con total interés las manos de Clement moverse sobre un vejestorio de ciborg. Una vieja máquina más parecido a un enano de hojalata que otra cosa, pero que era, según Aníbal, indispensable para los quehaceres de la cocina. Ravi frunció el ceño y se cruzó de brazos con el comentario. Ningún robot podría compararse a un humano, aunque en su momento escuchó de boca de Erot que Teressa era un prodigio en las artes culinarias, él dudaba de ello. Tampoco era el mejor, pero tanto tiempo cocinando y escuchando a las viejas del mercado de Hoogland hablar de carnes y ensaladas le había dado un poco más de conocimiento del que tenía.

Aníbal se hizo a un lado dejando al ciborg quieto. Era pequeño, similar a un cubo con dos ojos saltones anclados en su parte superior. No entendía cómo eso podía transformarse en un cocinero, pero las aseveraciones de Clement lo dejaban intrigado. Quería verlo por sus propios ojos.

Cuando Aníbal presionó sobre un botón pequeño en su lateral de color rojo, varios pitidos provocaron que Ravi se cubriera los oídos. Observó al extraño cubo desplazarse a pocos centímetros y volver sin dar más sensación de que el supuesto cocinero de El Asolador, era chatarra simple y llana.

—Esto no sirve —susurró.

Aníbal sonrió, consciente de que, tal como aseguraba el chico, ese cubo solo era chatarra, pero una que servía con un propósito. En un descuido de Ravi, este lo envolvió en un saco de tela de negra. El cubo se activó minutos después extrayendo de su pequeño cuerpo un par de tenazas que rodearon los tobillos de Zoraj. Él cayó al suelo inmediatamente mientras que Clement terminaba de atarlo y escuchaba los gritos de un Ravi alterado.

—¿Eh? ¿Qué dices? No te escucho muchacho —se mofó carcajeando.

—¡Te mataré! ¡Lo juro! ¡Te arrancaré los ojos!

—¿Teressa? —El ciborg se había quedado estático por unos segundos.

—Lo siento, señor Knox, mis componentes sufrieron un percance —Karl resopló negando—. Debo regenerar componentes que no creí fueran a estar dañados.

—Qué Proto tan excéntrico. Se arregla así mismo —Karl salió de la habitación poco dispuesto de caminar por los pasillos poco iluminados del dirigible. El largo sendero finalizaba con un ventanal de gran proporción, ovalado y una serie de soportes metalizados que los sostenían. Miró a ambos lados y tomó otro sorbo del brebaje.

Tenía en su poder trescientas mil rupias que sentía le traerían más problemas que bien. Empezaba a cuestionarse el hecho de que, quizás, había cometido un error, pero el daño estaba hecho. Los gritos de algún chico lo alertaron, más cuando supo quién hacía tanto escándalo. Corrió lejos del lugar dónde se encontraba, directo hacia la voz. Ver a Teressa caminar tras de Judi le detuvo, se ocultó tras una pared de metal y esperó a que siguieran su camino.

—No entiendo la razón de su actuación —Le escuchó decir.

—Pocas veces los ciborgs entienden, Teressa. No quiero hacerte daño ni a ellos, pero la tormenta se acerca —esbozó Judi con una voz monótona.

Se acercó sigiloso, ambas habían desaparecido de su vista. Se movió entonces hacia ellas. Habían caído en una trampa, una mísera trampa de la que no sabía si formaba parte Alyssa Erot o era parte de las invenciones de Judi, cualquiera que fuera la razón estaban en problemas. Y lo menos que deseaba era tener problemas en un viaje que se suponía debía ser tranquilo.

—Vamos, Karl, sabes que tengo a Ravi. No dejarás que le pase nada al chico ¿verdad que no? —exclamó la mujer.

—Oh, Jud... En qué te has metido —murmuró.

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