Capítulo 10: El Consejo
Ava miraba desde su ventana la calle de enfrente por quinta vez. Bajo la luz del sol la sombra de aquel sujeto parecía más un manchón negro sobre los adoquines, pero seguía ahí, parado frente al establecimiento sin variar su posición. Le importaba poco las altas temperaturas del día. Tenía una orden que, gracias a su juramento, hacía sin chistar.
Las manos de Héctor apretaron con suavidad los hombros de su esposa, la vio alejarse de la barra de la cocina e ir directo a las ventanas como si hubiera sido llamada desde el lugar. Con la mirada fija en la misma dirección notó lo que ella veía preocupada. Ava sentía temor de solo ver su silueta apostado frente a su hogar.
—No se marchará ¿verdad?
Héctor resopló inquieto.
—No, lo más probable es que no. —Se acercó y cerró el cortinaje.
—Nos ve como si fuésemos un objetivo de cuidado y lo peor es que lo hacen a plena luz, no les importa verse frente a nosotros —meditó Ava. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, el vello de sus brazos se pusieron de punta—. ¿Crees que le haya pasado algo a Karl? O peor, a Ravi —tembló.
—Te estás desviando, Ava. Ese par debe estar bien, sin embargo si hay un cuerno rojo apostado frente a nuestra puerta... debe creer que Karl sigue en Hoogland —afirmó.
—Ellos están en todos lados, Héctor, dudo que no sepa de la salida de Knox —negó—. No, ellos están aquí por nosotros.
—No tendríamos mucho que hacer. Kareina se ha vuelto un lugar peligroso, y ahora Hoogland también.
Cruzado de brazos, tenía la firme convicción de hacer lo que fuera para no terminar en alguna de las celdas de La Orden. Pudo evitar caer en prisión en Kareina, lo volvería a evitar allí sin importar qué. Había conseguido buenos contactos a su llegada y los usaría de ser necesario.
Alyssa había llegado hasta la casa del consejo cuando empezó la reunión. No había podido entrar ni evitarlo, había sido muy tarde. Recorrió todo el lugar buscando a alguien que pudiera ayudarle a abrir las puertas, a intervenir aquella reunión que sería una deshonra para su familia. Ella había asumido toda responsabilidad, pero intervenir su casa significaba la presencia de todo aquel que estuviese relacionado con la familia indirecta y directamente; temía por ello. Regresó hasta el gran salón donde las puertas de tonos turquesas seguían selladas con dos hombre apostados en su lateral sin variar un ápice sus expresiones. Les había ordenado en más de una oportunidad que abrieran, pero la ignoraron.
Cuando se cansó de estar frente a la entrada, caminó y golpeó la puerta varias veces. Uno de los guardias le observó, pero como sabía que nadie respondería, le ignoró. Una vez que la reunión empezaba no había manera de salir hasta que el Consejo diera un receso o extensión del caso.
Había esperado cuatro horas, cuatro largas horas en otras de las sala de la casa de Consejería. Minutos después un hombre pequeño de párpados caídos pero ojos penetrantes la invitó a seguirle. El hombre era el mensajero oficial de la casa de Consejería. Había vivido durante toda su vida al servicio del Consejo, haciendo la labor que muy pocos deseaban. La llevó hasta la segunda planta, siguió un camino de losa lustrosa en tonos verdosos y grandes figuras alzadas en sus paredes. Las pinturas iban desde unas muy antiguas apenas rescatadas de museos ahora destrozados, hasta retratos de Lauren Lauh y sus predecesores.
El camino era muy familiar para ella. Llevaba a un salón más amplio al de aquel en que se llevaban las reuniones. Había estado allí en pocas ocasiones, pero las veces en que estuvo, sintió el poder que emanaba. El hombre se detuvo antes de abrir la gran puerta de dos metros, la miró con pesar pues muy pocas veces alguien salía triunfante. Alyssa respiró hondo y asintió. No podía decir que no tenía miedo, más no lo demostraría. Mientras ella estuviese a la cabeza de la familia Erot, el miedo no se reflejaría en su rostro.
—Lamento esta situación, señora Erot, pero sé que saldrá victoriosa de esta intervención.
Ella sonrió. No sabía si saldría victoriosa o iría a parar a alguna celda; había temido que ese día llegaría y se había preparado, más no contaba con el factor sorpresa. Sus planes deberían iniciarse por otros. Era ese momento en que extrañaba a Teressa, sin embargo, el trabajo del ciborg era importante para sus planes.
—No lo lamente —sonrió—. Después de todo no tengo dudas que esto no tardará tanto como suele suceder —comunicó y, una vez abierta las puertas, entró.
En el interior, la gran sala se abría a un estrado principal donde los cuatro consejeros observaban en lo alto. Detrás de ellos, el insigne emblema de la actual casa real y, a su lado, dos columnas llena de personalidades poco conocidas. Personas que se entrenaban para forma parte del consejo algún día. Alyssa se detuvo en el centro del salón donde una silla aguardaba por ella; observó por encima de su hombro al balcón donde notó varias caras reconocidas, giró y tomó asiento.
Emilia Erot se aferraba al asiento con fuerza, observaba la nuca de su sobrina sin compadecerla ni antes ni en ese momento. Le hervía la sangre pensar que ella había tomado un lugar que le había correspondido y, de alguna manera, había tomado. Estar en esa situación solo lograba hacerla enojar más; tal como siempre lo supuso, su sobrina los llevaría por un barranco del que no saldrían bien librados. A su lado, el mayor de sus hijos contemplaba los cuatro rostros de los hombres que le juzgarían.
Uno de ellos, ataviado en un traje de tonos morados, arrugas cerca de sus ojos y labios, una cabellera blanca y manos temblorosas, miró a sus compañeros antes de levantarse. Observando a la familia en el balcón y luego a Alyssa, carraspeó antes de hablar.
—Alyssa Erot, miembro de la casa Erot y quien tuviera las riendas. Esta aquí por solicitud de algunos de nuestros miembros quienes consideran sus acciones como oscuras, carentes de claridad alguna. No estamos para condenar ni a ti ni a tu familia. La casa Erot ha entregado tanto por el reino que no podríamos permitirnos semejante perdida, pero es nuestro deber hacer una intervención en caso de que, sin saberlo, estés llevando a los tuyos por caminos que no deben ser recorridos por la nobleza —enunció con un tono moderado y alargando las palabras que retumbaban en todo el salón—. Esta intervención inicia con tus deseos de esconder el nombre del sujeto que, según la solicitud, comete actos ilícitos en tu nombre: "El mercenario de la Duquesa". Para nosotros no es difícil creerlo; por años los Erot se han manejado con esta clase de personalidades. Es de nuestro entero conocimiento que es así, pero las acciones de este hombre han trascendido los límites que, esperamos, estén impuestos entre ustedes. Toda señal indica que quien se hiciera llamar con este seudónimo, asesinó sin contemplaciones a Roger Errante, miembro único de La Orden de Cereser. Reconocido por su valía, acunado bajo La Orden y posible candidato a General.
El hombre dio una pausa, observó a través de sus gafas el rostro tranquilo de Alyssa y prosiguió a tomar asiento.
—Esperamos que Errante esté en las manos del señor —murmuró apenado—. Alyssa Erot, la primera intervención es en nombre de La Orden de Cereser, pedimos la presencia de quien sea el hombre y que se arrodille a las órdenes de La Orden, precedido por el Consejo.
—No —respondió.
Causó una oleada de murmullos entre los presentes y que el mismo hombre se levantase de su puesto. Enajenado, miró a la mujer, no había esperado una negativa aunque bien sabía cuánto había hecho por protegerlo.
—¿Ha entendido la razón de esta primera orden? —inquirió. Erot asintió.
—No puedo entregar a alguien que no quiere ser conocido, visto o expuesto. Tampoco puedo entregar a alguien por actos que haya cometido fuera de nuestras directrices. Si tanto saben de los manejos de la casa Erot con mercenarios, espero sepan que no gobernamos sus vidas y lo que hagan o dejen de hacer fuera del trabajo encomendado por un Erot no es de nuestro conocimiento. La casa no debiera ser intervenida por las acciones de tercero.
Los susurros volvieron a escucharse en el salón. Alyssa había ocasionado una oleada de chismes que los cuatro consejeros se vieron en la obligación de hacer callar.
—Tenemos pruebas que dictan servicios de protección a ese hombre —expuso un segundo: Jean DuVais. Un consejero más joven que el primero, pero con la vejez a cuesta.
—Expóngalas, señor, no tendrán validez. Es ridículo proteger a un mercenario, es como tratar de proteger a un animal salvaje. Ellos saben cómo cuidarse.
El hombre apretó los labios, molesto.
—También fue visto en las zonas bajas de Hoogland, y a su proto por igual.
Alyssa negó suspirando.
—Siempre que esté en un trabajo encomendado por un Erot, encontrará que puede ser visto por alguno de mis ciborgs.
—Entonces, Alyssa Erot, no negará usted que bajo su orden se ha cometido actos de asesinatos —afirmó el primero consejero.
—No, niego rotundamente haber cometido actos impropios de mi naturaleza mediante terceros, mas aun, me creo inocente ante el caso de Roger Errante. Sepa usted, señor Vladimir Ciari, que Roger era una persona muy querida por la casa Erot —contestó.
Everasto tocó la mano de su compañero antes que este procediera. El hombre había visto con gran particularidad la forma en que Alyssa Erot había sobrellevado la primera interferencia sin miedo alguno y confiada de que sus acciones no debían ser juzgadas. Eso no pasaba tras ella, en el balcón. Emilia Erot se mantenía en completa tensión, expectante de lo que su sobrina pudiera decir y los giros que pudiera dar a medida que tocaba cada tema, era pues consciente de cada uno de sus acciones y cómplice por no haberla expuesto. Él veía en ella el temor que no lograba notar en Alyssa.
—Procederemos con la segunda interferencia —musitó. Palmeó la mano de su compañero y se acomodó en el asiento.
—Everasto —Él hizo un leve gesto con su mano que él supo entender. Afirmó sin reclamar más de lo debido y, tomando varios papeles frente a él, dispuso a continuar—. Entraremos en la segunda intervención, la Academia para jóvenes excepcionales.
Alyssa tragó. Al parecer ellos intervendrían todo lo que ella estaba haciendo, la academia era una de esas grandes obras que amaba y defendía; que había dado más de lo que nadie había imaginado, no pensó en la posibilidad de que sería intervenido.
El tren se detuvo en medio de ningún lugar. La capa de humo por la leña calcinada se esparció por todo el lugar, se le dificultaba ver el suelo de tierra debajo de sus pies. Adrián le brindó una mano que aceptó para dar paso a un horizonte de montañas, los altos cerros, tonos verdosos que se perdían un poco del tono blanco y nadie en más de un kilómetro. Miró a su tío quien estrechaba manos con un hombre robusto, le indicaba el camino que debía tomar a partir de ese momento.
—¿Tío? —El hombre la miró compadeciéndola.
—Andando, Erin, a partir de aquí tendremos que caminar dos kilómetros —espetó. No había tratado en lo mínimo de amortiguar la noticia, pero sí sentía pena por la selección de vestimenta que había escogido su sobrina.
—¡¿Qué?! —chilló angustiada—. ¡Pe-pero, podemos seguir un kilómetro más! ¿No? ¡Las vías aún no se terminan!
El hombre uniformado la veía desde lo alto del tren con pesar.
—No podemos seguir señorita, a partir de aquí deberán caminar. Más allá, las vías no están en condiciones. Grupos armados han asaltado varias veces el tren y han dañado la estructura, no podemos arriesgarnos.
Erin emitió un grito de frustración.
Tomó sus pertenencias como pudo y corrió la distancia que había entre ella y su tío. Ya, a su lado, él le dedicó una mirada sincera. Desde ese punto había un largo trecho para llegar al puesto de avanzada donde tomarían algún vehículo. Llegarían a Queva al día siguiente si nada se interponía.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top