Epílogo
Pero ser feliz no era tan fácil como desearlo. Era un frágil estado momentáneo; tan escurridizo como lo era Lucía.
Ese encuentro con Laura me había dado una fuerte sacudida. Yo, luego de tantos años de relación con ella, ya no sentía nada más allá de calma. Ni la añoranza del pasado juntos, ni los quizás de otra oportunidad. Ya estaba. Ese era el cierre real.
Después de Miriam, Gabriel no había vuelto a tener una pareja seria. Antes de yo llegar a la capital, Lucía y él pudieron haberlo vuelto a intentar. Pero no fue así. En vez de eso, ella se había fijado en mí y hecho una propuesta que Gabriel también pudo haber cumplido. Me escogió a mí. Así que, si aseguraba que entre ellos no había, ni habría nada; yo debía creer. Confiar en ella.
Eso quería decirle, sin embargo, me había bloqueado de todos lados. Por tonto e inseguro la había empujado lejos.
—¿No está muy sangrienta esa película? —preguntó mi hermano deteniéndose por un momento junto al sofá.
Parpadeé de repente al escuchar su voz y volver a enfocar la atención en la televisión. Ya no era la misma película que recordaba haber estado viendo; ahora era una de apocalipsis zombi con entrañas por doquier.
—Estoy probando géneros nuevos —murmuré.
—Claro... —replicó él con escepticismo.
El timbre sonó y fue a abrir. Recibió a Miriam dándole un beso y luego la hizo pasar. Estaba igual de formal que él luciendo un vestido vinotinto escarchado.
—Buenas noches —me saludó.
—Hola —contesté—. Pásenla bien en su cena.
Miriam analizó desde mi pijama de cuadros hasta las latas de cerveza que tenía en la mesa antes de dirigirse a mi hermano—. ¿No le dijiste, Gabriel?
—No me pareció el mejor momento —respondió él.
—¿Sobre qué?
Miriam se acercó más al sofá—. Lucía obtuvo un papel como extra en una obra de teatro que se estrena hoy.
Coloqué la cerveza que sostenía en la mesa, dándome un poco de tiempo para repetir lo que acababa de informar en mi mente. Fue grato obtener noticias de Lucía luego de tanto; y más que fuera relacionado con ella logrando lo que quería. Estuve por preguntar la dirección, pero tan pronto como esa idea surgió, opté por descartarla.
—Ella no quiere verme —concluí regresando a agarrar la cerveza y enfocándome en la película sangrienta. No iba a hacerla pasar un mal rato en un día tan importante para ella.
—En la nevera quedó pizza de ayer, por si quieres —dijo Gabriel cambiando el tema para despedirse. Lo oí dirigirse hacia la puerta—. Trataré de traerte postre.
Cuando me quedé solo, apagué el televisor. La observación de Gabriel había sido certera. Era demasiada sangre para mi gusto. Estuve por ir por la pizza que mencionó para después acostarme a dormir, pero me detuvo la pantalla de mi celular iluminándose.
Miriam me había enviado la propaganda de la obra, la cual contenía la dirección y una foto del elenco. Luego de unos instantes puede identificar a Lucía en uno de los costados; mostraba su peinado natural y sonreía. Recordé su libro de identidades y también sonreí, a pesar de que no estaría para aplaudirle.
¿Pero en verdad era necesario que me viera? Estando entre el público y con la escasa iluminación de sala iba a ser técnicamente imposible que lo hiciera.
Dejándome llevar por el egoísmo de verla una vez más, fui a cambiarme de ropa y en minutos me encontré sentado en mi auto. Me debatí en cada paso de lo correcto o incorrecto de mi decisión, sin embargo, seguí avanzando. En el fondo de todo, prevalecía mi necesidad de estar cerca de ella; especialmente para mirarla triunfar. Así fuera en la distancia y el anonimato.
La obra ya tenía media hora de haber comenzado cuando llegué al teatro. Las puertas estaban cerradas y la calle poco transitada. Una joven todavía estaba en la taquilla.
—Quiero una entrada para el estreno de hoy —pedí, esperando no haberme perdido la actuación de Lucía.
—No puedo venderle esa, señor. Ya empezó la función —replicó ella. Vio algo en su pantalla—. En veinte minutos comenzará una comedia romántica muy buena. Es su última semana.
—Quiero de la que se estrena. No importa si ya empezó, o si tengo que pagar el doble del precio —solté.
—Que entre tarde infringe nuestras normas y puede ser molesto para los otros espectadores.
—Me quedaré en el fondo sin hacer ruido.
—Ya dije que no se la puedo vender, señor. No insista.
Pero eso no iba a ser suficiente para hacerme desistir. Lucía había hecho florecer mi terquedad y abierto los ojos ante la fuerza con la que había que enfrentar la vida.
—¿No puedes hacer una excepción? ¿Está el gerente del teatro? —pregunté—. Es muy importante que entre a ver la obra.
—Voy a tener que llamar a seguridad si no se va, señor —contestó ella ya colocando su mano en el teléfono.
Era como si el universo estuviera gritándome que ya mi oportunidad con Lucía se había acabado. Que ya había cumplido con su función de expandir mi panorama a otras realidades y ahora era la hora de enfrentar la lección de haberla dejado ir. Pero yo no quería aceptarlo aún.
—Señorita, por favor, tiene que...
—Roberto. —Escuchar su voz a mis espaldas detuvo mi súplica. Al girar, Lucía soltó la agarradera de la puerta por la que acababa de salir. En lugar de un vestuario elaborado, se cubría con un abrigo totalmente abotonado para el frío nocturno de esa época—. ¿Qué haces aquí?
Me aparté de la taquilla y me dirigí a ella—. ¿Ya terminó la obra? ¿Tan tarde llegué?
La impresión en su expresión se afincó. Se aferró a la tira de su bolso—. ¿Viniste a ver la obra?
—A ti —aclaré—, pero de nuevo no llegué a tiempo. Lo siento.
No estuve para ella cuando tuvo que trabajar en ese bar de bailarinas. No fui una mano amiga años atrás como mi hermano sí. No la recibí en la capital, ni le ofrecí una vida mejor. No fui su confidente, ni la hice experimentar un amor explosivo como seguramente había sido su tiempo con Santiago. No la consolé las veces que se sintió perdida. A la mayoría de los eventos que la trajeron a ese teatro, yo llegué tarde; así como lo hice para pedirle que se quedara conmigo.
Pero yo ya no quería ser retrasado por mis inseguridades y miedos. Si no había un futuro para nosotros, no quería que fuera debido a eso.
—La obra no ha terminado. Mi papel sí. Tengo que regresar con Mario, porque la niñera tiene que irse —explicó sin reaccionar a la aclaratoria de que estaba allí por ella.
—¿Te llevo?
—No. Es mejor que no lo hagas.
Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la parada del bus. Verla alejarse, otra vez, hizo que mi corazón se retorciera. Di un paso y luego otros más para alcanzarla. Solo un intento más.
—Te extraño —admití de pie junto a ella en la parada.
Ella no me miró—. Esto de todas formas jamás iba a funcionar. Somos de mundos diferentes. Los hombres como tú no salen con mujeres como yo.
No obstante, todavía no me pedía que la dejara en paz y me fuera.
—Me estás confundiendo con otra persona.
Eso provocó que sí posara su atención en mí, pero con el ceño fruncido. No recordó cuando me hizo algo similar meses atrás.
—¿A qué te refieres? —inquirió.
Extendí mi mano hacia ella, pese en el fondo estar claro de lo ridículo que podía ser mi ocurrencia sacada de una película—. Roberto Rojas, ingeniero, trabajando en mejorar mi seguridad y confianza, vivo con mi hermano y no sé bailar.
Ella examinó mi mano por un eterno instante. También sabía que la decisión que tomara iba a ser contundente para el futuro. Esperaba que en su meditación acerca de nosotros, el estar juntos siguiera siendo parte predominante de sus deseos.
—A quien algún día le gustaría tener el permiso de ser su novio —agregué.
Yo siendo suyo; no haciendo remarque en la etiqueta de que fuera mía.
La comisura de sus labios se curveó. Apretó mi mano para responder.
—Lucía Fernández, madre soltera, actriz, orgullosa, libre, desconfiada, y buena cocinera.
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