Capítulo 9 | Actuación

ACTUACIÓN

No quería ir a esa cita, lo opuesto de romántica. Hice lo posible por retrasar la salida de mi trabajo, ocupándome con tareas adicionales del día, pero sin poder salvarme del máximo cantidad de horas que legalmente podía permanecer allí. Incluso Boada me preguntó si me habían corrido de casa y pretendía quedarme a dormir en mi escritorio.

No me quedó de otra que subirme al transporte público y caminar un par de cuadras hasta la cafetería que visitaba con Gabriel. Le había enviado la ubicación a Micaela por la mañana y ella recalcó «la maravillosa coincidencia» de que quedara cerca de su hotel. Hasta donde yo tenía entendido, no había un lugar para hospedarse en esa zona, así que no podía confiar en si era cierto, o no. Quizá era simplemente otra forma en la que ella pretendía que creyera que estábamos destinados a estar juntos, como había reiterado en varias ocasiones.

Estaba cansado. Lo que esperaba era que acompañar la situación con un delicioso postre suavizara la tensión.

A unos cuantos pasos de la locación, noté a una chica de pie junto a la entrada. Era Lucía, en un vestido floreado y un sobretodo color crema que le daba un aspecto femenino y recatado, que apenas dejaba a la vista sus piernas. Tenía puestos sus audífonos, pero se los quitó al verme.

En ese instante me detuve, ya que no estaba seguro si era mejor ignorar su presencia, o saludarla sin darle demasiada importancia. Tuvo que darse cuenta de mi indecisión, pues se apartó de su lugar para acortar la distancia entre nosotros.

—Hola —dijo.

No entendía cómo era posible que cada vez que la veía parecía ser una versión distinta de ella. Dulce, llamativa, pecaminosa, elegante, sensual, casual y, ahora, delicada.

—¿Qué haces aquí? —pregunté antes de presumir que podía sonar como un inicio desagradable para cualquier conversación.

Sin embargo, ella forzó una sonrisa en vez de señarlo.

—Gabriel me contó sobre tu cita de hoy y quise venir a ofrecerte un favor, para quedar a mano por haberte engañado.

A medida que interactuaba con ella, quedaba más perplejo. ¿Acaso no había sido ella quien me recomendó que dejáramos de coincidir? ¿Por qué mi hermano creyó prudente contarle sobre mi problema con Micaela? Era suficiente tener que esforzarme por sacarla de mis pensamientos a diario.

—¿Qué clase de favor? —cuestioné sin poder quedarme con la intriga.

—Fingir que soy tu novia para que esa acosadora te deje en paz.

Catalogar a Micaela con esa etiqueta era una exageración, pero tampoco sabía qué tanto Gabriel le había dicho para persuadirla a seguir su plan. Admitía que, teniendo a Lucía frente a mí con ese ofrecimiento, lo hacía lucir cada vez más como una buena opción para facilitar apartar por completo a Micaela de mi vida. No iba a tener que ser brusco con ella si no comprendía de buena manera.

—Incluso me vestí lindo, como supongo te gustan las mujeres —agregó dando un giro para hacer énfasis en ello.

Fue imposible no sonreír ante la imagen. No, ese no era su estilo de ropa. No obstante, si unía cada versión conocida de ella en mi mente, todo le quedaba perfecto. Como un camaleón.

¿Cómo podía un mortal resistirse a ella? Y lo más grave era que ella tenía consciencia de su efecto.

—No soy bueno mintiendo —confesé—. No sé cómo pueda resultar algo así.

—Tranquilo. —Tomó mi mano—. Yo me encargo. Te lo debo.

Las ganas de seguir esa vía de escape fueron más fuertes que mi moralidad. Sin soltarme, me guió al interior de la cafetería. Ya dentro, se acercó a mi oído.

—¿La ves? —murmuró y luego depositó un beso en mi mejilla para disimular el gesto.

Examiné las mesas ocupadas del local y casi en cuanto logré detallar a Micaela, ella se puso de pie para que la viera. Así no tuve que responder la pregunta de Lucía y fuimos hacia ella.

Mi antigua compañera de trabajo se había esmerado con su aspecto. Vestía un enterizo dorado con un enorme lazo a la altura de su busto, como si se tratara de un regalo. Su cabello parecía como si acabara de salir de la peluquería, porque sus rizos ya no estaban. Y su maquillaje era como si fuera a una fiesta luego de ese encuentro.

—Roberto —fue la primera en hablar.

—Buenas tardes, disculpa la demora —repliqué. Su atención se posó en Lucía y después descendió hasta nuestras manos agarradas—. Ella es...

—Lucía —intervino mi acompañante—, su novia. Un placer.

Lucía fue quien extendió su mano desocupada para estrechar la de Micaela. Ella reaccionó por reflejo, ya que era notorio lo anonadada que había quedado con esa nueva información. Sin dudas iba a hacer una situación incómoda.

—Bueno, sentémonos —sugerí cuando ambas se limitaron a observarse.

Corrí la silla para que Lucía se sentara primero y luego ocupé la que se encontraba junto a ella. Micaela también volvió a sentarse frente al café frío que ya iba por la mitad.

—Lamento sorprenderte así. Es que nos cambiaron la cita para ver un apartamento e iremos después de conversar un rato contigo —inventó Lucía con naturalidad—. Espero comprendas. Es un agente de bienes raíces bastante solicitado y no podemos perder la oportunidad. Ya queremos vivir juntos pronto, ¿verdad, amorcito?

Lucía plantó un beso más en mi cachete. A diferencia de mí, ella mentía con total facilidad. Supuse que esa debía ser una habilidad que había desarrollado bien y que era primordial para su ocupación.

—Sí, cierto —apoyé.

—Claro que entiendo. No hay problema —respondió Micaela, pero su tono comunicaba todo lo contrario. Sin embargo, no era molestia, sino desilusión—. Es solo que... Roberto no me había hablado sobre ti.

Mi novia falsa sonrió risueña—. Ambos venimos de malas experiencias amorosas y acordamos no contar mucho sobre nosotros. Y la gente suele ser envidiosa, así que mientras menos se sepa, mejor.

Su actuación era tal que tuvo que haber preparado respuestas para diferentes escenarios con antelación. Sería demasiado increíble si fuera así se espontanea. Incluso daba ligeros aires de novia marcando su territorio.

Micaela no supo cómo continuar. Sus esperanzas conmigo se derrumbaban. Y, aunque su insistencia era halagadora en una diminuta proporción, me sentía aliviado con que pronto ambos íbamos a poder avanzar sin volver a saber del otro.

—Voy a ordenar unos cafés para que puedan conversar con calma —anunció Lucía al levantarse—. Ya vuelvo, amorcito.

—Te va mucho mejor de lo que esperaba —comentó Micaela cuando Lucía estuvo lejos—. Ella es... adorable.

—Lo es. No quería que supieras sobre ella de esta manera, pero así se dieron las cosas.

—Lo imagino. Sé que no eres tan cruel como para planear humillarme de esa forma. —Le dio un sorbo a su café, ojeando detrás de mí, hacia Lucía—. ¿No es demasiado pronto para mudarse juntos? No deben tener tanto tiempo conociéndose.

—No creo que sea un tema adecuado de tocar entre nosotros —señalé.

Si hipotéticamente fuera cierto, no tenía por qué cuestionarlo. No podíamos ser amigos y no le daría cabida para que creyera que sería posible. Cortar lazos era lo necesario.

Le dolió mi respuesta y desvió la mirada al suelo.

—Ya entiendo que fue tonto insistir tanto. Lo siento. —Suspiró. Alzó su cartera, en la silla junto a ella, para agarrar una carpeta y colocarla frente a mí. Tenía el logo de una empresa que reconocí, la cual era una subsidiaria que pertenecía a la misma empresa matriz de mi antiguo trabajo. Y, debajo del logo, estaba mi nombre—. Es una oferta de trabajo bastante generosa para ti. Mi último regalo.

—Te dije por teléfono que no podía aceptar algo así.

—Por favor, revísalo. Si lo haces, habrá valido la pena venir.

Antes de siquiera tocar la carpeta, sabía que en su interior habría una propuesta tentadora y difícil de rechazar. Esa era su última carta para tenerme. No iba a hacerme un favor de ese tipo sin ansiar una retribución.

Abrí la carpeta por empatía y curiosidad. Había una foto mía, una planilla con mis datos, una descripción de cargo e incluso un contrato de trabajo listo para ser firmado. Me ofrecían el puesto de gerencia del área de procesos de una planta de fertilizantes, ubicada en el otro extremo del país, y con un sueldo que triplicaba el que tenía en ese momento.

Desconocía qué tipo de conexiones tenía ella en ese grupo corporativo negligente, pero debía ser de peso para estarme ofreciendo una vacante muy por encima de mis capacidades actuales. Yo era consciente de hasta dónde llegaban mis habilidades y carecía de la experiencia para ser designado gerente.

El factor dinero era atrayente, pero dejaría de importar si mi gestión resultaba ser precaria y mi reputación se manchaba incluso más. Esa oportunidad era un arma de doble filo.

—Sé que está lejos, pero Lucía puede irse contigo —añadió Micaela—. Me reubicaron a esa planta hace unas semanas.

—¿A dónde? —Lucía regresó y colocó nuestros cafés en la mesa antes de sentarse—. Esa es una gran cifra.

—Es una oferta de empleo para Roberto, mucho mejor del lugar donde está ahora —contestó Micaela—. Es una gran oportunidad y sería genial si me ayudas a convencerlo. Es ideal para el trabajo.

Cerré la carpeta y la deslicé hacia ella—. Lo aprecio, pero no estoy interesado. Estoy bien en la procesadora de alimentos.

Micaela se acomodó en su silla, digiriendo mi rechazo a lo que otros podrían codiciar. Era obvio que en realidad no me conocía, sino que se aferraba a un pensamiento idealizado de mí, que se mezclaba con sus propios valores y estándares. Mi madre me había enseñado que lo correcto era el camino a seguir, aunque luciera como el más difícil. La vida era sobre sacrificios, no tomar atajos que terminarían llevando a la autodestrucción.

—No tendrás otra oportunidad así, Roberto —dijo.

—Es mejor de esta manera —respondí—. Espero que puedas entenderlo pronto.

Y no solamente nos referíamos a la oferta de trabajo, sino al panorama completo. A mi error, a su insistencia, a nuestro cierre definitivo.

Micaela me miró por otro largo minuto, Lucía permaneció en silencio junto a mí, y yo ya no tenía nada más para decir.

De un momento a otro, Micaela se puso de pie y agarró su bolso.

—Les deseo lo mejor. Ya debo irme.

Demoró su partida unos segundos más, quizá con la esperanza de que la detuviera. No obstante, obviamente no fue así.

—Igual para ti —dije.

No me levanté como hubiera hecho en cualquier otra ocasión. Me sentí como un completo patán, mas la proximidad iba a ser contraproducente. Sería más fácil para ella diluir sus sentimientos por mí con esa estrategia.

La última imagen que tuve de ella, fue la de sus ojos llenándose de lágrimas. Sin embargo, se marchó antes de que fuera más evidente.

Sin tener ánimos aún para dirigirme a Lucía, probé mi café. Era el mismo que pedí cuando nos conocimos.

—Eso estuvo intenso —comentó ella después de un rato de también estar bebiendo su café—. Estoy casi segura de que no te volverá a hablar.

—Sí.

—Entonces misión cumplida.

—Era lo que quería, pero tampoco me siento del todo bien. No soy así de horrible.

—Bueno, codicioso estoy segura de que no eres. Hasta yo le hubiera dicho que sí y muy posiblemente tu hermano también.

—Voy al baño —me excusé.

Me retiré de la mesa para aligerar mi mente. El resultado había sido el esperado, pero tal vez no había sido la forma adecuada de manejarlo. No había sido correcto abordarla con una novia falsa, cuando por encima de todo las intenciones de Micaela estuvieron cargadas de afecto. Me quería con intensidad, a pesar de haber corrido el riesgo de ser lastimada. Cosa que terminó sucediendo.

Antes de que cruzara la puerta que daba hacia los baños, mi celular vibró con una notificación. Yo no usaba mucho las redes sociales, ni seguía una gran cantidad de cuentas, así que había altas probabilidades de que se tratara de una sola cosa.

Sin poder resistirme, comprobé que era una publicación nueva de Laura. Se besaba con Christian, pero lo que llamaba la atención era que en primer plano resplandecía un anillo de compromiso. Se iba a casar con él.

El cuerpo se me puso tenso y me costó volver a guardar el teléfono para terminar de entrar al baño. Sabía que en algún momento iba a pasar, mas no esperaba que fuera tan pronto. A pesar de ser consciente de que era un buen sujeto y estar —dentro de lo posible— contento por ellos, era una noticia amarga.

Me lavé la cara y respiré hondo. Así como habíaapartado a Micaela, tenía que hacer lo mismo a la inversa con Laura. Tenía quedejarla ir también, aunque apreciara su amistad, porque continuaba haciéndome undaño evitable. Me había equivocado y puesto excusas; si estuviera listo para elcontacto, no tendría esas reacciones negativas en mí.

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