Capítulo 8 | Accidente
ACCIDENTE
Me encontraba dando una ronda en el tratamiento de efluentes, repitiendo la última reunión con Lucía en mi mente, cuando mi nombre fue dicho por los altavoces. Intrigado, regresé a mi puesto para recibir información de mi jefe.
—No tienes tu teléfono contigo, ¿correcto? —preguntó.
—No, está en el cajón del escritorio. Allí suelo dejarlo durante mi horario de trabajo —repliqué, todavía sin comprender.
—No esperaba menos de ti. —Se apartó de su escritorio y colocó una mano en mi hombro. Esperé con la preocupación asomándose en la boca de mi estómago—. Llamaron del hospital. Tu hermano tuvo un accidente.
—¿Gabriel?
—Sí. Me imagino que como no pudieron contactarte, llamaron para acá.
Fui por mi celular. Al desbloquearlo me encontré con tres llamadas perdidas; una del número de mi hermano y otras dos de uno desconocido. Intenté llamar a ambos, pero ninguno atendió.
—Sé que no tienes auto y a esta hora un taxi es casi imposible de conseguir —continuó el ingeniero Boada—. Puedo llevarte.
Arrojé mis pertenencias dentro del maletín y colgué la bata e implementos—. ¿En cuál hospital está?
—Cerca de la Estación Central.
—Gracias, no es necesario que me lleve.
—Está bien. Ve y tómate el resto de la tarde, Roberto. Me avisas si necesitas algo.
—Muchas gracias.
Caminé lo más rápido que pude hacia el exterior de la empresa y luego corrí hacia la avenida. Probé un par de veces en detener algún taxi, pero, al fracasar, continué corriendo. Era descabellado que pretendiera llegar de esa manera al hospital, sin embargo, era mucho mejor que quedarme a un costado de la calle sin hacer nada.
Dejó de importar lo decidido que estaba en no volverle hablar. Era mi hermano y solo nos teníamos a ambos en esa enorme ciudad. Papá no contaba, mamá ya no estaba y no tenía pareja. No podía permitir que creyera más de lo necesario que no iría por él. El amor de hermano era más poderoso que cualquier estupidez que pudiera cometer.
Después de correr por unas cuantas cuadras, pude parar un taxi al atravesarme en su trayecto. No fue del todo intencional y casi me atropella, pero logré el objetivo de que me llevara.
Como había sido un accidente, entré por el área de emergencia y llegué al mostrador de información siguiendo las indicaciones de una enfermera.
—Mi hermano se llama Gabriel Rojas y tuvo un accidente —indiqué con prisa.
—Deme un momento, señor. —La mujer tecleó en la computadora frente a ella antes de continuar—. ¿Es familiar?
—Sí, aquí está mi identificación.
—Gracias. —Tecleó otro poco—. El señor Gabriel está en cirugía. Tuvo un accidente automovilístico y sufrió una serie de fracturas. Llegó inconsciente. Necesito que llene y firme estas planillas, por favor.
Por reflejo, coloqué una mano sobre las planillas que deslizó hacia mí y acepté el bolígrafo, mientras conectaba en mi mente todo lo que había salido de su boca.
Accidente. Cirugía. Fracturas. Inconsciente.
—Hola, Roberto.
Giré hacia la voz y me encontré con una mujer alta y delgada. Su piel morena y sus rizos achocolatados hacían resaltar su vestimenta escarlata. Por Gabriel, sabía que ese era su color favorito.
—¿Miriam? ¿Qué haces aquí?
La ex de mi hermano se suponía vivía en nuestra ciudad de crianza y había armado su propia familia. Gabriel no había vuelto a hablar de ella desde que me llevó engañado a ese bar de bailarinas.
Miriam me acompañó mientras llené las planillas que me entregaron y se sentó conmigo a esperar noticias de mi hermano. No vi ningún anillo de matrimonio en su mano.
—Iba a verme con él hoy. El accidente ocurrió mientras se estacionaba frente a la cafetería —relató.
—¿Vives aquí?
—Me mudé hace poco y lo contacté después de todo este tiempo. —Sonrió con tristeza—. Y mira cómo terminó. Quizá fue una mala idea.
—No sabía.
Y bueno, tampoco le había dado a Gabriel la ventana para compartirme cosas de su vida últimamente. Sentí una pizca de culpa por eso. Era consciente de lo importante que había sido Miriam para él, de cómo le afectó que se casara otro, y debió ser difícil no poder desahogarse conmigo. O por lo menos distraerse.
Gabriel siempre estaba en mis peores momentos. Tenía un talento innato de soportar mis episodios oscuros; del rompimiento con Laura, del desempleo. Y no había retribuido de la misma manera.
—No creo que haya sido tan importante como para comentártelo —dijo.
Su tono fue de decepción. Tuvo que haber esperanza en este encuentro planificado. ¿Era eso posible? Habían pasado más de cuatro años.
Aclaré mi garganta—. No es eso. Nos peleamos hace unos días y no hemos conversado mucho.
—Ya veo. Ustedes siempre han sido muy diferentes. Debe ser complicado estar viviendo de nuevo juntos.
Conocía ese detalle. Parecía que habían tenido la oportunidad de hablar antes de su encuentro.
—Sí, un poco —admití.
—Todo saldrá bien, Roberto —aseguró. Le dio un apretón a mi mano más cercana y luego se puso de pie—. Iré por café, ¿quieres?
—Me caería bien, gracias.
La vi alejarse.
Quise creer que la reaparición de Miriam en la vida de mi hermano lo ayudaría a bajar los excesos. Deseé que tuviera un buen efecto en él. Aunque no estaba seguro de si había cabida para un reencuentro amoroso entre ellos; un segundo intento. Esos no solían tener éxito y podían llegar a ser incluso más dolorosos que el fracaso previo. Yo ya había leído bastante al respecto.
Miriam regresó con los cafés y al rato vino un doctor a hablar con nosotros sobre mi hermano. Lo tendrían en observación mientras pasaba el efecto de la anestesia y después sería transferido a una habitación. Le habían enyesado el brazo —luego de colocar el hueso en su lugar con la operación— y colocado una faja provisional por el daño en sus costillas. Tendría que estar un par de días en el hospital.
Solo yo pude quedarme con él. Miriam me pidió que la mantuviera informada antes de retirarse, una vez lo pasaron a la habitación. Sin embargo, él no había despertado. En la noche, yo estaba sentado junto a mi hermano cuando abrió los ojos.
—Espero que no nos visite un fantasma —dijo, captando mi atención—. ¿Recuerdas ese documental que vimos sobre hospitales embrujados cuando éramos niños?
Cerré de golpe el libro que había estado leyendo y me levanté para comprobar bien que estuviera por fin despierto.
—Calma, tengo muchos años de vida para molestarte —añadió riendo con dificultad.
—Hermano, gracias a Dios —fue lo que pude decir.
Lágrimas se acumularon en mis ojos sin previo aviso. El alivio recorrió cada parte de mí. No podía perderlo a él también. La vida ya había sido suficientemente dura conmigo.
—Tranquilo, no fue nada grave. —Extendió su brazo hacia mí y le dio unas palmadas a mi mano—. Además, serán unas pequeñas vacaciones y la oportunidad de ligar con una enfermera sensual. ¿Puedo ser más afortunado?
—No me causa gracia, Gabriel —suspiré y ocupé otra vez mi silla—. Miriam estuvo aquí.
—¿Ah, sí?
—Sí —contesté sin pasar desapercibido el cambio en él—. Se quedó hasta que le dijeron que debía irse.
Asintió y se mantuvo callado por unos instantes antes de responder—. Ahora vive aquí. No muy lejos de nuestro apartamento.
—¿Y su esposo?
—Se divorció hace unos meses. —Tomó el control del televisor de la mesita de noche y encendió el aparato—. ¿Cómo la viste?
Esa pregunta podía tener una diversidad de respuestas. No obstante, por su actitud, con la atención puesta en el televisor, tratando de hacerme creer que Miriam y todo lo relacionado con ella ya no le importaba, yo supe qué quería obtener.
—Radiante como siempre. Preocupada por ti. —Coloqué mi libro en la mesita de noche y me giré hacia el televisor. Todavía no había escogido un canal, sino que pasaba uno tras otro, intentando decidir—. Si las condiciones se dan, ¿saldrías con ella?
Apagó el televisor.
—No lo sé.
***
Después de darme una ducha para dar por culminado otro día de trabajo, fui hacia la nevera para preparar la cena. Mi hermano se encontraba en el sofá viendo las noticias. Solo quedaba el yeso en su brazo como prueba del accidente y ya el día siguiente regresaría al trabajo por media jornada.
—Yo ya comí —dijo.
—¿Ah, sí? —cuestioné revisando el interior de la nevera y encontrando una vianda que no estuvo allí en la mañana—. ¿Más comida de Miriam?
—Sí. La trajo cerca del mediodía.
Siendo consciente de que lo hacía por él, decidí una vez más respetar ese gesto y opté por prepararme una sopa instantánea. Tenía la sensación de que una gripe deseaba atacarme, así que algo caliente me sentaría bien.
Puse a calentar el agua.
—¿Y... saldrán ahora que estás mejor?
—Parece que hemos intercambiado papeles, hermanito —remarcó, fallando en esconder la ligera sonrisa que vi se asomó en su rostro.
Tenía razón. Ahora yo era el interesado en su vida amorosa. Y no era para menos. Sabía lo importante que había sido Miriam para él y que podía ser un terreno inestable. Quizá era la mujer para él y lo haría feliz, sin embargo, ya el tiempo había transcurrido y no eran las mismas personas que se habían enamorado y roto el corazón. Había heridas que podían volver a abrirse.
—Está bien si no quieres contarme —repliqué. Vertí el agua y sellé de nuevo el envase de la sopa para esperar los minutos correspondientes—. Aquí estaré cuando necesites hablar.
Gabriel suspiró—. Está divorciada y tiene un hijo de tres años, creo. No sé si quiero estar envuelto en eso.
—Creo que ya lo estás con tan solo considerarlo sin haber salido todavía —comenté—. Lo mejor es que aclares cómo te sientes y en qué punto estás desde el principio. Sé honesto.
—Lo sé. Con ella es diferente. No la quiero lastimar, a pesar de lo que me hizo —admitió.
Tomé una cuchara y mi sopa para sentarme en el comedor.
La razón de la ruptura entre Gabriel y Miriam fue estar en páginas diferentes. Miriam ya estaba lista para formar una familia, pero mi hermano no. Ella trató de ser paciente, mas la falta de compromiso de Gabriel, y que no parecía considerar ser padre en el futuro cercano, hizo que ella acabara con todo. No tardó en conseguir a otra pareja y casarse. Lució demasiado fácil para ella. Eso fue lo que más le había dolido a mi hermano.
—Una amistad nunca está mal, con los límites correctos.
—Qué va. Lo que menos quiero es algo como la supuesta amistad que tienes con Laura. Demasiado perturbador para mí. No comprendo el concepto de ese tipo de amistad.
Ni yo mismo lo entendía a veces. De hecho, sabía perfectamente que no era sano para mí estar atento de su vida. No hablábamos tanto como Gabriel creía, pero tampoco me sentía listo para desligarme por completo. Seguía siendo importante para mí, aunque no estuviéramos juntos y su serie de engaños. De cierta forma terminé comprendiendo, aceptando mis propios errores queriendo que fuera feliz. Mi excusa era estarme asegurando de ello.
—Eso no...
Una llamada entrante me interrumpió. Era Micaela otra vez. Ya la había ignorado al mediodía y, lamentablemente, no sentí correcto volver a hacerlo. ¿Y si estaba teniendo una emergencia y por eso insistía?
—Buenas noches —contesté.
—Hola, Roberto. Disculpa por molestarte a esta hora —dijo.
Gabriel me observaba con atención desde el sofá. Le había bajado el volumen al televisor.
Tuve la breve idea de ir a conversar a mi habitación, pero lo reconsideré. Micaela no tenía por qué tener ese efecto. No era relevante y no haría que mi hermano lo percibiera así.
Miré hacia el cuadro en la pared—. Dime qué necesitas.
—Verte —Micaela fue más directa de lo normal—. Ayer llegué a la capital y mañana estaré libre...
—Ya te dije que no creo que eso sea una buena idea. No puedes seguir insistiéndome, Micaela.
Su nombre se me había escapado por la molestia. Sabía que Gabriel comenzaría ha hacerme preguntas al descubrir que seguía teniendo contacto con ella.
Suspiré.
—Una vez y no vuelvo a contactarte si no quieres. Por favor.
Un cierre. Quizá eso era lo que ella necesitaba: que le dijera en su cara, sin dejar espacio a dobles interpretaciones, que jamás iba a volver a suceder algo entre nosotros. Que tenía que avanzar con su vida. Que ni yo, ni nadie, valía lo suficiente para que estuviera rogando por atención.
—Está bien —cedí—. Mañana te envío la dirección de una cafetería.
—Gracias, Roberto. Me haces muy feliz.
—Está bien. Ya voy a dormir.
—Descansa.
Finalicé la llamada. El día siguiente por fin de daría un punto final a eso. Si no entendía de una vez por todas, iba a tener que bloquearla. No podía seguir así. Era otra parte del pasado que debía terminar de soltar.
—Vaya, ¿todavía hablas con ella? —dijo Gabriel, recordándome su presencia allí.
—No he sabido cómo hacerle entender que me deje tranquilo. Tendré que ser rudo con ella.
—Bueno, yo si fuera tú, aprovecharía la oportunidad para...
—Gabriel, detente. Sé a dónde vas y eso está completamente descartado. Menos podré quitármela de encima si me acuesto con ella.
Encogió los hombros—. Mi otra recomendación es que la hagas creer que sales con alguien. Es uno de mis métodos más efectivos cuando quiero que una mujer me deje en paz. Funciona la mayoría de las veces.
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