Capítulo 6 | Reputación

REPUTACIÓN

Gracias a Jorge, pude llegar rápido al apartamento. Me deseó lo mejor y quedamos en volver a almorzar juntos el día siguiente.

Eran casi las once, pero estaba decidido a aclarar la situación esa misma noche. No me importaba si encontraba a mi hermano dormido. Lo despertaría sin remordimiento.

No obstante, lo encontré en la sala con el televisor encendido. Estaba en pijama, con expresión somnolienta.

—No ha terminado tu primera semana en el trabajo y ya estás haciendo amigos. Me alegra —dijo.

—¿Le pagaste a Mía para que se acostara conmigo?

Inicié el interrogatorio de inmediato, urgido con acabar con el tormento de la duda. No importaba si la confirmación hiriera aún más mi autoestima.

Gabriel apagó el televisor y se puso de pie.

—Roberto, cálmate un poco.

—¿Que me calme? —bufé—. Responde mi pregunta.

—¿De dónde sacaste eso?

—Maldita sea, Gabriel. ¿Cómo pudiste contratar una prostituta? ¿Crees que no soy lo suficiente hombre para atraerle a una mujer?

Mi hermano masajeó su frente y su demora en contestar incrementaba de forma exponencial mi enojo. Mi propia sangre se había burlado de mí.

—Lucía no es una prostituta. Es una vieja amiga.

—¿Lucía? ¿No se llama Mía?

—No.

Guardé silencio por unos segundos para digerirlo. Ni siquiera su nombre era real. Cada gesto, cada palabra, cada detalle, había sido planeado para envolverme. Para subirme el ego. Todo había sido mentira.

—¿Y luego qué? ¿Los dos se rieron de cómo caí en el engaño? —susurré.

—No, ¿cómo piensas eso? No fue para burlarnos de ti —Intentó colocar su mano en mi hombro, pero me aparté—. Hermano, entiendo que estés molesto. Solo ten en cuenta que mis intenciones fueron buenas. No puedes seguir lamentándote por lo que sucedió con Laura.

—¿Creíste que se solucionaría con más mentiras? Ya me vieron la cara de estúpido por demasiado tiempo, no necesito más de esa mierda.

—Tampoco juegues el papel de santo. Sé que disfrutaste. Y también me contaste de la tal Micaela. Así que, lo de Laura...

Ajeno a mi usual manejo racional de cualquier tipo de situación, cegado por la ofensa, cerré mi mano con fuerza y planté un puñetazo en la cara de Gabriel. Se tambaleó, mas no cayó al suelo.

—No te metas en mi vida. Cuando me paguen mi primer sueldo, me mudaré.

Abandoné la sala para encerrarme en mi habitación. Gabriel no tardó en tocar la puerta, pidiendo que continuáramos hablando. Lo ignoré colocándome los audífonos y la primera canción de la lista a todo volumen.

***

Me sentía sucio. Cuando supe que Laura se acostaba con Christian mientras seguíamos juntos, creí que no iba a ser posible tener una sensación más grande de asco sobre mi propio cuerpo. Con Laura, había sido uno solo. Sin embargo, con Mía, no paraba de pensar en la cantidad de hombres con los que debió estar antes y después de mí.

La misma sonrisa retadora.

Las mismas caricias habilidosas.

Las mismas palabras excitantes.

La misma actuación.

El sábado iría a primera hora a hacerme exámenes para confirmar que no me había contagiado con ningún tipo de enfermedad...

—¿Te encuentras bien? Luces tenso —dijo mi jefe.

Dejé de hacer garabatos en mi agenda para acomodar mi postura en la silla.

—Disculpe, estaba repasando unas cosas en mi mente —respondí.

El comentario que hicieron sobre él en mi primer día volvió a resonar. Ya estaba por terminar la semana y todavía no era espectador de algún grito de su parte. Su trato era bastante cordial y atento.

—¿Ya leíste todo, correcto?

—Sí, terminé hace un rato.

—Perfecto. —Se puso de pie para colocarse su bata blanca y malla en el cabello—. Es hora de darte el tour.

Me coloqué los implementos de higiene y seguridad personal. Salimos de la oficina del departamento y recorrimos los pasillos y sectores que recordaba de los planos plasmados en los manuales de orientación. A veces entrando por completo y otras solamente viendo a través del cristal. Los trabajadores que nos encontrábamos saludaban con respeto al ingeniero Boada, dándonos espacio para transitar.

De último dejó área que sería mi prioridad, la encargada de cada tipo de agua de las distintas actividades de la procesadora de alimentos. Era similar a lo que hacía en mi puesto anterior y quizás esa fue una de las razones por la que me contrataron de esa manera.

Avanzando por la sección de manejo de efluentes antes de su desalojo, noté algunas goteras en los rincones y signos de oxidación que debían ser atendidos pronto. Por otro lado, la iluminación era buena, los equipos tenían en general buen aspecto y —según lo leído— su sistema de tratamiento era el más actualizado para la alta carga orgánica que resultaba de los procesos.

—Me encanta esa expresión, Roberto. Por eso hago leer todo eso antes del recorrido —comentó mi jefe—. Espero tener una lista preliminar de puntos necesarios de atacar mañana antes del mediodía. Observa y pregunta.

—Entendido —respondí.

Me acerqué a revisar los indicadores de uno de los tanques de sedimentación. Cerca había un de los operadores de planta haciendo anotaciones.

—¿Cuándo fue la última evacuación de sedimentos? —quise saber.

El operador me miró frunciendo el ceño.

—Tengo veinte años trabajando aquí, señor. Sé cada cuánto debe hacerse la evacuación de sedimentos —replicó.

Quedé perplejo ante la actitud que había adoptado. Era la primera vez que recibía ese tipo de trato carente de profesionalismo.

—No estoy insinuando lo contrario. Yo solamente...

—Búsquelo en las hojas de control que subimos al sistema —me interrumpió—. ¡Boada! Te dije que no quería a este muchacho cerca de mi agua.

—¿Disculpe? —solté cada vez más confundido por la reacción del operador—. Aunque sea más joven que usted, merezco respeto. No entiendo cuál es su problema conmigo, pero no es ético que esté...

—¡Ja! ¿Oyes, Boada? Quiere darme un discursito de ética.

—Ya basta, Martínez —intervino por fin mi guía—. Ya habíamos hablado de esto y no hay que seguir tocando el tema.

—Participó en la contaminación de un río —bufó—. Fue suficiente con la que estuvo antes de él. Por Dios, todas esas bombas que se dañaron y esa fruta sucia. La empresa está perdiendo sus exigencias.

Así que de eso se trataba. Estaba enterado de lo que ocurrió en mi trabajo anterior y no me quería involucrado en su espacio. El error de aceptar ese cargo me seguiría durante toda mi carrera.

—No fue mi culpa. Obedecí el protocolo y, cuando no fui escuchado, renuncié —me defendí.

—Pudiste haber hecho más, ¿no crees? Cuando un miembro del equipo falla, es responsabilidad de todos. Eres igual de culpable.

Respiré hondo, aceptando que no había manera de cambiar su opinión. Claro que pude haber hecho más, como hacer algún tipo de escándalo mediático sobre lo que sucedía, pero ya estaba demasiado abrumado con mis asuntos personales como para tener cabeza para eso. El tiempo había transcurrido y no había vuelta atrás.

—Regresaré a mi escritorio —le anuncié a mi jefe antes de retirarme—. Con permiso.

Volví a mi puesto abatido. Mi reputación se reducía a ese incidente fuera de mi control. Eso era yo para el público: un peligro para el medio ambiente. Hacía mucho había dejado de ser el Roberto exitoso, con una compañera de vida perfecta, con un cargo prometedor y unas bases sólidas para alcanzar cada una de mis metas. Ahora era un mal chiste.

El ingeniero Boada no regresó de inmediato. Tuve el tiempo para serenarme con un café e iniciar con la lista que debía entregarle el siguiente día. En medio de eso, mi celular vibró indicando una llamada entrante.

Maldije, era Micaela.

—Estoy ocupado —dije al contestar.

—Sé que conseguiste trabajo —respondió.

—¿Cómo sabes eso?

—Recuerda que tengo buenos contactos, Roberto. Quería saber cómo te sentías allí.

No iba a compartir con ella la verdad. Por más mal que la estuviera pasando, no iba a aceptar el favor que deseaba hacerme. No la ilusionaría con la esperanza de que sintiera algo que jamás ocurriría. Micaela era sinónimo de remordimiento para mí.

—Bien, el ambiente es agradable.

Hizo un breve silencio y por un momento creí que había colgado.

—Dentro de dos semanas estaré en la capital para asistir a una reunión. Me gustaría verte.

—Para serte sincero, no creo que eso esa correcto.

—Roberto...

—Ya tengo que irme.

Colgué y me hundí en mi silla.

Todo sería más sencillo si tan solo pudiera ver a Micaela con otros ojos. La herida mortal hecha por Laura hubiera sanado más rápido y el engaño de Mía no hubiese pasado. Mía, porque ese fue el nombre del personaje que me envolvió; no Lucía.

—Sigues aquí, chico —señaló mi jefe al ingresar a la oficina.

Se quitó sus prendas de protección para guindarlas en el colgador de la esquina y luego se sirvió el poco café que dejé. Se apoyó del borde de su escritorio para examinarme.

—Lamento lo que sucedió con el operador —empecé con la disculpa sin sentido, mas necesaria. El orgullo no me haría conservar mi empleo, ni cumplir con mi objetivo de mudarme del apartamento de mi hermano.

—No, eso tenía que pasar —respondió—. Martínez tiene más tiempo trabajando aquí que con su esposa.

—Si debo hacer algún tipo de carta o de reporte, o incluso si cree que es necesario degradarme de mis funciones, lo entenderé —continué.

—A ver, chico. Yo analicé tu currículum y te elegí considerando todo lo que podía pasar. Es normal que desconfíen.

—¿Por qué me escogió entonces? —cuestioné—. Había muchos candidatos cuando vine a mi entrevista.

—Eres joven, pero pasaste por una experiencia desagradable. Estoy seguro de que ninguno de esos candidatos tiene tanta convicción de obtener buenos resultados como tú. Querer limpiar tu reputación debe ser tu motivación más grande.

Esa afirmación removió mi interior. Que un colega, con tantos años de experiencia, y que tenía menos de una semana conociéndome, tuviera esa perspectiva, me dio ánimos. No todo era malo.

—Muchas gracias por creer en mí —dije—. No lo defraudaré.

—Con que no te decepciones a ti mismo, es más que suficiente. Tomará tiempo y la construcción de un buen récord de trabajo, pero se acostumbrarán a tu supervisión.

***

Ese viernes visité de nuevo el bar que estaba cerca de la procesadora de alimentos. Mis amistades del trabajo no me acompañaron por ya haberse gastado el presupuesto de la semana para esa clase de salidas, por lo que ocupé un taburete solo en la barra.

No quería que haber culminado esa primera semana pasara desapercibido. Además, todavía no le hablaba a mi hermano, así que no deseaba estar tan pronto en el apartamento.

Corrí el riesgo consciente de volverme a encontrar con Mía. No me importó, porque, en caso de que sucediera, fingir no conocerla sería una forma de cultivar la idea de que lo que tuve con ella no significó nada. Un acostón tan vacío como sus mentiras.

Bebí cerveza y le presté atención a la música del lugar. Tuve que amablemente declinar la invitación de una chica que se me acercó, sin interés de ser encantador. ¿Cómo confiar en que no era otra amistad de Gabriel haciéndole un favor?

Mientras me comía unos nachos para poder continuar ingiriendo más alcohol, Mía con su nueva identidad entró al bar acompañada por un sujeto nuevo. En esa ocasión había optado por rizos escarlatas y un vestido corto y ajustado. Igual de hermosa.

Ella estaba del otro lado de la habitación, concentrada en su cliente, por lo que no detectó mi presencia. Y yo tampoco pretendí esconderme, ni marcharme. Seguí comiendo mis nachos, observando cómo se sentaban en una mesa y pedían sus primeros tragos.

Ordené más cerveza y canté un poco para mí mismo. Ignoré un nuevo correo electrónico de Micaela y la notificación de la actualización del blog de Laura. Sí, estaba subscrito a la página con un nombre falso.

Miraba de vez en cuando hacia Mía. En varias ocasiones intenté enumerar sus tácticas e identificar las similitudes de lo hecho conmigo. Era tan carismática y coqueta. Tenía al hombre de unos cuantos años mayor embobado por ella.

Al notar que eran casi las doce, decidí pagar mi cuenta y acabar con mi tortura. Había sido suficiente de contemplarla y desear que se estuviera riendo conmigo y no con él. Al final, había sido una mala idea ir a ese bar y quedarme.

A punto de marcharme, Mía se levantó bruscamente.

—¡Dije que dejaras de tocarme! —exclamó tirando la falda de su vestido hacia abajo.

—No seas dramática, bombón. Solo fue una caricia juguetona —respondió el sujeto restándole importancia al claro disgusto de ella.

—Se acabó la cita —declaró Mía.

Se comenzó a apartar de la mesa y de la situación, pero él fue tras ella. La arrinconó contra otra mesa cercana y le puso las manos en el trasero.

—No te hagas la difícil. Usas ese vestido solamente para provocarme.

La ira de estar presenciando esa escena se apoderó de mí. Dejó de importar su oficio y que hubiera confabulado con mi hermano. Era una mujer siendo claramente tocada en contra de su voluntad por una escoria.

No sé cómo atravesé tan rápido los metros que me separaban de ellos. Y lo siguiente que supe fue que tiré del desconocido para alejarlo de ella y darle un puñetazo en el estómago.

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