Capítulo 5 | Confesión

CONFESIÓN

Después del papeleo y proceso inicial de ingreso, la licenciada de recursos humanos que me entrevistó fue quien me guió a mi puesto de trabajo. No me hizo un recorrido completo de las instalaciones como era costumbre, solamente dijo algunos comentarios de las zonas que íbamos atravesando en el trayecto al Departamento de Control de Calidad.

Me llevó a la oficina en el fondo de la habitación de cuatro cubículos. Allí había espacio para dos escritorios y uno de ellos era ocupado por un señor en sus cincuentas, con gafas y una camisa impecablemente blanca.

—Buenos días, José. Aquí te traigo al nuevo —dijo la licenciada—. Roberto, te presento al ingeniero José Boada, el jefe de departamento.

Di un paso al frente y extendí mi brazo para saludar a mi nuevo superior con un apretón de manos. El ingeniero se levantó y aceptó mi gesto con un ligero asentimiento.

—Bienvenido al equipo, Roberto.

Para mi sorpresa, la primera entrevista que tuve fue suficiente para ser contratado. Por alguna razón no les pareció necesario la entrevista de mi jefe directo, así que era la primera vez que veía al señor frente a mí.

Dejándome en sus manos, la licenciada se fue. José señaló el escritorio vacío y acomodé mi maletín en él, junto a una serie de manuales gruesos.

—Estarás en mi oficina durante tu periodo de prueba de tres meses. Yo mismo me encargaré de tu formación e integración en el equipo —indicó.

—Entiendo. Gracias.

—Bien, para comenzar, lee todo lo que puse en el escritorio. Aunque tu principal función será relacionada con el ciclo del agua dentro de la planta, tienes que familiarizarte con cada parte del proceso, con la industria alimenticia, y las normas que rigen nuestros estándares de calidad. Tengo entendido que antes trabajaste en la industria textil, ¿correcto?

—Sí, correcto.

No añadió nada más. Volvió a sentarse y yo hice lo mismo. Revisé cada título para decidir con cuál iniciaría mi larga jornada de lectura.

Luego de llevar un rato leyendo y haciendo anotaciones en una de mis agendas, el resto de los integrantes de control de calidad —quienes debían ocupar los cubículos del exterior— entregaron sus informes de la mañana y el jefe se encargó de las breves presentaciones. Solo una lució contemporánea conmigo y el resto con Jorge.

Aunque el objetivo de trabajar era el sueldo y seguir avanzando en mi carrera profesional, también era un sitio adecuado para hacer amistades. Esperaba que pronto mi vida social se ampliara más allá de solo mi hermano.

A pesar de mi sonrisa amistosa llegada la hora de almuerzo, cada quien tomó su propio camino al comedor de la compañía. Jorge se había quedado en la oficina y mis otros compañeros de departamento se dispersaron por el lugar, cada uno buscando qué comer para posteriormente anexarse a su grupo de descanso ya constituido.

Respiré hondo y me recordé que se trataba del primer día. No importaba en qué punto de la vida fuera, los primeros días —al igual que las primeras veces— siempre tenían su grado de dificultad. Después, todo mejoraba.

Hice mi fila para la comida y elegí un emparedado de ensalada de pollo; algo cómodo y rápido de comer para poder regresar con mi labor. Debía causar una buena impresión y adaptarme lo antes posible, lo cual lograría terminando con la montaña de papeles que todavía me esperaba.

Ocupé una mesa vacía. Mientras estaba concentrado comiendo, mi celular vibró y la pantalla se iluminó. Era un mensaje de Laura deseándome suerte en mi nuevo empleo. No lo abrí.

—Disculpa, ¿están ocupados los asientos?

Alcé la vista hacia la mujer que acababa de hablarme. A diferencia de la mayoría de los empleados presentes que vestían ropa cómoda, ella estaba de ejecutiva, con el cabello suelto y tacones altos. Sostenía la bandeja de su almuerzo.

—No, no están ocupados —respondí removiéndome un poco en mi silla—. Puedes sentarte si quieres.

—Genial, gracias. Me llamo Vanesa. —Levantó su mano y le hizo señas a dos sujetos a un par de mesas de distancia—. ¿Cómo te llamas? ¿Eres nuevo, cierto?

—Eh, sí. Me llamo Roberto.

Vanesa se sentó y colocó el jugo adicional que tenía sobre mi bandeja. Era de la marca de la empresa.

—Pruébalo. Es un producto nuevo —dijo con una sonrisa.

Antes de poder agradecerle el gesto, uno de los desconocidos se sentó a mi lado y el otro junto a ella. El segundo le dio un beso en la mejilla para después ofrecerme su mano.

—Un placer. Soy Luis y él es Jorge.

—Yo soy Roberto Rojas, analista de control de calidad —me presenté mejor.

—Qué bien. Yo soy de relaciones públicas, mi esposo Luis de mercadeo y Jorge es de mantenimiento —explicó Vanesa.

Debía admitir que me sentía un poco abrumado por cómo se habían acercado a mí. Había sido inesperado, pero significaba un paso positivo para mi vida social. También, fue un alivio que Vanesa estuviera casada y su interés no haya sido coquetearme. Los romances en el trabajo no daban buenos resultados.

—¿Y qué tal te trata Boada? ¿Ya escupió fuego por su boca? —preguntó Jorge.

—¿Perdón?

—No le hagas caso —intervino Vanesa—. Lo que pasa es que el jefe de control de calidad tiene la reputación de hacer llorar a sus subordinados.

—La analista anterior a ti renunció por eso —agregó Luis.

—Bueno, por los momentos ha sido callado. Me tiene leyendo manuales —contesté.

—Vamos a ver cuánto dura.

***

El bar al que me invitaron mis nuevas amistades del trabajo no lo conocía. Quedaba cerca de la empresa y llegamos justo cuando empezaba la hora de tragos a mitad de precio. Los muebles eran de tonos oscuros, en su mayoría de estructuras metálicas y tapicería de tonalidades azules. Había una extensa barra con taburetes, pero también tres hileras de mesas y un área de juegos.

—Solemos venir aquí los viernes, pero hacemos la excepción cuando queremos darle la bienvenida a alguien —dijo Vanesa guindándose del brazo de su esposo Luis—. Venden cocteles deliciosos.

—Aprecio mucho la invitación —repetí con la misma sinceridad de la hora de almuerzo.

En la industria, las noticias corrían rápido y haber estado envuelto en el escándalo de mi trabajo anterior no me dejaron demasiadas esperanzas de congeniar con mis compañeros nuevos. Sin embargo, sus intenciones parecían sinceras y no habían tocado el tema de la contaminación del río.

Jorge me palmeó la espalda—. Vamos, relájate. Sin tanta formalidad fuera del trabajo.

—Seguro solo necesita sentirse más en confianza. No olvides cómo eras tú al principio —señaló Vanesa para luego sonreírme.

—Sí, como sea. Tienes razón.

—Oh, miren. Nuestra mesa favorita está vacía —indicó Luis zafándose del agarre de su esposa para apresurarse a tomar la mesa del rincón.

Conforme avanzaba detrás de ellos por el establecimiento, analizando los detalles del lugar, mi mirada se cruzó con la de una chica que ocupaba una mesa. Estaba acompañada de un sujeto, quien le hablaba sobre un tema trivial, pero yo parecía haber robado su atención. Por unos segundos eternos, por los que por alguna razón encontré familiaridades en su rostro, moldeado por un cabello lacio, se me dificultó retirar mis ojos de ella, a pesar de lo raro que podía ser la situación. Era hermosa y por las joyas y su ropa debía tener buena posición social.

El extraño le tocó la mano, forzándola a retirar su vista de mí. Yo tuve que desviar también mi atención para no chocar con una pareja que se iba del local. No obstante, antes de que saliera por completo de mi campo visual, volví a ojear en su dirección. Se había vuelto a concentrar en su acompañante. Cuando le sonrió, la reconocí por el gesto. A pesar de ser rubia y con estilo completamente distinto, el rostro era de Mía.

¿Era posible? ¿Acaso era un familiar suyo? ¿O era una alucinación?

Sacudí mi cabeza para apartar esos pensamientos. Era una locura. Mía no me había escrito aún y la ciudad era lo bastante grande como para que fuera casi imposible topármela por casualidad. Además, ¿por qué ese cambio radical de aspecto?

Me uní a mis compañeros de trabajo y pedí una cerveza. Hice un esfuerzo por enfocarme en ser parte de las conversaciones que transcurrían en la mesa. Luis y Vanesa eran una pareja adorable; y, aunque era inevitable compararlos con Laura y conmigo, me era grato que estuvieran presentes para llenar los silencios.

—A ver, Roberto, es tu turno —dijo Jorge.

—¿Mi turno de qué?

—De describir a tu mujer ideal. Es obvia la respuesta que dará Luis, así que solo quedas tú por responder.

Le dio el último sorbo a su cerveza y tomó otra del balde que estaba en el centro de la mesa.

—Además, así sabré a quién presentarte en caso de que lo necesites. He vivido toda mi vida aquí, así que conozco a muchas personas —añadió.

Lo último que necesitaba era a otro casamentero. Con mi hermano era más que suficiente.

—No estoy buscando tener una relación en este momento —aclaré.

—Pero eso no evita que puedas responder...

—No seas entrometido. No va a querer volver a salir con nosotros —lo reprendió Vanesa—. Y eso de persona ideal me parece una tontería. Los seres humanos somos más complejos que eso y lo que creemos querer no suele ser lo mejor para nosotros. Hay que dejar que las cosas sucedan, no buscarlas de esa manera.

Jorge refunfuñó y Luis depositó un beso en la sien de su esposa.

Por enésima vez esa noche, ojeé la mesa de la rubia. No obstante, desde mi posición solo podía tener vista de su espalda.

Laura y Mía eran opuestas. Laura, lo que me pareció necesario para tener una relación estable y hacer un hogar. Y Mía, todo lo contrario. Pero, ambas tenían el efecto de causar estragos en mi cabeza. Laura fue la definición de mi mujer ideal, ¿y qué importaba eso si de todas formas me engañó?

—Estoy de acuerdo con Vanesa —comenté—. ¿Pedimos algo para comer?

—¡Sí! Las alitas de pollo son divinas.

Después de unas cuantas cervezas más y de que Luis y Jorge pelearan por la alita de pollo que dejó Vanesa, me excusé para ir al baño. Lo hice en ese momento con la ligera esperanza de poder toparme cara a cara con la rubia y terminar de aclarar la duda de si se trataba de Mía, ya que la había visto ir hacia los baños.

Atravesé el local y entré al pasillo que tenía el par de puertas con las figuras indicativas. Me detuve un instante, ayudando un poco al destino. Solo serían un par de minutos, mientras ella salía. Sí, como un completo acosador.

Sintiéndome avergonzado de lo que hacía, revisé la hora en mi celular y decidí que ya era hora de ir a casa.

—¿Qué haces aquí?

Giré de nuevo y la chica acababa de salir del baño de mujeres, atrapándome en mi episodio impulsivo y cuestionable.

—No te alarmes, solamente... —Callé al notar el lunar en su mejilla, detallar más de cerca su nariz respingada y su estatura. Eran demasiadas similitudes—. ¿Mía?

En su expresión de molestia se asomó la sorpresa. No confusión.

—Te equivocas de persona —respondió—. No me sigas, o gritaré.

Ya estaba seguro de que no era así. Era Mía, pero con peluca. ¿Por qué ese disfraz? ¿Por qué estaba con ese hombre? ¿Yo solo había sido un simple acostón?

—Sé que mientes —murmuré—. ¿Por qué?

Retrasó su partida para volver a observarme. Ahora había pena.

—Mira, eres listo y no quiero que nadie me esté fastidiando —soltó—. Vete y déjame en paz.

—¿Por qué escondes tu cabello real?

—Mierda, Roberto —suspiró—. Le dije a Gabriel que esto no sería una buena idea. Pídele explicaciones a él. No te vuelvas a acercar a mí.

Antes de que pudiera reaccionar para detenerla, Mía se escabulló. Estuve por ir tras ella para preguntar qué significaba eso, pero interceptó a su acompañante para evitar que se fuera del bar. Lo convenció con coquetería y luego lo tomó de la mano para guiarlo de regreso a la mesa.

Jorge vino a buscarme.

—¿Estás bien? Creímos que te había tragado el retrete —dijo.

—Tengo una emergencia familiar —mentí—. Debo irme. Despídeme de los demás, por favor.

Necesitaba respuestas. Mi hermano era capaz de muchas cosas, incluyendo pedirle el favor a alguien para seducirme. Fui un iluso en creer que cumplía con los requisitos para que una mujer como Mía se interesara genuinamente en mí.

—Oye, Roberto. ¿Puedo darte un consejo?

—Dime.

—Aléjate de esa mujer con la que hablabas. No estamos seguros de si es una prostituta, pero viene de vez en cuando al bar, con un hombre diferente siempre y un nuevo look. Beben, comen, su acompañante paga todo y después se van.

Sentí como si me faltara el aire. Eso era peor que Gabriel pidiéndole el favor a alguien. ¿Dinero de por medio? ¿En serio? Un listado de enfermedades de transmisión por intercambio de fluidos corporales se desglosó en mi cabeza.

—Agradezco la advertencia —respondí—. Ella me confundió con otra persona. Eso fue todo.

—Bien. Espérame un momento para despedirme de Vanesa y Luis. Te daré un aventón.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top