Capítulo 4 | Nostalgia
NOSTALGIA
Después de botar el condón usado, me tendí junto a ella en el sofá y la abracé. Su espalda se adhería a mi pecho y sus nalgas estaban peligrosamente alineadas con mi entrepierna; como si su cometido en el mundo fuera tentarme. Deposité un beso en su hombro y respiré su aroma. Todavía podía sentir los latidos acelerados de su corazón.
—Te aconsejo no nombrar a Dios cuando estés teniendo sexo —dijo con un tono de diversión—. A la mayoría puede resultarle incómodo.
—Disculpa —respondí de inmediato, agradecido de que en el momento hubiera ignorado el comentario que se me escapó.
Negó y giró un poco el rostro para que pudiera ver su sonrisa.
—Qué dulce eres. No era para que te disculparas. Yo no soy como la mayoría.
La apreté más contra mí y me permití disfrutar de ese instante, el cual no estaba seguro de cuánto duraría. No conocía lo suficiente sobre ella, así que no sabía si podía quedarse el resto de la noche. Tampoco me atrevía a preguntárselo; mucho menos el resto de las interrogantes que se formaban en mi mente. Se me estaba haciendo difícil no ilusionarme con la suerte que había tenido de ser digno de su atención.
—Ya es hora de irme —indicó rompiendo la burbuja de plenitud.
—Puedes quedarte si quieres —ofrecí.
—Gracias, pero no. —Retiré mi agarre para permitirle sentarse. Plantó un beso fugaz de despedida en mis labios—. La pasé muy bien.
—Yo más —repliqué—. Te acompaño a esperar el transporte.
Evitó que me levantara del sofá—. No lo hagas.
La autoridad en su voz causó que no la contradijera. Me quedé recostado, viendo cómo se vestía.
Lo que pude hacer fue acompañarla hasta la puerta. Mía compartió una frase de despedida y luego se marchó por el pasillo sin voltear.
El apartamento se sintió más grande ya sin ella allí. Me dediqué a acomodar lo que habíamos desordenado en medio del descontrol, repitiendo cada segundo que la tuve exclusivamente para mí. Sin querer todavía retirar su olor de mi piel, solo oriné y me fui a dormir a mi recamara.
No recordaba la última vez que descansé tan bien. Sin despertar a mitad de la madrugada, sin ser atacado por alguna pesadilla. Una sensación renovadora me acompañó durante ese domingo por la mañana. Era como un nuevo yo; más alegre y lleno de motivación.
—Parece que alguien por fin tuvo sexo anoche —fue el saludo que me dio Gabriel cuando salí a prepararme el desayuno.
Por un momento, temí que pudiera haber llegado mientras estuve en el sofá con Mía. No por querer escondérselo, sino por respetar la privacidad de ella.
Me quedé de pie a medio camino de mi hermano.
—No pongas esa cara —dijo—. No vi a la afortunada. Llegué hace como una hora del paraíso.
Con eso volví a relajarme y fui a servirme cereal. Mi hermano se sentó en el comedor de dos sillas a tomarse su café.
—¿Qué pasa? ¿No piensas contarme nada? ¿En serio?
Suspiré, terminando de verter la leche en el plato hondo. No creía que fuera correcto compartir detalles sobre ese momento tan íntimo.
—Sabes que no...
—Bueno, de todas formas, estoy muy feliz por ti —me interrumpió—. Mi noche también fue grandiosa. Me atrevo a decir que la mejor del año. Esas dos hermanas fueron...
—No quiero oírlo —lo corté.
Fui a sentarme también en el comedor. Mientras comía, fui repasando en silencio lo que debía hacer ese día.
—Solo dime esto, ¿intercambiaron números?
Sabiendo que por lo menos esa información debía darle para que me dejara tranquilo, cedí.
—Ella tiene mi número. No quise presionarla pidiéndole el suyo.
—Ya veo —contestó después de meditarlo unos segundos. Se puso de pie para ir a lavar la taza.
—¿Eso qué significa? —gruñí al no agradarme su tono.
—Nada, hermanito. Solo quería molestarte un poco.
Se estiró con exageración y fue a su habitación a recuperar energía.
Pasé el día limpiando, ordenando y escribiendo a más ofertas de empleo. No era seguro que me contrataran en la procesadora de frutas, así que debía aprovechar el tiempo aplicando a otras opciones. Con el tiempo que llevaba en busca del puesto ideal para mí, había notado que menos de la mitad de resúmenes curriculares enviados recibían algún tipo de respuesta; y casi nunca positiva. Y eso que me esmeré en tener diferentes opciones dependiendo del cargo disponible; unos más elaborados que otros, según el grado de habilidades requeridas.
En esas horas, las imágenes de Mía se asomaron por mi mente en más de una ocasión. Recordar la sensación de su respiración, me hizo estremecer como si estuviera de nuevo con ella. Todo seguía tan nítido en mi cabeza y había sido tan espontáneo, que por instantes cuestionaba si había sucedido de verdad, o si había sido un sueño loco después de una borrachera. Y ni siquiera tenía el número registrado en mi teléfono para confirmar su existencia, solo un preservativo usado en la cesta de basura.
Llegué al final de mi jornada hogareña revisando la despensa. Hice una lista de lo pendiente por comprar haciendo mi inspección de la cocina y el baño. Sabía que con el sueldo de Gabriel siendo el único cubriendo los gastos, muchos de los artículos anotados serían descartados. Ya no quedaba nada del dinero reunido en los trabajos temporales. Necesitaba encontrar otro empleo pronto.
Pegué la lista en la nevera con un imán. Cuando no deseaba acompañarme —la mayoría de las veces—, Gabriel me dejaba el dinero disponible en el comedor y yo iba a un supermercado cercano a cumplir con mi función.
Era imposible no comparar mi situación a la época donde el salario de Laura y el mío alcanzaba incluso para darnos gustos caros y ahorrar. Manteníamos un apartamento con opción a compra, dos autos y llegamos a planear una boda ostentosa. Pero todo se desmoronó y mi nivel de vida decayó al subsuelo.
Me serví un vaso de la botella de whisky que mi hermano tenía escondida bajo el fregadero. Me quité los zapatos y me senté en el sofá. Luego de darle muchas vueltas, tratando de suprimir ese deseo masoquista, desbloqueé mi teléfono con la mano libre y busqué la página principal donde se compartían los artículos de Laura.
Como no había subido uno recientemente —el último de hacía diez días—, me fui a la red social que más utilizaba para indagar un poco. Ya no era la misma desde que estuvo comprometida conmigo. Ahora le prestaba más atención al mundo virtual, viajaba y se esmeraba por conectar con desconocidos a través de sus experiencias. Su cabello castaño tenía reflejos nuevos y su sonrisa lucía más amplia.
Continué bebiendo whisky mientras paseaba por las publicaciones que no había visto. Ya llevaba una semana sin dejarme llevar por la curiosidad de cómo iba su vida pública. Era consciente de que no era una práctica sana, pero era mejor que contactarla. Me hacía sentir menos patético.
Me serví otro poco de la bebida alcohólica. Gabriel había salido y lo más probable era que regresara tarde en la noche.
Cuando terminé con el perfil de Laura, sucumbí también al impulso de revisar el de Christian. La pareja actual de mi ex se veía incluso más radiante con su bronceado nuevo. Ganarse la vida recomendando lugares para visitar no le sentaba mal. Bueno, a nadie seguramente.
Solté un suspiro. Ya había superado la etapa de compararme con él y menospreciarme. En realidad, me alegraba que fueran felices. Aunque fuera un sentimiento agridulce.
Sin embargo, eso no eliminaba la angustia de no haberme podido levantar todavía después de más de un año. De sentirme estancado en el mismo agujero.
Dejé el vaso vacío en el suelo y me recosté. Percibía cierta humedad deseándose acumular en mis ojos. Me reí con tristeza amarga. Me lamentaba en el mismo lugar donde esa madrugada estuve por primera vez con una mujer que no fuera Laura.
No sé cuánto tiempo estuve con la mirada perdida en el techo, torturándome con el recuento de mis errores y las consecuencias. En cierto punto, el ahogo de mi miseria fue interrumpido por el ruido de la puerta principal abriéndose. Me cubrí los ojos con el brazo para fingir estar dormido.
—Oh, vamos —dijo Gabriel—. Se supone que iba a abrirla el otro fin de semana.
Se refería a la botella de estaba casi por la mitad sobre el comedor.
—Perdón. Yo compro otra mañana —murmuré.
No respondió de inmediato, ni yo me levanté. Oí sus pasos por el apartamento. Esperaría que se fuera a su habitación para yo poder hacer lo mismo. No quería su empatía.
—A ver, toma.
Fui forzado a retirar el brazo para mirarlo, ya que estaba demasiado cerca. Mi hermano estaba agachado junto a mí ofreciéndome el vaso lleno de whisky otra vez.
—No me hagas insistir —agregó.
Me senté y acepté el trago. Gabriel fue por otro vaso servido que había dejado en el comedor y vino a ocupar un puesto a mi lado.
Chocó su vaso con el mío—. Por las mujeres.
Asentí y volví a quemar mi garganta para enterrar lo que no podía articular con palabras. Mi hermano también dio un largo trago.
—Piensa en la chica de anoche y en lo bien que la pasaste. Ese es solo el comienzo.
—No me ha escrito —repliqué.
—Y no importa si no lo hace, Roberto. Enfócate en que hay muchas posibilidades y opciones que no tienen nada que ver con Laura, ni tu pasado.
Continuamos tomando en silencio. El lazo entre nosotros era una sensación peculiar, pero familiar. Pese al periodo que estuvimos distanciados, desde la muerte de nuestra madre, sabía que podía confiar en él con los ojos cerrados. Y la realidad era que solo éramos nosotros dos.
Ninguna de mis amistades hizo el esfuerzo por mantener el contacto después de la ruptura, de mi renuncia y del escándalo de contaminación. Ignoraron mis mensajes. Solamente de vez en cuando me llamaba la madre de Laura, mi ex, o Micaela. Mi círculo se había hecho muy pequeño.
La pantalla de mi celular en el suelo se iluminó. Lo agarré enseguida, anticipando algún mensaje de Mía. No obstante, no fue así. Se trataba de un correo electrónico de la compañía procesadora de frutas. Me habían dado el trabajo.
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