Capítulo 3 | Control
CONTROL
Entendía que no quisiera volver a verme, pero, ¿fingir que me había equivocado? Con que hubiera sido sincera, hubiese sido suficiente. Me sentí como un tonto al creer que de verdad se había interesado en mí. Quizá Gabriel tenía razón y era más importante ser sexy. Ese tuvo que ser uno de los motivos por los que Laura prefirió a Christian. Él era un espíritu libre, con un estilo de vida poco convencional, y eso podía ser atrayente. ¿Y yo? Yo me interesaba en combinar materias primas con aditivos y catalizadores para obtener un producto final. Eso no sonaba sexy.
A la desconocida que acababa de explicárselo parecía que tampoco por su expresión.
—Entonces, ¿el nuevo novio de tu ex trabaja viajando? Qué cool —dijo.
Y eso que no había mencionado que era hijo de la dueña de una reconocida marca de ropa.
—Sí, muy cool —suspiré.
Ya habiéndome descartado como opción para pasar una noche divertida y notando que su comentario había sido demasiado fuera de lugar, extendió el brazo para llamar la atención de una conocida y fue hacia ella y el grupo con el que estaba.
Aceptando que iba a ser una noche más para socavar mi autoestima, me dirigí a la mesa de tragos para rellenar mi vaso. Era un coctel rosado que no sabía con exactitud qué contenía, pero cuyo sabor frutal era agradable. Le di un sorbo a la bebida y busqué con la vista a mi hermano por el local de la fiesta de solteros. Por lo menos las intenciones de las mujeres eran más fáciles de descifrar en eventos así.
No veía a Gabriel por ningún lado.
—Como amiga, te aconsejo jamás hablar de tu ex si pretendes ligar.
Volteé al escuchar su voz.
Mía tenía un delineado elaborado que resaltaba sus ojos y los labios pintados de rojo. Había un lunar en su mejilla que no recordaba haber visto antes. El vestido azul eléctrico que cargaba poseía transparencias en la zona del abdomen y las mangas. Y debido a sus tacones estaba casi a mi altura.
Que fingiera no conocerme la semana pasada todavía seguía fresco en mi mente. ¿Se había arrepentido de actuar así? ¿Justo tuvo un mal día cuando coincidimos aquella vez y prefirió mentir sobre conocerme?
—¿Ya te olvidaste de mí? —preguntó. Agarró un vaso de plástico y empezó a servirse del coctel—. A la que le botaste el café y ayudaste con ejercicios de química.
—Sé quién eres —respondí.
La vi sonreír de perfil. Estaba más linda esa noche y la tela del vestido se ceñía a sus curvas. Humedeció sus labios con la bebida y giró hacia mí.
—Me alegra, Roberto.
Incluso recordaba mi nombre.
Tenía la misma mirada retadora y expectante de mi próxima reacción. Aunque deseara hacerlo, no creí que fuera el momento para mencionar nuestro encuentro en la calle y su amnesia temporal. No quería espantarla. Su presencia me estaba ayudando a hacerme sentir menos fuera de lugar.
—Y a mí que estés aquí —solté sin pasarlo por algún filtro mental. Era cierto y, justo como ella hacía, iba a permitirme ser un poco más directo.
—¿Porque significa que estoy soltera, como tú? —tanteó.
Deslizaba su boca por el borde del vaso y me fue difícil no concentrarme solo en esa acción. Me estaba provocando. No podía haber otra manera de interpretarlo. Buscaba que solo tuviera en mi mente sus labios y los lugares en los que me gustaría tenerlos.
—Porque no tengo que volver a pasar por el proceso de presentarme y rogar no ser ignorado —respondí con lo segundo que también era verdad.
Por supuesto que lo primero era saber, sin haber preguntado, que no tenía pareja. Las probabilidades con ella crecían. Y así sea una pizca de interés debía de tener por mí, pues de lo contrario me hubiera señalado sutilmente que sus intenciones eran otras. Y no lo había hecho.
—¿Entonces estás suponiendo que me quedaré contigo lo que queda de la noche? —inquirió con un ligero alzamiento de cejas.
—No. —Aclaré mi garganta—. Me refiero a que me gustaría, pero solo si tú también quieres.
—¿Y cuál es tu propuesta? ¿Qué haremos para entretenernos?
Su mirada se deslizó hacia las personas que bailaban.
—No soy buen bailarín —me excusé—, pero seguro te divertirás viendo cómo me avergüenzo a mí mismo.
Dejó su vaso sobre la mesa y me quitó el mío para colocarlo junto al suyo. Después, me sujetó la mano, generando que me olvidara de respirar.
—No vine precisamente para bailar, pero es un buen preámbulo —dijo.
Tiró de mí para que la acompañara hacia los que hasta ese momento habían tenido más suerte que yo esa noche. Sin embargo, con su presencia eso había cambiado. Tenerla a escasos centímetros, con sus manos en mis hombros, sus caderas moviéndose con el ritmo de la música, y sus ojos atentos a mi respuesta corporal, me hicieron sentir como adolescente inexperimentado. Y eso no estaba del todo lejos de la verdad. Laura era en lo que se resumía mi historial amoroso.
Mía sonrió con picardía. Llevó mis manos a su cintura. Se suponía que yo era quien debía guiar por ser el hombre, pero ella se estaba adueñando de ese papel sin problema. No parecía molestarle, sino más bien divertirle.
Acortó la distancia y se estiró un poco para quedar a milímetros de mi oído.
—Vamos, Roberto. Puedes cerrar los ojos, si quieres —susurró—. Solo estamos tú y yo.
Debía relajarme para poder por lo menos hacer el intento de bailar, pero mi cuerpo estaba rígido. Su aroma y cercanía me tenían abrumado. Por encima de la música, escuchaba los latidos de mi corazón. Tenía la boca seca y no podía concentrarme en otra cosa que no fuera el color de sus labios.
Mía ya no bailaba. Me miraba fijamente y juraría que contuve la respiración cuando noté sus manos aproximarse a mi rostro. Aunque me lo hubiera dado como opción, no iba a juntar los párpados. No podía renunciar a la imagen de ella.
¿Quién era Mía? ¿Cómo era posible que estuviera teniendo la iniciativa e incluso llevara las cosas tan deprisa?
No es que me pareciera malo. No me importaba que lo hiciera. Me gustaba. Me halagaba. Me daba esperanzas. No obstante, me asustaba lo irreal que se percibía.
¿Yo era la presa? ¿Solo sería un acostón para ella y ya? ¿Quizás una forma para quitarse a un ex de la cabeza? Y, más allá de esas interrogantes, una parte de mí me insistía en que me callara y solo me dejara llevar. Una parte no se quejaría si era usado por ella.
—¿Por qué tan silencioso?
Sus dedos estaban en mi rostro y la sensación de su aliento me hizo alzar la atención a sus ojos. No había tan buena iluminación en ese lugar, pero el destello de las luces que rebotaban por el espacio me permitió obtener un vistazo de sus ojos color miel.
Esa capa de desafío se había ido para ser reemplazada por un abrigo cálido en el que deseé refugiarme. Ya no era el chiste encantador, sino la elección ganadora para compartir su esencia. Con esa deducción fue que anticipé por unas fracciones de segundo el beso que me dio y que yo luego seguí.
La ligera presión de sus labios contra los míos generó que me terminara de desconectar de nuestro entorno y me atreviera a hundir mis manos en su cabello. Con sus suaves mechones entre mis dedos, me reafirmé el hecho de que era real y que el sabor a chicle de su labial tardaría en ser borrado de mi mente. Por su lado, Mía descendió su agarre hasta la base de mi mandíbula, y después bajó más para rodear mi cuello y acortar la distancia entre nuestros cuerpos.
Podía percibir sus pechos, su abdomen, sus muslos y la punta de sus pies contra mí. El beso ya no era solo un roce, sino que pude acoplarme a la interacción feroz a la que no estaba acostumbrado. Era distinto y excitante. Era más que suficiente para encender lo que yo me había empeñado en apagar.
Fui empujado desde atrás. Tuve que interrumpir el beso para evitar que nos cayéramos, pero no antes de la mordida de Mía en mi labio inferior. La pareja que había estado bailando detrás de nosotros se disculpó por el tropiezo.
—Vámonos de aquí, Roberto —pidió ella cuando traté de besarla de nuevo.
No fue difícil descifrar sus intenciones. Y en ese punto, urgido por tener más de ella, dejó de importarme ir poco a poco y preocuparme por conocerla. Eso podía hacerlo después, cuando ordenar mis ideas fuera posible. Ir despacio no había dado buenos resultados en el pasado.
Mi respuesta tuvo que haberse reflejado en mi rostro, porque Mía no esperó a escucharla. Tomó mi mano y me llevó fuera de allí. No me detuve a buscar a Gabriel para avisarle que me marcharía, ni a recordar que no tenía auto propio y que un taxi iba a ser costoso. Y pagar un hotel era imposible.
Ya en la calle, Mía giró a verme.
—No tengo coche, ¿y tú?
—Tampoco —admití.
—No importa. ¿Transporte público, entonces?
Asentí. Ese detalle no la había hecho retractarse.
—¿A tu casa? —pregunté.
—A la tuya.
La opción era en realidad el departamento de mi hermano, pero no iba a corregirla. Yo colaboraba con los gastos y tenía mi propia habitación. Solo esperaba que Gabriel no hubiera llegado todavía. No quería que Mía se sintiera incómoda por su presencia.
Fuimos hasta la parada al final de la cuadra. El bus pasó escasos minutos después y pudimos sentarnos juntos. Pese a temer que en el trayecto ocurriera algo que cambiara nuestros planes —o la razón me hiciera cagarla—, de repente surgía cualquier roce o gesto que se aseguraba que mantener mi piel en llamas. Me daba miradas de complicidad que hacían conservar el hechizo.
—¿Tienes tiempo solo? —quiso saber cuando ya estábamos avanzando por el pasillo.
Me costó decidir qué era mejor contestar. No quería ser considerado como un mujeriego por la probabilidad de poder tener una relación seria con Mía, sin embargo, confesar que desde que todo se fue a la mierda con mi ex no había estado con una mujer, tampoco sonaba tan bien.
—No tienes que responder si no quieres —añadió.
Le tomé la palabra.
Apenas logré abrir la puerta, tuve a Mía de nuevo contra mí. Me adhirió contra la pared y con una patada cerró la puerta. Alcancé a notar que casi todas las luces estaban apagadas, por lo que supuse que por suerte Gabriel aún no llegaba. Ella desabrochaba los botones de mi camisa, mientras yo buscaba la manera de quitarle el vestido.
—Al sofá —murmuró.
En el camino me quedé sin camisa y a ella ya se le veía el sostén. Tiramos una silla del comedor en el proceso y Mía sofocó nuestras risas uniendo nuestras bocas otra vez.
Me sentó en el sofá y la halé para que se acomodara sobre mi regazo, pero se escapó de mi agarre para ponerse de rodillas entre mis piernas. Con sus ojos retadores sin separarse de los míos, hizo que mi correa dejara de ser un obstáculo y desabotonó mi pantalón. Noté la malicia en ella en demorarse con el cierre.
No necesitaba recibir ese estímulo para estar listo para ella. Me tenía enloquecido al nivel de no pensar que Gabriel podría entrar en cualquier instante. El deseo de sumergirme en ella me quemaba, no obstante, lo excitante de tenerla dispuesta a darme placer de esa forma, me hizo cederle el control.
El sexo oral no solía estar dentro de mis prácticas. No lo asociaba con el trato dulce que debía tener. Laura lo había intentado en una oportunidad, pero al haber sido una situación incómoda para ella, no volvimos a probar. Y tampoco tuve el interés de hacérselo a ella. No creía que Laura, conociéndola, se sintiera cómoda con mi boca allí; tan expuesta y sin control.
Sin embargo, con Mía estaba siendo diferente. Ese atrevimiento y confianza en cada movimiento que hacía, provocaba que en mi mente se formaran todo tipo de escenas pecaminosas.
Logró doblar el borde de mi bóxer para sacar mi erección a la luz. Antes de tocarlo, fijó su mirada en la mía y humedeció sus dedos con la lengua. En ese instante, me sentí protagonista de una película porno.
Lo próximo que hizo fue acariciar mi glande con su pulgar. Apreté los dientes para suprimir un gemido. Me incliné hacia adelante para buscar sus labios y de esa manera insinuarle que prefería saltarme esa parte. No por no desear ver su exquisita boca deslizándose por mi miembro, sino porque no creía ser capaz de aguantar con esa intensidad reflejada en sus ojos y lo habilidosa que parecía ser.
No obstante, Mía, como dueña total de la noche, colocó su mano libre en mi abdomen para empujarme sutilmente de nuevo contra el sofá.
—Relájate y disfruta —indicó.
Sabiendo que no iba a aceptar una objeción, obedecí hipnotizado.
Sonrió con picardía antes de envolver mi pene con su mano y empezar a masajear de arriba abajo. No borraba su sonrisa, ni retiraba la atención de mi rostro. Era tan candente de debía haber salido del mismísimo infierno para condenarme.
Cuando la fricción se hizo más presente por la necesidad de saliva adicional, contuve el aliento mientras llegó su boca a la punta de mi miembro. Primero, paseó su lengua por esa zona tan sensible. Mis manos se hundieron entre los cojines y jadeé. No iba a poder soportar por mucho tiempo.
Mía fue poco a poco introduciéndolo en su boca. La humedad, el calor, la textura de su lengua, la ligera presión de sus labios. Lo tenía todo para llevarme a la locura; y aún sin en realidad empezar del todo con la acción.
—Dios mío, tienes que ser de otro planeta. —Fue el comentario que se me escapó cuando estuve completamente dentro.
El sudor descendía por mi sien. Echaba mi cuello hacia atrás y ya me era imposible contener los gemidos. A pesar de estar sumergido en mi libido, cada vez que podía sostener mi interior lo suficiente para observarla, la atrapaba con su mirada todavía fija en mí. Mía no podía ser real.
Con ese pensamiento retumbando, tuve que tocarla. Extendí mi mano para poder acariciar su mejilla. Pero, en este momento, la ilusión de autocontrol se esfumó, y acabé en su boca.
Los meses que llevaba sin tener relaciones sexuales y el masturbarme en escasas ocasiones, hizo que ese orgasmo fuera arrollador. Mi organismo entero se estremeció y necesité quedarme inmóvil por unos instantes, disfrutando de ese oleaje de placer.
Fui espectador de cómo se tragaba mi semen. La sonrisa regresó a su hermosa cara y se levantó para apoyar cada mano de mis rodillas.
—Levántate un poco para quitarte esto —dijo.
De inmediato, hechizado por ese ángel oscuro, alcé mis caderas para que pudiera tirar de mis pantalones. Ya estando totalmente desnudo frente a ella, terminó de deslizar el vestido por sus piernas y de hacer sus tacones a un lado. Ella deseaba continuar, pero yo no había tenido nunca más de una erección.
Todavía con su ropa interior de encaje negro de por medio, se acomodó sobre mi regazo, con mi pene dormido entre sus piernas. Se estiró sobre mí, ejerciendo presión, y me besó enroscando sus brazos alrededor de mi cuello. Aventuré mis manos por sus muslos, ascendiendo para trazar la forma de sus glúteos y seguir por su espalda hasta el broche del sostén.
Mía se apartó para que pudiera detallar el aspecto de sus pechos. Deslicé las tiras por sus hombros y lo dejé caer al suelo para revelar un par de senos redondos de areolas rosadas. Hermosos. Perfectos.
Como no hice ningún movimiento, sino que permanecí contemplándolos, ella se encargó de guiar mis manos a ellos. Mis dedos se ocuparon en amasarlos y me pregunté qué tanto podía caberme en la boca.
—Devórame, Roberto —susurró como si tuviera el poder de leer mi lujuria.
Roberto es todo lo opuesto de cómo bailan en el vídeo jajaja
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