Capítulo 28 | Corazón

CORAZÓN

Cuando vi la llamada entrante de Laura, estuve por no responder. Un mes antes Lucía había salido de mi vida y lo que menos se me antojaba era tener una plática con mi pasado; con quien fue la primera en traicionarme. ¿Si mi historia con Laura hubiera terminado distinto, mi nivel de tolerancia con Lucía también lo hubiese sido?

—¿No vas a contestar? —preguntó Vanesa estirando el cuello en un intento de leer el nombre que aparecía en la pantalla.

Cubrí el celular con mi mano antes de tomarlo y ponerme de pie. El disparo que recibí en el hombro ya no era tan obvio. La recuperación iba bien.

—Quizá discutió con su chica —sugirió Luis.

—¿Cuál de todas? —suspiró su esposa.

—Ya vengo —repliqué. Caminé varios metros lejos de la mesa antes de responder—. ¿Hola?

—Hola, Roberto. Disculpa que te moleste —dijo Laura del otro lado de la línea. Su voz estaba temblorosa.

—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

—Es mi papá. Tuvo un infarto y estamos en el hospital. Pidió verte.

Enrique y Lucero, los padres de Laura, me acogieron como al hijo que no tuvieron. Luego de tantos años siendo parte de la familia, fue difícil tener que distanciarme para poder sanar mis heridas y respetar la nueva relación de Laura. Tenía tiempo sin hablar con ellos, pero el cariño seguía siendo el mismo. Por la figura paterna que no tuve y el apoyo que fueron cuando mi madre murió.

—Envíame por mensaje la dirección del hospital. En cuanto pueda estaré allá —indiqué sin necesidad de considerarlo. No importaban las razones de cómo lo mío con Laura terminó, negarme a ir era impensable.

Utilicé el resto de mi hora de almuerzo para comprar boletos de avión por internet para esa misma noche. También hablé con mi jefe para pedir libre el día siguiente y le avisé a mi hermano sobre lo sucedido.

En solo unas horas después de hablar con Laura, me encontré de regreso en la ciudad donde ocurrió nuestra historia de amor. No obstante, las memorias de los sitios familiares con los que me crucé mientras iba en el taxi ya no sabían amargas. Eran recuerdos de otra época y ya; de otro yo. De otra película.

Laura estaba sola en la sala de espera cuando llegué. Se levantó al verme. Sus ojos estaban hinchados y el vestido que cargaba no era acorde con el frío que hacía en el exterior. Tenía una manta sobre sus hombros.

—¿Cómo sigue tu papá? ¿Y tu mamá dónde está? —pregunté de inmediato, temiendo haber llegado tarde.

—Gracias por venir. —Se abrazó a sí misma—. Están instalando a mi papá en una habitación. Mamá está con él. Mañana volverá a verlo el médico, harán más exámenes y decidirán si es necesario operarlo.

Coloqué una mano en su hombro, siendo la mejor forma que encontré para reconfortarla. No podía abrazarla.

—A Christian le cancelaron su conexión. Llegará en un par de horas —dijo.

Retiré mi mano y dejé mi bolso sobre la silla.

—¿Crees que tu papá pueda verme ahora? ¿No debería descansar?

—También creo que será mejor en la mañana. Antes de que llegaras, vi que estaba dormido.

—Está bien. —Decidí sentarme para que ella también lo hiciera. Sin embargo, consideré ir pronto por un café—. ¿Pasarán la noche aquí?

—Mi mamá con seguridad sí. Yo quiero quedarme otro rato, pero creo que luego volveré a la casa para alimentar a Lulú. El doctor aseguró que ya pasó lo peor.

Me quité mi chaqueta y se la ofrecí—. Ponte esto mientras Christian llega. ¿Comiste?

Laura se mantuvo a mi lado cuando pasó el accidente de mi mamá. No me soltó, ni paró de cuidarme. Procuró que me aseara, comiera y llorara todo lo necesario. Hacer por lo menos una de esas cosas era lo mínimo con lo que podía retribuirle.

—No he comido —admitió—. ¿Quieres ir a la cafetería del hospital?

—Quizá ya esté cerrada por la hora. Vi que hay un restaurante al otro lado de la calle. Yo invito.

Laura accedió. Volví a guindarme la mochila en los hombros y salí con ella del hospital.

El ambiente del restaurante de comida china era más cálido, sin embargo, Laura se quedó con la chaqueta puesta. Ojeó el menú en silencio y pidió lo que supuse: pollo agridulce. Como yo había comido en el aeropuerto, decidí acompañarla con una ración de lumpias.

—Creí que moriría —soltó Laura de repente—. Me da tanto miedo que pase y no poder estar.

—Eso está fuera de tu control. Lo bueno es que estabas aquí y que solo fue un susto. —Abrí la gaseosa que habían puesto frente a ella y vertí el contenido en el vaso de vidrio—. Enfócate en eso.

Se secó las nuevas lágrimas que comenzaron a acumularse en sus ojos—. Disculpa por hacerte venir hasta acá. Sé que tienes tu trabajo y...

—Fue mi decisión. No te disculpes por mis decisiones —repliqué.

Laura le dio un sorbo a su bebida y yo degusté mi cerveza. Internalicé el hecho de que esa frase era capaz de perforar un sinfín de capas que definían mi conexión con Laura. Una de las verdades detrás de su infidelidad era que yo también me había aferrado a alguien que había dejado de ser para mí hacía mucho. A un amor que se pasmó y no halló la forma de seguir evolucionando.

Nos autoengañamos por demasiado tiempo y rompimos el corazón, no obstante, allí estábamos; con gustos y gestos familiares. Pese a lo que creí antes, de cómo sería cuando volviera a tenerla de frente, no sentí nostalgia de aquella época. Veía a Laura, pero había algo dentro de mí que la apreciaba de manera distinta. Era como si fuera otra Laura, mas sin dejar de ser ella. Quizá la ella real, no con el filtro de apego e ilusión del amor. Con sus errores e imperfecciones de ser humano.

Trajeron la comida y comimos sin hablar. Ella envió un par de mensajes y procuré no observarla demasiado. Darme cuenta de que lo que parecía asfixiarme ya no estaba, fue una revelación para mí. Podía estar en el mismo espacio con ella, mirarla, y sentir empatía sin reproche, ni signos de atracción.

—¿Estás bien? —fue la pregunta que hice cuando noté que había dejado comida.

—¿Por qué la pregunta?

—Luces enferma. Parece que quieres vomitar —comenté—. Espero que no sea por mí.

Se cubrió la boca con la servilleta y respiró hondo un par de veces para apaciguar su risa.

—Si alguien podía darse cuenta, eras tú —suspiró—. Estoy embarazada. Todavía no se lo digo a Christian.

Abrí la boca con la intención de hacerla repetir lo que acababa de decir, sin embargo, la volví a cerrar. El eco de su confesión llegó a mi cerebro y tuve que beber el resto de la botella. Era una noticia inesperada que ni siquiera Christian sabía todavía.

Así como hasta ese momento, no despertó en mí una sensación amarga. Fue todo lo contrario. Por unos segundos me la imaginé decorando una habitación de bebé... y con Christian ayudándola. Felices. Eso era lo que quería para ella; aunque hacía mucho ya no fuera conmigo. Me sentí tranquilo con eso. En paz.

—Mis mejores deseos, Laura. Serás una gran madre —respondí acomodándome en mi silla.

—Estoy demasiado nerviosa. Por el bebé y por la reacción de Christian. No sé si está listo para armar una familia.

—Y esa última parte es el mejor tema de conversación para tener con tu ex —ironicé.

—Lo sé, lo sé. Mejor hablamos de Lucía. —Debió notar la contracción en mis facciones, porque se inclinó un poco hacia adelante. Tampoco era una zona cómoda de charla—. ¿Qué pasó? ¿La alejaste?

—¿Por qué asumes que es algo que yo hice? —inquirí.

—Porque también te conozco.

Suspiré y arrastré lo que quedaba de su pollo hacia mí. Comí lo que quedaba.

—Me ha ocultado muchas cosas. Y no sé si quiero aceptar y vivir con esas verdades —admití cuando pude ordenar mis ideas—. Es una mierda.

—¿Mierda? ¿Lucía?

—No, no. La situación. Ella no... No es mala persona. Es complicada.

—Tú también lo eres. Yo también lo soy. Christian también lo es —replicó ella—. Que no creas que sea una mala persona, ya es positivo.

—No sabes qué cosas me ocultó.

—No necesito saberlo. Verte a ti es suficiente y tu indecisión me dice que la quieres todavía.

La palabra querer quedaba corta para describir mis sentimientos por Lucía. Era una mezcla de deseo, cariño, y miedo. Lo que no quería era quedar destruido de nuevo y temía que Lucía pudiera convertirse en una catástrofe mayor que la anterior. Eso hacía ella; amplificaba mis emociones al punto de desborde.

—¿Tenía un esposo escondido, otro novio, o es una criminal? —añadió Laura.

—No. Nada de eso.

—Entonces sé feliz. Nadie va a darte un resumen de su vida sin que te lo ganes. Tal vez no estaba lista para contarte ciertas cosas, o no le parecieron importantes.

—Para mí sí lo es.

—No dejes ir a alguien especial por miedo, Roberto.

Estuve por contradecirla, pero la pantalla de su celular se iluminó y captó toda su atención. La sonrisa que se esparció en sus facciones me hizo callar. A mí manera había observado cómo había evolucionado; una ligereza distinta. Si se hubiera quedado conmigo seguramente no estaría así. En ese reencuentro con ella misma, los sentimientos por Christian prevalecieron. La Laura que sobrepensaba escogió al viajero impulsivo, lejos de lo convencional.

—Ya Christian viene en camino —indicó.

Pagué la cuenta y salimos del restaurante. Nos quedamos en el toldo de la entrada, ya que había comenzado a llover. Un hombre, a quien poco después reconocí como Christian cruzó la calle resguardándose con un paraguas. Me saludó con cortesía al también ser cubierto por el toldo. En su mano libre tenía una bolsa con el logo de una farmacia.

—¿Te sientes mal? —le preguntó Laura.

—Compré antigripales para ti. Desde antes de ayer luces como si te fuera a dar gripe y sé que seguramente no has tomado nada —replicó él—. También traje unos chocolates, maní y chicle.

Su comentario me hizo sonreír como un tonto. Laura se había equivocado al creer que él no se había dado cuenta de que algo estaba cambiando en ella. Solo que, no había adivinado qué era.

—Gracias —contestó Laura al salir de su momentánea sorpresa. Sujetó el brazo de Christian—. ¿Vamos?

—Iré al hotel a descansar —dije. Sabiendo que Christian estaría con ella, podía retirarme tranquilo. Además, que lo aceptara no significara que fuera cómodo compartir con ambos y presenciar sus gestos de amor—. ¿Está bien si mañana visito a tu papá?

Laura asintió, agregando que me regresaría la chaqueta el día siguiente. Ambos se despidieron de mí y los perdí de vista cuando cruzaron las puertas del hospital. Laura no lo sabía todavía, pero yo sí intuí que Christian estaba listo para formar una familia con ella. De hecho, ya lo eran. Ahora recibirían un nuevo integrante.

En ese momento me di cuenta de que el vacío en mi pecho ya no estaba, así como tampoco ningún fragmento restante de lo que se rompió. No quedaba ningún rastro de dolor.

El teléfono vibró en mi bolsillo. Era un mensaje de Laura.

Si Lucía es a quien quieres, ve por ella.

No pienses tanto en los demás.

Sé feliz.

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