Capítulo 27 | Atentado

ATENTADO

Mi hermano no cayó al suelo con mi golpe, pero logré sacarle sangre.

—¿Qué te pasa? —exclamó Lucía sujetando mi brazo cuando pretendí encestar otro puñetazo.

—¿Ustedes dos tuvieron un romance? —bramé.

Lucía soltó mi brazo.

—¿Enloqueciste? —preguntó Gabriel estupefacto. Se acercó a mí y bajó la voz—. Estamos en el medio de una fiesta. Mejor hablemos en el estacionamiento.

Pretendió ahora él agarrarme, pero me aparté—. Es una simple pregunta que pueden responder aquí.

Miré a Lucía, quien todavía no se atrevía a responder. No estuve seguro de si remordimiento era lo que reflejaba su expresión, o si eso era lo que mi enojo quería hacerme ver.

—Caballero, voy a tener que pedirle que se retire de la fiesta —indicó el animador deteniéndose junto a mí.

Estuve por replicar que con gusto me iría luego de obtener mi contesta, sin embargo, un grito robó nuestra atención. Y, seguidamente, se oyeron disparos.

La conmoción se desató. Otras personas empezaron a gritar, mientras caían al suelo, o elegían correr. Más disparos se escucharon y mi primera reacción fue poner a Lucía a salvo. No obstante, ella se quitó los tacones y movió en el sentido contrario de la multitud. Casi de inmediato comprendí que su objetivo era ir por Mario.

Fui tras ella.

Cerca de la mesa de postres, estaba Dulce agachada y abrazando a Mario. Un hombre enmascarado los apuntaba con un arma. Y Lucía pretendía llegar corriendo directamente hacia ellos.

Apresuré el paso. Empujé a un par de personas fuera de mi camino y rogué alcanzar a Lucía a tiempo. Solo un poco más.

El tirador notó que se acercaba. Alzó el arma hacia ella y, en ese instante que ella paró en seco, pude hacerla a un lado y recibir yo el disparo. El impacto me hizo caer hacia atrás a medida que mi hombro se sintió como si acabara de explotar.

El segundo disparo me hizo creer que la hora de mi muerte había llegado. Al darme cuenta de que continuaba sintiendo dolor y que el mismo no se había extendido hacia otra zona, temí por Lucía. En ese momento se encontraba reincorporándose y arrastrándose hacia mí. No vi sangre ni signos de dificultad para moverse. Lucía estaba bien.

Sus manos sujetaron mi rostro.

—Estarás bien. Aguanta un poco —dijo. Desapareció por unos segundos. Al volver, colocó algo en una de mis manos y la llevó hacia mi hombro herido. Me quejé—. Presiona aquí.

Después de su orden, salió otra vez de mi campo visual. Los gritos habían cesado, pero quedaban murmullos molestos. ¿Ese segundo disparo había neutralizado al agresor? ¿Era uno solo?

Unas gotas frías cayeron en mi cara. Cada vez me costaba más mantener los ojos abiertos. El dolor persistía, pero Lucía estaba bien. Eso estaba bien. Y con ese pensamiento, las luces se apagaron.

No sé por cuánto tiempo estuve inconsciente. Desperté con la sensación de que lo ocurrido había sido una pesadilla, sin embargo, no tardé en descartarlo al notar que no estaba en mi cama y por el malestar que surgió en mi hombro. Estaba semisentado, sin camisa y con una venda que mantenía mi extremidad perjudicada en su lugar.

Mi mayor sorpresa fue encontrarme con Lucía dormida junto a mí. Todavía maquillada, estaba acurrucada en su propio edredón girada hacia mí. Estaba bien y se había quedado conmigo.

Quise tocarla para asegurarme de que era real, no obstante, el peso de su pasado con mi hermano lo impidió.

¿Y si Mario era hijo de Gabriel?

Tan pronto como ese pensamiento se cruzó por mi mente, lo descarté. Eso ya sería demasiado. Además, estaba seguro de que Santiago no se consideraría padre de Mario sin estar completamente seguro.

Lucía arrugó un poco el rostro, como si estuviera en medio de un sueño. Su boca se abrió unos milímetros y un suave ronquito se oyó.

A pesar de las veces que quise presenciar cómo era estando dormida, no pude evitar sentirme como un intruso.

¿Cómo permitirme verla en su estado más vulnerable si todavía no era del todo sincera conmigo? ¿Por qué seguir anhelándola cuando debido a sus rostros yo ya estaba seguro de que sí hubo algo entre mi hermano y ella?

Lucía se removió y abrió los ojos. Al notar que la observaba, se sentó en la cama.

—¿Cómo estás? —dijo.

—Despierto —contesté sonando más áspero de lo que quise.

—Así veo —suspiró ella. Hizo el edredón a un lado y salió de la cama. Ya no tenía su vestido, sino un conjunto deportivo holgado—. Gracias por protegerme.

—¿Y Mario? ¿Dónde está él?

—Con su niñera en el apartamento. Fui y volví para estar contigo.

—¿Dónde estamos?

—En la misma casa de la fiesta.

La situación tuvo que haber sido controlada y fui atendido en el mismo sitio. Quise preguntar por qué no me habían llevado al hospital, sin embargo, no lo hice porque en realidad no tenía verdadera importancia. Ya no deseaba seguir esperando explicaciones de Lucía. Aspirar un pase libre a sus misterios era en vano.

—¿Cómo está tu brazo? —preguntó cuando me quedé en silencio.

—No es lo que más duele ahora.

Lucía rodeó la cama y ocupó el espacio en el borde junto a mí. Mantuvo las manos sobre su regazo y yo no las tomé. La conocía: no iba a negar mi sospecha.

—¿Santiago fue quien te metió eso en la cabeza? —cuestionó.

—Vi una foto también y cómo bailaban.

Lucía se quedó mirándome por un largo minuto; la verdad haciendo su camino hacia la punta de su lengua.

—Después de que conocí a Gabriel en el bar, un día nos pasamos de tragos, nos dimos un par de besos y jugamos una semana a ser novios. Esa es toda la historia.

Recordé lo mucho que se esforzó para no llamar lo que teníamos una relación, y por resaltar todo lo posible que los hombres como yo no salían con mujeres como ella. ¿Había sido también por eso; no solo por su trabajo y su hijo?

—¿Por qué no me dijiste?

—No quería que otro error del pasado definiera mi presente —admitió—. Entre tu hermano y yo solo hay una amistad. Él siempre ha estado enamorado de Miriam y a mí... me gustas tú.

—No sé si pueda seguir con lo que sea que tenemos, sabiendo que también me ocultaron eso y que fueron novios, así haya sido por una semana.

No sabía si iba a ser capaz de no malinterpretar cualquier interacción, o roce. Por mucho tiempo me autoengañé con mi ex. Me mentí a mí mismo justificando señales de la cercanía de Laura con el primo de su amiga. Al final, yo había estado en lo cierto.

—Entonces dejémoslo hasta aquí, Roberto. No es algo que pueda cambiar, aunque quiera —respondió ella. Se puso de pie sin volver a mirarme—. Santiago sigue en la casa. Puedes irte cuando quieras.

La petición de que no se fuera se quedó atorada en mi garganta, incluso cuando Lucía demoró unos segundos más de los necesarios en la puerta. La dejé ir, porque en el fondo concluí que iba a ser lo mejor para ambos. Ella tenía razón, había cosas que no podían cambiarse y algunas de ellas eran demasiado para mí. Para alguien cuadrado y con cicatrices como yo.

Permanecí otro largo rato en la cama, contemplando el vacío dejado por ella. Preguntándome si esa sería la última vez que la vería; de si la próxima fingiría no conocerme. Tal vez eso iba a ser lo mejor; que quedara como una fantasía que no ocurrió.

Resignado, anhelé estar en mi habitación. Salí de la recamara para buscar la manera de volver a la ciudad. Quizá mi hermano también continuaría en esa quinta, o tendría que pedir un taxi.

Llegué al final del pasillo y bajé por unas escaleras que daban acceso al recibidor de la casa. Los desperdicios de la fiesta todavía no habían sido limpiados, pero no quedaba ningún invitado a la vista. Después de dar unas cuantas pisadas más, me encontré con Santiago bebiendo en la sala. No se había cambiado su traje.

—Creí que te habías vuelto a quedar dormido —fue su saludo—. Ya Lucía se fue.

—También quiero irme.

—Tienes un chófer afuera. A menos que quieras esperar a tu hermano. Fue a buscar ropa para ti hace un rato —contestó—. Puedo darte whisky si quieres. Seguro lo necesitas.

Señalé mi brazo inmovilizado con mi mano libre—. No creo que deba beber alcohol.

—Casi mueres. Un poco de alcohol no terminará de matarte, ingeniero.

Aunque Santiago tuviera el talento innato de hacer sonar el nombre de mi profesión como un insulto, me senté diagonal a él. Tenía razón; un trago no iba a caerme mal.

Volteó el vaso vacío en la mesa y me sirvió de la botella; como si me hubiera estado esperando para ese trago.

—¿Qué pasó con el tirador? —pregunté luego de degustar el whisky esforzándome por no arrugar el rostro.

—El que te disparó, Dulce lo mató. Fuiste suficiente distracción para que sacara su arma —contestó como si se tratara de un tema trivial.

—¿Disculpa?

—No lo repetiré. —Se sirvió más—. En cuanto a los otros dos, quedaron inmovilizados y la policía se los llevó. Después me entenderé con sus jefes.

—¿Entonces sabes quién los envió y por qué?

Santiago dio un largo trago y fue obvio con antelación que no respondería a mi interrogante.

—Es mejor para mí así, ¿sabes? Que salgas de la vida de Lucía y Mario —dijo para cambiar de tema.

—Creo que es lo mejor para todos.

Incluso Santiago superaba cada vez más lo controversial que era. No solo tenía el complejo de creerse dueño de Lucía, la arrogancia por ser adinerado, y lo poco convencional de comprar otras empresas a precios absurdos; sino que sus características se asemejaban con cada evento más a la de un mafioso del cine. Guardaespaldas, tiroteo en su fiesta de compromiso, futura esposa con un arma. Y esa vida también era parte de lo que venía con Lucía, por haber tenido un hijo con él. Es decir, a eso yo también iba a estar expuesto.

—Sobre todo para Lucía —siguió él—. Si así de frágil es lo que sientes, no la mereces.

Se equivocaba, pero ya no tenía ganas de contradecirlo. No se trataba de si mis sentimientos eran fuertes o no. Querer estar con alguien nunca era suficiente. En ese caso, lo que faltaba para continuar aferrado a ella era tener otro tipo de carácter. De esos que enfrentaban lo que fuera con tal de estar con su amada; de los que hacían acrobacias arriesgadas, renunciaban a su familia, o incluso a su religión por amor. Sin embargo, esa fuente ilimitada de altruismo había caducado hacía mucho.

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