Capítulo 24 | Fotografía

FOTOGRAFÍA:

Guardé mis pertenencias, me despedí de mis compañeros de trabajo y usé las escaleras para dirigirme al estacionamiento. La semana había comenzado mal, pero esa noche sería el mejor cierre posible. Gabriel salió de la ciudad por dos días para reunirse con un cliente importante, así que tendría el apartamento libre para mi cita con Lucía. Una deliciosa cena, una charla entretenida, y su aroma esparcido por mis sábanas; la definición de perfecto.

Todavía debía decidir qué cocinar, porque no fue hasta esa mañana que aceptó mi propuesta, sin embargo, en el supermercado seguro encontraría inspiración. Ya quería que me contara detalles de la reunión con el psicólogo infantil y los preparativos para su participación en el comercial.

Saqué la llave de mi auto del bolsillo de mi pantalón, desbloqueé los seguros en la distancia, y mi sonrisa se tambaleó un poco al notar una camioneta negra estacionada. Reconocí la matrícula como una perteneciente a Santiago. La puerta del conductor se abrió cuando estuve más cerca.

—¿Por qué tan feliz, ingeniero? —Era Santiago, al parecer sin la compañía habitual de sus guardaespaldas.

—¿Qué haces aquí?

—Sube. Hablemos. —Dicho eso, volvió al interior del vehículo.

La emoción de la expectativa de ver a Lucía se esfumó. Que Santiago estuviera en mi lugar de trabajo no podía ser sinónimo de bueno. Pero tampoco podía ignorarlo. Él era el padre de Mario y estaba empezando a entrar en su vida, así que yo no podía doblegarme si pretendía amenazarme otra vez para alejarme de Lucía y su hijo. Enfrentarlo era lo que debía hacer.

Ocupé el asiento del copiloto antes de que alguien más saliera de la procesadora y sintiera curiosidad.

—¿Le diste el día libre a todos tus gorilas hoy? —pregunté al notar los asientos traseros vacíos.

—En realidad, yo tomé el día libre. Fue idea de Dulce que me tomara un día a la semana para ser normal; sin hombres rudos como sombras extras. Para sentirme más libre y en contacto conmigo y con ella. —Se quitó los lentes y le dio una inhalada al cigarrillo eléctrico en su poder—. Pero no te emociones; uno de mis chicos maneja el auto detrás de mí. Hay costumbres a las que uno no puede renunciar, pero Dulce no tiene por qué saber eso.

Estaban en camino al altar y él ya había comenzado a tener secretos. No era un buen augurio para su matrimonio. No obstante, yo no era el más indicado para juzgar eso.

—¿De qué quieres hablar? Es viernes y tengo planes.

—Supongo que con Lucía —adivinó.

—Ese no es asunto tuyo. Como ya te he recordado, ella no es tu propiedad, ni la de nadie.

Santiago sonrió sin dientes y acercó el cigarrillo eléctrico hacia mí.

—No, gracias. —Era suficiente tener que estar rodeado de ese olor a mango mezclado quizá con otro par de frutas tropicales.

Volvió a inhalar él y esa vez dejó el humo salir despacio antes de continuar con la conversación.

—Yo veo por qué le gustas a Lucía, por qué está empeñada en que estés en nuestras vidas, e incluso escuche tus consejos.

Lo decía como si Lucía no demostrara lo contrario; por lo menos en la parte de estar empeñada en tenerme en su vida. Su autoreflejo era mas bien empujarme lejos de ella, no permitirme ser importante. No como yo quería serlo, incluso tal vez con las complicaciones que eso conllevaba.

—Yo entiendo por qué te caigo mal. Sé que puede ser una situación incómoda para todos, especialmente ahora que comenzará el acercamiento con Mario. Eres su padre y yo... estoy con Lucía. Por eso los apoyaré en lo que pueda y deberíamos ser por lo menos diplomáticos entre nosotros —dije unas líneas que llevaban unos días formándose en mi cabeza. Era mi bandera blanca.

—¿Entonces no quieres ser mi mejor amigo? ¿No soy suficiente para ser amigo de un ingeniero químico destacado como tú? —bromeó.

No entendía cuál era su problema con mi profesión. Destacado era una exageración; me encontraba minimizado a controlar la calidad del agua.

—No creo que tú estés interesado en ser mi amigo —repliqué.

—Tienes razón, pero estoy de acuerdo con la parte de ser diplomáticos. La psicóloga habló de algo parecido ayer. —Se inclinó hacia mí para abrir la guantera y sacar una fotografía—. Por eso te traje esto. Es mi ofrenda de paz.

Tomé la fotografía un poco confundido. Al examinarla me percaté de que se trataba de Lucía sentada en el regazo de Gabriel. Al principio una suposición oscura cruzó por mi mente, pero luego me di cuenta de que había sido tomada en el bar de bailarinas exóticas y que el peinado de mi hermano era el que usaba varios años atrás.

—Yo sé que Lucía y mi hermano son amigos desde antes de que ella viniera a la capital —aclaré, por si la intención de Santiago era revelarlo como si fuese un secreto.

—Ya veo. Entonces Lucía ha sido más abierta contigo de lo que creía. —Me quitó la fotografía y él mismo la observó—. Curioso. Acostarse con la misma mujer que su hermano puede ser perturbador para algunos. Yo no podría.

—¿Qué dijiste? ¿Gabriel y Lucía...?

—Ah, entonces eso no te lo dijo.

Le arranqué la foto de la mano para poder mirarla de nuevo. No podía ser cierto. No podían haber sido capaces de ocultármelo, ni siquiera de planear que Lucía me sedujera desde el inicio. Tenía que ser una mentira de Santiago.

—Ellos son amigos —aseguré—. Gabriel fue quien me la presentó.

—Esa mano en la rodilla no es muy de amigos, a mi parecer —señaló—. Lucía me contó cuando nosotros empezamos a salir de la relación que tuvo con Gabriel. Estábamos tan enamorados que no quería guardarse ningún secreto.

Veía la mano, su cercanía y más imágenes que se formaban en mi cabeza gracias a las palabras de Santiago. Si era cierto, sería una apuñalada triple al corazón: la omisión de ambos y el hecho de que Lucía fuera un libro abierto para Santiago, pero no para mí. Lo que yo sabía de ella era a partir de migajas e insistencia.

—Debo irme —murmuré tendiéndole la foto. No podía continuar en ese espacio cerrado con él. Necesitaba aire para respirar; respuestas.

—Quédatela. No quiero que Dulce la encuentre.

Me subí a mi auto y manejé fuera del estacionamiento; lejos de Santiago. A un par de cuadras de distancia de la procesadora, me detuve. Mis manos continuaron enroscadas con fuerza en el volante y liberé unas exclamaciones de frustración.

Volví a examinar la fotografía. Sin la voz del ex de Lucía buscando hacer estragos con mi mente, la imagen parecía inofensiva. Los amigos cercanos también podían tomarse fotos así. No era prueba de nada. Desde el principio Santiago quiso sacarme del camino y quizá esto solo era una táctica sucia para lograrlo.

Pero, ¿y si no lo era? Ya ambos me habían ocultado cosas. Laura, con quien compartí mi vida siete años, construyó una fortaleza de mentiras. ¿Qué impedía que el resto del mundo no lo hiciera?

Mi celular sonó. Se trataba de Lucía. El tiempo seguía corriendo y pronto llegaría la hora de nuestra cita.

—Dime —dije al responder.

—¿Estás bien?

—¿Por qué no habría de estarlo?

—Estás siendo cortante.

Respiré hondo. Tenía razón. Lo mejor era mostrarle la foto en un par de horas y que me diera una explicación. Que tuviera la oportunidad de decirme la verdad.

—Disculpa, fue un día estresante —mentí. Yo también podía hacerlo.

—¿Todavía quieres que nos veamos?

—Sí, claro.

—Bien. A las siete estaré en tu apartamento.

Colgó y decidí guardar la foto en el maletín. Compartir con ella lo que Santiago me había dicho definitivamente era lo correcto. Quedarme con la suposición solo para mí sería una tortura adicional.

No me encontraba de humor para cocinar, así que resolví comprando en un restaurante chino. Ya en el apartamento, me di un baño, coloqué música y puse en la mesa los platos y la cena. Sobre el sillón seguía la bolsa de velas que compré el día anterior. Mi plan había sido diferente para esa noche; quise montar un ambiente romántico, pero ya no era la ocasión para eso. Guardé la bolsa en una gaveta y fui por una cerveza al refrigerador.

Unos minutos después, Lucía tocó el timbre. Traía el cabello recogido, un maquillaje sencillo, y un enterizo que se ajustaba a su cintura. En cuanto me tuvo frente a ella, alzó una bolsa de papel para dármela.

—Traje las mismas tortas del miércoles —dijo. Ingresó al apartamento antes de que yo la invitara a pasar y dejó su cartera sobre el sofá—. Huele delicioso.

Cerré la puerta y fui a guardar los postres en el refrigerador—. Con gusto le diré al chef chino de tu comentario.

—Entonces, ¿no cocinaste tú? —preguntó.

Cuando giré para reunirme con ella en la sala, se hallaba en el proceso de soltarse el cabello. Se lo sacudió hundiendo los dedos en él para darle más volumen. Me quedé contemplándola mientras lo hacía. ¿Era posible que mi hermano también tuviera esa visión de ella con la guardia baja?

—¿Roberto? —mencionó mi nombre confundida al no haberle respondido.

—No, no. No cociné yo —me apresuré a decir—. No quería arruinar la noche cocinando algo sin el humor para ello. Seguramente hubiera acabado siendo un desastre.

—No pasa nada si cambiaste de idea sobre vernos, ¿sabes? Yo puedo irme y...

—No es eso —la interrumpí. Regresé al refrigerador para buscar una cerveza para ella—. Me enteré de... una noticia desagradable cuando salí del trabajo. Eso es todo.

Recibió el vaso que le preparé—. ¿Desagradable? ¿Qué pasó?

—Prefiero no hablar de ello ahora. Mejor comamos antes de que haya que recalentar la comida, ¿te parece?

Lucía asintió. Sin embargo, antes de sentarse en el comedor, vino a mí para acercar mi rostro al suyo y besarme. Ningún esfuerzo fue necesario para corresponderle, puesto que ya era parte de mí recibir lo que estaba dispuesta a darme.

La comida tenía un buen sabor; tanto que Lucía comentó el perdonarme por no haber cocinado, ya que lo usé como excusa para invitarla al apartamento. Me habló de la reunión con la psicóloga infantil, de la presencia de Dulce, y del actuar más relajado de Santiago. Me contó que por los momentos Mario no participaría, mientras se armaban las estrategias y se preparaba a ambos padres para ese acercamiento, pero que le gustaría que la acompañara alguna vez para ayudarla a mantenerse en control.

Después, comenzó a relatar cómo le había ido en las llamadas con la coordinadora del comercial. Sus ojos brillaban con emoción y fue difícil no preguntarme si era capaz de sacar a flote el tema de la fotografía cuando por fin Lucía se abría a contarme sobre sus cosas sin tener que empujarla. Solo arruinaría el momento. Conociéndola, si era mentira sería una gran ofensa de creerla capaz de algo así y volvería a empujarme lejos. Y yo no quería eso. No después de cómo estuvimos esos días distanciados. Necesitaba seguir viendo esa sonrisa y sintiéndola en mi misma sincronía.

El tema de la fotografía podía esperar. Y quizá era mejor cuestionar a mi hermano sobre ello.

—Todo va mejorando poco a poco —dije. Me levanté y recogí los platos—. Iré por el postre.

Dejé los platos en el fregadero y abrí la llave unos segundos para que fuera más fácil lavarlos luego. Al girar me encontré con Lucía detrás de mí. Tomó una de mis manos, y la colocó en su mejilla.

—Extrañé esto —murmuró.

Caminó hacia atrás, halándome consigo, hasta que su espalda chocó con la isla. Se impulsó del borde para sentarse sobre la superficie y tener una mayor altura. Volvió a tirar de mí y me tuvo entre sus piernas inclinado sobre ella.

Acaricié su rostro y tracé la curvatura de su labio inferior—. Creí que no te tendría de nuevo así.

—Todavía no puedo creer que pensaras que dejaría a Jorge tocarme como tú.

La intensidad de su mirada era suficiente para generar un incendio en cualquiera. La seguridad en sus acciones, palabras y provocaciones. El hechizo de ocupar cada espacio del presente; enviando lejos cualquier sombra del pasado. Me olvidé de la foto, de Santiago, de nuestras diferencias. En ese instante de ambos solamente existían las sensaciones.

—Fui tonto.

—Y yo impulsiva.

Empezó a desabrochar mi camisa, a la vez que se deslizó más al borde para que hubiera menos espacio entre nosotros y pudiera sentirla contra mi pantalón. Sin embargo, yo no iba a hacerla mía allí.

—Espera un momento —pedí.

Colocando un brazo alrededor de su espalda y sujetando también su trasero, la cargué fuera de la isla. Ante la sorpresa, se guindó de mi cuello y se aferró a mí hasta con sus piernas, haciéndome sonreír. No era una mujer alta, así que eso también facilitó mi objetivo de llevarla a mi habitación.

La coloqué con la mayor gentileza posible sobre el colchón y casi de inmediato bajó el cierre a un costado de su enterizo para dejar al descubierto su sostén. En lugar de comenzar a desvestirme, me agaché frente a ella y me encargué de quitarle sus deportivos planos.

—¿Planeas que yo esté desnuda primero? —preguntó.

No le respondí.

Deposité besos en su pierna, rodilla, y fui subiendo hasta el interior de su muslo. Ella soltó un suspiro y se rindió ante mí al adherir su espalda al colchón. Me tomé mi tiempo trazando caricias, generando estremecimientos, mientras me deshacía de mi ropa. Esa noche sería diferente. Se encontraba entre mis sábanas y yo tenía el control. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top