Capítulo 23 | Acercamiento

ACERCAMIENTO:

Seguí revolviendo la sopa bajo en sal, ajeno a la conversación que ocurría en la mesa.

Jorge había actuado normal desde su saludo al verme, como si no le pareciera necesario comentarme sobre su cita nocturna con Lucía. Claro, lo más probable era que no me hubiera visto y que ella no lo compartiera con él, pero por saber que salíamos debió contarme sobre su interés en Lucía. Yo lo hubiera hecho si los papeles estuvieran invertidos.

El detalle era que Lucía no era mi novia. No teníamos una relación seria y él sabía, desde antes de mí, que era costumbre para ella ser compañía de diferentes hombres. ¿Y si creía que yo era un cliente más, y ahora él era uno también?

Hice una mueca al imaginar sus manos recorriendo su piel.

—¿Te sientes bien, Roberto? Estás más callado de lo normal —dijo Vanesa, quien estaba sentada justo frente a mí.

—Debe ser el sabor de la sopa. No es de las especialidades de la cocinera —agregó Luis.

—Ayer fui a un bar con mi hermano y me excedí un poco con los tragos —respondí, mas con la atención puesta en Jorge para poder analizar su reacción.

Una sonrisa se asomó en él—. Fue una noche movida entonces. ¿Conociste a alguien interesante?

Ahí estaba en su mirada la satisfacción de su secreto con Lucía. El gusto de también ser objeto de su atención. No, no me lo diría. Guardarlo para él era más gratificante. Verme la cara de estúpido.

—¿Se te olvida que les conté que está viendo ya a alguien? —intervino Vanesa.

—Eso no significa que no pueda conocer a alguien más... —siguió Jorge.

—Pues sí, conocí a alguien —solté. Me acomodé en la silla, rindiéndome con la sopa. Era mejor plan esperar la tarde para reunirme con Gabriel en nuestra cafetería favorita y así retomar nuestra tradición—. Es masajista.

—Se dice que esas son excelentes en la cama —murmuró Luis, ganándose una mirada despiadada de su esposa.

—El sueño de cualquiera —concluyó Jorge—. Diviértete.

La verdad era que yo no sabía si eso que decían era cierto. Me negué a ver las estrellas desde su balcón. El sexo casual no era lo mío. Ni siquiera con la decepción de Lucía. Gabriel se cayó mientras bailaba y fue la excusa perfecta para irnos de allí.

Pero Jorge no tenía por qué saberlo. Yo no era quien había perdido a Lucía. Nunca había sido mía y alejarnos, a pesar de la forma en la que fue, se trató de una decisión mutua. Lucía no me había destruido. Y yo podía conquistar a alguien más.

—Esa es la idea —repliqué.

—Me sorprendes. No parecías así —dijo Vanesa acomodando su bandeja y poniéndose de pie—. Debo regresar un poco antes a mi puesto para hacer una llamada.

Sus sinceras palabras fueron golpes para mí. Me hicieron sentir sucio. Despreciable. ¿Por qué si yo no tenía compromisos con nadie? Otros lo hacían. ¿Por qué yo no podía hacerlo?

Luis me dio unas palmadas en la espalda—. No le hagas caso. Estos días ha tenido mucho estrés. Disfruta de tu soltería.

—Aprovecha, antes de que decidas acostarte con la misma mujer para siempre —añadió Jorge.

Sin embargo, esa última conversación no me hizo sentir mejor, ni ayudó con el malestar en mi estómago. Me despedí poco después y terminé botando la sopa para regresar a mi puesto de trabajo. No hacía tanto yo había estado listo para estar con una sola mujer por el resto de mi vida, con la misma con la que llevaba estando por siete años. No era algo malo.

Lucía era un acostón más para Jorge. Eso esa todo. Una diversión momentánea.

La otra mitad de la jornada laboral transcurrió lenta. Con el malestar estomacal, el hambre, y la imagen de Jorge y Lucía dando vueltas por mi cabeza. Por fin salir de la procesadora e ir por una buena dosis de azúcar fue un gran alivio.

Mi hermano ya me esperaba en la cafetería cuando llegué. Se tomaba un café en una de las mesas del centro. Dejó su maletín en la mesa y vino hacia mí para pedir las tortas juntos. Teníamos algunas personas por delante.

—¿Qué tal el día? —preguntó.

—Con una acidez horrible. No volveré a tomar whisky por un largo rato —dije.

—Bianca me llamó. Me dijo que Andrea te escribió, pero parece que le diste un número equivocado.

—¿Ah, sí? Seguro fue por la borrachera —mentí.

En realidad, lo había hecho porque me di cuenta de que, a pesar del enojo que pudiera tener debido a Lucía, no tenía derecho a usar a nadie para sentirme mejor.

—No parecías tan borracho —comentó—. En fin, ¿quieres que le de tu número bien?

—No. No creo que salir con hermanas sea una buena idea.

Gabriel sonrió—. Bueno, si dices que es por eso.

Dejó el tema hasta allí. Pedimos nuestros postres y fuimos a la mesa. Fue una torta de chocolate, otra de zanahoria y una de fresas con crema; esta última para llevar. Yo pedí un café negro para mí también.

—Deberíamos comernos la de fresa también. Hoy no pude almorzar —comenté luego de acomodar las dos primeras entre nosotros. Al verlas, recordé que era justamente lo que comíamos la tarde que conocí a Lucía.

—No. Tampoco hay que abusar con el azúcar.

—¿Tú hablándome de excesos? —reí.

Mi hermano asintió revisando su celular—. Así es. —Se levantó—. Ya vengo. Iré a buscar algo.

Antes de que pudiera preguntar qué era, ya se encontraba saliendo del local. Continué con mi café y comiendo de la porción que me tocaba de cada torta. Esa explosión de sabor, y el encuentro con esa tradición que nos acercaba a nuestra madre, me hicieron sentir mejor. Era el recordatorio de que mi mundo no se había a acabar por Lucía. Sobreviví a la ruptura con Laura, así que con ella no sería diferente.

La puerta de la cafetería volvió a abrirse. Mi hermano entró con una sonrisa, la cual yo le devolví; hasta que noté quién venía caminando detrás de él: Lucía. Los pasos de ella se desaceleraron al verme. Por su expresión fue obvio que tampoco esperaba encontrarse conmigo.

—Mierda —dijo—. Mierda, Gabriel.

Fulminó a mi hermano con su mirada. Y yo quizá me encontré haciendo lo mismo. ¿Acaso Gabriel había planeado desde el principio enfrentarnos así?

—Ya estás aquí, Lucía. Siéntate con nosotros —dijo.

—Me mentiste —gruñó ella manteniéndose de pie y sin volver a posar sus ojos en mí—. No tengo tiempo para esto.

—Me confundí con las horas —se excusó—. Pero quédate para que pueda darte la noticia.

—Dámela de una vez para irme.

Los otros clientes estaban comenzando a darse cuenta de la escena que se armaba. Suspiré y me levanté.

—Por favor, siéntate. Si te incomoda que yo esté aquí, me iré —intervine.

Solo así Lucía me miró de nuevo. Había una mezcla de emociones en sus ojos, entre molestia e indecisión. Examinó las tortas, el café y nuestros maletines. Me observó otra vez.

—Quédate —indicó. Ocupó el asiento diagonal a mí y guindó su cartera de la silla—. No puedo quedarme mucho.

Gabriel también se sentó. Abrió la caja de la torta de fresas con crema y la deslizó hacia Lucía—. Este es tu premio por quedarte.

—Gracias —respondió ella, aunque no muy animada. Hundió la cuchara de plástico en el postre y lo probó. Yo no podía quitarle los ojos de encima, contemplando cada uno de sus gestos.

Mientras más la veía, menos cabía en mi mente la posibilidad de que estuviera con Jorge. Incluso, si ella me juraba que había sido producto de mi imaginación, se lo creería. Una diosa como ella no malgastaría su tiempo con un mortal como Jorge, quien se creaba perfiles falsos y se esforzaba por mentir sobre haber superado a su ex. ¿No con Jorge, pero sí conmigo? Quizá también tendría el poder de convencerme que lo nuestro había sido una ilusión.

—¿Cuál es la noticia? —pregunté, siendo consciente de los efectos negativos que tenía su presencia para mí, como el hacerme capaz de perdonarle todo y caer de nuevo a merced de sus encantos.

Gabriel sacó de su maletín una tarjeta y se la dio a la Lucía—. Te escogieron para el comercial del labial.

Lucía agrandó los ojos y se llevó una bocanada más grande de pastel a la boca.

—¿Es en serio? —cuestionó.

—En serio. Llama mañana a la encargada de la campaña para que te de más detalles.

Luego, soltó un gritito de la emoción y abandonó su silla para abrazar a Gabriel.

—Muchas gracias —repitió un par de veces.

Después, lo soltó y vino a abrazarme a mí también. Me quedé quieto de la sorpresa y ella en la mitad del gesto cayó en cuenta de lo que hacía; recordando que estábamos peleados. Antes de que pudiera apartarse, me aferré a sus brazos.

—Muchas felicidades, Lucía —dije para luego soltarla.

—Gracias —contestó regresando a su asiento.

—Te lo mereces —aseguró Gabriel. En el siguiente momento, su celular sonó—. Ya vengo. Tengo que responder.

Dejó la mesa y a nosotros solos para salir a la calle.

Lucía contemplaba la tarjeta y pasaba los dedos por su relieve una y otra vez, como si todavía no pudiera creerlo. Yo solo quería reforzarle el hecho de que esa era una prueba de que existían otras opciones más allá de Santiago y sus comisiones por atraer clientes a negocios.

—Deberías llamar a Jorge para contarle —sugerí de un momento a otro.

Mi comentario agrietó su alegría. Guardó la tarjeta en su bolso y entrecerró la mirada hacia mí.

—¿De dónde sacas eso?

—De anoche.

Lucía sonrió de forma desafiante y se sentó en la silla de Gabriel para tenerme de frente. Estaba comenzando a extrañar ese fuego en sus ojos.

—¿Quieres hablar de anoche, Roberto? —cuestionó arrastrando cada palabra.

—Jorge y tú se veían muy cercanos —señalé.

—Y la masajista y tú también.

Con eso, supe que ese día ya había hablado con Jorge. Él tuvo que haberle comentado sobre la profesión de Andrea. ¿Con qué tanta frecuencia hablaban y se veían?

—A ella la conocí anoche. No como Jorge y tú. ¿Desde cuándo se ven?

Lucía se apoyó con ambos codos de la mesa y se inclinó hacia adelante—. Desde anoche. Te dije que buscaría la manera de sacarle información, ¿no lo recuerdas?

—¿Es solo eso, entonces? ¿Ustedes no...?

—No, no me estoy acostando con él —me interrumpió—. Ni lo haré. No me gusta.

Me hundí en mi asiento, sintiendo cómo una carga había sido retirada de mis hombros. Lucía continuaba investigando a Jorge a pesar de que tuvimos nuestro distanciamiento.

—¿Por qué? —murmuré.

—¿Por qué qué?

—¿Por qué seguir ayudándome si es sencillo para ti dejarme ir?

Lucía se echó para atrás. Ya no estaba molesta.

—No lo sé —admitió—. Supongo que porque es lo correcto.

—No me acosté con la masajista. No pude.

No respondió a eso. Agarró su torta y continuó comiéndosela. Yo hice lo mismo. Ese acercamiento había sido bueno. Gabriel regresó cuando casi caigo en la tentación de comerme parte de su porción.

—Era Miriam. Quiere que nos veamos. —Se metió sus pedazos de torta en la boca y agarró su maletín—. Adiós, Lucía. Éxitos. Nos vemos más tarde en casa, hermanito.

Gabriel se fue. Lucía tomó su cartera con la intención de hacer lo mismo.

—Puedo llevarte, si quieres —dije.

Lo meditó por un momento—. No voy a mi apartamento, Roberto.

—No importa. A donde sea te llevo.

—Bueno.

Antes de que fuéramos al auto, le gustó mi idea de pedir unas galletas para llevarle a Mario. Abrí la puerta para ella y luego fui a sentarme en el puesto del conductor.

—Espera —dijo Lucía antes de que encendiera el motor.

Giré a ver qué era lo que sucedía y el instante siguiente tuve sus labios sobre los míos. Le devolví el beso con la misma paciencia, saboreando cada milímetro. Estuve por sujetarle el rostro, en busca de más, pero ella se apartó. Salió de mi alcance adhiriendo su espalda al asiento.

—Mañana será la primera cita con el psicólogo infantil —compartió sacándome de mi anonadamiento—. Acepté que Santiago entre en la vida de Mario. Decidí escucharte.

No lo mostraba tan ampliamente, pero estaba asustada. Yo lo percibía. No debí haberla presionado como lo hice el sábado.

Le apreté la mano para intentar reconfortarla—. Me alegra. Recuerda que aquí estoy para lo que necesites. Estemos juntos, o no.

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