Capítulo 21 | Fricción

FRICCIÓN:

Lucía no pareció muy contenta con mis intenciones de acompañarla, sin embargo, por algún motivo, accedió. Después de que llegara la niñera de Mario, quien era una vecina que vivía en la misma planta, bajamos de nuevo a la calle. No tardé en darme cuenta de que yo continuaba en mi vestimenta deportiva y oliendo a sudor. Y que así iría a ver a su ex adinerado y pretencioso.

Una camioneta negra ya estaba afuera esperando por nosotros. La puerta del conductor se abrió, pero Lucía se subió en el asiento trasero del vehículo antes de que el chófer pudiera cumplir con su tarea. Él me miró con curiosidad, mas no me impidió subirme también.

—El señor no me dijo de esta otra visita —fue lo que comentó luego de que puso a andar la camioneta.

—Es mi invitado —se limitó a contestar ella.

No obstante, Lucía no se había vuelto a dirigir a mí, ni siquiera para mirarme. Estuvo inmersa en sus pensamientos durante el viaje, viendo a través de la ventana con las manos descansando sobre su regazo. Más de una vez tuve la tentación de tocarla, de recordarle que yo estaba allí con ella, pero el hecho de no estar solos hizo que me contuviera.

Nos estacionamos frente al restaurante donde armé el pequeño escándalo unos días antes. Yo me bajé primero, pero Lucía me rebasó casi de inmediato para liderar el camino hacia el interior. Nos recibió la misma camarera.

—¿Qué hace usted de nuevo aquí? Tiene prohibida la entrada a este establecimiento —me abordó enseguida.

El guardia de seguridad de la entrada se acercó.

—También viene a ver al señor Ávila —intervino Lucía regresando por mí.

—¿En esas fachas? —cuestionó con incredulidad.

—Sí —afirmé—. Me comportaré.

Se notaron las intenciones de la camarera de decir algo más, pero optó por retirarse. Lucía me sujetó la mano y me guió al ascensor.

—Trata de no hablar mucho —me pidió cuando estuvimos dentro.

—¿Él sabe que solo nos acostamos, o cree que tenemos una relación? —pregunté.

—Eso no importa, Roberto. Mucho menos en este momento.

No pude decir más, porque las puertas se volvieron a abrir. En el pasillo esperaba otro guardaespaldas por nosotros; uno que recordaba de antes.

—Buenas tardes, Lucía —la saludó.

—Hola, Julio.

—Te está esperando en su oficina.

—Gracias.

A mí, en cambio, me ignoró por completo. Comencé a considerar que quizá sí había sido mala idea acompañarla.

Al final del pasillo, cubierto por una alfombra de patrón mosaico y cuadros igual de intrigantes, Lucía abrió sin tocar una puerta de unos dos metros. Soltó una disculpa —sin que sonora como una— y yo entré cuando la mujer que acompañaba a Santiago todavía se acomodaba la falda.

—Tan oportuna como siempre —ironizó él volviendo al otro lado de su escritorio—. Veo que trajiste a tu mascota.

La mujer me observó con curiosidad. Su cabello era largo con ondas y un color anaranjado teñido, curvas demasiado perfectas, y aires de muñeca prefabricada —si eso tenía sentido. Aunque su aspecto difícilmente pasaría como del todo natural, no dejaba de ser atractiva como una modelo.

—No seas grosero, Santi —reprendió ella para luego acercarse a nosotros—. Lamento este recibimiento tan descortés. Me llamo Dulce Montero, es un gusto conocerlos.

Me tendió primero a mí la mano para estrecharla, lo cual hice sorprendido por su nivel de amabilidad. Lucía no le despreció el gesto, mas tampoco le devolvió la sonrisa.

—Ah, y esta es mi tarjeta —agregó sacando del bolsillo de su chaqueta un rectángulo de cartulina plastificado y dándomela—. Por si en el futuro necesitan una oficina, apartamento, o incluso casa.

Ojeé rápidamente lo que me dio. «Agencia Inmobiliaria Montero: Pídelo y nosotros lo encontramos».

—Bueno, ya habiendo acabado con las presentaciones, vayamos al grano. Es fin de semana y mi día libre —dijo Lucía dando unos pasos más hacia el interior de la oficina.

—Claro, tomen asiento —indicó Santiago—. El ingeniero solo si no está sudoroso. Estos sillones valen más que su sueldo y es complicado quitarles el mal olor.

—De pie estamos bien, gracias —respondió ella balanceando su peso de una pierna a otra—. ¿Cuál es la noticia urgente?

Dulce fue a pararse junto a Santiago, quien estaba sentado, al otro lado del escritorio. Él le tomó la mano y la besó antes de continuar hablando.

—Nosotros...

—Sé que no es la mejor manera de hacerlo —lo interrumpió Dulce, lo cual, como cosa rara, no pareció molestarle en absoluto a Santiago—. Pero ya no podemos esperar para compartir nuestra vida juntos, públicamente, y con todo lo que eso implica. Espero que lo entiendas, Lucía.

—¿Qué es todo lo que eso implica, Santiago? —preguntó ella con indicios de estar por perder la paciencia.

Me acerqué más a Lucía, sin tocarla, pero estando lo suficientemente cerca para sentir el roce de su vestido. A diferencia de ella, Santiago no pasó desapercibido mi movimiento y eso sí lo molestó.

—Dulce y yo en unas semanas nos casaremos. Quiero que comience a involucrarse con Mario antes de eso, así como tu... amigo, o lo que sea, ha estado haciendo —terminó de informar.

—Ya veo, entonces crees que por decidir casarte tienes derecho a entrar en su vida ahora. ¿Qué te hizo llegar a esa conclusión? ¿Dulce, quien quizá no quiera tener hijos para no perder su imagen plástica? —arremetió Lucía—. Eso no deshace nuestro acuerdo.

—Fue un acuerdo tonto y de cobarde. Los asuntos de ese entonces ya quedaron resueltos hace mucho.

Dulce se apartó de Santiago, sin haber perdido todavía su cordialidad. El comentario de Lucía parecía no haberla ofendido.

—Esto no es sobre mi decisión de ser madre o no, Lucía —intervino con suavidad—. Mi intención no es robarte a tu hijo, sino que tenga la oportunidad de disfrutar también de su padre. —Miró a Santiago—. Un padre arrepentido que desea enmendar sus errores. No debió dejarte sola con toda la responsabilidad.

Lucía cerró sus manos. Supuse que estaba siendo difícil para ella encontrar argumentos suficientes para contrarrestar ese razonamiento transmitido con tanta amabilidad. Era sin dudas lo opuesto a Santiago con sus amenazas.

—Esta reunión fue mi idea. Juntos, como adultos y por el bien de Mario, debemos trabajar en un proceso de transición. Creo que lo mejor es que sea con apoyo de un profesional en el tema —añadió Dulce.

Lucía siguió sin contestar. La sugerencia concordaba con mi misma postura de la situación. Santiago y Lucía podían tener su pasado y sus diferencias, pero lo más importante era el desarrollo adecuado de Mario. Un padre presente era mucho mejor que uno ausente.

Lucía decidió mirarme, con obvias dudas en sus facciones.

—¿Por qué lo miras a él? —habló Santiago sin ocultar su desdén.

Yo ignoré su tono y opté por limitarme a asentir y sonreírle sin dientes a la única persona cuyo bienestar me importaba en esa habitación.

Lucía respiró hondo y volvió a fijar la atención al frente—. Porque es el responsable de que lo esté considerando, así que deberías cuidar tu tono y jamás llamarlo mascota otra vez, ni faltarle el respeto.

Santiago se tensó en su puesto, pero Dulce agrietó su estado soltando una carcajada.

—Me encanta tu actitud, Lucía. Espero llegar a conocerte mejor —compartió Dulce.

—Pensaré lo que proponen y les avisaré en el transcurso de la semana —declaró Lucía omitiendo el comentario.

Después, sin despedirse, abandonó la oficina. Santiago tampoco la detuvo, así que concluí que eso había sido todo.

—Felicidades por su compromiso —dije antes de retirarme también. A mis espaldas oí un agradecimiento entusiasta de Dulce.

El guardaespaldas Julio seguía en la entrada del elevador cuando volvimos. Al vernos, lo pidió por nosotros y se despidió cuando subimos a él.

—Estuvo bien —comenté al estar en la privacidad momentánea del ascensor.

—No tanto. Ella es insoportable.

—No creo que deberías juzgarla tan antes de tiempo. Hay que reconocerle el esfuerzo de haberte citado para conversar.

—Como digas.

Salió de prisa del elevador hacia el exterior del edificio. Ignoró a Carla y al guardaespaldas que pretendieron despedirse.

—¿Qué te molesta tanto? —exclamé en la calle detrás de ella—. ¿Mario, o el compromiso?

La misma camioneta esperaba por nosotros. Lucía se detuvo a medio camino y giró para encararme.

—No quiero hablar de eso en este momento.

—¿Por qué? ¿Cuándo será el momento? —insistí.

Lucía entrecerró la mirada y dio zancadas el resto del trayecto hacia mí.

—Me molesta todo, Roberto. Esa Dulce debe pertenecer a otra familia rica de la ciudad, con vida fácil y atributos increíbles. ¿Y yo? A mi padre lo mataron, mi mamá era alcohólica, y yo trabajé en un bar de desnudistas. ¿Qué crees que va a escoger Mario cuando los conozca y le den todos esos regalos y atenciones?

Algunos transeúntes se habían detenido para presenciar la escena, sin embargo, solo yo podía ver las lágrimas de frustración que se acumulaban en sus ojos. Ese era su miedo; no era que aún hubiera algún interés romántico por Santiago.

Coloqué las manos en sus hombros para confortarla—. Tú siempre serás su mamá. Nadie va a quitarte ese puesto —murmuré.

—Eso no puedes saberlo.

—¿Por qué no dejas de trabajar para Santiago y te dedicas a estudiar y a tu carrera de actuación?

—¿Y cómo haré dinero?

—Yo puedo darte un porcentaje de mi sueldo mientras la actuación da frutos.

—Estás loco. —Lucía se apartó de mi agarre—. No voy a depender de ti, ni parecer de tu propiedad.

—¿Pero sí de Santiago? —bramé.

—Habías tardado en decirlo. Si te molesta tanto, puedes irte cuando quieras.

—¿Así de fácil es para ti?

—Sí —sentenció.

Dando ella misma por terminaba la discusión, volvió a darme la espalda para subirse al vehículo. Su afirmación había sido tan cruel que se me hizo imposible seguirla. Ya había sido suficiente de excederme en mis pretensiones para recibir solo patadas. Ya me había empujado fuera de su vida más de una vez y yo continuaba regresando como un perro callejero. Ya yo no podía dar más.

La camioneta no se fue de inmediato al ella subirse. Yo ya estaba exhausto de correr tras ella. Comencé a caminar, pero hacia la dirección de mi apartamento. Iba a ser una caminata larga. 

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