Capítulo 19 | Papá

PAPÁ:

Confieso que al principio creí haber cruzado en dirección equivocada. Llevábamos unos minutos transitando por una zona costosa de la ciudad, con arquitectura moderna, autos de lujo, tiendas de renombre, y calles pulcras. Me era difícil suponer el vínculo que tenían Lucía y su hijo con ese lugar. Ni siquiera yo podría tener motivos para estar allí.

Y de hecho, el edificio que Lucía me indicó para estacionar, parecía la fachada de una galería de arte. Con grandes ventanales en vez de paredes y un techo de curvatura peculiar. No obstante, salían niños y jóvenes acompañados de padres. Los menores de edad cargaban un uniforme, como si se tratara de una institución educativa.

—Ya vengo —dijo Lucía antes de salir del vehículo, sin dar ninguna explicación adicional como de costumbre.

¿Acaso Mario estudiaba allí? Por el aspecto, la matrícula debía ser por lo menos el triple de lo que mi hermano y yo pagábamos de alquiler.

A los pocos minutos, Lucía fue otra madre más que abandonó el interior del edificio con su hijo caminando junto a ella, tomaba una de sus manos y con la otra cargaba el bolso de dinosaurios. Él encajaba por su uniforme, pero ella resaltaba entre vestimentas de diseñador y joyas relucientes.

—Hola —murmuró Mario al entrar al auto.

—Hola, Mario —saludé enfatizando en mi emoción para intentar contagiársela—. Qué bueno verte de nuevo.

Él asintió para luego agarrar la tablet que le dio Lucía y concentrarse en la pantalla. Su madre también le colocó unos audífonos.

—Gracias —dijo Lucía cuando volvió a ocupar el asiento del copiloto—. Está molesto porque vine a buscarlo tarde. Después de ver su caricatura se le pasa.

—No es mi problema, pero, ¿ganas tanto con tu trabajo como para pagar este colegio? ¿Incluso tienes un chofer que lo busca?

Lucía me miró lista para rotundamente confirmar que no era mi problema, y que solo estaba en ese rincón de su vida por lo improvisto que había sido. Sin embargo, el sonido de su celular la interrumpió.

—Dime —le gruñó a la persona del otro lado de la línea—. Sí, Roberto me trajo.

Yo había aprovechado ese instante para ojear a Mario y verificar que continuara viendo sus caricaturas. Oír mi nombre hizo que volviera a ver a Lucía. ¿Con quién hablaba?

—No, no tendremos esta conversación otra vez. Suficiente hago aceptando que venga a este preescolar —siguió diciendo ella con la vista hacia el frente.

Estaba molesta; con su mandíbula tensa y dándole golpecitos al vidrio de la puerta.

—Vete a la mierda, ¿me oíste? Esto es solo por tu noviecita nueva. No tienes derecho a entrar así como así en su vida. ¿Cómo sé que en unos meses no volverás a alejarte de él?

Con eso, Lucía colgó. Pasó las manos por su rostro y se echó el cabello hacia atrás. No pude evitar colocar una mano en su hombro para recordarle que yo estaba allí con ella.

—Sea lo que sea, no estás sola —le aseguré con sinceridad absoluta. No tenía dudas de que esa conversación había sido con el padre de Mario. Por las palabras y por el estado en que la había puesto.

Lucía giró su atención hacia mí. Tenía los ojos humedecidos, mas por sus facciones era evidente que se trataba de un efecto de su impotencia.

—Te lo diré yo, porque sé que de todas formas Santiago de una u otra forma lo hará —empezó. Al escuchar la mención inesperada de su jefe, mi agarre se aflojó y ella colocó su mano en mi muñeca—. Hace unos años, cuando recién llegué a la ciudad, tuve una relación breve con Santiago y de allí nació Mario. Santiago es el padre de Mario y es quien paga el preescolar, entre otras cosas.

Me había soltado otra verdad, porque no le quedó otra opción. Conocer esa información me dejó incluso más perplejo que cuando supe sobre su hijo. Su jefe Santiago, posesivo, controlador y adinerado, era el padre de Mario. Seguían viéndose, interactuando a diario, y Lucía me había ocultado esa conexión tan importante. No supe cómo sentirme al respecto.

Lucía me examinaba sin una pizca de su llama habitual. De hecho, me atrevía a describir que rozaba una fragilidad que por primera vez veía en ella.

—¿Mario lo sabe? —murmuré.

—No. Ni siquiera han hablado. —Soltó mi muñeca y se hundió en su asiento con un suspiro—. Ya habíamos terminado cuando me enteré del embarazo y acordamos que nadie sabría. También por seguridad, porque el padre de Santiago estuvo envuelto en varios negocios turbios.

Me limité a asentir, asimilando cada frase. Cada vez confirmaba a mayor profundidad el iceberg que era Lucía. ¿Cómo podía yo estar casi en medio de eso?

—No tiene derecho a involucrarse ahora —añadió—. No quiero que Mario se confunda, ni que sufra si no funciona.

—Es su papá. Lo más probable es que sea beneficioso para Mario que esté en su vida. Puede hacerse con apoyo de un especialista —razoné, a pesar de que una parte de mí deseaba ser egoísta y alimentar su posición al respecto.

Lucía guardó silencio por unos minutos. Le di el tiempo que necesitaba para analizar mis palabras y dar una respuesta. Atento a ella.

—Llevamos a casa, por favor —dijo con sequedad.

Ya la vulnerabilidad que vi, no estaba. Había vuelto a alzar sus barreras y fue inevitable no cuestionarme qué tanto estaba dispuesto a continuar haciendo para llegar a ella, pese a nuestro acuerdo y su desinterés, y si realmente yo quería involucrarme más en sus asuntos. Su jefe era el padre de su hijo pequeño, su trabajo no era un tema de conversación social aceptable, y sus personificaciones eran fuera de lo común.

Puse a andar el auto sin replicar. A pesar de lo que solía suceder, el tramo de regreso se sintió más largo. Coloqué la radio para llenar ese abismo que había aparecido de repente entre nosotros.

Cuando me estacioné frente al edificio donde vivían, mis inquietudes seguían resonando con fuerza. Especialmente, el identificarme con Mario y saber lo difícil que sería no pensar en él, y contenerme de compartir mis opiniones. Se suponía que lo mío con Lucía consistía en solo sexo, pero se estaba convirtiendo en mucho más. Y me asustaba, porque era obvio que para ella no era lo mismo.

No giré a verla cuando abrió la puerta del vehículo. Sin embargo, sí lo hice al escuchar que se cerraba en el siguiente segundo. Lucía no se había bajado.

—Lo pensaré —indicó. Puso su mano sobre la mía, la cual todavía sujetaba el freno de mano—. Te lo agradezco, Roberto. No tenías por qué saber de esta parte complicada de mi vida.

Eso bastó para que nacieran en mí unas enormes ganas de besarla, sin embargo, me contuve por la presencia de Mario en el auto. Ella debió sentir lo mismo, porque sus ojos se desviaron por unos instantes a mis labios antes de decidir retirar su mano.

—Mañana te llamo —añadió.

—Está bien.

Me guardé mis inquietudes y respiré hondo cuando por fin se bajó del auto. Sacó a Mario del asiento e hizo que se despidiera de mí. Después, volví a estar solo. Otra vez víctima de la expectativa de cuándo nos veríamos otra vez, de la ansiedad de recibir su llamada.

Manejé de regreso a mi hogar con la radio al mayor volumen posible. Eso era algo que solía aturdirme, pero en esa ocasión sirvió para no tanto enfocarme en mi enredo mental. En Santiago. En Lucía. En su pasado.

Yo no era ninguna competencia para él; empezando por la holgura financiera.

Avancé hacia el edificio con el ánimo bajo, un poco inseguro sobre cómo avanzaría lo mío con Lucía a partir de allí. Cada día se volvía más difícil de concretar la idea de tener algo distinto a solo sexo. Iba visualizando de forma más clara por qué reiteraba el hecho de no ser alguien para mí.

Al salir del ascensor, me sorprendí al encontrarme con una pareja besándose en el pasillo. Aclaré mi garganta, sin haberme dando cuenta todavía de quiénes se trataban. Ella con el cabello alisado y un gorro que cubría cualquier rasgo reconocible de él. Al separarse debido a mi intromisión, me arrepentí de no haber solo transitado silenciosamente, pues se trataba de Miriam con mi hermano.

—Perdón —dije en seguida.

Caminé el resto del trayecto al departamento, urgido por ingresar y darles privacidad. Gabriel no me había dicho lo cercanos que eran ahora. Esperaba que hubiera podido poner en orden sus pretensiones con Miriam y que ambos estuvieran en la misma página. No estarlo convertía los sueños en un infierno.

Los oí sosteniendo una conversación en murmullos antes de lograr girar la llave y cerrar la puerta detrás de mí. Dejé mi maletín en el suelo y saqué una cerveza de la nevera para hundirme en el sofá. Cuando le di el primer sorbo, mi hermano entró al apartamento.

—Disculpa —volví a decirle.

—Tranquilo. —Gabriel suspiró ruidosamente y también fue por una cerveza. Se sentó en el sillón individual para acompañarme—. Estaba tan hermosa y la pasamos tan bien que no pude evitar besarla. Creo que jodí todo.

—¿Por qué piensas eso? Ella también te estaba besando.

—Hoy me dijo que su exesposo consiguió trabajo en el extranjero y quiere llevarse a su hijo. Lo que menos necesita es ser besada por su exnovio. Me dijo que no estaba segura de si era bueno seguir viéndonos.

—Debe estar confundida y preocupada por separarse de su hijo —comenté.

Gabriel se terminó la cerveza como si fuera agua—. Vaya, creo que necesitamos algo más fuerte.

Dejó el sillón para dirigirse a su habitación. Al volver, lo hizo sosteniendo una botella de whisky. Seguramente la había escondido de mí por lo sucedido la otra vez. La abrió para beber directamente de la botella.

—¿Y a ti qué te pasó? —preguntó.

—¿Por qué crees que me pasó algo?

—Tú no tomas entresemana. —Me ofreció la botella—. Ten. Bebe.

La acepté y le di un trago antes de colocarla en la mesa frente a nosotros.

—El papá del hijo de Lucía es Santiago —compartí—. Lo supe hoy.

Mi hermano frunció el ceño, como si desconociera algún tramo de la información. Colocó más whisky en su sistema antes de hablar.

—¿Lucía tiene un hijo? —cuestionó—. ¿Cuántos años tiene?

—Sí, tiene un hijo. Se llama Mario. ¿No lo sabías? Debe tener como tres o cuatro años. Lo tuvo después de mudarse aquí.

Me dio otra vez la botella. Más whisky.

—No sabía —replicó—. Perdimos el contacto por un tiempo y ella siempre ha sido bastante reservada, como te habrás dado cuenta. Tampoco sabía que tuvo una relación con Santiago.

Bebí de nuevo antes de regresársela y recostarme—. Es todo un enigma. Mañana puede salir con que tiene una hermana gemela, o algo así.

Con eso, provoqué una carcajada en mi hermano—. O que es un extraterrestre.

—No es gracioso —gruñí—. No me esperaba nada de esto.

—Relájate. Sigue siendo solo sexo, ¿no?

Guardé silencio por unos instantes. Aunque sabía que así era, ya hacía mucho se había dejado de sentir de esa manera. Por lo menos para mí. Lucía me importaba por ella, no por su cuerpo.

—Mierda —susurró Gabriel—. Jamás imaginé que terminarías enganchado con alguien como ella. Es como lo opuesto a Laura... y a ti.

—Lo sé —suspiré—. Pero no sé si pueda manejarlo. Sé que para ella es solo sexo. 

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