Capítulo 18 | Novios
NOVIOS:
Lucía era divertida. Sabía integrarse y contribuir lo necesario a las conversaciones. Sin ser específica, mas sin parecer que prefería obviar información. Siendo ahora espectador, me di cuenta de ello. Cuando Miriam le preguntó acerca de su trabajo, ella lo describió, pero sin decir realmente qué era. Sin embargo, para la «amiga» de mi hermano fue suficiente para saciar su curiosidad. De la misma forma, la breve cena de pizza y cerveza transcurrió amenamente casi por completo.
—¿De verdad llevan tanto tiempo conociéndose? —preguntó Miriam al Gabriel mencionarlo.
Lucía asintió—. Sí, y puedo asegurarte de que lo mejor fue que lo conocieras ahora y no antes.
—Antes era un desastre, ¿no? —concordó Gabriel para luego darle otro sorbo a su cerveza.
Según parecía, Lucía no tenía idea de la historia de Gabriel con Miriam. Seguramente era un tema de conversación que a él no le gustaba tocar.
—Supongo que sí —murmuró Miriam.
Yo me limité a comerme el último trozo de pizza, notando cómo el ambiente había cambiado a uno... nostálgico.
Miriam se quedó pensativa y mi hermano con la mirada fija en ella, como si estuvieran compartiendo en silencio los recuerdos de sus versiones pasadas. ¿La conclusión de ello sería una buena, o una mala? Ambos habían cometido sus errores y sus caminos se separaron para vivir experiencias distintas. ¿Ese nuevo acercamiento les daría resultados positivos?
La mano de Lucía encontró mi muslo, lo que me hizo desviar mi atención hacia ella. Me sonrió con complicidad antes de tomar su celular de la mesa.
—¿Sí? —dijo de inmediato, a pesar de que yo sabía que ninguna llamada había entrado—. Perfecto, en media hora estaré por allá.
—¿Tienes que irte? —cuestionó Miriam saliendo de su trance.
—Sí, una vecina tiene que buscar un paquete que por error dejaron en mi apartamento —explicó Lucía poniéndose de pie.
—Yo te llevo —me ofrecí también levantándome.
Lucía no se negó. Fue por su bolso y yo por las llaves del auto. Nos despedimos y en poco tiempo estuvimos en el ascensor.
—Necesitaban un momento a solas —comentó ella—. Fue obvio que lo que dije removió unas cosas.
—¿Fue intencional? —pregunté, a pesar de que la respuesta fuera fácil de leer en su expresión de mente maestra.
—Sé quién es ella, solo que no sabía cuál era su aspecto. Escuché a tu hermano muchas noches en el bar hablando de ella.
—¿Y crees que esta vez sí funcione? —me atreví a compartir mi inquietud con ella.
—No es algo que yo haría —contestó sin titubear—. No doy segundas oportunidades de que me lastimen. Hay demasiadas personas y opciones en el mundo para eso. Pero, espero que sí les funcione a ellos.
Su observación hizo que me preguntara cuál tipo de persona era yo: de dar segundas oportunidades, o no. ¿El amor hacia alguien era suficiente para justificar todo grado de daño? Si Lucía no estuviera en mi vida y Laura terminara con Christian, ¿yo sería capaz de intentar darle otra vez un espacio en mi corazón? Si lo mío con Lucía también acabara de mala manera, ¿se lo daría a ella? ¿Los sentimientos eran lo suficientemente fuertes para eso? ¿O era costumbre? ¿Por eso opté por ignorar al principio la infidelidad de Laura y de seguir sosteniendo lo insostenible?
—Roberto —dijo con suavidad Lucía, captando de nuevo mi atención. Acortó la distancia entre nosotros y sujetó mis manos—, si no yo lo haría, tú tampoco deberías considerarlo. Pase lo que pase.
No estuve seguro de si se refería a nosotros, o a mi pasado con Laura. Lo último podía ser mi impresión, puesto que ella no conocía los detalles de la relación con mi ex. O por lo menos, hacía unos días no lo sabía. Tampoco quise profundizar en ello. En realidad, no importaba si lo supiera, o no. Sus palabras me sentaron bien.
Asentí para luego inclinarme y besarla.
***
Durante la hora de almuerzo del lunes, estuve atento a encontrar una oportunidad para estar a solas con Jorge. Llegué tarde al comedor, así que ya se encontraban todos sentados en la mesa comiendo. No obstante, ingerí mis alimentos con suficiente prisa para poder coincidir con él en desechar nuestros desperdicios.
—Si vas al bar hoy, o en estos días, me avisas para ir contigo —dijo él primero.
—Ya como Luis está mejor, seguro vamos los cuatro —respondí.
—Sí, claro.
Vació el contenido de su bandeja en la basura y yo hice lo mismo. Después, fuimos juntos a colocar las bandejas en su lugar para que fueran limpiadas.
—Eh, ¿Jorge? ¿Puedo comentarte algo sin que los demás lo sepan todavía? —pregunté evitando que siguiera avanzando hacia donde Vanesa y Luis nos esperaban todavía comiendo.
Giró hacia mí con curiosidad—. Claro. Te escucho.
—La semana pasada el ingeniero Boada descubrió que han estado falsificando mis reportes. Cambiándolos por otros con valores erróneos.
—Eso es grave. ¿Entonces crees que Vanesa sí tiene razón y te quieren inculpar?
—¿Crees que pudieron hacer lo mismo con quien estaba antes en mi puesto?
Lo pensó por unos instantes, justo como Boada lo había hecho, no obstante, terminó negando—. Todo es posible, pero yo no pongo las manos al fuego por nadie.
—Yo entiendo, pero estuve pensando que quizá sea buena idea que hable con ella. ¿Qué opinas? ¿Me darías su número de teléfono?
Jorge colocó su mano en mi hombro y se acercó más para bajar la voz—. No creo que hablar con Bea haga alguna diferencia, Roberto. Y no te lo tomes a mal, pero prefiero no estar involucrado en esto. Quizás Vanesa todavía tenga su número. Mejor se lo pides a ella.
Era obvio que el tema le había molestado. La sugerencia de Lucía no había sido una buena idea. Sea como sea, Bea había sido su ex, quien al parecer lo engañó, así que todo lo relacionado con ella debía ser un tema sensible.
—No volveré a involucrarte. Disculpa —repliqué para aligerar el ambiente—. ¿Me aceptas invitarte una cerveza el miércoles?
Comprendía cómo debía sentirse: deseando dejar todo atrás, pero volviéndose a hacer presente ante cualquier oportunidad. De hecho, cada espacio de la procesadora debía recordarle a ella. Yo fui incapaz de permanecer en la misma ciudad donde habitó mi historia con Laura.
No le pedí ese día el número a Vanesa. Regresamos a la mesa como si nada y después cada quien regresó a su puesto de trabajo.
Al final de la tarde, Lucía esperaba por mí junto a mi auto.
—¿Cómo te fue? —fue su saludo.
En vez de responder, deposité un beso en sus labios. Ante eso, me observó con una mueca cuando me aparté.
—¿Qué ocurre? —cuestioné, desinflándose un poco la emoción de encontrarla allí, a pesar de saber que sucedería por ser lo que planificamos.
—Ese fue un gesto muy de novios —aclaró—. La cena del viernes fue una excepción a nuestras reglas.
—Bueno, me controlaré —dije encogiendo los hombros—. Jorge no quiso darme el número. Es su exnovia, así que creo que fue insensible pedírselo. Se lo pediré a alguien más.
—Es solo un número, no es que le pidieras que hablara con ella. De todas formas, ya la conseguí en las redes sociales. ¿Nos sentamos en tu auto?
Desbloqueé los seguros del vehículo y abrí la puerta del copiloto para ella. Ese no era un gusto de novios, sino de caballerosidad. Ya estando ambos dentro, saqué un paquete de galletas de mi maletín y se lo di.
—Es para Mario —informé antes de que se negara.
—Gracias —susurró.
—¿Entonces encontraste a Bea en las redes sociales?
—Beatriz González —me corrigió—. Y tu amigo Jorge no debe estar tan dolido, porque todavía la sigue y reacciona a sus fotos.
—¿En serio?
—Desde un perfil falso, pero sí.
—¿Y cómo sabes que es Jorge?
Lucía sacó el celular de su bolso y encontró a la aplicación de la misma red social donde yo pecaba de tener un perfil falso. Me tendió el aparato.
—Mira.
Revisé el perfil frente a mí. La imagen de perfil era el logo de un equipo de futbol, como nombre tenía iniciales que coincidían con Jorge Ferrer, y las escasas fotos eran de sitios de la ciudad. Debía admitir que era peculiar, mas no una prueba sólida de que sí fuera él. Casi no tenía seguidores, ni seguidos.
—No puedes estar segura de que sea él —razoné.
—No necesito estarlo, pero sí creo que él es la clave para descubrir un poco más sobre lo que está pasando en tu trabajo.
—Bueno, pero deberíamos ser más sutiles. No quiero que se sienta atosigado.
—Yo tengo una idea de lo que podemos hacer, pero depende de...
Fue interrumpida por una llamada entrante en su celular. Era un número no registrado. Se lo di para que respondiera.
Su expresión cambió por una de molestia—. Está bien, yo resuelvo. No olvides que fue idea tuya meterlo en ese horario sin consultarme. —Consultó la hora en el reloj de su muñeca—. Y la próxima vez agradecería que me avisaras con más tiempo.
Colgó liberando un suspiro y hundiéndose en el asiento.
—¿Estás bien? ¿Qué ocurre?
Me miró con indecisión, mas terminó cediendo a contestar—. Te tengo que pedir un favor.
Sus ojos se deslizaron hacia el espacio detrás de mí y casi al instante oí el golpe en el vidrio. Giré y me encontré con una Vanesa sonriente.
—Fue mala idea quedarnos a charlar aquí —masculló Lucía.
Para no ser maleducado, bajé la ventana—. Hola.
—Perdón, es que no pude evitar la tentación de venir a saludar y presentarme. —Su vista se posó en Lucía—. Soy Vanesa, una compañera de trabajo de Roberto. Un gusto conocerte.
Lucía, empezando a ocultar su incomodidad, forzó una sonrisa y se estiró para apretar la mano de Vanesa—. Encantada. Soy Lucía, amiga de Roberto.
—Sí, sí. Claro. Me alegra mucho. —Vanesa me guiñó el ojo—. Es un placer. Eres muy hermosa. Ojalá pudieras acompañarnos esta semana a tomar unas cervezas en un bar que está aquí cerca...
—Gracias, muy amable. Dependerá de mi agenda —replicó Lucía. Volvió a examinar la hora—. Roberto, recuerda que tu hermano nos espera.
—Cierto —dije siguiéndole la corriente—. Gracias por venir a saludar, Vanesa. Ya tenemos que irnos.
—Maravilloso, cuídense.
Aproveché de que Vanesa se hizo a un lado para encender el motor y salir del estacionamiento.
—Lamento eso. Ella es muy sociable y seguro le dio curiosidad verme con alguien —me excusé—. ¿Cuál era el favor que ibas a pedirme?
—Necesito que me lleves a buscar a Mario a un lugar, queda cerca del centro. Lo iba a hacer otra persona, pero hubo un percance —explicó—. Y... no te preocupes por Vanesa, luce encantadora.
—¿Sí irías a tomarte unas cervezas con nosotros? —pregunté.
—Sabes que no.
Me limité a asentir, tragando el mal sabor de precisamente reafirmar lo que ya sabía. No éramos novios y salir con compañeros de trabajo era parte de lo que hacían las parejas. Y eso estaba fuera de discusión. Ellos no serían compresivos y conformistas como Miriam; ellos harían preguntas y esperarían buenas respuestas. Por lo menos Vanesa, por ser parte de su personalidad la curiosidad por las otras personas. Claro, sin detenerme a pensar que la reconocieran como la que casi cada noche acompañaba a alguien diferente en ese bar. A Jorge sin dudas le resultaría familiar luego de la advertencia que me dio sobre ella durante nuestra primera salida.
No, no éramos novios. Y siquiera considerar serlo dependía de muchos factores complicados, que iban más allá de la atracción física, del sexo y de disfrutar de su compañía.
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