Capítulo 15 | Secreto

SECRETO:

Ya se acercaba de nuevo el fin de semana y todavía no tenía noticias de Lucía. Ni mis mensajes, ni mis llamadas eran recibidas por ella. Le pedí el celular a Vanesa para intentar con el suyo, y la llamada entró, sin embargo, Lucía no la atendió. En ese punto, consideré el hecho de que quizá me había bloqueado.

Pero, ¿por qué lo haría? Recapitulé cada detalle de nuestro encuentro del sábado y no pude dar con algún motivo que lo justificara. Solamente el haber insistido en recogerla cuando lo necesitara. No obstante, eso no había sido una mala acción. Tampoco iba en contra de los lineamientos de nuestra conexión. ¿O sí? ¿Se había apartado por eso?

Sabía que con Gabriel tal vez podía obtener alguna información, pero no quería involucrarlo en eso. Conociendo a Lucía, seguramente lo empeoraría. Así que, decidí ir a los lugares que frecuentaba.

Los primeros tres días de la semana fui al bar después del trabajo, con la esperanza de encontrarla. En una oportunidad, coincidí con Jorge y nos tomamos unas cervezas. En ninguna vi a Lucía.

Entonces, lo que me quedó fue probar con el restaurante donde la llevé el sábado. Era ostentoso, donde un sujeto en traje abría la puerta, el piso de mármol relucía, y había candelabros y detalles en dorado que relucían. Era elegante, con las mesas llenas, y el bullicio de diferentes conversaciones simultaneas.

—Buenas tardes, señor —saludó la mujer detrás del podio y abriendo un grueso libro frente a ella—. ¿Tiene reservación?

—Eh... tengo una reunión con alguien, creo que hizo la reservación —solté la mentira que había planeado durante el trayecto.

—¿Me indica el nombre, por favor?

—Christian Villarroel.

—Lo siento, señor. No tengo ninguna reservación con ese nombre. ¿Cuál es el nombre de la otra persona?

—Qué pena, es que es... una cita de trabajo y no recuerdo bien el nombre de la persona —repliqué—. Creo que lo mejor será esperar afuera a que llegue. No quiero llamar y parecer...

—Entiendo. Puede esperar en la barra si así lo desea —señaló la mujer—. Nuestros clientes son lo primero y a veces suceden estas cosas. No hay problema. Venga conmigo.

—Muchas gracias. Recordaré comentar sobre su hospitalidad.

Me guió hasta un taburete vacío en la barra e indicó que podía pedir una bebida mientras esperaba. Me sorprendió lo bueno que estaba resultando mi plan. Por supuesto, nadie iba a llegar y estaba apostando a encontrar a Lucía allí, antes de tener que excusarme.

Ordené una cerveza al quedar solo y examiné con mayor detalle mi alrededor. Desde la barra no tenía la vista completa del restaurante, pero sí un gran porcentaje de mesas. Me bebí mi cerveza analizando a cada mujer, ya que Lucía, en caso de estar allí, estaría disfrazada.

Sí, mis acciones estaban rozando las de un acosador de nuevo. Sin embargo, yo necesitaba que me dijera qué había hecho mal e incluso si ya no quería que nos viéramos. No bloquearme de esa manera. No sin darme la oportunidad de una explicación. Me dolía saber que era tan fácil sacarme de su vida.

Estuve por darme por vencido y aceptar que ya había perdido el juicio, cuando la vi. Compartía mesa con una pareja y un hombre a su lado. Ropa elegante y su peluca de pelirroja. Pero esa era su risa y su lunar.

La esperé hasta terminarme la cerveza. Esperé la oportunidad de que ella se levantara al baño para poder abordarla, pero eso no llegó. Y mi paciencia no pudo soportar tampoco cómo su acompañante le tocaba la mano.

Dejé la barra y fui hasta ellos.

—¿A dónde va, señor? —escuché a la mujer que me había recibido, mas la ignoré.

Lucía fue la primera en ver cómo me acercaba. La alarma en su expresión fue suficiente para confirmar mis sospechas. Sí se trataba de ella.

—Buenas tardes, disculpen la interrupción —dije—. ¿Podemos hablar?

El sujeto le soltó la mano y me escaneó. La pareja giró a examinarme también.

—¿Quién eres tú? —preguntó él.

—Nadie importante —declaró Lucía ya con enojo en sus facciones—. Vete.

Respiré hondo, listo para hacer mi primer escándalo público. No iba a quedarme así.

—Si quieres te recuerdo frente a todos quién soy —contesté con firmeza.

Lucía entrecerró la mirada, mientras decidía cómo reaccionar. No, no había esperado eso de mí. Debía entender que yo no era un juguete que simplemente podía desechar.

De repente, el hombre junto a ella se puso de pie—. ¡Seguridad! Saquen a ese lunático de aquí.

—Qué vergüenza con ustedes. En seguida nos encargamos de esto —intervino la trabajadora del restaurante, ya llegando a donde estábamos y sujetándome el brazo—. No haga esto más difícil, señor. O tendremos que presentar cargos.

Lucía lanzó con fuerza sobre la mesa la servilleta de tela que había estado en su regazo. Se levantó, con su atención todavía solo puesta en mí.

—Hazlo y aprovecha de decir quién coño es Laura —exclamó.

La mención de mi ex me dejó perplejo. Abrí la boca para decir algo, pero no pude formular nada coherente. ¿Qué tenía que ver Laura con eso? ¿Acaso se había atrevido a contactarla después de preocuparse por el mensaje que recibió de Micaela?

—Claro, y con eso quedaste mudo. —Colgó la cartera de su hombro y se terminó lo que quedaba en su copa de vino de un solo trago—. No es un peligro, Carla. No llames a la policía. Se irá solo y sin causar más problemas.

Con eso, dio culminado el asunto y se apartó por el tramo contrario. Durante los primeros instantes, donde todos los comensales del restaurante debían de estar atentos a nuestro espectáculo, solo me quedé observando su partida.

¿Qué tanto sabía sobre Laura?

Lucía abandonó el área de las mesas y se dirigía a la barra. Iba a perderla de vista. Se iba a ir y me dejaría allí con las mismas incógnitas que cuando llegué. Iba a salirse de mi vida a causa de Laura; de mi pasado. Y no podía permitir que sucediera. No sin conversarlo.

Me sacudí el agarre de Carla y corrí tras Lucía. Cruzó una puerta de solo personal autorizado y no dudé en hacer lo mismo. Me llevaba la delantera en ese pasillo que acababa en una salida de emergencia. Sin embargo, antes de llegar al final, atravesó una de las puertas a un costado.

No le había puesto seguro.

—Tenemos que hablar —dije en cuanto ingresé.

Lucía se quedó inmóvil. En una mano tenía un juguete en forma de avión y en la otra un bolso para niños abierto. En ese reducido espacio, había un sofá, una manta con más juguetes, y una peinadora con artículos de belleza.

—Te dije que te fueras —siseó.

—No sin que hablemos.

La determinación en mi voz decayó ante la confusión de no entender por qué estaría ella con esas cosas.

—Eres otro imbécil más —murmuró.

De todas maneras, con su clara molestia, no se esforzó por sacarme de allí, ni se marchó. Terminó de meter los juguetes en el bolso y cerró el cierre. Era de dinosaurios.

La puerta, que debía ser la del baño, se abrió. Un niño se nos unió.

—¿Quién es él, mami? —preguntó mirándome con desconfianza.

Era un pequeño que debía rondar los seis años de edad. Su cabello era oscuro y sus ojos de tonalidad similar. Su camiseta tenía un tiranosaurio. Pero más allá de su obvio gusto por nuestros predecesores extintos y presencia en ese lugar, la manera en cómo se dirigió a Lucía hizo eco en mi cabeza.

La expresión en el rostro de ella cambió. Se agachó y estiró el brazo hacia él.

—Ven aquí, bebé. No pasa nada. Él solo es un amigo —le explicó con suavidad.

El niño obedeció, pero sin despegar su vista de mí y manteniendo la mayor distancia posible. Ya teniéndolo dentro de su alcance, Lucía le acomodó el bolso en la espalda.

—Como verás, es mejor que hablemos mañana —me indicó sin apartar los ojos de su hijo.

No pude moverme. Jamás consideré ni por un segundo la posibilidad de que Lucía fuera madre. Era joven, con un trabajo poco común, y era un detalle que solía mencionarse al conocer a alguien. Era un dato importante. ¿Lo habría tenido antes de los veintes? ¿Quién era el padre? ¿Dónde estaba? ¿Participaba en la crianza?

El niño bostezó y se frotó los ojos.

Lucía depositó un beso en la cima de su cabeza—. Debes estar cansado. Ya nos vamos.

—¿Cómo se irán? —cuestioné con la garganta seca.

Lucía se puso de pie y tomó la mano de su hijo.

—En taxi —replicó. Su mirada dulce estaba reservada para el niño, mientras que a mí me observó con incredulidad—. Eres libre de irte sin ningún tipo de remordimiento, Roberto.

Intuía que no solamente se refería a ese momento específico, sino en general a lo nuestro. Me sugería que usara lo de su hijo como excusa para alejarme. Fuera yo capaz de manejar esa nueva realidad, o no, no iba a dejar que un taxi los llevara si yo tenía mi auto. Era una madre con su hijo pequeño, en la capital, y de noche.

—Yo los llevo. Y no, no acepto que te niegues.

Supe que Lucía estuvo por negarse, pese a mis palabras. Pero, el niño volvió a bostezar y eso la hizo ceder.

El viaje fue silencioso, a pesar del caos en mi mente. Lucía mantuvo su atención en el exterior, soltando indicaciones cada tantos metros, y su hijo no demoró en quedarse dormido en el asiento de atrás.

—¿Cómo se llama? —quise saber al ojear por enésima vez por el retrovisor.

Lucía dudó en responder, mas accedió a compartir esa información luego de un suspiro.

—Mario.

Asentí, controlando las ganas de preguntar también sobre su progenitor. Eso podía esperar.

—Es aquí. Estaciona frente a ese edificio marrón —señaló.

Obedecí y ella se bajó casi sin esperar a que el auto terminara de detenerse, como si todo ese tiempo hubiera estado esperando por la oportunidad para escapar. También salí del vehículo y lo rodeé con la intención de ayudarla con Mario.

—Yo me encargo —contestó anticipándose a abrir la puerta trasera. Despertó a Mario plantando un beso a un costado de su cabeza—. Vamos, hijo. Ya llegamos. Un poco más y estarás en tu cama.

Mario bostezó, pero, quizá más consciente de las cosas de lo que debería estar, tomó su bolso y siguió la orden. Sus ojos no estaban del todo abiertos y se tambaleó un poco al bajarse.

—Te ayudo con eso. —Lucía le quitó la mochila para guindársela ella y sujetarle la mano.

Para mí era claro que, en el siguiente instante, Lucía me despacharía. Sin embargo, no iba a ser capaz de irme así. No luego de ese nuevo panorama. ¿Cómo no pudo considerar necesario comentarme acerca de su hijo?

—Todavía tenemos que hablar —le recordé—. Me quedaré aquí toda la noche de ser necesario.

Ella me fulminó con la mirada. Continuaba enojada por lo de Laura, por la escena que armé en el restaurante, porque la seguí y descubrí lo que me había escondido. Bueno, seguramente solo uno más del resto de sus secretos.

—No exageres —masculló—. Está bien.

Se giró y agachó para quedar otra vez a la altura de su hijo. Mario agrandó un poco más los ojos, luego de frotárselos, expectante de lo que le diría su madre.

—Corazón, ¿te parece bien si Roberto sube con nosotros al apartamento? —le consultó—. Sé que ya es tarde, pero va a hacernos el favor de revisar el fregadero. ¿Qué opinas?

Mario me miró. A su corta edad, esos ojos tenían la misma chispa que los de Lucía. El sueño se le había sacudido con la petición. Me analizó en silencio por unos segundos, con seriedad adulta, antes de volver a posar la vista en Lucía.

—Está bien, mami, pero, ¿puede cargarme por las escaleras a cambio?

La expresión que puso Lucía debido a esa propuesta de trueque casi me hizo reír. Sin dudas Mario había heredado su astucia.

—Acepto —intervine antes de que ella se negara.

Mario sonrió con emoción y vino hacia a mí para que lo alzara. Lucía suspiró y fue a abrir la entrada del edificio para nosotros.

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