Capítulo 14 | Tormenta
TORMENTA
Con la mayor parte de mi sueldo, el bono de nuevo trabajador, y una porción que me prestó Gabriel, pude dar la inicial para tener auto. Era de segunda mano y requería de un arreglo de latonería, pero era suficiente para poder liberarme del transporte público. Era un modelo de tamaño moderado, de poco consumo para ahorrar combustible y de color verde musgo.
La emoción creció después de tener las llaves en mi poder, al imaginar la cara que pondría Lucía cuando la recogiera en él. Aspiré el interior, colgué un ambientador con forma de pino y me esmeré en limpiar una mancha que detecté en el asiento trasero. Con todo listo, me aseé y la llamé para encontrarnos. No, no iba a ser capaz de esperar hasta el día siguiente para verla. La expectativa no iba a permitirme dormir.
—Bueno, si es una sorpresa que no se puede posponer, voy a reagendar una reunión... —Escuché el cierre de su bolso cerrándose y el resonar de unos tacones—. Nos vemos en treinta minutos frente a la cafetería de siempre.
—¿No puedo ir a donde estás? —pregunté.
—No estoy cerca de donde vives y no te haré venir en transporte público hasta acá.
—¿Y tú sí irás en transporte público hasta la cafetería?
Demoró un momento en responder—. No te preocupes por mí, Roberto. Nos vemos en treinta minutos.
Sin explicaciones. Típico de ella. Dudaba que, en transporte público, lejos de donde yo vivía, llegaría en ese tiempo. Alguien tendría que llevarla hasta allá. ¿Santiago? ¿Uno de sus guardaespaldas? ¿Otra persona?
Solté un suspiro y negué tomando las llaves de la mesa. Esos pensamientos con chispas de celos no iban a arruinar la sorpresa. Lo que más quería era que supiera pronto de mi vehículo, para poder ofrecerme a buscarla donde sea que estuviera la próxima vez.
Las chicas como ella, libre, decidida, con carácter. Un chico como yo, lo que deseaba era ganarse su confianza y corazón; que pudiera apoyarse en mí. ¿Cuáles eran sus preocupaciones y debilidades?
Como llegué con tiempo de sobra a la cafetería, me estacioné y entré a comprar unos brownies. Al salir de nuevo a la calle, coincidí con la imagen de Lucía bajándose de una camioneta negra. Al pasar el vehículo frente a mí, la ventana del copiloto descendió un poco, y Santiago me dedicó un saludo. Mi suposición inicial había sido acertada.
—Veo que llegaste mucho más temprano —dijo Lucía al percatarse de mi presencia. Vestía una falda de corte alto, combinado con un top que dejaba demasiada piel expuesta. Deseé haber traído una chaqueta para cubrirla en público.
—Eh, sí.
—¿La sorpresa era... galletas? —cuestionó cruzando los brazos.
—Son brownies. Y no, no son la sorpresa. —Hurgué en el bolsillo de mi pantalón y le mostré las llaves. Después, apunté al auto a unos pasos de distancia y apreté el botón de los seguros—. Tengo auto.
Lucía desvió su mirada hacia mi nueva adquisición y sonrió—. Se parece a ti.
—¿Ah, sí? ¿Cómo? —inquirí.
—Creo que no sería capaz de explicarlo. Simplemente: se parece a ti.
La molestia por haber visto a Santiago, se había esfumado. Lo importante era que estábamos juntos y lucía alegre por mi sorpresa.
Fui a abrirle la puerta del copiloto para invitarla al interior. Luego, rodeé rápidamente el auto y ocupé el asiento del conductor. Coloqué la bolsa de brownies entre nosotros y encendí el vehículo.
—¿Cuál es el plan ahora? —quiso saber.
En realidad, no había planeado más allá de mostrarle el auto y compartir un delicioso postre. Sin embargo, ahora era obvio que no tenía sentido permanecer allí, frente al local que se solía frecuentar por la cercanía, cuando la distancia ya no era una limitación.
—Hmm —Revisé en mi mente las posibles opciones conocidas, buscando una que fuera romántica, pero sin ser tan evidente. Abrí la bolsa de papel marrón y me comí un brownie para ganar tiempo—. Había pensado en dos sitios, pero creo que...
—No tienes idea, ¿cierto? —También agarró un brownie y lo comió analizándome y poniéndome nervioso.
—No hasta hace unos segundos. ¿Qué opinas de...? —Palpé los bolsillos de mi pantalón—. Mierda.
Lucía me miró confundida.
—Creo que dejé mi billetera en la cafetería. Ya vengo.
Salí del auto y regresé al interior del local. Le pregunté al que atendía y efectivamente había olvidado mi billetera en el mostrador luego de pagar. Así de ansioso estuve anticipando la llegada de Lucía.
Al volver a mi lugar en el auto, ella me recibió colocando un brownie en mi boca antes de que pudiera sugerir ir al parque que estaba en los límites de la ciudad.
—Vamos al mirador —dijo—. Yo te guio.
Obedecí, porque fue una idea que me agradó. Gabriel me llevó durante mis primeras semanas con él y la vista era maravillosa. Ya habían pasado varios meses de eso e iba a ser agradable visitarlo otra vez. Quizás incluso tomar algunas fotografías.
Yo recordaba algunos tramos del camino y Lucía me dio instrucciones a veces. Por ser fin de semana, encontramos a otras personas con planes similares a los nuestros. No obstante, Lucía, quien parecía conocer bien la zona, insistió en ir a un área más retirada. Me desconcertó un poco que hizo que me detuviera donde no había ninguna vista de la ciudad. Solo estábamos rodeados de árboles.
—¿Segura de que te gusta aquí? El atardecer se ve hermoso desde el segundo descanso que pasamos —comenté.
—Va a llover —fue su respuesta.
Tenía razón, algunas gotas habían comenzado a caer. Pero, no lo consideré razón suficiente. No entendí de inmediato qué pretendía hacer.
Nos terminamos en silencio los brownies, con una agradable música suave de fondo. La cantidad de agua cayendo de las nubes fue aumentando.
—Me gusta lo espacioso que es el auto —dijo de un momento a otro.
Desvié la mirada hacia ella. Sus dedos estaban jugando con la tira del top. Al notar que tenía mi atención, cruzó las piernas y la tela de su falda se movió para revelar unos centímetros más arriba de sus rodillas.
Tragué grueso, con ideas indecentes formándose en mi cabeza. De verdad que me encontraba al borde de la locura. ¿Cómo podía estar pensando en sexo en un lugar público?
Volví a mirar hacia los árboles. Iba a sentirme apenado si se daba cuenta de hacia dónde estaban yendo mis pensamientos. No quería que creyera que solo la veía como un desahogo sexual. Mi intención con la salida no había sido esa. Quería hacerla reír, charlar y celebrar mi auto nuevo.
—Sí, es una ventaja. Sobre todo para los altos —contesté lo primero que se me ocurrió.
—Para mí también lo es.
Giré de nuevo hacia ella al oír su réplica. Se encontraba más cerca de mí y tomó mi rostro para besarme. Empezó suave y me concentré en mantener mis manos sobre mi regazo; recordándome con cada roce de sus labios en qué sitio público estábamos. La lluvia retumbando con fuerza contra los vidrios me ayudaron con eso.
Al darse cuenta de mi decisión, Lucía mordió mi labio inferior con un ligero gruñido y descendió sus manos por mi pecho en busca de las mías. Al hallarlas, las llevó a sus senos.
No, ella no pretendía que nos limitáramos a una sesión ardiente de besos. Ella lo quería todo. Allí. En el medio de los árboles. En mi auto. Cualquier otro estaría entusiasmado por tener esa experiencia, especialmente por ser una mujer como ella propiciándola. Por la adrenalina. Por lo excitante que era el peligro de poder ser vistos.
Pero yo no era de esa manera. Eso no encajaba en mi personalidad cuadrada y convencional. Aparté las manos de su agarre y me retiré del beso. En agonía, adherí mi espalda al asiento y esquivé sus ojos.
—¿Quieres ir al motel? —pregunté.
El corazón me palpitaba en los oídos y mi pantalón se sentía apretado. Una gran parte de mí me gritaba lo estúpido que estaba siendo, mientras la otra... se iba por lo racional, pero refunfuñando.
En vez de responder con palabras, se deshizo del top. Dejó al descubierto sus pechos casi en su totalidad, puesto que sus pezones estaban cubiertos por parches en forma de flor. Su expresión era contundente: íbamos a tener sexo en ese auto. Era experta en leerme, y era obvio que cada centímetro de mí se moría por ser cómplice en un posible delito de exhibicionismo.
Quedé mudo.
En mi mente solo cabía la premisa de que después de esa tarde, esa imagen de ella, el sonido de sus jadeos, y el aroma de su transpiración, se quedaría para siempre vinculada con el interior del vehículo; afianzando más su presencia durante la ausencia. Asechándome.
No sé cómo lo hizo, pero, sin que yo tuviera que hacer nada, cruzó desde su lado hacia mi lado, para acomodarse en mi regazo. Usó la ventaja de que yo había corrido más el asiento hacia atrás para sentirme más cómodo luego de estacionarnos, al igual que su baja estatura. Tenía una falda y fui bastante consciente de cómo su intimidad había presión contra el cierre de mi pantalón.
—¿Tú quieres ir a un motel, Roberto? —susurró acercando su rostro al mío, pero sin terminar de realizar el contacto.
Me costó respirar. Todavía llovía. Seguíamos excluidos del mundo exterior. Con eso me convencí.
La tomé de la cintura y estiré el cuello para volver a unir nuestros labios. La dinámica se tornó más exigente; más urgida por fundirnos. Viajé por su mandíbula, hasta sus hombros y directo al destino de sus senos. Se sujetó con una mano de mi cabello y con la otra se apoyó del borde de la ventana, mientras removí los parches con mi boca y me encargué de estimular esa zona.
Tenía a Lucía para mí. A mí me había llevado hasta ese sitio apartado y seducido. No importaba Santiago, ni los guardaespaldas, ni los clientes. Mi situación mejoraba y yo sería quien la recogería en mi auto cada vez que lo necesitara.
—Un dato sobre mí es que tampoco me gusta que me mientan —dijo.
Tiró de mi cabello para que la mirara a los ojos. Había deseo allí, pero también destellos de vulnerabilidad. Desconfiar era su manera de protegerse. ¿Cuánto y cómo la habían engañado?
Yo no podía hablar. Estaba sobresaturado por ella. De cómo la luz de los relámpagos contorneaba su figura cercana a la divinidad. Así que, tuve que limitarme a asentir.
Lucía se movió un poco hacia atrás, para facilitar el acceso al cierre de mi pantalón. Ya con mi miembro bajo su tacto, no requirió de mucho previo a introducirme en su interior. El roce de su entrada con mi pene, percibir su humedad y cómo aumentaba su presencia, generó un incendio dentro de mí.
De la misma manera en la que su estrechez me apretaba, Lucía me rodeó con sus brazos y acercó el rostro a la curvatura de mi cuello. Su aliento me hizo estremecer, pero también la envolví en un abrazo y cerré los ojos para concentrarme en las sensaciones y, especialmente, en su calor.
Era tan extraña la forma en la que se iba adueñando de mí. No era convencional, ni conservador. Se trataba de una tormenta que estaba arrasando conmigo. Con mi pasado lleno de arrepentimientos y mi presente incierto. Sin promesas de amor, ni protocolos sociales. Espontanea y atrevida... Genuina. Eso era definir a Lucía en una sola palabra.
El reducido espacio no hizo posible ciertas libertades. No obstante, fue suficiente e ideal para estar muy cerca y ser envueltos completamente por el otro.
Satisfechos, Lucía regresó a su asiento para acomodarse la ropa. Yo hice lo mismo.
—Gracias —dijo cuando le di los parches que había colocado en el tablero—. ¿Puedes llevarme a un lugar?
Ya no llovía. Y, como ya el sexo había acabado, el encuentro también para ella. Esas parecían ser las condiciones no escritas.
—Sí. ¿A tu casa?
—No. Te comenté que reagendaría una reunión para verte.
Por supuesto, tenía que trabajar. Aunque mis deseos eran continuar lo que quedaba del día con ella, sabía que no podía quejarme. No éramos pareja, ni eso era una cita real.
—Claro, yo te llevo —repliqué.
Bajamos de la montaña donde estaba ubicado el mirador y el cielo se terminó de despegar. Como Lucía pareció no tener ganas de conversar —más allá de darme indicaciones—, le subí el volumen a la radio. De reojo, vi cómo se arreglaba el maquillaje.
—Cuando termines, puedo recogerte y llevarte a casa —comenté cuando ya faltaba poco para tener que dejarla ir.
—No es necesario. Tienes que ahorrar gasolina.
Hubo un matiz áspero en su tono, pero supuse que era por estar pensando en la reunión que tendría.
—Te buscaré cuando lo necesites —declaré—. Solo llámame y estaré allí.
—Bueno, lo tendré en mente.
Me detuve frente al restaurante que señaló. Se despidió con un beso fugaz y me quedé allí unos instantes, esperando a que cruzara las puertas del establecimiento.
Estando una vez más sin ella, suspiré. Ya la extrañaba.
Guiado por un impulso, antes de manejar de regreso al apartamento, le envié un mensaje de texto expresando lo mucho que disfruté de su compañía. Y no le llegó.
Creí que lo había apagado debido a la reunión. Sin embargo, a lo largo de la noche el mensaje tampoco fue marcado como entregado. Y el domingo no hubo cambios.
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