Capítulo 13 | Apego
APEGO
—¿Sigues pensando en lo que pasó hoy en tu trabajo? —preguntó Lucía envolviéndose en la sábana.
Había sido un gran alivio que me citara esa misma tarde. El sospechoso evento en el tanque principal de efluentes y que casi me declararan culpable, hizo que me olvidara de las ganas que tenía de estar con ella. Sin embargo, solo bastó leer su mensaje de texto para endulzar la amarga experiencia de ese día.
¿Quién había lanzado esa pelota? ¿Había sido intencional? ¿Alguien quería perjudicar a la procesadora? ¿Por qué?
—Roberto —pronunció la pelinegra mi nombre cuando volví a hundirme en mis pensamientos. Ya habían acabado los explosivos efectos del sexo, dejando de nuevo espacio para las preocupaciones.
—Disculpa —dije. Me giré de costado para poder observarla mejor y acariciar su mejilla—. Lo de hoy me afectó un poco. En mi trabajo anterior se contaminó un río y lo que menos quiero es tener otro desastre ensuciando mi currículum.
—Gabriel me contó algo de eso, pero, por lo que me dijiste, tu jefe te aprecia, así que eso te da una buena ventaja. Solo sé cuidadoso.
—¿Qué más te contó mi hermano?
Suponía que al inicio tuvo que haber compartido detalles sobre mí con ella para que le fuera más fácil acercarse. No obstante, hablar sobre ese penoso incidente no tenía mucho sentido. ¿Habría mencionado a Laura y nuestro compromiso fallido?
Una sonrisa juguetona se trazó en los labios de Lucía.
—Obviamente no te lo diré —respondió.
Antes de que pudiera insistir, Lucía se levantó de la cama y empezó a recoger su ropa para vestirse. Que no hubiera otra ronda, una oportunidad para convencerla de revelarme qué tanta información le había proporcionado mi hermano, fue más importante que la desigualdad que había entre ambos: yo casi no sabía nada sobre ella, y su hermetismo no lo hacía más sencillo.
—¿Ya tienes que irte?
—Sí. Hoy no tengo libre, pero ya no podía aguantarme las ganas.
Que no especificara lo último, no dejó claro si se refería al acto sexual como tal, o a mí. Me hubiera gustado que lo dijera. Pero, no estaba en posición para pedírselo. Ni para pretender que en el fondo habría alguna diferencia si las circunstancias se hubieran dado con otro hombre. El acuerdo se trataba de satisfacernos, no de enamorarse.
—Prometo recompensártelo —añadió ya solo faltándole terminar de abotonar su blusa.
Me vestí sintiendo su mirada expectante sobre mí. Yo había guardado silencio, porque estaba tratando de descifrar cómo decirle lo que deseaba, sin amenazar los límites impuestos.
—¿Estás molesto? —cuestionó. En lugar de sonar preocupada, mas bien parecía que se ofendería si lo confirmaba, ocasionando nuestra primera discusión.
Sacando a flote un comportamiento que no me agradaba, coloqué las manos en sus glúteos y la halé hacia mí. Tomé a Lucía por sorpresa, su cuerpo chocando contra mí con brusquedad, y su expresión atónita.
—Mejor promete que me hablarás más de ti —murmuré. No obstante, el tono que pretendí fuera sensual, flaqueó al final—. Y que lo seguirás haciendo, a medida que te sientas lista.
La impresión inicial en ella fue reemplazada por una de gracia. Apretó los labios y fue evidente que estaba aguantando las ganas de reírse.
Sí, mi maniobra de persuasión no había salido como lo imaginé. Así que, lo siguiente que hice suspirar y hacer un puchero. Con eso, su risa empezó.
—¿De dónde saliste, Roberto Rojas? —dijo al lograr recuperar el autocontrol. Después, me dio un beso y abrazó—. Lo prometo, aunque te advierto que sé que alguien como tú no está con chicas como yo.
Su frase quedó resonando en mi cabeza durante todo el trayecto al apartamento. ¿Esa era la razón por la que se había limitado a ofrecer solo encuentros sexuales? Su trabajo no era convencional y tampoco lo consideraba bueno para ella y su imagen, sin embargo, eso era algo que podía cambiar. Yo podía ayudarla a conseguir otro trabajo, incluso pidiéndole ayuda a Gabriel; él conocía a muchas personas en la ciudad.
Lo que me frenaba de hacerlo, era que no sabía cómo reaccionaría. Tal vez era demasiado prematuro para pretender intervenir de esa manera en su vida. Y esa duda era suficiente para mejor no intentarlo aún. Tenía que abrirse primero y a partir de allí, iría tanteando cómo proceder.
Su sonrisa y brillo fogoso en los ojos se estaba volviendo una necesidad para mí. Deseaba verla siempre jovial; jamás en una situación como la del bar. No me importaba tener que enfrentarme a su jefe Santiago, a pesar de que imaginármelo me diera escalofríos.
Di solo unos pasos fuera del ascensor, antes de detenerme otra vez. Un poco más allá, estaba Gabriel conversando con Miriam. Se encontraban en la entrada del apartamento y ella tenía la mano en el brazo de mi hermano, mientras compartían una sonrisa de complicidad.
No quise interrumpir su momento. Ya era suficiente malo, en ese contexto, que viviéramos juntos y no pudieran tener más privacidad. No obstante, antes de que pudiera regresar al interior del elevador, mi teléfono sonó.
—Buenas noches, Roberto —fue Miriam la primera en saludarme. Al girarme, vi que ya no estaba tan cerca de Gabriel—. No tienes que irte. Yo soy la que ya se va.
—Un gusto verte —respondí—. Espero que vuelvas pronto.
—El sábado haremos una noche de tacos —indicó mi hermano con el costado apoyado de la pared, buscando lucir casual. Como si no fuera su ex, divorciada hacía poco y con un niño pequeño.
—Y seremos nosotros tres y una amiga que me gustaría que conocieras, Roberto. Está soltera y es arquitecta —agregó Miriam con un tono más nervioso.
—Estoy saliendo con alguien —dije.
—¿Ah, sí? —la castaña miró a mi hermano, seguramente reclamando en silencio el no haberle contado.
—Yo no diría precisamente que estás saliendo con ella —argumentó Gabriel.
Miriam volvió a posar su atención en mí, entre confundida y curiosa. El Roberto meticuloso y correcto no estaría en una zona gris con ninguna mujer. Mis pasos solían ser firmes, pero Lucía era como la arena movediza.
—Es complicado —me limité a contestar—. De todas formas, no estoy interesado en conocer a nadie más.
—Espero que se dé cuenta de lo mucho que vales y no te deje ir —declaró.
Miriam se despidió y mientras se iban cerrando las puertas del ascensor, mi teléfono volvió a sonar. Era Laura llamándome. Mi ex prometida, quien me fue infiel, y la que pronto se casaría con alguien más.
Dudé en contestar, sin embargo, de ella también había sido la llamada anterior. Tal vez era urgente. Quizá solo podía contar conmigo en ese momento. Mi interior se removió. ¿Cómo era posible que pudiera sentirme libre de los estragos que causaba, y de repente volvían para abrumarme? ¿En algún momento llegaría a ser realmente inmune?
—Hola —me forcé a decir.
—Hola, comenzaba a creer que no creías hablar conmigo —dijo. Claro, porque tener una buena amistad con la ex que te engañó, era normal—. ¿Estás ocupado?
Sí, tuvo que haber sido mi respuesta. Eso era lo indicado para continuar con los pasos de la guía sobre acabar con apegos emocionales. Pero, cuando se trataba de Laura y de nuestra historia, no era así de sencillo. Todavía quería seguir estando allí para ella.
—No —contesté—. Puedo hablar.
Alcé la mirada del suelo y noté a mi hermano observándome. Le hice un gesto para pedirle que entrada al apartamento. Él encogió los hombros y aceptó dejarme solo en el pasillo.
—¿Pudiste leer el correo que te envié el lunes? —preguntó Laura.
No lo abrí, porque el asunto del correo había sido suficiente para no hacerlo: «Invitación para nuestra fiesta de compromiso». Ya había pasado más de un año desde nuestra ruptura, no obstante, no había forma de considerar prudente y empático invitar a tu ex prometido a algún lado, mucho menos a eso.
—¿No te parece que fue demasiado? —murmuré, dudando del control que era capaz de tener sobre mi voz—. Me alegra que seas feliz con Christian, pero no necesito que me lo restriegues.
—Eso no fue... —Hizo una pausa y pude escucharla suspirar—. Lo siento, mi madre fue quien envió los correos. Quiso usarlo como excusa para verte.
—No estoy listo para eso. No sé cuándo lo estaré. —Hubo otro silencio incómodo, en el que esperaba Laura se diera cuenta que se había equivocado al llamar. Después de un día estresante como ese, lo menos que necesitaba era seguir participando en esa tortura—. Creo que lo mejor es que cuelgue.
—Micaela me escribió. Me dijo que estás saliendo con alguien y que cree que quiere aprovecharse de ti.
Me abstuve de maldecir. ¿Hasta cuándo Micaela iba a seguir entrometiéndose en mi vida?
—Creí que cuando terminamos, te darías una oportunidad con ella —añadió—. Me sorprendió cuando vi el mensaje.
—Todo este tiempo he intentado hacerle entender que no me interesa tener una relación con ella. Lamento que ahora esté molestándote también.
—No es tu culpa. Aunque ya no seamos pareja, no olvides que me preocupo por ti y quiero que seas feliz, con alguien que te ame como mereces.
Sus deseos eran genuinos. Eso lo sabía. Un recordatorio de que seguir interactuando con Laura retrasaría mi sanación. Y, ahora estando con Lucía, yo necesitaba borrar cualquier rastro —más allá de lo amistoso— de lo que me unía a mi ex. Quería que Lucía tuviera la oportunidad de ser dueña de cada parte de mí, y para eso, debía desalojar lo que quedaba de mi amor por Laura, sobre todo los aspectos más negativos.
—Gracias.
—Eres adulto y sé que bastante sensato. Tienes todo el derecho a rehacer tu vida, pero, ¿estás seguro de que...?
—Sí, estoy rehaciendo mi vida —la interrumpí, intuyendo que su pregunta terminaría cuestionando lo que tenía con Lucía—. Y no te permito comentar al respecto.
Seco. Protector. Necesario.
No recordaba si alguna vez le había hablado de esa manera. Se sintió extraño y tal vez me excedí con la brusquedad, pero debía poner límites entre nosotros. Cortar conductas del pasado. Resguardar mi cercanía con Lucía. Evitar dañar lo que me llevó meses reconstruir por tan solo una llamada.
—Perdón por excederme, Roberto. Ya me tengo que ir, saluda a Gabriel de mi parte.
Laura colgó antes de que me despidiera. ¿Acaso me había imagino el temblor en su voz casi al final?
Me apoyé de la pared y me deslicé hasta quedar en el suelo. Requerí de un momento antes de poder regresar a la normalidad y entrar al apartamento. Todo en mí estaba revuelto. Por un lado, estaba Lucía, quien tenía el superpoder de volver invisibles mis angustias y me daba la esperanza de que ser feliz de nuevo era posible; y por el otro, se encontraba Laura, aún añorándola y lastimándome debido a ello.
Mi teléfono vibró y sonó para indicar un mensaje entrante. Era Laura.
Eres un hombre maravilloso.
Siempre voy a desear lo mejor para ti.
Gracias por tu tiempo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top