Capítulo 11 | Aclaratoria

ACLARATORIA

Ese viernes después del trabajo, me dirigí a encontrarme con Gabriel en la agencia de publicidad para volver a casa juntos. A pesar de estar la semana por acabar, mi hermano había aceptado reincorporarse para aprovechar el fin de semana y revisar los pendientes en casa. Eso significaba que tendría que cargar con algunos papeles y con su yeso no iba a poder solo, especialmente porque su auto estaría unos días más en el mecánico.

Por suerte, no era necesario desviarme o tomar una ruta distinta a la acostumbrada, pues el edificio donde estaban las oficinas de su trabajo quedaba camino al departamento.

Me bajé en la parada correcta del transporte público y, luego de explicarle al vigilante a dónde iba, subí por el ascensor. La recepción de la agencia de publicidad era igual de encantadora que la del edificio, con la diferencia de la joven que saludó con una sonrisa al verme.

—Bienvenido, caballero. Ya estamos por cerrar, pero puedo ayudarlo a programar una cita para el día de mañana —dijo.

—Eh, no. Estoy buscando a Gabriel Rojas, es mi hermano —expliqué.

—Ah, sí, sí. Me lo comentó. Su oficina está casi al terminar ese pasillo —indicó.

Le agradecí y obedecí su instrucción. A medida que avanzaba, noté que ya algunas oficinas tenían sus luces apagadas. Había llegado justo a tiempo para ayudar a Gabriel. No recordaba exactamente cuál era su puesto, solo que tenía responsabilidades importantes y algunos trabajadores a su cargo. Le había ido bien esa empresa.

Casi llegando al último extremo del corredor, revisando los nombres en las puertas de las habitaciones con la luz encendida, unos hombres salieron de una oficina a unos metros de distancia. Los dos primeros estaban uniformados con el mismo traje negro; y un tercero destacaba por su elección azul pastel. No tardé en identificar al jefe de Lucía y sus guardaespaldas.

Me detuve, lamentando el hecho de no poder escabullirme, ni ocultarme.

—Señor —dijo el grandulón que me obligó a subir en la camioneta aquel día. Se hizo a un lado para dejar libre el campo visual de su empleador.

Santiago —porque sí, recordaba perfectamente su nombre— se quitó sus lentes de sol, de tonalidad similar a la de su traje, y se los dio a uno de sus acompañantes para dar unos pasos más hacia mí.

—Pero si es el ingeniero comediante —fue su saludo—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Vienes a ofrecer tus servicios para un comercial?

Apreté el agarre en la correa de mi maletín. Fue inevitable recordar nuestra última interacción, volver a percibir su aura de peligro, y a la vez pensar en los términos que me vinculaban ahora con Lucía. Seguramente eso último no iba a gustarle cuando se enterara.

—No creo que eso sea de tu incumbencia —repliqué.

Una sonrisa se formó en su boca, sin embrago, no se trató de una normal. Fue un gesto para disimular la molestia que le causé. Era obvio que yo no le agradaba por el simple hecho de haber compartido el mismo espacio con Lucía.

¿Cómo reaccionaría cuando supiera que su empleada iba a tener sexo conmigo cada vez que se le antojara? Y que, además, había sido idea de ella.

—Bueno, verás, soy accionista de este lugar, así que en parte sí me importa que recibas una atención adecuada —respondió—. Sobre todo, porque creo que eres o sordo, o... suicida.

Su elección de palabras provocó que mi corazón diera un vuelco. No tenía el aspecto de decir las cosas porque sí; y en su mirada estaba ese brillo de saber.

—¿Disculpa? —murmuré.

Terminó de acortar la distancia entre nosotros e invadió mi espacio personal colocando las manos en los bordes de mi chaqueta. Por una fracción de segundo, creí que me atacaría empujándome, no obstante, lo que hizo fue abotonarla.

—Aunque, no pareces ninguna de esas cosas. Quizá solo eres imbécil —continuó. Su vista estaba fija en la acción que estaba desarrollando, pero ese detalle no lo hacía menos amenazante. Lo más probable era que también hubiera notado cómo me encontraba aguantando la respiración—. Lucía es hermosa, ¿no es cierto?

No me moví, ni respondí a esa pregunta retórica. Sí sabía algo, por lo menos que la había vuelto a ver.

—Sé lo... adictiva que puede llegar a ser. Y parece que se divierte contigo, porque me exigió que te dejara tranquilo. Pero, ¿sabes qué? Tengo que cuidarla y yo sé qué es lo mejor para ella. —Acabó con los botones y puso las manos en mis hombros, alzando la mirada; una capaz de helarle la sangre a cualquiera—. Y tú no eres lo mejor para ella, Roberto.

Por encima del miedo que generaba, me indignó que se creyera con el derecho de interferir de esa manera en la vida de Lucía solamente por ser su jefe. Era hasta retorcido, como si tuviera una fijación especial por ella, o una obsesión. Yo no estaba seguro de hasta dónde iría mi trato poco convencional con ella, mas no podía dejarla a merced de otro.

Aparté sus manos de mí y retrocedí fuera de su alcance.

—Ella no es tu propiedad —dije con firmeza—. Es una mujer adulta que puede tomar sus propias decisiones.

Santiago era intimidante, por supuesto. Y yo era del tipo que prefería evitar cualquier conflicto. Sin embargo, eso era diferente. Lucía quería estar conmigo —aunque no fuera de la forma que en realidad me gustaría—, y eso era suficiente. Éramos adultos y no le hacíamos daño a nadie teniendo sexo ocasional.

Él entrecerró su mirada, tambaleándose su control—. Eso no...

—¿Hermano? —La voz de Gabriel hizo eco por el pasillo.

Más atrás de los guardaespaldas de Santiago, estaba mi hermano.

—Esto no se quedaría así —murmuró el jefe de Lucía solo para mí, antes de girarse para recibir a mi hermano.

Con esa interrupción oportuna, pude relajarme y respirar con tranquilidad de nuevo. Mi cuello había comenzado a dolor de lo tenso que estaba.

—Señor Ávila, creí que ya se había ido —añadió Gabriel ya casi frente a nosotros.

—Ya casi, solo me detuve a saludar a un conocido.

Gabriel miró de él a mí y de regreso, confundido. Sí, yo no encajaba dentro del círculo que podía tener la oportunidad de ser conocido por un hombre adinerado como él.

—Un gusto verlo —intervine en la conversación, cediendo a la osadía de darle una palmada amistosa en la espalda.

Ante eso, sus guardaespaldas se pusieron alertas. No obstante, en respuesta Santiago soltó una carcajada y le hizo unas señas para que se calmaran.

—Eres todo un comediante, ingeniero —dijo. Le tendió la mano al grandulón para que le regresara los lentes de sol y así colocárselos—. Buen fin de semana para ambos.

—Esperamos tenerlo por aquí pronto —fue la despedida de Gabriel.

Ya habiendo quedado los dos solos en el corredor, solté un suspiro. Iba a tener que llamar a Lucía para contarle sobre lo que acababa de suceder. No llevábamos ni un día con nuestro acuerdo y ya surgían complicaciones.

Mi hermano puso su mano en mi hombro y ejerció una ligera presión para solicitar mi atención.

—Tu encuentro con Lucía salió bien ayer, ¿verdad? —preguntó.

—Sí.

—¿Seguirán viéndose?

—Sí.

—¿Y Santiago ya te amenazó?

—Sí.

Gabriel me dio unas palmaditas de ánimo y sonrió—. Tranquilo, no es alguien peligroso. Solo quiere asustarte. Lucía es importante para él.

—¿Está... interesado en ella? —cuestioné.

—No que yo sepa. Solo es sobreprotector.

Después de esa escena tensa, acompañé a Gabriel a su oficina por las carpetas. Volvimos al apartamento en poco tiempo y no tocamos de nuevo el tema de Santiago. De verdad quería creer que lo que hacía era una actuación para asegurarse de que yo no fuera un peligro para Lucía; comprobar qué tanto estaba dispuesto a hacer para estar con ella. Sin embargo, su forma de intimidar parecía innata.

Me duché y preparé una cena ligera antes de instalarme en el sofá junto a mi hermano. Estaban dando un partido de futbol.

—Oye, ¿pronto recibirás tu primer sueldo, cierto? —dijo Gabriel de un momento a otro.

Dejé el plato vacío sobre la mesa baja frente a nosotros y tomé una de las latas de cerveza para destaparla. Le di un sorbo antes de responder.

—Así es, y supuestamente me darán un bono de nuevo ingreso.

—Qué bien. —Agarró la lata de la que ya había estado bebiendo—. ¿Todavía planeas mudarte?

—No.

—Porque estás en todo tu derecho de hacerlo —siguió hablando como si no me hubiera escuchado—, pero me gustaría que me confirmes con tiempo y me avises en qué te puedo...

—Hermano, no me mudaré —lo interrumpí—. Ahora que estoy trabajando, podemos dividir mejor los gastos y ahorrar ambos. Por lo menos por un tiempo.

—¿En serio?

—En serio.

Sonrió ampliamente y chocó su lata con la mía—. Salud por eso.

—Salud.

Me alegró que no se negara, sino que luciera contento. Decidí que no me iría el día del accidente. Era mi hermano y nuestra unión era más importante que cualquier discusión, o metida de pata. No iba a volver a distanciarme de él. Y cuando llegara la hora de mudarme, no lo haría tan lejos.

En medio de ese momento fraternal, mi celular sonó notificando un mensaje de texto entrante. Hacía un rato le había escrito a Lucía para poder tocar el tema de Santiago y efectivamente se trató de la contesta a mi saludo.

—Ya vengo —avisé levantándome del sofá.

Fui a mi habitación y llamé a Lucía. Contestó casi enseguida.

—Tengo cierta idea de qué quieres hablar —dijo ella sin ánimos de perder tiempo.

—¿Santiago te contó?

—No precisamente él, pero no importa. ¿Tú estás bien?

Me senté en la cama. ¿Si yo fuera rudo como Santiago, estaría preocupada por mis sentimientos?

—No me gustó que hablara como si fuera tu dueño —admití.

Lucía tardó en responder y en fondo se oyó el sonido de unas llaves y de una puerta cerrándose.

—Cuando llegué a la ciudad, su familia me ayudó. Pero yo ya no le debo nada. A veces se le olvida —fueron sus palabras—. Disculpa por ponerte en esa situación.

—No es tu culpa. No todo puede ser tan sencillo.

—No —suspiró—. Nada lo es.

—¿Tú cómo estás?

La intención de la llamada había sido compartir con ella lo mucho que me preocupaba Santiago, sin embargo, percibía en su voz cierto desánimo, como si hubiera tenido un mal día. Ahora me parecía tonto buscar mortificarla con las acciones de mi jefe y mis temores. Después de todo, Gabriel me había dicho que no era peligroso, solo un espectáculo.

—Bien, solo cansada. —Su tono había cambiado, seguramente dándose cuenta de que debía ocultar mejor su verdadero estado—. Dormiré pronto.

—¿No trabajas hoy?

—No siempre es el mismo horario. Pero sí, tuve libre.

Apenas había transcurrido un día desde que la vi y ya deseaba volver a estar con ella. No en el sentido sexual, sino para conversar. Su presencia me aliviaba el corazón y me interesaba seguir aprendiendo sobre ella.

—¿Qué te parece si vamos mañana al cine? Puede ser en la tarde.

—¿Como una... cita?

—Sí.

Lo había dicho con miedo al rechazo. Era una sensación nueva; diferente a cómo había sido con desconocidas. Mi verdad era que yo quería a Lucía para más de lo que ella estaba dispuesta. Y era consciente de ello, no obstante, no perdía nada intentándolo.

—Roberto, recuerda que no somos novios, ni pretendemos llegar a eso —replicó.

—¿Entonces no? —murmuré.

—No, Roberto. Además, el fin de semana lo tengo ocupado.

Mi esperanza sucumbió. Ni siquiera con la excusa de tener relaciones, la vería. Quizá me había apresurado con esa propuesta. Lo menos que quería era alejarla.

—Está bien. Te dejaré descansar.

—Gracias por entender —dijo—. En el transcurso de la semana organizamos un encuentro, ¿te parece?

—Me encantaría.

—Descansa y disfruta de tu fin de semana.

En cuanto colgó, me acosté.

Lo había dicho como si no planeara contactarme durante los próximos dos días. ¿Lo mejor sería resistirme a escribirle, o mostrar mi interés siendo el primero en romper el silencio? ¿Darle su espacio, o ser impulsivo? ¿Cuál escogería? ¿Por qué tenía que ser tan complicado? 

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