Capítulo 10 | Dulce
DULCE
Al salir del baño, me encontré con Lucía esperando por mí. Me esperó con los brazos cruzados y de pie junto a la puerta.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí.
—No te creo. Parecía como si te molestó lo que dije, o que esa acosadora por fin te dejara en paz.
—Estoy bien, Lucía —insistí.
—Fingiré que te creo —declaró.
Antes de que pudiera sugerir que regresáramos a la mesa, por lo inapropiado que era estar conversando junto a los baños, se guindó de mi cuello para besarme. Por instinto, la sujeté de la cintura para evitar que se cayera.
Habiéndome imaginado una escena parecida varias veces, me mentí al asegurar que no caería ante sus encantos. En cuanto volví a probar sus labios, no pude resistirme a ir por encima de cualquier pensamiento racional y encasillarla contra la pared.
Me inclinaba hacia ella, atraído por una fuerza invisible hacia su boca. Se estiraba hacia mí, aferrándose como si planeara no soltarme nunca. Y no quería que lo hiciera. Su sabor era tan adictivo que deshacía cada una de mis trabas morales. Me olvidé de su amistad con mi hermano y de sus mentiras. Dejé ir cualquier estrago causado por el compromiso de Laura. Solo me movían las ganas de hundirme cada vez más en Lucía.
—Mejor váyanse a otro lado —dijo una voz sacándome de ese mundo paralelo, en el que solo existíamos ella y yo.
—Qué pena. Ya nos vamos —repliqué por reflejo, con la mente todavía nublada.
Lucía tenía el labial corrido y sus ojos brillaban con la misma emoción que hacía arder mi interior.
—Hay un motel aquí cerca —murmuró ella. Pese a lo indecente de la frase, del contexto y de lo que sabía sobre ella, fue tan tentador como haber aceptado que fingiera ser mi novia.
—¿Segura? No he visto ningún aviso.
—Sí hay —intervino otra vez la empleada de la cafetería—. Por favor, ya váyanse antes de que tengamos otro cliente molesto.
Me sonrió con complicidad—. Vamos.
Tomó mi mano y, como ya parecía estarse volviendo costumbre, lideró el camino hacia las afueras del local. Ya había oscurecido y la brisa nocturna hacía ondear la falda de su vestido. Me volvió a sonreír conforme avanzábamos por la calle, confiada del camino a seguir.
¿Cómo conocía el motel en cuestión? ¿A cuántos hombres había llevado allí?
De repente, mi andar se tornó pesado. Mis ganas de seguirla disminuyeron al imaginarme escenarios de ella con otras conquistas en ese lugar. Sin embargo, cuando tuve el suficiente control para detenerme, me anunció que ya habíamos llegado.
—¿Cómo sabes de este sitio? —cuestioné.
—Trabajé aquí —respondió sin darle demasiada importancia.
Abrió la puerta al inicio de ese angosto callejón y fue la primera en ingresar. A pesar del aspecto externo, la recepción lucía limpia. Sin ser para nada ostentoso, las baldosas brillaban y el trabajador que nos recibió tenía su uniforme pulcro.
Retrasé la continuación de mi interrogatorio para después, cuando volviéramos a estar a solas.
Era mi primera vez en un motel y no estaba seguro de cómo proceder. ¿Se alquilaba por unas horas, o era necesario el día entero? ¿Cuánto costaría? Con cada minuto que transcurría, la idea de haberla seguido hacia allí, guiado por ese deseo primitivo que convertía a cualquiera en irracional, sin medir las consecuencias, se percibía más como un error. ¿Qué me estaba sucediendo?
—Tranquilo, yo me encargo por esta vez —indicó Lucía al notar mi disputa interna.
Estuve por detenerla, porque, pese a mi inexperiencia, por caballerosidad yo era quien debía ser el patrocinante de ese evento. No obstante, fui demasiado lento. Lucía solo intercambió algunas palabras, sacó efectivo de su cartera y regresó a mí con una llave.
—Es la trece. Hay que subir esas escaleras —instruyó.
Ya había pagado y dudaba que hicieran devoluciones. Tampoco iba a rechazarla frente al recepcionista. Además, quería obtener más respuestas de ella. Lo enigmática y tan fuera de lo ordinario que era, lejos de mis estándares aceptables, respecto a personalidad y estilo de vida, de una u otra forma me mantenía enganchado.
—¿Qué hacías cuando trabajaste aquí? —pregunté ya en el pasillo. La alfombra, que necesitaba con urgencia una aspirada, hizo picar mi nariz.
Lucía rió levemente—. No ofrecía servicios sexuales, si esa es tu preocupación.
Llegamos a nuestro destino. El espacio de la habitación era el justo para una cama matrimonial, un gavetero y un televisor pequeño. El suelo era de baldosas como la recepción y las paredes estaban cubiertas por un papel tapiz de bosque. No había ventanas, mas sí un aire acondicionado de la década anterior.
Lucía se sentó en la cama y empezó a quitarse los zapatos para ponerse cómoda. Yo cerré la puerta, pero no me acerqué a ella.
—¿No vas a dejar de pensar en eso, cierto? —cuestionó volviendo a posar su atención en mí—. Era mucama. Los dueños son amables, pero el sueldo no es mucho y la jornada de trabajo es exigente.
—¿Entonces estás en tu trabajo actual porque es más... flexible?
—Se adapta a lo que necesito en este momento.
No compartió más detalles, ni la quise presionar más. Por alguna razón le convenía más trabajar de noche y suponía que recibía una buena comisión con esa extraña estrategia de atraer clientes a los locales.
Se acostó y colocó las manos en las rodillas para deslizarlas lentamente por sus muslos, subiendo la falda del vestido en el proceso. Me quedé como espectador; divido entre lo íntegro de irme y lo pecaminoso de quedarme.
Quedó a la vista su ropa interior con transparencias.
—Puedes irte si quieres —dijo delineando el borde superior de la prenda con sus dedos.
No pude responder. No tenía la claridad para hacerlo.
Allí estaba ella. Dispuesta y esperando por mí. Tan hermosa y desafiante; con la habilidad de empujarme fuera de mi zona de comodidad. El sueño de cualquiera. O condena, quizá.
Llevó una de sus manos al interior de su ropa interior, bajando hasta llegar a su vulva, y me pregunté cómo podía ser tan estúpido de no estar venerando su cuerpo como se merecía. Ambos éramos adultos solteros, Laura iba a casarse, y Micaela había salido por fin de mi vida. ¿Por qué frenarme? ¿Por qué no confiar en ella? Ya me había dicho que le gustaba y que no era una prostituta.
Di un paso hacia la cama.
Lucía se tocaba y me miraba mientras balanceaba sus caderas para darse más placer. Era imposible resistirme a esa imagen. Quería ser yo el causante de esa expresión en su rostro.
—Yo lo hago. —Mi voz no sonó como mía.
Sujeté la muñeca de la mano que usaba e hice que la retirara. Tomé la prenda por ambos extremos y tiré de ella para exponer por completo su intimidad. Suave y rosada. Había otro lunar bien definido en su pelvis y fue lo primero que besé. Acaricié la parte interna de sus muslos sin prisa, contemplando el panorama, y disfrutando la contracción de sus músculos.
Lucía se subió más el vestido hasta dejar a la vista su sostén.
—No me hagas suplicarte —pidió, hundiéndose más en el colchón y acercando su zona más sensible a mi boca.
Por primera vez la saboreé de esa manera y me guió para propiciar su orgasmo. Llegado el momento exacto, sujetó mi cabeza entre sus piernas y vació sus pulmones de aire para quedarse inmóvil por unos instantes, sumergida en las sensaciones que yo tenía el privilegio de provocar en ella.
Liberó un suspiro al dejarme ir y se arrastró hacia atrás para cubrir más el espacio. Terminó de pasar el vestido por encima de su cabeza y lo lanzó, al igual que su sostén, al suelo.
—Quítate la ropa —demandó.
Obedecí sin titubear.
Ya estando también desnudo, preparado para una sesión mejor que la que tuvimos en el sofá, me acomodé sobre ella. Tuvo la intención de satisfacerme primero con su boca, pero me negué. Me encontraba impaciente por sentir su estrechez y humedad.
Mi pene palpitaba en su entrada, sus pechos rozaban mi piel con cada respiración, y sus ojos lujuriosos me invitaban a hacerla mía. Retiré unos mechones rebeldes para despejar la belleza de su rostro y, antes de penetrarla, la besé.
Me envolvió con sus piernas y brazos, disminuyendo lo más posible la distancia entre nosotros. Su sudor, pulso y aliento se confundían con el mío. En esas cuatro paredes nos volvimos un único ser, marcando el mismo ritmo, perdidos en el placer mutuo, y dejando todo lo demás atrás.
Me senté y la llevé conmigo. Con ella en mi regazo, apretándome más con cada movimiento, estimulé sus pezones y pasé una mano por su espalda. El volumen de sus gemidos iba en aumento y sabía que pronto la haría acabar de nuevo. Por suerte, porque no creía poder durar demasiado. No con esa diosa.
Lucía clavó sus dedos en mis hombros. Dejé su busto para deleitarme con sus facciones a punto de alcanzar el clímax.
—Llega conmigo, Roberto.
Con el control que estaba teniendo para no hacerlo, iba a ser fácil. La sujeté de las caderas y aumenté la velocidad de las embestidas. Ella se arqueó hacia atrás y, apoyándose en una de mis rodillas, se masajeó el clítoris. Era una imagen para guardar para siempre en mi memoria.
—Por favor, Roberto —suplicó—. Compláceme.
Como si de verdad tuviera un poder sobrenatural en mí, a los segundos de formular su súplica, la presión en cada una de mis fibras fue liberada. Solté un gemido ahogado durante esa estocada final y la mantuve fija sobre mí.
Lucía se removió un poco más para luego acompañarme en mi gozo. Su gran contracción, seguida de réplicas más ligeras, alimentaron mi ego.
Acabado el instante de éxtasis, Lucía se retiró para tenderse en la cama. Yo aproveché de botar el preservativo y de ir al baño. Al regresar, la encontré bajo la delgada sabana. Me uní a ella ocupando el espacio sobrante y se recostó en mi pecho.
Permanecimos en silencio los primeros minutos, inmersos en esa efímera burbuja íntima. Para mí, esa etapa era igual de gratificante. Tenerla en reposo junto a mí, luego de esa explosión de endorfinas y demás hormonas, oyendo su respiración, era otro nivel; quizá cercano a la divinidad.
—Quiero confesarte algo —dijo.
Debido a nuestra historia su frase amenazó con destruir mi estado de plenitud. ¿Otra mentira más?
—Te escucho —respondí con un suspiro.
—Hace unos años Gabriel te llevó a un bar con bailarinas exóticas y hablaste con la chica que servía la cerveza. Esa era yo. Así es cómo conozco a tu hermano.
Su relato no tuvo un efecto negativo en mí. En realidad, me dio gracia que termináramos años después en la misma ciudad y teniendo sexo. Recordaba vagamente esa conversación, sobre todo por la mala racha que estuve teniendo con Laura y la pregunta de si estaba en ese bar para serle infiel; pero no precisamente el rostro de ella. Ese detalle no le pareció importante a mi memoria de guardar en aquel entonces y era increíble cómo ahora era incluso capaz de reconocerla con un disfraz.
—Qué bueno que lograste salir de allí —comenté.
Aunque no era lo ideal, su trabajo actual era un avance. Todavía no conocía su historia, ni las circunstancias que la llevaron a lo que hacía; por los momentos solo me había permitido ver lo externo.
Se acomodó para poder mirarme—. Fuiste lindo. Diferente. Y desde esa noche quise acostarme contigo. Me daba curiosidad saber cómo sería.
Ante eso, fue inevitable no reír.
No podía ser cierto que hubiera tenido tal impacto en ella. Lo que le llamó la atención fue parte de lo que alejó a Laura de mí. Fui demasiado complaciente; demasiado bueno. Mientras ella se revolcaba con Christian durante ese intercambio estudiantil.
Lucía se quedó observándome, con sus facciones indicando la seriedad en sus palabras. Mi interior se removió con su intensidad y se borró el escepticismo.
Comencé a trazar la curvatura de su espalda para poder concentrarme en poner en orden mis pensamientos.
—¿Y cómo fue? —murmuré.
Ella sonrió—. Eres dulce, Roberto. Tanto que la primera vez supe que me iba a costar alejarme de ti.
Abrí la boca, deseando poder dar una respuesta acorde. Sin embargo, nada salió. Quise decir muchas cosas al mismo tiempo, pero a la vez me cuestioné qué tanto estaría bien para no abrumarla. Lucía me intrigaba y mis intensiones no se limitaban a solo sexo.
A raíz de mi silencio, plantó un beso en mis labios y se retiró de la cama.
—Voy al baño y vengo —explicó.
Liberé un suspiro cuando el deleite de su figura desnuda abandonó mi visual. Me cubrí la cara con la almohada, buscando la manera de formular una propuesta que aceptara.
—¿Roberto? —pronunció mi nombre, ya fuera el baño, envuelta en una toalla y apoyada de la pared. Se demoró menos de lo que anticipé.
—¿Sí?
—¿Qué opinarías si te propongo que tengamos sexo ocasional? Mi trabajo es difícil de entender, así que conseguir una pareja no está en mis planes y tampoco tengo tiempo para eso. Creo que la pasamos bien y también sé que estás lidiando con tus propios procesos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top