Capítulo 1 | Oferta

OFERTA

No importa qué tanto tengas planeada tu vida; esta puede convertirse en todo lo opuesto que deseabas. Y, en realidad, no siempre sucede sin previo aviso. En mi caso, simplemente me sentía demasiado a gusto en la ilusión construida de relación perfecta. Daba por hecho que lo mío con Laura iba bien y creí erróneamente que obedecer sus deseos sería suficiente para hacerla feliz. Y seguí aferrado, pese al tiempo que me pidió y que al volver noté que había algo diferente en ella.

¿Costumbre, o amor?

Incluso me negué a aceptar que algo sucedía entre ella y el primo de su amiga. Esas miradas y esas otras señales las tomé como producto de mis inseguridades. Y al descubrir la verdad, consideré dejarlo pasar. Iba a hacerlo por ella. Sin embargo, después me di cuenta de que nada de lo que pudiera ofrecerle a Laura para salvar lo nuestro iba a tener sentido, porque yo ya no era lo que ella quería. Yo no era Christian y ella no era la misma que se enamoró de mí.

¿En qué momento la perdí?

¿Cómo evitar cometer los mismos errores?

¿Qué debía hacer diferente?

Preguntas iban y venían por mi cabeza para atormentarme, por mi responsabilidad compartida, por mi exceso de complacencia y la ausencia de poderes místicos para descifrar lo que cruzaba por su mente. Y eso que la conocía desde la adolescencia. ¿Qué esperanzas podía tener si comenzaba de cero?

—Quita esa cara. Solo es la invitación a una fiesta de solteros, no a un prostíbulo —dijo mi hermano cuando quedé mudo ante su propuesta.

—Sabes que no me gustan las fiestas —respondí en vez de admitir lo incómodo que era tratar de idear sobre qué hablar con una desconocida—. Y mañana tengo una entrevista de trabajo temprano.

Llevaba soltero casi dos años, pero todavía no tenía la confianza de acercarme a una extraña y demostrar mi interés. Los consejos que me daba Gabriel me parecían absurdos y no salían como deseaba. Y ser yo mismo tampoco daba resultados positivos. Estar desempleado por tercera vez en un año, vivir con tu hermano galán y hacer chistes que no cualquiera entendía, no me hacían lucir deseable. Todo había sido más sencillo en bachillerato, cuando importaban las calificaciones y ser aseado.

—Pero en la anterior me pareció que te divertías —replicó.

—Estaba siendo amable. La chica quería darle celos a su ex, a quien también se le ocurrió ir a esa fiesta.

Gabriel ya tenía la mano en la puerta, pero demoró abrirla porque se le escapó una carcajada.

—Mierda, hermano. Perdón. Es que eres demasiado salado.

—Peor fue la que resultó ser lesbiana.

—Tienes razón. Aunque acepto que esa noche mi detector de acostones falló y en parte es mi culpa.

Suspiré y me limité a entrar a la cafetería antes que él.

Era un poco molesto que mi vida amorosa fuera un tema de conversación constante con mi hermano mayor, quien no tenía problemas para ligar. Cada vez que había salido con él desde mi llegada a la ciudad, siempre terminaba con más de un número de teléfono nuevo, o con compañía femenina hasta la mañana siguiente. Entendía que su intención era ayudarme, puesto que era consciente de lo que me afectó mi ruptura con Laura, a pesar de que quedamos como amigos, sin embargo, ¿de verdad era necesario estar tan urgido?

Ocupamos una mesa cerca del mostrador. El mesero tomó nuestra orden; dos cafés oscuros y un trozo de torta de chocolate y otro de zanahoria.

Era miércoles y decidimos retomar lo que hacíamos desde pequeños con mamá para que la semana no se sintiera tan larga: disfrutar de un rico postre y dar un paseo después. Dejamos de hacerlo cuando los horarios de la universidad se interpusieron, pero, con la oportunidad de volverlo a hacer al estar viviendo de nuevo en la misma ciudad, era una buena forma de recordar a nuestra madre, aunque ninguno de los dos lo dijera en voz alta.

—Bien, hermanito, ¿para qué puesto es la entrevista de mañana? —cuestionó mientras esperábamos.

El reciento estaba menos lleno que la semana anterior. Habíamos ido un poco más tarde porque Gabriel tuvo un imprevisto en el trabajo. Quizás ese café a esa hora me impediría dormir a la hora prudente, mas ya había combatido el insomnio generado por la incertidumbre de esa sacudida que tuvo mi vida. Una noche más de desvelo acompaño por películas no me haría mal. De todas formas, la ansiedad de hacerlo bien en la entrevista no me permitiría descansar a gusto.

—Analista de control de calidad en una empresa procesadora de frutas. Por fin encontré un aviso en el que encajo —respondí—. Haber renunciado limpió mi conciencia, pero se ve mal haberlo hecho por segunda vez con tan pocos años de experiencia.

—¿Ves? Tener excelentes calificaciones no te garantizó un inicio brillante en la vida real. Te dije que debías relajarte más. —Tuvo que notar que no estaba de humor para un sermón. Era suficiente con el ámbito amoroso, como para que también se metiera con mi dedicación a los estudios—. Bueno, por lo menos aquí no hay ríos para contaminar.

Ese tuvo que ser su intento de suavizar la conversación con una broma. ¿Acaso así era yo en mis coqueteos fallidos? Con razón no me servía. Los Rojas no éramos buenos para los chistes.

—No, eso no me hace sentir mejor —dije.

El mesero colocó nuestra orden frente a nosotros. Gabriel se acomodó en su silla. Tenía algunos meses con él y todavía trabajábamos en consolidar otra vez nuestra relación de hermanos. Más de tres años sin vernos en persona y escasas llamadas telefónicas y mensajes, la había deteriorado.

Saboreé mi café y calmé lo amargo con lo dulce de la torta. Eso mejoró mi ánimo. Sin dudas ese sitio se había ganado entrar en mi lista de favoritos.

—¿Qué pasó en el trabajo? —pregunté para desviar la atención hacia él.

—El modelo para el comercial no llegó y me avisaron a última hora. Tuvieron que usarme a mí. Harán un efecto o algo así para que mi cara sea distinta.

Ya estaba también degustando su postre. Cada semana pedíamos uno distinto para decidir cuál era lo suficientemente bueno para convertirse en el pedido frecuente.

—¿Saldrás en la televisión?

—No. Es una campaña de redes sociales. Es para el público joven y ellos cada vez ven menos televisión.

Asentí. Eso tenía sentido. Por lo menos nosotros solo colocábamos la televisión tradicional para ver las carreras de autos, y los partidos de fútbol.

Estuve por indagar más sobre su día, no obstante, la vibración en el bolsillo de mi pantalón me hizo sacar el celular. Era una llamada que no deseaba recibir.

—¿Qué pasa? ¿Laura de nuevo? —intentó adivinar.

Me levanté—. Voy al baño. Ya vengo.

Preferí no aceptar, o negarlo. A pesar de que viviera con él, Gabriel no tenía por qué estar enterado de todo.

Me adentré en el pasillo que aislaba los baños del resto de la cafetería y fui hasta el final para no interrumpir el paso. Se había acabado el tiempo para contestar, sin embargo, Micaela insistió. Hubiera preferido mil veces que se tratara de Laura, aunque todavía doliera.

—¿Hola? ¿Roberto?

Habló ella primero. Me costó decidir cómo empezar esa charla. Mi antigua compañera de trabajo me hacía sentir culpable. Si tan solo no me hubiera refugiado en la atención que me daba.

—Sí —fue mi respuesta—. ¿Qué necesitas?

Había salido un poco más cortante de lo que anticipé. Tampoco quería herirla. Yo también había tardado en poner límites y correspondí a sus besos.

—Yo... te he enviado varios correos. Como no los has respondido, me preocupé. Sé que dije que no volverías a saber de mí, pero...

—Sí vi los correos —admití—. No sabía qué escribir. No quería que te ilusionaras. Aclaramos todo hace meses, ¿recuerdas?

Hubo un silencio. Me apoyé con una mano de la pared y esperé por ella. Se lo debía.

—Lo sé —dijo al fin—. Tengo que hacer un viaje a la capital y se me ocurrió que quizás...

—Eres hermosa e inteligente, Micaela —la interrumpí—. Yo renuncié y a ti te ascendieron y trasladaron a otra de sus empresas. Seguro sabes lo jodido que estoy. Ya no soy el Roberto económicamente estable y con futuro brillante.

—Puedes volver a serlo si aceptas mi propuesta. Yo sé que no me imaginé tus ganas de mí. Ya Laura no se interpone. Esta puede ser nuestra oportunidad.

Estuve herido y quise desquitarme. Cedí a las insinuaciones de las caricias y labios de Micaela en más de una oportunidad. Traicioné a Laura de esa manera, sin llegar al sexo, pero siendo igual de desleal. No era porque fuera Micaela, sino por el quiebre de mi relación. Lo comprendí cuando ya no estaba la excusa para contenerme y de todas formas no pude corresponderle. Era el recordatorio de mi falta y un lazo que no me entusiasmaba conservar.

—No quiero tu ayuda. Mejor ofrécelo a alguien más. —Me aparté de la pared y decidí que ya había sido suficiente—. Ya voy a colgar. Cuídate. Gracias.

Lo hice y devolví el celular a mi bolsillo. Respiré hondo. Había hecho lo correcto. No importaba qué tan tentador fuera y lo fácil que sería levantarme con su ayuda, mi conciencia no estaba en venta. No trabajaría para los mismos dueños de la compañía textil que contaminó kilómetros de río. Si tenía que empezar otra vez limpiando instrumentos de laboratorio, lo haría.

Me dirigí de nuevo a la mesa. Gabriel ya casi se terminaba su torta y lo atrapé agarrando de la mía. Estando distraído con eso y aturdido por la insistencia de Micaela, no noté que caminé directamente hacia una desconocida. El choque solo me hizo retroceder, pero a ella se le cayó lo que llevaba en las manos: hojas sueltas dentro de una libreta y café.

—Mierda —fue lo primero que escuché salir de su boca, antes de siquiera tener una oportunidad para detallarla. La bebida caliente se había esparcido encima de sus anotaciones.

—Disculpa, venía distraído.

Me agaché para ayudarla a recoger los papeles empapados. Sin decir más, los apilé sobre la libreta. Fue extraño, pero lucían como ejercicios de química orgánica.

Al haberlos recogidos todos, ella se puso de pie. Yo hice lo mismo y obtuve una mejor vista de ella. Cabello oscuro por encima de los hombros, ojos marrones y nariz respingada. Estaba cubierta por un suéter tejido largo, dándole una imagen opuesta a lo único que había dicho.

—Mierda —repitió examinando los papeles ya inservibles. Podía ponerlos a secar, pero estéticamente no estarían presentables. No sin el debido proceso.

—Disculpa. —Recogí el vaso de cartón—. ¿Te.... puedo comprar otro café?

Me miró. Estaba molesta.

—No —contestó.

Me quitó el vaso de las manos y lo tiró ella misma en la papelera cercana. Volvió a fulminarme con la mirada y dio los primeros pasos hacia la salida.

Gabriel estaba atento a la escena, con la cabeza apoyada de su mano. Al ver que la chica se iba, me hizo una seña para que la siguiera. Tuve que negar encogiendo los hombros. ¿En serio consideraba eso una oportunidad de ligue? Acababa de arruinar la tarea de su hermano, o quizá de ella. No necesitaba al mismo extraño fastidiándola.

—Oye. —Se estaba regresando. ¿Iba a querer el café?—. ¿Sabes química?

Ella no tenía idea de lo poco probable que era que hiciera esa pregunta y le respondieran que sí. Y, más aún, que se lo estuviera haciendo a un ingeniero químico con mucha información fresca para tener éxito en entrevistas de trabajo. ¿Qué era eso? ¿Una jugada del universo por fin a mi favor?

—Sí.

Sacó del bolsillo de su suéter una hoja. La desdobló y me la dio—. ¿Puedes resolver eso?

Examiné los ejercicios. No eran tantos, ni lucían complicados. Sí era química orgánica.

—Sí. Solo tendría que refrescar investigando un poco.

—Te compro un café y te disculpo por arruinar el favor que tanto me costó hacer, si me ayudas —indicó.

¿Colaborar para que alguien evitara hacer su tarea por sí mismo? Eso iba en contra de mis valores. Era mejor hacerlo y fallar, que atribuirse trabajo ajeno como propio. Pero, yo no estaba para impartirle lecciones de vida a desconocidos y fue mi error derramar su café. Y era atractiva y no parecía tomarse bien un no como respuesta.

No me di cuenta de que Gabriel se había acercado, hasta que colocó su mano en mi hombro y habló por mí.

—Claro que mi hermano te ayudará —dijo—. ¿Verdad?

Forcé una sonrisa. Sabía que creía que iba a desaprovechar esa oportunidad y me irritaba que sintiera la responsabilidad de intervenir. No estaba en una fiesta, ni con intenciones de llevar a una chica al apartamento. Era absurdo tener que estar «de cacería» todo el tiempo. 

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