Aún si Jimin apenas tenía ocho años sentía que se había enamorado, enamorado de verdad.

No era una de esas tontas ilusiones pasajeras que cualquier niño de su edad podría tener hacía una niña linda.

Es decir, Taehyung era lindo no era una niña pero era lindo, su tierna sonrisa rectangular le robaba suspiros.

Su piel tenía un bonito bronceado que contrastaba con el tono claro de su piel a la perfección, pero eso no era lo importante.

Jimin sentía seguridad cada vez que su amigo estaba a su lado.

Lo quería mucho.

Le gustaba verlo hablar sobre su pasión por la música y el baile, era increíble que un chico de doce años hablara con tanta profundidad sobre un tema.

Al pequeño rubio también le gustaba imaginarse de grande apoyándolo con sus sueños, regalarle su primera guitarra y que el mayor le compusiera una canción.

Soñar no costaba nada.

Taehyung y Jimin eran vecinos, y muy buenos amigos, la mamá de Taehyung había muerto en un accidente de tránsito cuando tenía cuatro años, por lo que a su amigo le encantaba ir a la casa del más pequeño a comer las deliciosas galletas caseras que preparaba su madre.

Jimin por su lado tampoco tenía padre, ese huyó apenas se enteró de que venía en camino, aunque tampoco le hacía falta uno, él era feliz así como estaba.

Por lo que le cayó como un balde de agua fría el día que se enteró que el padre de Taehyung y su madre habían decidido casarse.

Y desde ese momento Taehyung y Jimin se convertirían en hermanos.