Parte 8


No sabía porque estaba nervioso.

El latino se encontraba entre enojado y ansioso. Enojado, porque no sabía porque estaba tan emocionado de esta "cita", y ansioso porque era una cita. Rusia era el sujeto con el que menos pensó involucrarse. Era un poste mamadísimo sin personalidad, además de ser un niño a comparación de él. En cambio, él solo era un viejo país con demasiadas decadencias, depresión y baja autoestima que complementa con sarcasmo.

¿Cómo diablos dos personas así podrían estar juntos?

Rusia era extraño. Sus ojos eran de un violeta intenso, su cabello era entre gris y blanco, su piel era pálida, y al mexicano le daba curiosidad el sabor de esos labios suavemente rosados que destacaban de su rostro. También esas largas pestañas, y esa mandíbula cuadrada que le hacía temblar. Bien, lo aceptaba, el ruso era atractivo, pero, no significaba que fuera para él.

Suspiró molesto, y dejó que el agua se llevara sus pensamientos mientras seguía lavando su cuerpo, esperando que al ruso se le hiciera tarde. Se había levantado 2 horas tarde, y esperaba que, por la gracia de dios, el ruso se distrajera bebiendo vodka, o acariciando gatos en el camino.

Sonrió imaginando al enorme ruso inclinándose para acariciar a un gatito, y después sintió una punzada en el abdomen, cuando le imaginó de nuevo con el torso desnudo. Había estado reprimiendo lo que pasó ese día desde siempre. El ruso besándole desesperadamente, mientras él dejaba que lo desnudara, las frías manos del enorme país lo habían hecho estremecerse como nunca, y eso, por mucho que se esforzara, no podía borrarlo de su memoria.

– Verga, me falta coger. – dijo, tratando de justificar su deseo por el país, mientras mordía su labio. – No quiero al Tripalosky, solo es que no he follado por mucho tiempo.

Gruñó molesto mientras seguía lavando su cuerpo delicadamente, cuidando que nada de mugre u olor extraño estuviera en su piel. Si el ruso lo abrazaba, entonces, no quería que ningún rastro de suciedad pudiera ser notado por él. Y eso últimamente le estaba enojando más. ¿Por qué le importaba? Los rusos estaban locos. Un día eran las personas más serias del mundo, y al otro se la vivían en fiestas. ¿Qué pedo con los rusos? Se preguntaba, tallando aún más su cuerpo.

No los entendía. Imperio Ruso era un hijo de su puta madre, ojalá se haya perdido en el abismo de Mictlán, y este como pendejo dando vueltas como castigo eterno, URSS se había obsesionado con él a un punto enfermizo, y Rusia, Rusia...

Rusia era raro.

Rusia era, raro y a la vez lindo. Era joven, y aun así había logrado ya mucho, era potencia y aun así le dio la mano cuando el gobierno de USA lo quiso derrumbar, Rusia era... extraño, de esos extraños que no sabes si son así para bien o para mal.

Golpeó la pared del baño dañando el mosaico, cuando se dio cuenta que estaba lavando su trasero demasiado. Cuando se dio cuenta que sus manos acariciaban su retaguardia pensando en el ruso. ¿Qué diablos estaba pensando subconscientemente?

"Ese ruso me la pela". Se dijo a si mismo saliendo de la ducha comenzando a secar su cabello, mirándose un momento al espejo. Vio su cuerpo en todo su esplendor, vio un cuerpo tonificado, pero no porque él quisiera, sino, que se había acostumbrado a no comer mucho, aunque su comida fuera reconocida a nivel mundial. Su gobierno estaba en "austeridad", y había pasado hambre por culpa de eso. Podía notar sus músculos, pero también, podía ver esos tatuajes en su piel, las cicatrices de su esclavitud, y las marcas de su corrupción. Lo que más le dolía era ver sus ojos, esos ojos sin luz, esos ojos que ocultan un secreto. Acabó apartando la mirada, molesto de su situación.

– Pinches mexicanos de mierda. – dijo, y eso le dolió. Odiar a su gente no era bueno para su salud. – Primero venden parte de mi cuerpo, después matan a mis estudiantes, ahora, matan a mis mujeres, váyanse a la mierda todos, bola de retrasados. – tuvo que sostenerse el pecho por el dolor. Lagrimeó un poco y limpio dichas lágrimas, estaba acostumbrado.

No era débil, no lo era, era chingón, un chingón que a veces se deprimía, pero siempre salía. No era débil, no era una muñeca, no era alguien lindo, era fuerte, era rápido, era resistente, y, sobre todo, valía más de lo que su gente y el mundo creía. Era un imperio, era el descendiente de guerreros, era descendiente de grandes genios que comprendieron las estrellas, la ingeniería, salud, y matemáticas. Por sus venas corría la sangre de libertad y autodescubrimiento, apreciaba las bellas artes, amaba su fauna y flora, amaba el conocimiento, amaba a sus dioses que solo buscaban para sus creyentes un mejor futuro.

Y ahora...

Ahora su gente amaba a otro dios, ahora su gente destruía lo que era su imperio, ahora su gente se mataba entre sí, ahora estaba tan lleno de corrupción, que la enfermedad ya ni le dolía, estaba tan dañado, que las cicatrices y grietas eran cosas de cada día.

Pero... Un día podría, un día podría.

Cubrió su boca, como lo hacía su padre apretando los ojos, tratando de no recordarlo. Se imaginaba los grilletes en su cuello y manos, seguían allí, invisibles a la vista, pero visibles en su subconsciente, seguía amarrado y esclavo de los demás.

– Con dinero y sin dinero, yo hago siempre lo que quiero... Y mi palabra es la ley. – dijo, sonriéndose a sí mismo. Tal vez, pensó, que no había nada de malo, querer algo más en su vida, algún día podría decir esa palabra, sin sentir su pasado arrastrándolo con él.

Cuando secó su cabello, comenzó a secar su cuerpo, pero, para su mala fortuna, la puerta sonó.

El mexicano se apuró a ponerse sus chanclas, amarrando bien la toalla a su cintura. El ruso había llegado, y el apenas acababa de salir de la ducha. "Vale Madre..." se dijo a sí mismo, tendría que explicarle que se le hizo tarde, o tal vez, solo con verlo se daría cuenta. No quería que pensara que lo había olvidado, o que, en su caso, no le importaba.

Dudo en abrir, pero al final lo hizo.

– Hola Tripalosky, perdón, me quede dormido. Pero descuida, tú solo espérame un momentito. – dijo el mexicano con suave sonrojo. Miró de pies a cabeza al ruso frente a él. Miró sus intensos ojos violetas, esa cabellera peinada y amarrada con una coleta, su gorrito ruso, un abrigo negro encima, y unos jeans con botas debajo. Notó unas flores en su mano derecha, y el sonrojo leve en las mejillas del ruso. – Pásale wey, siéntete como en tu casa, aunque lo es, digo, todo lo de rusia te pertenece... jaja. – una sonrisa de incomodidad paso por sus labios, y el ruso le sonrió entrando.

– Con permiso. – dijo el más alto, con esa voz que le gustaba al mexicano, gruesa y suave, le estremecía su piel cada vez que hablaba. El ruso fácilmente podría dedicarse a ser narrador. O fácilmente podría susurrarle al mexicano al oído, y este acabaría derritiéndose en sus brazos.

– Bueno, deja me visto y salgo, mi... – no pudo acabar, el ruso le puso enfrente de él una flor que no conocía, era hermosa, con toques rosas y blancos, con el centro amarillo. – oh... esto...

– Para ti, yo, quise buscar algo de uno de tus colores, y, pensé buscar algo color rosa mexicano, pero, no encontré, así que... te doy lo más cercano. La flor me recuerda un poco a como tus alas se tiñen de colores, espero te gusten. Además, sé que te gustan mucho las flores, he visto los bordados y ropa de tu gente, hermosa, por cierto, me gusta mucho, así que, qué mejor que darte algo que aprecias. Y, además, sé que te gusta mucho la flora, así que, por eso está en una maceta. Para que puedan vivir mucho más tiempo a tu cuidado.

El sonrojo se apoderó de su rostro. ¿Había escuchado bien? El ruso se tomó esa molestia solo por él. ¿Por él? Estiró sus manos tomando el ramo y oliéndolas para después dándole una sonrisa al ruso.

– Wey, neta no sé qué decir. – dijo el mexicano rascando su nuca. – muchas gracias. Y, no quiero parecer pendejo, pero, ¿Qué tipo de flor es? Creo que nunca las había visto, o bueno, las había visto como en animes, pero no estoy seguro.

– Son nelumbos nucifera. También se les conoce como loto sagrado, son preciadas en mis tierras ya que se están extinguiendo, así que es por ello que decidí, dártela en una pequeña maceta. Además de su color, las elegí también porque son delicadas, pero, son resistentes a los climas y son únicas, me recordaron mucho a ti.

El rostro del mexicano era un poema de rojo carmesí. Acabó por apretar los labios mientras se encogía de hombros. ¿Qué diablos pasaba con Rusia haciendo que todo sonara tan perfecto?

– ¡Ya cállate, gei! – dijo el mexicano tomando las flores, dejándolas en la mesa y corriendo al baño. – espérame. Ya ahorita salgo.

Y así, acabó metiéndose y encerrándose en él baño.

Solo pude sonrojarme más cubriendo mi boca.

México me había recibido con su precioso torso desnudo, sus encantadores ojos, sus grecas aztecas que adornan su dulce piel con cicatrices. Era lindo, era muy lindo. Sentía un cosquilleo en mi estomago mientras trataba de relajarme. Me senté en la cama nervioso, viéndome de reojo por el espejo. ¿Me veo bien? Me pregunté. Traía un abrigo negro encima, con mi ushanka del mismo color, mi cabello platinado amarrado con una coleta. Tal vez debí usar otro color que no fuera negro. Traía unos jeans debajo más claros, y mi playera era color azul, de manga larga, pegada a mi cuerpo sin ningún diseño.

A donde iremos me quitaré el abrigo, tal vez México se sienta más cómodo si me ve más relajado. Sin abrigos que solo me hacen ver más grande. Joder, pero el abrigo oculta muy bien cierta parte de mí que últimamente no puedo controlar cuando estoy demasiado cerca de él.

Cubrí mi rostro cuando este se ruborizó, blyat, no puedo dejar de pensar en un sinfín de cosas que debería hacer para que México sea feliz. ¿Qué tal si compro Texas? Pensé, encogiéndome de hombros recostándome en la cama. ¿Y si pongo dinero en todo su turismo? ¿Qué tal si cuido su fauna y flora? Ah, dios, debo de dejar de pensar tanto.

Pero no puedo hacerlo, quiero saber más y más de él, me la he pasado leyendo sobre él, de su cultura e historia, leyendo desde el libro de historia de sus antiguas civilizaciones, hasta cuentos de niños donde aparecen personajes mexicanos famosos, tanto históricos como de la farándula. Me la he pasado escuchando a su filarmónica, creo que me se de memoria una que otra canción de José Alfredo Jiménez, y estoy seguro que Pedro Infante y Jorge Negrete tienen el mejor duelo de canto en una película.

¿Estoy algo obsesionado con México? Rei mirando el techo. No era solo él, era todo lo que representa. Quiero conocer lo que le gusta, lo que no, quiero pelear con él sobre cosas que no tenemos en común, quiero reír con él sobre las que tenemos, y que al final, podamos estar cómodos el uno con el otro. Incluso si me rechaza hoy, aun seguiría demasiado interesado en todo lo que tiene que darme.

Tal vez sea porque estoy perdidamente enamorado de él, que mi mente se pierde en todas las maravillas de lo que ese país puede darme. No me importa si nunca lo muerdo, le beso, lo reclamo como mío, solo quiero ver su sonrisa siempre cuando me mire, podría morir feliz con ello.

Pasó 1 hora y media, y México seguía encerrado en el baño.

Él dijo, "ahorita", pensé que solo serían cinco minutos, pero no, seguía allí dentro. Me preocupé. ¿Qué tanto estará haciendo? ¿Necesita ayuda? ¿Qué tal si se resbaló y murió? ¡Oh dios, no!

– México, ¿Estas bien? – dije tocando la puerta.

– Ah como chingas, si wey, ya casi voy, dame cinco.

– ah, solo tengo diez. – respondí buscando en mi billetera.

– ... Estás pendejo, me refiero a cinco minutos, ya voy.

No pude evitar reír, y después escuché la risa dulce de México por el otro lado de la puerta. En realidad, tardó quince minutos y abrió. Llevaba puesto unos jeans negros, con unas botas altas para la nieve, tenía una playera gris encima de manga larga, una bufanda gruesa alrededor del cuello, y estaba poniéndose un abrigo negro encima. Esa forma de vestir de pronto me recordó algo.

– Me copiaste el look Tripalosky. – dijo sonriente.

– Yo ya estaba vestido, creo que fue al revés. – respondí y México me dio un golpecito en el hombro.

– Me gustó como te veías, así que te copié. – respondió. – Espero no te moleste, porque la neta me veo más chingón que tú.

– ¿Estás seguro de eso? – contesté, arqueando una ceja. – ¿Te ves mejor que yo?

– Simón, mi piel azteca realza más el color negro que tu piel pálida de muerto. – soltó un bufido y ambos reímos.

Nos quedamos así, riendo un momento hasta que nuestras miradas se conectaron. Fueron pocos segundos, pero tenerle tan cerca, mirándome, me hizo darme cuenta de algo que ya sospechaba desde hace tiempo. Sus ojos no tienen brillo, y eso es anormal. Ese color, verde y rojo en ellos, no es para nada normal. No me refiero al color del iris, me refiero a que esos colores no se ven naturales.

México notó mi mirada, y acabó por bajar la vista cortando nuestro contacto visual.

– ¿Usas lentillas? – dije, y él se encogió de hombros, incomodo por la pregunta, pero, esta es la cosa, no quiero que México siga atormentándose con su pasado, tiene que sobreponerse de ello, y no hay mejor forma que enfrentándolo. – ¿Por qué?

– Bueno, cuando era una colonia, a mi padre no le gustaba mi verdadero color. La gente de mi madre había descubierto la astronomía, y un sinfín de cosas que el cielo nos brinda, así que mi mamá nació con unos ojos divinos, chulísimos, donde detrás de esos colores, las galaxias que su gente vio, se postraban en los bellos ojos de mi madre. – suspiró frotándose el tabique de la nariz – Los herede, herede esos ojos de... de... – pude ver el momento exacto donde apretó sus ojos, comenzando a jadear.

– Los heredaste de tus padres México. Imperio Mexica e Imperio Azteca, ¿Verdad? España solo te adoptó, como adoptó a tus hermanastros.

– ¡Basta Rusia! – gritó.

– No lo reprimas México, dilo, enfréntalo.

– ¿Qué quieres que enfrente? Mi padre fue asesinado por España apenas llegó, y mi madre, fue ultrajada y esclavizada hasta que ya no pudo pelear, y aun así cuando... – Cuando vi sus puños apretarse, y la manera en la que cerraba los ojos apretándolos, me di cuenta, que reprimía demasiado su pasado. – Perdón Tripalosky, si, ellos. Cuando estuve con España, mis recursos eran tomados por él, así que hubo un tiempo donde mis ojos palidecieron tanto, tornándose blancos. Fue hasta que España llegó con las lentillas, y me obligó tantas veces a usarlas, que comencé a traerlas conmigo todo el tiempo. No puedo ver mis ojos naturales, no puedo, son anormales y horribles, soy un fenómeno con ellos.

– Tienes unos ojos de colores con galaxias encerradas dentro. No hay nada de horrible de ello, siento que deben ser fantásticos. Pero, para tu alivio, no pienso exigirte que me los enseñes si no quieres, esperaré a que tú quieras mostrármelos.

Él me miró y sonrió ocultando su sonrojo en su bufanda, dios, ¿Cómo es tan lindo? ¿Cómo puede ser alguien que luce como todo un hombre, tan lindo?

– ¿Nos vamos? – dijo mirándome, y yo solo pude sonreír como idiota.

– Vámonos.

No puedo explicar bien que pasó, tal vez era el frio, tal vez eran nuestras risas, pero me sentía cálido a lado de México. Este se pegaba a mi mientras caminábamos, y me encantaba el roce de su brazo con el mío. Un delicado roce que me hacía sonreír como idiota. Conocí más de él, de su familia y cultura, de cómo ama cada una de sus grecas aztecas, el cómo adoraba a sus animales, me dijo que tenía dos mascotas. Un Xoloitzcuintle llamado Dante, y un chihuahua llamado Paco. También dijo, que su casa se encuentra dentro del bosque tropical, donde disfruta ver a los jaguares, también dice, que creó un camino directo a una de sus preciosas playas, donde le gusta relajarse.

También dijo que ama su cultura y tradiciones, visita a sus hijos por lo mismo. Me habló de uno en particular, dijo que CDMX estaba obsesionado con la historia, modernidad, arte y danza. Le creí cuando me dijo la cantidad de museos y teatros que había en el territorio. Le comenté que yo tenía un hijo parecido interesado en el arte y danza, al igual que en la historia. Y México sonreía cuando escuchó la coincidencia.

Noté simples cosas de México. Como se le hacen hoyuelos al sonreír, como suele pasar su mano por el cabello cuando está nervioso, como se sonroja su piel con el frio. Como cubre sus muñecas con diferentes vendas, para ocultar sus marcas de esclavitud. Como muerde su labio inferior cuando está conteniendo una risa, o interesado. Ese resoplido con la nariz que hace al momento de reír, y esas largas y preciosas pestañas.

Y eso me traía loco, quería besarlo, quería decirle que sus hoyuelos son lo más hermoso que he visto, que su cabello es tan sedoso que quiero tocarlo, que sus cicatrices son tan históricas que solo quiero besarlas una por una. ¿Qué es esto? ¿Estoy tan enamorado de él?

Tal vez Francia tenía razón, el amor era así, espontáneo y dinámico, así, de repente y loco, así, sin sentido y raro, porque eso es lo que sentía ahora, un sentimiento que no podía describir con palabras, así, un sentimiento que puedo llamar amor por ahora.

– ¡No mames Tripalosky! ¡Está nevando! – gritó emocionado corriendo por la calle, mientras como un niño veía hacia el cielo tratando de atrapar los copos de nieve. – ¡Ya viste, Rusia! ¡Está nevando! – gritó de nuevo, tan emocionado y feliz.

– Lo noto. – contesté sonriente siguiéndolo. México atrajo la atención de toda la gente que pasaba por la calle, pero parecía no importarle, lucia feliz y libre, porque así es México, es valiente y temerario, es buscapleitos y peligroso, es infantil y risueño, es todo lo que odio y amo a la vez. Francia tenía razón de nuevo, el amor es una enfermedad mental, que dejamos que nos pase, nos consuma y nos mate, para al final, caer de nuevo como idiotas una y otra vez.

Vi como sus alas aparecieron, estirándose. Donde podía notar ese plumaje de nuevo, café, como las de un águila real. Y para mi mala suerte, pasó.

México había golpeado con un ala a una persona, o más bien dicho, a alguien. Y ese alguien era mi hijo Moscú, que seguramente se había acercado a mi para darme las noticias sobre la cosa que le había pedido con anterioridad.

– ¡Ten más cuidado idiota! – gritó haciendo que México saliera de su fantasía y lo mirara frunciendo el ceño. – ¿Eres retrasado o qué? Maldito inmigrante de mierda.

– Fue un accidente, no tienes por qué ponerte agresivo. – contestó México, arqueando una ceja. – Y mira escuincle, te estoy dando una ligera oportunidad antes de que te rompa la madre, así que mejor discúlpate ahora y que todo quede allí.

– Solo quítate del camino, enano. – dijo Moscú para después acercarse a mi suspirando. Frunció el ceño al verme, como es típico de él, acabando con un suspiro. – ¿Dónde está tu cita? ¿La chica? Ya preparé lo que querías, solo...

Antes de que pudiera responderle a Moscú, mi hijo recibió una lección de la vida. Nunca, seas tan idiota, como para darle la espalda a un país, que está clasificado como uno de los más violentos en el mundo. Creo que ahora entiendo el dicho, "Bienvenido a México, si sobrevives, el tequila es gratis".

México acabó pateando a Moscú tirándolo al suelo, y cuando mi gente vio eso, estaban a punto de ayudarlo, yo tuve que intervenir, dándole un leve empujón a mi hijo.

– Si hablas como alguien mejor Moscú, demuestra que lo eres. – y lo empujé, directo a las manos de México.

Había entrenado a Moscú, le había dado diferentes clases de pelea, era un excelente soldado. Un excelente soldado que gritaba por ayuda después de que México estuviera por arrancarle las piernas, con esa llave que me dolía hasta mí. Moscú era un niño comparado al deseo de sangre de México, no solo era violento, si checamos la sangre que corre por sus venas, podemos decir que mexica y azteca eran guerreros que comían a sus enemigos.

En conclusión, mi hijo es un idiota al creer que podía ganarle a México solo por su tamaño, y como anexo a mi conclusión, viendo a México, ese lado salvaje en él, excitaba mi lado violento, y joder, era perfecto.

Tuve que aclarar mi garganta, y así México lo soltó. Cruzándose de brazos.

– ¡Él empezó! – gritó mi México a lo que sonreí. – Tu pequeña mierda necesita modales, yo a cualquiera de mis hijos que se quiere pasar de listo les doy en su madre, ¿¡Cómo se atreve!?

– Lo sé. – suspiré. – Déjalo México, a mi hijo le faltan más modales, lo comprendo, lo arreglaré con el tiempo.

– Te salvaste. – dijo mirando a Moscú que se encontraba sangrando en el suelo. Afortunadamente, si Moscú este herido, no pasa nada con la ciudad, solo yo tengo ese efecto en todo el territorio de Rusia. – ...

México suspiró, sacudiéndose la nieve de su abrigo, y la gente comenzó a dispersarse. Tuve que parar a Moscú para que este se pusiera de pie, para al final golpearle la cabeza.

– Ugh, padre, esa mierda...

– Moscú. – dije sujetándolo de los hombros, viéndolo directamente a sus ojos. – reconsidera tus palabras ahora. – y acabé sonriendo, por la mirada de terror de mi hijo, supe que solo eso había bastado para ponerlo en cintura.

– Y– ya está lo que pediste, ¿Dónde está tu cita? ¿La chica? – preguntó, quitándose un guante y poniéndoselo en la boca para detener el sangrado de su labio.

– Aquí. – dije pasando mi mano por el hombro de México. – Su nombre es México, veo que ya se conocieron.

– ...

Moscú me miró impresionado, y después con cara de asco. Cuando cruzó la mirada con México solo sintió odio, pero se relajó cuando le di un pequeño empujón. Aunque, ambos acabaron haciéndose una seña obscena con el dedo.

– Es un hombre, padre.

– ¿Y qué? – respondí.

– ¿Eres marica acaso? Joder, Rusia no puede ser un jodido maricón, papá. ¿Quieres deshonrar al abuelo URSS? O peor, deshonrar a Imperio Ruso. – dijo, y acabé por golpearlo tirándolo en el suelo.

– Si, lo soy por él. – sonreí. – Deberías alegrarte por mi Moscú, al fin encontré a alguien tan hermoso que no pienso dejarlo ir, no me importa si es hombre. Así que preguntaré una vez más. ¿Tienes todo listo?

– tsk... Está listo. Ve al teatro Bolshói. – comentó levantándose, limpiándose la nariz. A lo que yo asentí, sujetando la cintura de México. Pude sentir la piel de México erizarse con mi toque, y después sentí un cosquilleo en mi vientre, joder, necesito controlar mis deseos.

– Gracias Moscú, ve al hospital a que curen tus heridas. – respondí, pero, mi hijo sujetó mi abrigo, pegándome a él, encarándome, haciendo que soltara a México. – ¿Qué diablos crees que haces padre? Paseándote con un maricón por mis tierras, ¿Estás loco? ¿Te afectó tanto juntándote con esa bola de americanos liberales? ¿Qué fue? ¡Ve el fenómeno que tienes como pareja ahora! ¡Abre los ojos, padre!

México se encogió de hombros, viendo la mirada de la gente. Guardó sus alas, cubriendo parte de su rostro con una bufanda, escondiendo sus grecas aztecas visibles. Todo porque Moscú le había dicho fenómeno. Eso me hizo enojar más que USA intentando acceder a mi base militar. Cuando me di cuenta, ya tenía a Moscú en el suelo golpeándolo hasta que mis guantes se llenaran de la sangre de mi hijo. Al parecer, si saqué eso de mi padre, quien lo diría.

– Rusia... – dijo México tocándome la espalda. – Basta. No lo lastimes más, aunque no sea humano, y aunque no afecte tus tierras, no lo lastimes más. Yo también he golpeado a mis hijos cuando se necesita, pero es difícil cambiar la forma de pensar de alguien de golpe, así que vayamos un paso a la vez.

– ¿Cómo?

– Por ejemplo. – Dijo México inclinándose, tomando a Moscú, comenzando a curar sus heridas, porque México siempre carga vendas y antiséptico, por sus propias heridas de corrupción. – Tratarlo bien. – suspiró limpiando a Moscú mientras este sorprendentemente se estaba dejando. – Creo que comenzamos mal. Tu padre y yo no somos pareja, esta es nuestra primera cita, y no tengo idea de que va a pasar. Se que no te gustan los maricas, y créeme, lo sé, soy un país homofóbico igual, pero, con Rusia me siento diferente, y eso me gusta. Así que quiero descubrir que es este sentimiento wey, y si tengo que salir con él, y que me llamen maricón, entonces lo soy. Pero, al menos puedo decirte, que un maricón te acaba de partir la madre. – México sonrió, y por el sonrojo de Moscú, supe que no habría ningún problema de nuevo.

– Это великолепно. Грубый, очаровательный и маленький (Es magnifico. Rudo, adorable y pequeño.)

– И это не твое. (Y no es tuyo.) – respondí, ayudándolos a levantar a ambos. – Moscú, ve a la enfermería, aun así, gracias por lo del teatro, nos vemos después.

– Adiós Moscú. – dijo México.

– Прощай мексика (Adiós México).

México tomó mi brazo caminando a mi lado. No dijo nada, y me pregunte que era lo que pensaba, pero el solo sonreía cálidamente mientras caminábamos juntos. Si, mi gente nos veía con repulsión, pero por la mirada de México, creo que eso no le importaba en absoluto.

– ¿Qué pasa? – dije viéndolo. – No has hablado y eso es raro en ti. Generalmente eres muy parlanchín.

– Nada, es solo que, nada. – contestó caminando dándome una suave sonrisa.

Llegamos al Teatro Bolshói, nos metimos por la parte trasera ya que quería darle una sorpresa a mi México. Acabé por cubrirle los ojos con mi bufanda, retirándome el abrigo, y cubriéndolo por completo, haciendo un "tamal" con él.

– ¡Pinche Tripalosky!

– ¡No veas! – dije llevándomelo cargado, entre risas hasta un palco privado, mi palco privado.

Y así llegamos. Mi palco está con la mejor vista al escenario. Moscú había puesto lo que había pedido, una canasta con comida, mantas, bebidas, y asientos cómodos. México me había mostrado tanto de él, ahora yo quería mostrarle algo de mí. Lo bajé de mis brazos y retiré el abrigo y la bufanda de sus ojos, mordiéndome el labio nervioso, lo dejé mirar donde estábamos.

– Rusia, ¿Qué es esto? – dijo México viendo alrededor. Mientras bailarines del Ballet de Moscú comenzaban a calentar, estirándose en el escenario.

– Tú me preguntaste cosas sobre mí, sobre mi cultura. Bueno, quería invitarte a un desayuno y hablar de ello. Generalmente, vengo aquí, los veo ensayar, porque me gusta el ballet y me gusta relajarme con la música. Generalmente estoy aquí cada fin de semana, mientras Moscú da instrucciones a los bailarines. Se que no lo parece, pero me gusta mucho el ballet y la danza. La música y el arte, como a ti.

– Rusia, es hermoso eso, amo el ballet también, de hecho...

– Lo sé. – dije interrumpiéndolo. – mira esto.

Y encendí una de las paredes del palco, para ver un sinfín de cuadros colgados, con fotografías de humanos destacables en el ballet.

– Son mi pared de los mejores bailarines, mis favoritos están aquí. ¿Reconoces a alguno de ellos?

– ¿Reconocerlos? Los vi nacer carajo, allí está mi chula Elisa Carrillo ¿Verdad? Mi prima balerina del ballet de Berlín. Y no solo eso, yo conozco a ese guapo de allí, Isaac Hernández, el primer bailarín del English National Ballet. Tú los premiaste a ambos en tus tierras.

– En realidad no fui yo, fue Moscú. Dejo eso en manos de un experto. – sonreí guiñándole el ojo, a lo que México sonrió de igual manera. – Creo que tu gente tiene talento para las artes, ¿No es así?

– Desbordamos pasión. – respondió México, y creo que es la primera vez que lo vi sonreír así, como si el odio a su gente se disipara por un momento. Los ama, los ama a todos más que nada, y eso lo lastima aún más. – Se ven tan bonitos en tus fotos. Cuando bailaron por primera vez en bellas artes, me les quede viendo durante horas, mientras danzaban al ritmo de la orquesta. A veces me pregunto si saben que, la tierra que pisan está orgullosa de ellos.

– Lo saben. – respondí, acariciándole la mejilla. – Prepare algo para ti, una puesta del ballet, te presentarán una historia, solo para ti.

– ¿Qué? – Comentó México, sentándose a mi lado. – ¿Una pieza solo para mí? ¿Cuál es?

– Se llama "El ultimo copo de hielo en la tierra". Trata de la historia de una chica, que después de la guerra, queda sola en su pueblo. Es encontrada por americanos, la usan y torturan, hasta que ella logra resurgir.

– ¿Resurgir? – dijo México mordiéndose el labio. – Esa palabra no...

– Esa palabra existe México, y de eso trata, solo relájate, come un pirozhki y disfrútala.

Y dicho y hecho, México tomo un pirozhki de la cesta y se quedó viendo el escenario, mientras yo daba una señal con las luces para que comenzaran. México, me pregunto cómo reaccionaras a lo que veras. Esta obra la cree solo para ti, para que pudieras ver el trasfondo, y pudieras superar tu pasado, solo por favor, resiste a tu peor enemigo.

Solo deja de lastimarte a ti mismo México. Libérate de ti mismo.

Como primer acto, con el piano de fondo, salió una hermosa bailarina, para la sorpresa de México, esta era de piel morena y cabello negro largo hasta la cintura. Tenía una belleza única mientras vestía un vestido blanco a media pierna, que se movía como el viento en otoño derribando las hojas. Sus movimientos también podían semejarse a la de un ave, sobrevolando por un hermoso paisaje...

"Piltsin" (Amado hijo)

En la mente del mexicano, se había proyectado su ciudad, donde se podía ver a si mismo de niño, jugando a perseguir a las aves, mientras cargaba a un bebé de jaguar en su espalda dentro de un canasto hecho de hierbas. Corría libremente mientras su padre Azteca le seguía de cerca, el hombre reía al ver a su pequeño correr sin parar, hasta que acabo estampado contra el suelo. Y fue a recogerlo, cargándolo, tomando al bebé jaguar y a él. "Se cuidadoso, los males se encuentran en la tierra, y ellos quieren arrastrarte, no los dejes." dijo el guerrero, sonriéndole al pequeño, quien soltó una risa acabando por abrazarle.

México tembló al recordar el rostro de su padre, y apretó los puños, a lo que solo me dedique a sostenerle la mano.

– Es aquí cuando la bailarina se entera de su destino, la guerra. A veces las cosas malas llegan a nuestra vida, no hay manera de que podamos prevenirlas, no importa que tan hábiles o inteligentes somos. – dije, y México cerro los ojos para después abrirlos de golpe, viendo como los demás bailarines, con pantalón negro y camiseta del mismo color, entraban bruscos en escena.

Con movimientos rápidos, atacando el danzar de la prima balerina. Los hombres simulaban el dolor de la mujer, la guerra destruyendo su mundo, la invasión de las bombas y su ecosistema. Donde esta quedaba más y más atrapada cada vez, hasta quedar en el centro, afligida mientras los danzantes se apropiaban de su escenario. El mexicano escuchaba los violines, los tambores, los flautines, todo, y quería huir de allí, comenzando a sudar frio.

Y allí miró aquellos barcos, aquellos hombres de piel pálida, aquel hombre, ese jodido hombre con vestimenta extraña, con olor horrible, con enfermedad y maldad en los ojos. Miró a su madre quien lo cargaba en sus brazos, y miró a su padre, quien los protegía a ambos con su vestimenta y su arma. "Protégelo Mexica, tengo un mal presentimiento." Dijo Azteca mientras la mujer, cubría al pequeño México con su manto. "Los humanos creen que es Quetzalcóatl." dijo la mujer y Azteca gruñó. "Yo conozco a Quetzalcóatl, y él, ellos, no lo son. Protégelo, llevas contigo la mitad de mi corazón, la otra se encuentra dentro de ti, piltsin, te amo, cuídate."

El mexicano tembló en su asiento mientras recordaba los colores de su padre, sus alas y su cola tan brillante y larga como la de un quetzal. Vio las alas de su madre abrirse mientras veía sus preciosos ojos de galaxias que le transmitían seguridad. Donde poco a poco, se alejaban de la costa, para regresar al pueblo. Miró a su madre, encender sus runas llegando a la pirámide en el gran centro ceremonial. "Piltsin, se fuerte." fue lo que le dijo su madre, mientras esta comenzaba a invocarlo a él, a ese sujeto. El gran señor de la guerra. Huitzilopochtli.

– Rusia... – dijo el mexicano sobándose las cienes. – Necesito aire, no puedo seguir...

– Sigue la guerra México. Tienes que observar lo que pasa. Tienes que ver lo que sucede.

– Es que... no me siento bien...

Las memorias se movían tan rápido, como la chica bailando al son de todos esos redobles, de esa música. Veía como la muchacha saltaba y giraba, tratando de sacar a los intrusos de su escenario, mientras estos le aventaban y sacudían, sin dejarla tomar de nuevo aquel escenario que era su reino.

En un quejido, el mexicano vio a su madre, viendo a Huitzilopochtli, quien negaba con la cabeza. "Por favor, eliminaremos la amenaza, solo protege a mi hijo, a mi pueblo, no dejes que tu manto los cubra". Rogó el imperio, dejando caer suaves lágrimas. El dios, con ese rostro de seriedad le miró y después miró al pequeño. "La muerte es inevitable para tu pueblo, pero imperio, considera esto una prueba para tu hijo, a veces las cosas tienen que pasar por una razón. Lo entenderán cuando su hijo lo comprenda por completo. Las cosas no son casualidad, las estrellas no solo brillan porque si, el jaguar no caza por divinidad, las cosas pasan, y eso es algo que los dioses no estamos en ley de intervenir." El dios, se había ido, y su madre había quedado de rodillas. Tomando al pequeño, cubriéndolo con su historia. "Escúchame, solo escúchame, nunca olvides quién eres, que sangre corre por tus venas, que belleza hay en tu piel, que misterios y divinidad hay en tus ojos, no olvides que esta es tu tierra, no olvides quién eres y lo grande que serás. Recuerda, por último, que los dioses te cuidan Piltsin, y que el amor de mamá y papá te protegen."

– Rusia, necesito aire. – dijo el mexicano levantándose jadeante, pero el ruso lo jaló de nuevo a su asiento.

– Es momento de afrontarlo México, es tiempo de que te enfrentes a lo que más le temes. Tienes que recordar que la bailarina, por más que quieran destruirla, sigue siendo la prima balerina por una razón.

El mexicano soltó un quejido y vio a su madre luchando valientemente, destruida, débil, muy delgada y con heridas de muerte. Luchando, mientras veía una tormenta comenzar, y el sonido de un dios al fin se hacía presente. El pequeño sonrió, pero, la tormenta desapareció. Y cuando volteo a ver a su madre, esta yacía en el suelo, en un charco de sangre, mientras su cabeza ya no estaba en su cuello, sino, en las manos de ese hombre, que la había usado y ultrajado a su favor y conveniencia. Vio el hombre acercándose a él, mientras por primera vez, sentía miedo del color rojo, de los cuerpos, de la muerte. Su padre murió defendiendo sus tierras, su madre murió en la batalla, él moriría ahora...

– Tenochtitlán ha caído, tu madre murió como la perra que era, tu padre sufrió tanto hasta matarle, y ahora, al fin, eres mío Nueva España.

El mexicano lagrimeó, dejando que las lágrimas fluyeran por sus mejillas, mientras veía a la chica en el suelo, arrastrándose por el escenario, mientras los danzantes volaban por los aires, semejando a los guerreros, semejando a los soldados. La música, los movimientos, todo era muy rápido, fuerte, que te oprimía el corazón, hasta, que la primera puesta acabó y el mexicano temblaba, entre jadeos y lágrimas, hasta que se volvieron sollozos.

Pero, esta vez no era España, sometiéndolo durante años con grilletes, esta vez eran unos brazos fríos y a la vez cálidos, los que lo rodeaban, y cargaban, esta vez era un dulce toque, un toque que lo acurrucaba en un pecho cálido y fuerte, donde se sentía protegido de nuevo.

– Sabes México, tenemos que ver nuestro pasado para poder liberarnos de sus grilletes, tenemos que dar un salto de fe a nuestro futuro. Es momento de resurgir, incluso débil, uno puede pelear. Uno puede demostrar de lo que está hecho.

– Imposible. Rusia ya no quiero ver el ballet. – dijo mi mexicano mirándome entre lágrimas. – Quiero irme, déjame irme.

– No, no aún, tienes que comprender que es posible. – sostuve su bello rostro entre mis manos, limpiando esas dulces gotas de cristal que resbalaban en él. – La convicción que nos queda, la esperanza y el coraje, nos hacen alzarnos una vez más, solo una México. Esta en nosotros tomarla o desperdiciarla. Como el ultimo copo de nieve en la tierra, puedes apreciarlo o ignorarlo, ¿Tu qué crees que ella hizo?

– ... No más, por favor Rusia. – dijo entre lágrimas mi México mientras jalaba mi camiseta. – No me hagas volver a mis memorias, por favor, no me hagas regresar a mi desgracia.

– Lo que ella hizo fue difícil, pero lo logró porque sabía quién era. – dije acariciándole el cabello. – Es tiempo de que el dolor llegue a sus manos, pero, depende de ella si luchará o solo se volverá esclava de su propia destrucción.

– Rusia basta... – jadeó México, a punto de soltarse de mi agarre, pero, la puesta había comenzado de nuevo.

Vio a la bella bailarina, sucia y en ropas destrozadas, mientras soldados americanos la tenían con grilletes, jalándola y arrastrándola por el escenario. Estos reían y jugaban con la bella bailarina. Haciendo que el mexicano recordara sus grilletes siendo jalados por España. Recordará como su pueblo fue humillado, como sus mujeres y madres fueron destrozadas, como no pudo hacer nada por aquellas tierras que sus padres cuidaban con tanto recelo. Se recordó a sí mismo, tratando de luchar contra el adoctrinamiento de España, tratando de luchar por recordar a sus dioses, a su cultura, luchando sin éxito alguno.

– Una vez más. – el hombre sostenía el látigo ensangrentado, mientras la colonia estaba tirada en un charco de sangre. – ¿Cuál es tu nombre?

– ... Nueva España. – contestó el joven con la espalda destrozada.

– Bien, ahora, ¿Quién es Dios?

– ... No solo hay uno, tenemos muchos, cuando regrese Quetzalcóatl lo ... – Un golpe más lo hizo desmayarse, entre su debilidad y vergüenza, sometido, sin poder luchar, donde sus padres seguramente se avergonzarían de él.

Vio a la bailarina en el suelo, rodeada de pétalos de rosa, mientras alzaba una mano, y la música comenzaba a disiparse. Se vio a sí mismo, en el suelo de esa celda, viendo el techo frio, escuchando los sollozos de sus hermanastros, escuchando los gritos de como España absorbía cada parte de ellos. El mexicano no lo soportaba más, pero antes de que se levantara, un beso a su muñeca llegó, besando justo la cicatriz de sus grilletes. Vio al ruso, repartir tres besos en esa muñeca, sobre la cicatriz que ocultaba con recelo y vergüenza. Vio esos ojos violetas postrarse en él, y sus lágrimas fluyeron más rápido de lo que pensaba.

– México, tienes que enfrentar la puesta. Tienes que resurgir dejando tu pasado detrás. – dije, acariciándole la mejilla. – No todo está perdido, comprende eso.

– No puedo... no puedo verlo.

– Esto es lo que nunca has podido superar, tu pasado, que se acumula en tu mente y se vuelve tu peor enemigo. México, tu eres el único que impide que no seas un primer mundo, ve en el espejo quien está realmente en contra de ti. Ve tu pasado y enfréntalo, supéralo, tienes que ser libre de tus propias cadenas. Confía en mí, estoy aquí. No te dejaré solo en ningún momento, estaré para sostenerte cuando lo hagas.

El ruso acabó colocándolo entre sus piernas, acurrucándolo con él, mientras el latino aceptaba entre sollozos, frotándose en él, dejando que las manos del ruso acariciaran su cabello. Este país joven, paso a retirarle su bufanda y abrigo, dejándolo solo con la playera debajo, mientras depositaba un beso en su cuello, justo donde estaba la cicatriz de los grilletes, después paso a dejarle besos en sus muñecas, pegándole más a él, delineando dichas marcas con las yemas de sus dedos, para acabar con un beso en la frente, mientras el mexicano se armaba de valor, volviendo su vista al escenario.

– Es momento de resurgir. – susurró el ruso.

La música golpeó a todo el teatro, que jugaba con las luces, haciendo que el drama del clímax recorriera las venas del ruso y el mexicano. La bailarina comenzó a levantarse del suelo. En una bella danza, su ropa vieja y rota fue cayendo, en lo que ella comenzaba a dejar ver un hermoso atuendo rojo debajo de este. La prima balerina se abría paso entre el suelo de pétalos, dejando que su bello color rojo conquistara el blanco y negro de sus conquistadores, liberándose de los grilletes y siendo libre como un ave en el viendo de nuevo. Siendo el copo de nieve que cae en la tierra, resurgiendo para darle vida a un nuevo invierno que daba cabida a un brillante futuro.

– Se elevó contra la adversidad, sus demonios y su pena. Como tú... con colores tan fuertes que son difíciles de ignorar, como una diosa volviendo a darle vida a sus tierras. México...

– ¿Qué quieres lograr con esto, rusia? – dijo mi México, levantándose de mi regazo, caminando a los barandales.

– México, es tiempo de que vuelvas a alzarte. Leí tu historia, necesitas volver a ser un imperio. No por tu gente, ni siquiera por mí, por ti, no quiero verte atado a tus penas, quiero verte libre de nuevo. – dije, levantándome tomando su mano. – Quiero verte volar de nuevo.

– Mis alas... no han volado desde que se tiñeron de café, no puedo volar. – concluyó, mostrando su vergüenza al fin. Mientras sollozaba abrazándose a mi pecho.

No sé porque lo hice, o que pasaba por mi mente en ese instante, pero, tomé a México, jalándolo por los largos pasillos, para subir escaleras y escaleras, hasta llegar al techo. Donde caminé con él hasta la orilla, y volteé a verlo.

– México, es un salto de fe, tus alas están listas y fuertes, eres tú el que les impide volar. – dije, caminando en reversa a la orilla, parándome en una esquina.

– ¡¿Qué mierda haces Rusia?! Vas a caer. – dijo preocupado mi bello país, mirándome, estirando su mano. – Tomalá antes de que te caigas haciendo tus pendejadas, ¡Puedes morir idiota!

– Lo sé, pero, no si estas tú aquí.

Y me dejé caer.

Caí ante la mirada desesperada de México queriendo alcanzarme con sus manos. Sentí el frio viento, y como mi vida estaba al borde de extinguirse, tal vez no moriría, pero mis tierras estarían tan dañadas que no tendrían arreglo. Pero, yo sé, yo lo sé, que un ángel me salvará. Antes de sentir el pavimento, sentí unos brazos rodear mi cintura, y unas alas abriéndose en todo su esplendor, evitando mi caída, y alzándome en los aires.

– ¡Pinche ruso loco! ¡¿Qué diablos estabas pensando?! ¡Pudiste morir puta madre! – gritó México sosteniéndome.

– Estas volando... – dije y no pude evitar sonreír.

– Estoy volando... – sonrió entre lágrimas, y al final, comenzó a descender, haciéndonos caer de nuevo en el techo.

Por supuesto que México amortiguó su caída con mi cuerpo, y entre quejidos de dolor, ambos nos miramos para soltar una sonrisa. No sé por qué, pero solo quería acariciar su cabello y mejillas, y México lo permitía, acariciando mi pecho y los mechones de cabello que se habían soltado de mi coleta.

México es extraño, loco, parlanchín y demasiado grosero, pero, por la forma en la que volteó a verme, pude ver su fragilidad, sus cicatrices aun dañándolo, y esos grilletes imaginarios que hace para sujetarse al suelo. Así que decidí, que lo más importante no era mi amor, lo más importante, era rescatar a México de sí mismo, sin importar si me correspondería o no, y ahora, que lo veo liberarse poco a poco, estoy feliz de ver su primer vuelo después de años.

– ¿Puedo verlos? – dije acariciándole las mejillas. – ¿Tus ojos?

México asintió, bajando la mirada, pasando su mano primero por el ojo izquierdo y después el derecho. Temblaba, tenía miedo de abrir los ojos, quien sabe, tal vez el imperio español lo había dejado con demasiadas cicatrices que no podría contarlas. Pero, lo hizo, levantó su mirada y vi esos ojos únicos, colores infinitos, parecía una galaxia en su iris, como si tuviera una entera constelación de color dentro, viviendo y brillando.

México sonrió y yo solo supe, que, en ese día, había descubierto una belleza sin igual, en un país que estaba comenzando a resurgir de sus propias cenizas.

Salimos de allí y todo fueron risas y suaves roces de manos mientras caminábamos.

Caminamos por las calles, mientras México pateaba la nieve, sostuvimos una cata de vinos, cuando nos metimos colándonos en una tienda. Disfrutamos postres y galletas, en una cafetería viendo pasar la gente, mientras yo me hundía en las historias que México me contaba. Creo que allí fue cuando note más detalles de él. Su piel es canela, sus labios son lindos, el inferior es levemente más grueso. Él no es el típico chico lindo, como lo es Japón, él tiene rasgos cuadrados, es atractivo como hombre, pero es lindo, a mí se me hace lindo. Esa leve barba asomándose, esos músculos debajo, aunque no muy marcados, los podía notar. Esas grecas aztecas dibujadas en toda su piel. Amaba en definitiva su apariencia varonil, la amaba, porque era única, México es y será lo más único ante mis ojos.

– Deja de verme así Rusia. – dijo y sonreí.

– Eres hermoso, es sin querer. – contesté y este sonrió.

– Chale, es injusto, debería estar haciendo mis maletas para ir a casa, y estoy aquí, deseando que no acabe este café y tu no digas que tenemos que regresar.

– No pienso decir eso, quiero seguir pasando la noche contigo. – contesté.

– No tienes suerte para pasar la noche conmigo. – respondió con un leve sonrojo en sus mejillas. – al menos no en la primera cita. – dijo y sonreí.

– ¿Habrá más citas?

– Así es, quiero más, mucho más.

Padre, ahora te entiendo, entiendo porque te enamoraste de él, entiendo porque estás loco por él. ¿Quién no lo estaría? Es lo más perfecto en el mundo, y a la vez, es tan imperfecto que me complemento perfectamente con su vida. Padre, México es asombroso.

Acabamos por llegar a mi casa nuevamente.

México se recargó en mi pecho mientras disfrutábamos la chimenea de mi sala. Estoy feliz de haber comprado ese sillón reclinable, donde cabíamos ambos y podíamos estar pegados, relajándonos, en lo que México jugaba con mi cabello, trenzándolo, y yo lo dejaba. Sentir las manos de México era un privilegio que no pensaba dejar pasar por nada en el mundo. Además, creo que era la primera vez que desataba mi cabello frente a una nación.

– ¿Te gusta?

– Si, se ve genial. – contesté y este me sonrió.

– Que joto eres Tripalosky.

Acabamos por mirarnos de nuevo, y recordé la promesa que hice, no volvería a besarlo a la fuerza, así que, resistiendo mis ganas, solo acaricié su mejilla dándole un simple beso en la frente. Pero no acabo allí, México me jaló besándome en los labios, subiéndose a mis piernas y yo solo pude ceder, cedía a su dulce toque. Acaricié sus mejillas mientras ese dulce beso seguía, acaricié su espalda, bajando a su cintura, pegándolo más y más a mí. Sentía sus dulces labios sabor fresa, sentía su cuerpo rozando el mío, sentía mis emociones explotando para nunca terminar en mi cabeza, y joder, que estaba en el paraíso por un simple beso que México me había brindado.

Sentí sus jadeos y como su lengua entraba en la mía, sentí sus brazos alrededor y podría morir, pero moriría feliz.

Nos separamos un instante, mirándonos de nuevo, viendo como los ojos de México brillaban y sus labios regresaban a los míos como extrañando mi toque. Qué bueno, porque yo igualmente lo extrañaba, no quería estar separado de esos labios nunca más.

Él acariciaba mi pecho, mi torso, mientras el dulce beso seguía, no quería soltarlo, no quería soltar nunca su dulce calidez, escuché un suave gemido mientras sonreía por dentro gustoso de escucharlo, metiendo mi lengua más en su boca, exigiendo que me dejara conquistarla, que me dejara hacerla sentir bien.

– Yo... – jadeo mirándome, separándose suavemente de mí. – Rusia, lo lamento no debí.

– No, no, fue perfecto, no te preocupes. – conteste besándole la barbilla y mejilla. – Me gustas mucho México. Creo que estoy enamorado de ti. Si no lo hubieras hecho, yo lo hubiera hecho, pero acabaría sin bolas por hacerlo de nuevo a la fuerza.

– Rusia. – dijo sonrojado mirándome. – ¿Estás enamorado de mí?

– Si, eso creo.

– ¿Crees?

– Estoy seguro. – respondí y este soltó una dulce risa.

– Que casualidad, porque yo creo que estoy empezando...

Me borraron la sonrisa.

Cuando vi a uno de los robots de ONU jalando a México, poniéndole grilletes en el cuello y muñecas. No tuve tiempo de reaccionar para ayudarlo, porque, acabé de la misma forma, siendo azotado en el suelo. ONU entró en mi casa, mirándonos, mientras yo solo podía ver a México retorcerse tratando de liberarse, gritando y entrando en shock.

ONU lo hizo a propósito, lo sé.

Sabía que México entraría en pánico al sentir los grilletes de nuevo, lo sabía. Solo quería verlo sufrir.

¿Qué diablos le pasó a esta máquina?



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Aclaraciones:
– No existe la puesta de "El ultimo copo de nieve en la tierra"

– Y por si no se entendió. QuQ, Rusia cree que lo mas importante para México no era una pareja, él primero quería liberar a México de sus penas, hacerlo amarse a si mismo, antes de que le permitiera amarlo a él. Y México comenzó a enamorarse de Rusia, porque es el primero que busco eso. Imperio era por deseo, URSS era obsesión y conquista, USA Y Canadá querían comprarlo con regalos y estabilidad. Solo fue Rusia quien vio el dolor en sus ojos, y quiso ayudarlo a volver a resurgir como la gran nación que es, sin esperar nada a cambio, es por eso que comenzó a enamorarse del ruso en esta cita. 

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