29 ; verdad y venganza I (primera parte) *
⚠️ Advertencia: Contenido explícito ⚠️
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La verdad
Namjoon se alejó de manera discreta de todas las personas que estaban en la entrada y caminó hacía el bosque, donde un alfa con una camisa larga de cuadros descansaba apoyado contra el tronco de uno de los pinos.
—Justo iba a ir a buscarte.
Jaeno sonrió de lado —No quería que te fueras enojado conmigo.
—No lo estoy —dijo Namjoon de forma simple. Luego recordó que las últimas palabras que le didicó fueron "Vete a la mierda" o algo similar.
Jaeno ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa torcida —Bueno, yo sí —Se encogió de hombros —Así que ten mucho cuidado. Si tienes forma de comunicarte conmigo, hazlo, por favor. Y regresa, maldita sea. Pronto.
El mayor abrazó a Jaeno con fuerza. Y fue correspondido con un agarra todavía más fuerte.
Un silbido hizo que ambos se girasen hacia la entrada, Seokjin agitaba el brazo derecho para llamar su atención.
—Tengo que irme —Regresó su vista al menor —¿Estamos bien?
—Claro. Piensa en lo que haces. Te amo.
—Oh, cállate —Namjoon lo empujó por el hombro y comenzó a dirigirse hacia la entrada del pueblo, caminando de espaldas.
—Dilo tú también hyung —Jaeno soltó luciendo completamente serio.
—¡Entiende que voy a regresar!
Jaeno no se inmutó —Dilo.
—Yo también te amo, ahora cállate.
—Despídeme de Sunji.
El menor sonrió satisfecho después de que Namjoon asintiera y regresara con todos a pocos metros de distancia. Antes de caminar de regreso al pueblo agitó su mano sonriente hacia Sunji.
La rubia lo imitó y dejó de mirarlo al sentir los brazos de su hermana en su cabeza. Antes de responder hacia la rara muestra de afecto, vio que Namjoon y Seokjin continuaban subiendo maletas a la camioneta.
—Sunji... —Sunah la llamó por su nombre con tristeza. La beta torció los labios e hizo un puchero.
—Es poco tiempo, unnie. No te pongas triste.
La más alta estrechó su agarre. Como la diferencia de altura no las ayudaba mucho, terminó por agacharse un poco para rodearla por los hombros.
—Es que te voy a extrañar.
—Yo más.
Sunah estaba casada, vivía fuera de casa con el amor de su vida, pero aun así eran unas hermanas bastante unidas. Por más ocupadas que ambas estuvieran tenían que juntarse, mínimo, una vez a la semana. ¿Cuatro años sin ella? Demonios, si extrañó a Jeongguk cuando se fue y ni siquiera eran tan cercanos, no podía ni imaginarse lo que iba a sufrir sin su hermana menor. Pero sabía cuánto quería irse, y como esa felicidad estaba primero que todo, la iba a apoyar y ayudar en lo que necesitara, aunque no estuviese de acuerdo.
Besó su frente y le dio un abrazo más corto que el anterior.
—Anda ve con papá.
La rubia asintió y caminó unos diez pasos hasta dónde estaban sus padres. Su madre estaba seria, con un triste semblante, mientras que su padre se limpiaba las lágrimas con un pañuelo. Se lo esperaba, ella siempre había sido más niña de papá y Sunah, más de mamá.
Primero abrió los abrazos y se lanzó a los brazos de su padre, casi de su mismo tamaño. Sintió una de sus manos en su cabeza y soltó un suspiro. Le dolía mucho dejarlos, pero necesitaba dar ese paso.
—Cuídate mucho, princesa —ByungTae acarició el cabello de la menor de sus dos hijas y dejó un beso en su costado.
—Siempre, papi.
Se separó de él y miró a su madre, con la espalda recta y las cejas arqueadas.
—No seas tan dura contigo misma y sé paciente, Sunji. Pregunta si no entiendes algo y sé cuidadosa.
—Sí mamá —Sonrió de una forma tan triste, que a pesar de nunca haber sido una mujer cariñosa, hizo a Yoonhee llevarla entre sus brazos sin dudar —No te preocupes —Continuó hablando en el pecho de su madre —Estaré bien.
Al separarse, Yoonhee miró al castaño que se aproximaba a ellos.
—Namjoon...
—Yo la cuidaré señora Lee —Sonrió levemente y abrazó a Sunji por los hombros —No se preocupe.
Él se despidió de forma breve, aún nervioso por dejar una buena impresión. Tomó la última maleta de su novia y la llevó a la camioneta. Inhaló profundamente y sonrió al exhalar cuando Seokjin se paró a su lado.
—Todo lo que tardó tu casa en estar lista... y para que te vayas a la semana.
—Fueron varios meses. Creo —refutó —Pero está bien, voy a regresar hyung ¿recuerdas?
Seokjin sonrió levemente de lado —¿En serio lo harás?
—Claro que sí. Puedes esperarme sin problema.
No se necesitaron más palabras. Seokjin peinó el cabello de su hermano menor -aunque más alto- y se rodearon al mismo tiempo. El puro contacto físico y todo el calor que desprendían fueron detalles suficientes para hacer que ambos se sintiesen tristes. No era fácil irse, ni tampoco lo era dejar ir, pero ya no había vuelta atrás.
—Cuídalos a todos —Dijo el menor.
—No lo tienes ni que pedir.
A varios pasos, Seungheon abrazó con fuerza a Yowon, acariciando su cabeza y peinando el cabello que salía de su chongo bajo, mientras ella lo abrazaba más fuerte por la cintura. Cuando su hijo se alejó del omega y caminó hacia ellos, Yowon sintió un vacío en su estómago. Taehyung dejó de intentar pararse con un solo pie y corrió donde el alfa hasta chocar con sus piernas, antes de saltar para ser cargado como tanto le gustaba. Namjoon no tardó en hacerlo, tomándolo por las axilas y llevándolo a su pecho.
—Adiós, Tete —besó las mejillas de su hermano menor —Pórtate bien y por favor reconóceme cuando regrese.
El beta juntó las mejillas de su hermano mayor. Dejó un beso en cada una, como él lo había hecho.
—¿Tadas?
Namjoon sonrió —Si, bebé. Tardo. Espérame hasta que llegue ¿si?
Taehyung asintió efusivamente. Se colgó del cuello de su hermano saltando de sus brazos y el castaño le dio varias vueltas. La risa contagiosa del beta hizo que las demás personas sonrieran con tristeza.
Antes de bajarlo, envolvió su pequeño cuerpo en un cálido y asfixiante abrazo. Le hizo cosquillas en el cuello y lo bajó. El bebé le dio un último apretón a sus piernas y salió saltando con un solo pie hacia algún lugar próximo.
—No le digas cosas así, Nam —Su padre le regañó, mientras todos miraban a Taehyung riendo tirado en el piso por su falta de equilibrio —Puede malinterpretarlo, tal vez piensa que llegues mañana y no en años.
El castaño sonrió sin mostrar los dientes —Lo siento.
—¿En serio te tienes que ir? —Yowon soltó hipando y arrugando la camisa de Seungheon, que aún la tenía abrazada.
—Sí mamá, enserio. Estaré bien. —Limpió la lágrima que ya estaba bajando por su mejilla, y la llevó a sus brazos —Por favor no llores ni te pongas triste —Pidió —Regresaré en menos de lo que esperas ¿si? Y no me iré de nuevo.
—Cuídate mucho.
—Te lo prometo.
Miró a su padre y le sonrió con los ojos tristes. De inmediato lo abrazó, mucho más brusco y efusivo en comparación del que le había dado a su madre. Seungheon sobó la espalda de su hijo.
—Ya me siento orgulloso de ti. Hazme sentir más orgullo todavía.
Namjoon sonrió en el hombro de su padre.
—Claro padre.
Bastaron unas palmadas toscas en ambas espaldas antes de separarse. Abrazó a todos al mismo tiempo, Taehyung siendo cargado por Seokjin, que se había unido también a la despedida.
—Cuídense. Y espérenme ¿Está bien?
Todos, incluso Taehyung, asintieron. Besó sus mejillas y se despidió agitando la mano mientras se acercaba a la camioneta.
Notó que Jimin, junto al vehículo, recién se terminaba de despedir de su novia y mientras ella se encaminaba en la misma dirección que Jeongguk, aprovechó y caminó hacia él, deteniendo el paso cuando los ojos color hielo conectaron con los suyos.
—Cuídate, enano.
No supo que más decir. Metió las manos a sus bolsillos y ladeó la cabeza, como si de esa forma le vinieran palabras a la mente. El albino lo miró con los ojos algo más abiertos de lo normal. Al contrario de lo que el alfa pensaba que haría, Jimin no sonrió.
—Eso es lo que yo debería decirte a ti.
Silencio. A pesar de que no habían hablado desde hacía dos semanas, Namjoon asumió que su mejor amigo ya estaba bien con el hecho de que se iba a la ciudad, pero al parecer se había equivocado.
—Ven aquí.
Dijo sin pensárselo mucho, abriendo los brazos, pero sin moverse de lugar. Jimin no era fan de las despedidas, pero no se atrevía a darse media vuelta y dejarlo así, por lo que dio dos pasos cortos y rodeó su cintura con ambos brazos, apoyando la cabeza al costado de la Namjoon. Él hizo lo mismo; experimentando el toque cálido y cómodo de siempre.
No quería mirar a otra parte por la incomodidad de saber que Sunji y Jeongguk podrían estar volteando y pensando mal o algo parecido, pero su mente no fue más allá porque la voz del albino resonó, interrumpiéndole.
—Todos te estaremos esperando, así que más te vale que regreses.
Le dio un apretón más fuerte —Te juro que lo haré. En serio ¿por qué nadie me cree?
La risa seca del peliblanco lo hizo reír también.
—Te amo mucho lobo—soltó Jimin con toda sinceridad.
Namjoon quería despegarlo de su cuerpo y darle un beso en la frente como solía hacer, pero ya no podía. O al menos no lo veía correcto. No estaban en las mismas circunstancias de hacía varios años y lo que menos necesitaba ahora era un drama.
—Yo más Jiminnie —dijo por fin, sintiéndose repentinamente mal.
Se despegaron y el albino miró hacia atrás, donde el pelinegro les sonreía sin mostrar los dientes junto a la puerta de la camioneta negra.
—Ve —El albino lo miró de nuevo, señalando con la cabeza al alfa de la manada —Te falta alguien.
No respondió ni asintió. Lo tomó del hombro y después de darle una leve palmadita, caminó hacia su mejor amigo, sintiéndose más pesado que nunca.
—Hermano... —dijo cuando llegó a él. Su voz salió extraña, como si la garganta se le estuviera cerrando con el paso de las palabras.
—¿Me dejaste para el último a propósito? — Jeongguk sonrió, pero definitivamente no de felicidad.
—Cállate.
El menor recordó cuando hace varios años era él el que se iba y no Namjoon. El castaño le había pedido que regresara con recuerdos y se abrazaron tan fuerte que ambos creyeron que se habían roto varias costillas. En ese entonces lo único que quería era llevarse a su mejor amigo con él. Ir a fiestas, conocer a personas, hacer estupideces sin tener consecuencias de por medio y estar sin adultos ni padres que les estuvieran jodiendo las bolas. Eran apenas unos jóvenes que se aterraban con solo pensar en ser adultos, y ahora todo era diferente. Namjoon regresaría a sus treinta años y más preparado que nunca. Estaría durante mucho tiempo sin verlo y, aunque no lo quisiera admitir tan fácil, eso le destrozaba.
—Ahora me toca a mí esperarte.
Namjoon sonrió sin mostrar los dientes, apretando su garganta.
—Yo sí te voy a reconocer a la primera —bromeó.
—Cállate.
Jeongguk golpeó el hombro del mayor y lo jaló hacía él. Namjoon se iba. Su mano derecha estaba yéndose del pueblo para dejar de sentirse asfixiado y aprender cosas nuevas. Aunque estaba feliz de ser quien le ayudase a salir del pozo en el que se estaba adentrando, solo los Dioses sabían cuando le dolía. No quería que se subiera a la camioneta y condujera horas hacia el norte, pero no le quedaba más remedio que apoyarlo. Lo apretó fuerte y Namjoon le respondió igual. Los dos inhalaron sonoramente y soltaron una risilla por la inesperada sincronización.
—Seguiremos en contacto. Cuídate mucho y prepárate para lo que viene.
Se soltaron y Namjoon asintió.
—Sí, sí. Hasta pronto.
—Hasta pronto.
Después de dedicarle una sonrisa a su mejor amigo, abrió la puerta de la camioneta y se sentó en el asiento del conductor. Antes de encenderla, miró a su lado izquierdo y acarició la mejilla de Sunji, quien sonreía de oreja a oreja con los ojos vidriosos.
—¿Lista, mi amor?
—Claro que sí.
///
El camino de regreso fue silencioso. Jeongguk apretó suavemente la mano con la que sostenía la de Jimin y le sonrió. Una sonrisa que obviamente no irradiaba felicidad, pero que al mismo tiempo no era forzada.
El albino le contestó con una aún más leve y dejó de mirarlo para mirar al frente. También apretó su agarre, pero a diferencia del alfa, nunca lo suavizó.
Un dolor en su interior lo hizo bajar la mirada, y sin pensárselo mucho, bloqueó el lazo. El alfa lo miró extrañado, pero decidió darle su espacio. Cada quien tenía su forma de lidiar con las cosas, y si Jimin no quería compartir sus sentimientos o emociones; lo entendía.
Así que se pegó un poco más a él y con los hombros chocando, siguieron caminando hasta su hogar durante varios minutos. Quería que con ese contacto de pieles, recordara que no estaba solo; y que nunca más volvería a estarlo.
El albino se inclinó levemente hacia él en respuesta, pero no dijo palabra alguna. Inhaló y exhaló repetidas veces pasando desapercibido. Su pecho, su estómago, sus entrañas ardían y dolían tanto que no tuvo más remedio que aguantarse las ganas de llorar y subir de manera lenta las escaleras de la entrada.
Entraron y después de que el alfa cerrara la puerta y soltara un suspiro, habló.
—¿Quieres algo de c-
Pero no pudo terminar de hablar porque el omega lo soltó y caminó hacia el baño, cerrando la puerta de forma suave. Observó su silueta desaparecer por el pasillo y ladeó la cabeza sin saber qué hacer. Pensó en ir y tocarle la puerta para preguntarle qué tenía, pero no quería insistir o verse molesto.
Acababa de despedirse de su mejor amigo al que no vería por largos años, por supuesto que quería estar solo o al menos tener su espacio. Si él, le pedía que lo escuchara o su simple presencia , entonces estaría ahí.
Jimin se tiró al piso apenas cerró la puerta. Arrugó la tela que cubría su pecho y respiró tan hondo como sus pulmones le permitieron. Se jaloneó la cara y la cubrió con ambas manos, deseando no llorar.
—Está bien, está bien... —Se dijo a sí mismo una y otra vez, envolviéndose entre sus brazos.
Pero no. No estaba bien y lo sabía. Antes de que pudiera detenerse y pensar con claridad, se puso de pie y corrió hacia su habitación. Pasó de largo la sala y el comedor y a toda prisa subió por las escaleras.
—¿Mimi? —Jeongguk preguntó al verlo subir apurado. De pronto un mal presentimiento llenó su pecho.
Jimin ignoró la voz de su novio por la desesperación y subió de dos en dos los escalones del piso que le faltaba. Se apuró más, al escuchar los pasos apresurados desde la cocina. Con los ojos llorosos aventó la puerta de su habitación sin tener tiempo de ponerle seguro.
—¡JIMIN!
Le escuchó de nuevo, pero esta vez cerró la puerta del baño. Con prisa y con el corazón casi saliéndose del pecho, abrió el mueble del lavabo y de su cajita blanca sacó el pastillero. Lo abrió y no le importó si algunas píldoras y pastillas cayeron al suelo. Se llenó la mano y metió las que pudo en su boca. El sabor amargo y asqueroso llenó su lengua. Tragó algunas, pero cuando se paró para abrir la llave del agua y tomarse las demás -que ya se estaban disolviendo- de una vez por todas, un jalón en la cintura lo alejó abruptamente del mueble.
Se dejó caer por la falta de aire y el mareo. Luchó por mantener la mandíbula cerrada, pero se cansó. Dejó que Jeongguk abriera su boca y le quitara el puñado de pastillas listas para deshacerse.
Jimin lloró, de forma silenciosa, mirando a la nada.
Jeongguk, aterrado y con prisa, lanzó las pastillas con textura pastosa por el retrete. Revisó la boca, por debajo de la lengua y en sus mejillas por si quedaban varias, pero nada.
—¿Cuántas te alcanzaste a tragar? —preguntó de forma desesperada.
El albino siguió con la mirada en la perdida, con lágrimas cayendo por sus mejillas sin intención de parar. Jeongguk soltó un suspiro y bajó la palanca del baño. Limpió su mano con papel de baño, y cuando estuvo seca, la envolvió en papel de nuevo para limpiar la barbilla del omega, después las lágrimas gruesas que empapaban sus mejillas. Quería llorar también por el susto y apretando la quijada la llevó hasta sus brazos, dejándose caer en el piso también.
Soltó feromonas y cerró los ojos con fuerza cuando el albino sollozó más fuerte.
—No vuelvas a hacer eso —Regañó con la bilis en la garganta. Lo abrazó más fuerte y exhaló repetidas veces, ignorando la visión borrosa por las lágrimas que se le estaban acumulando por el susto —Háblame.
Pidió con el corazón latiéndole en la garganta. Pero Jimin no habló. Soltó su olor poco a poco pero Jeongguk siguió sin entender.
—¿Qué pasa, Jimin?
Y lo notó. Su cuerpo lo notó por él.
—¿Hiciste eso por tu celo?
El omega se aferró más a su camisa y soltó un grito que se perdió por lo breve y agudo que había salido. Lloró más fuerte porque escuchó la palabra que no quería que fuese mencionada. Jeongguk frunció el ceño de nuevo.
—¿Qué pasa, mi amor?
—Lo odio —dijo casi con rabia —Necesito inyectarme.
—Jimin...
—Necesit-
—¿No quieres pasar tu celo conmigo?
Que no me obligue, que no me obligue, que no me obligue...
—No.
Antes de que el alfa pudiera siquiera procesar la respuesta, el omega liberó el lazo. Jeongguk sintió todo su terror como si fuera propio. Una mezcla de pánico, miedo, asco y de más cosas que no podía ni describir, llenó su lazo.
—Está bien, está bien —Abrazó su cabeza y dejó un beso en su coronilla —¿Cuántos inhibidores alcanzaste a tragar, mi amor? Por favor dime la verdad.
—Dos —respondió —Creo.
—Con esas bastará.
—No —interrumpió rápidamente —Necesito inyectarme.
El alfa se despegó de él y lo observó, claramente sin saber qué hacer. Se sentía horrible el no poder hacer nada para ayudarlo, o siquiera tranquilizarlo. Notaba un hueco en el pecho al verlo así, tirado, asustado, con la mirada perdida y el rostro empapado de nuevo, pero no sabía si podía confiar en él en esos momentos.
¿Y si lo inyectaba y terminaba haciéndole algo malo? ¿Y si era mentira para hacerse daño? La culpa lo carcomería por el resto de sus días si algo le pasaba, pero ¿y si era verdad? ¿y si no le inyectaba y terminaba siendo peor para Jimin?
Lo miró, y cuando sintió que el olor del albino, en lugar de reducirse, aumentó, supo que sí le decía la verdad. Y mierda, eso era una mala señal.
Ignoró las reacciones que su propio cuerpo tenía ante el delicioso aroma, y en su lugar echó un ojo al botiquín tirado en el piso. Movió las cajas y cajas que habían y se detuvo por un segundo cuando por el rabillo del ojo notó que su novio estaba gateando hacia su habitación.
Lo más seguro es que se tiraría en la cama para descansar, así que no se preocupó. Enfocado en cualquier sonido que el albino pudiese hacer, siguió buscando las dichosas inyecciones que Jimin necesitaba. Ni se dio cuenta que el miedo poco a poco se evaporó del lazo porque en sus manos habían por lo menos quince jeringas con un inhibidor muy fuerte color amarillo fosforescente. Leyó la etiqueta y frunció el ceño porque era demasiado fuerte y con efectos secundarios serios. Pero tenía que confiar en él. Si los tenía ahí es porque ya los había usado antes.
Así que tomó una jeringa y le quitó la tapa con los dientes para aliviar un poco a Jimin. No sabía cuánto tardaban en hacer efecto, pero esperaba que diese resultado pronto.
Salió del baño apurado, a zancadas largas pero detuvo el paso en seco cuando lo vio de pie junto a su cama, quitándose la ropa interior, la única prenda que llevaba puesta.
De golpe, las feromonas del celo que Jimin sin saber soltaba, hicieron que Jeongguk reaccionara.
El celo de los alfas y los omegas eran muy diferentes.
Los alfas se ponían salvajes y territoriales, pero con una sola pastilla esos comportamientos se esfumaban. No duraba mucho tiempo y su olor no cambiaba mucho en realidad. Las feromonas salían por sí solas y solo afectaban a su pareja si estaba en un enlace, si no, el olor era perceptible para todas las clases.
El celo de los omegas era un poco más complicado. Duraba hasta una semana y perdían la conciencia por completo. A pesar de que recordaban todo después, por esos días su instinto era quien actuaba por ellos, su lobo interno. Se volvían sumisos, casi cachorros de nuevo. Necesitados, buscando un alfa quien los satisficiera y los "llenara". Su cuerpo se preparaba por sí solo durante todo ese lapso de tiempo.
Y el albino estaba ahí, dándole la espalda y respirando ruidosamente. Vio que los fluidos escurrían por sus muslos y con velocidad, cubrió su entrepierna con ambas manos.
Cerró los ojos, contuvo su respiración y luchó consigo mismo para evitar tener otra reacción, pero sabía que eso era imposible.
Ese olor que desprendía lo incitaba a marcarlo de nuevo y enterrarse en él hasta que la omega ya no pudiera más.
—Alfa...
Jimin gimió cuando olió a Jeongguk cerca. A su alfa.
El pelinegro desvió la mirada cuando lo vio gatear hasta él. Trató de visualizar o imaginarse cualquier cosa que le causara tristeza o asco para evitar concentrarse en el albino. Inhaló por fin, parpadeó varias veces y se agachó. Quitó la jeringa de entre sus dientes para inyectarlo en el muslo o en el trasero, pero el peliblanco fue más rápido. Se tiró al piso y apoyándose por los codos, abrió las piernas.
—Alfa... —gimoteó de nuevo
Jeongguk trató, trató y trató de quitarle la mirada de encima, pero realmente no podía.
—Mierda, mierda, mierda.
Soltó por lo bajo a ver a su novio ahora deslizando sus dedos ya húmedos tanteando su entrada, justo debajo de él.
—Jimin... —gimoteó ahora Jeongguk, jalonéandose la cara con su mano desocupada.
Con los ojos cerrados y sintiéndose decidido, tomó la jeringa entre sus dientes, lo tomó de las rodillas y le cerró las piernas, prácticamente haciéndole quedar de lado con el cuerpo flexionado. Él, de nuevo, se aprovechó y se empinó frente a él, a cuatro patas, arqueando la espalda y pegando su pecho al piso.
El alfa sintió que la boca se le hacía agua y que su pene estaba tan duro que parecía que estaba a punto de reventar la tela de su pantalón.
Para inyectarlo, sí o sí lo tenía que mirar, y la vista que el omega le estaba dando era imposible de ignorar. Jimin estaba separando sus mejillas y parecía que le estaba entregando su agujero —pequeño, rosado y empapado— en bandeja de plata.
Jeongguk realmente quería meter la cara ahí y devorarlo sin descanso el tiempo que durara su celo. Y lo que le seguía. Quería hacerlo sentir de maravilla, besarlo y tocar cada milímetro de su piel, pero Jimin no quería eso.
Aunque estaba frente a él, luciendo perfecto como siempre, casi rogándole por atención, su novio no quería pasar su celo con él. Así que endureció los gestos de su cara, tragó y aprovechó para meter la jeringa en su nalga derecha.
A el omega no podía interesarle menos. Lo miraba por el hueco que se formaba entre la separación de sus piernas y se inclinaba hacia atrás para chocar con el rostro del alfa, pero no podía porque él no hacía más que esquivarlo.
El pelinegro, apenas terminó de introducir el líquido se paró derecho; dispuesto a salir de la habitación. Pero Jimin, al ver sus intenciones se incorporó y abrazó la pierna del alfa. Con los ojos llorosos y luciendo más claros que nunca, buscó su mirada y cuando la encontró, lamió su entrepierna cubierta por la dura tela de la mezclilla.
Levantó los brazos para acariciar su abdomen y de paso quitarle el molesto pantalón pero el alfa lo detuvo, tomándolo de las muñecas suavemente.
Con todo el dolor de su corazón, lo pasó de largo y se metió al baño. Metió a la cajita blanca llena de medicinas y cajas cualquier cosa con la que Jimin se pudiera hacer daño. Revisó su tocador, la cama y cualquier otro espacio, con cuidado de no pisar al albino que lo seguía, a veces gateando y otras de pie.
Salió de la habitación corriendo y aprovechó que su novio fue demasiado lento como para reaccionar cuando cerró la puerta tras de sí. Permaneció quieto por unos segundos, pero al no ver cambio, no lo soportó más.
Se recargó en la pared hasta dejarse caer. Miró hacia abajo, dónde su erección resaltaba y la tela permanecía húmeda por la saliva de Jimin y su líquido preseminal. Negó para sí mismo completamente decepcionado. Asqueado.
Golpeó su cabeza contra la pared y se quedó ahí mucho tiempo. Pensando, suspirando y frustrándose a más no poder.
Sin saber cómo comenzar, se le ocurrió la repentina idea de llamarle al doctor Choi, que después de escuchar la corta explicación y el nombre del inhibidor, le indicó que debía inyectarlo cada doce horas.
Preparó la cena, una sencilla y fácil de digerir. Subió hasta el tercer piso y abrió la puerta temeroso con la bandeja en una sola mano.
Jimin estaba sentado en la esquina de su habitación sobre un charco de sus propios fluidos. Lloraba silenciosamente con la mirada hacia el frente, abrazándose a sí mismo.
Jeongguk, al verlo más consciente, dejó la cena en la cama y llenó la bañera con agua caliente. Caminó hasta Jimin y besó su frente antes de cargarlo de forma nupcial y pegarlo a su cuerpo. El albino se pegó a su cuello y se dejó envolver por el aroma de su novio, que se mezclaba con sus feromonas.
El alfa comprobó la temperatura del agua una vez más y, con cuidado, lo metió en la bañera. Por suerte el agua no se desbordó y, con su colaboración, lo sumergió con delicadeza para mojarlo por completo. Por todos sus pensamientos y cargos de conciencia, Jeongguk no le veía nada sexual a ese acto. Más bien era uno de amor, demasiado íntimo.
Empezó con su cabello y se tensó cuando el efecto del inhibidor comenzó a perderse. El olor de las feromonas sexuales llenó la habitación y Jimin sollozó.
—Tranquilo, mi amor. Aguanta un poco más, te inyectaré apenas termine —Dijo con una preocupación obvia en su voz.
El albino asintió, ayudando a Jeongguk a terminar de tallar su cuero cabelludo para quitarse el shampoo después. Se talló él solo el frente de su cuerpo sintiéndose a contrarreloj. Notó que el pelinegro ya había acabado con su espalda, y asustado, se puso de pie. El alfa, sin jamás despegar sus ojos de los suyos, lo envolvió en una toalla. Lo secó por encima y de su bolsillo sacó la jeringa. Le quitó la tapa y descubrió levemente el muslo del omega que yacía sentado en el retrete y envuelto en su toalla gris.
La enterró levemente en su piel, inyectó el líquido y sacó la aguja con prisa para después tomar la toalla y cubrirlo de nuevo; haciendo un poco de presión dónde había sido el piquete.
—Lo iré haciendo dos veces al día.
Miró a su novio de nuevo, pero su mirada ya no era la misma. Ignoró ese detalle y salió del baño para ir a una de sus cajoneras. Sacó la camisa más suave que encontró y se dio la media vuelta, sabiendo que Jimin ya estaba en la cama. Esta vez miedoso, sumiso, como en cualquier etapa del celo de un omega normal.
Después de recoger la toalla del piso y secarle el cabello empapado, el pelinegro lo vistió con la camisa color arena y le puso unos bóxers para que al menos en su interior se sintiera un poco más cómodo.
Se sentó a su lado en el colchón y puso la bandeja en su regazo. Llenó el tenedor con la cena y lo llevó hasta la boca del peliblanco. Cuando los omegas se comportaban así en esa etapa del celo, los alfas casi en automático sabían qué hacer: mimarlos. Una y otra vez.
Jimin abrió la boca, feliz y emocionado por el siguiente bocado que esperaba por él. Jeongguk sonrió y llenó el tenedor nuevamente, reprimiendo la risilla que se le quería escapar de los labios al ver al albino mover las piernas como un cachorrito que no alcanzaba el piso al estar sentado. Ladeó la cabeza y se sonrojó al sentir la mirada del alfa, pero volvió a abrir la boca para cenar.
Los minutos pasaron y para Jeongguk fueron eternos. La mayoría del tiempo se la pasó halagando a Jimin y sonriéndole como idiota. Clavaba el tenedor en el plato a ciegas por no quitarle la mirada de encima y varias veces lo llevó a su boca prácticamente vacío, sintiéndose tonto y apenado al instante.
El omega se meció en su lugar sin moverse mucho y cuando la cena se acabó, el alfa entró en un conflicto consigo mismo. No quería dejarla solo, no después de la horrible escena en el baño de hacía horas atrás.
Si volvía a ser él mismo o al menos en entrar un poco en conciencia podía volver a intentar hacerse daño. Y no, simplemente no lo podía permitir.
Miró hacia atrás y torció la boca al ver ambas almohadas. Jimin a su lado movió las piernas con más efusividad. Suspiró.
—Vamos a dormir ¿Sí?
El peliblanco se subió por completo a la cama de un solo brinco y gateó hasta la cabecera. Jeongguk lo tapó con la sábana y dejó un beso en su frente, sonriendo también al escucharlo soltar un suspiro de satisfacción. Miró hacia el lado vacío de la cama sin pensárselo mucho y después de apagar la luz, se tiró. Jimin se pegó a él como imán y hundió la nariz en su cuello. El alfa dejó un beso en su coronilla, rodeó a la albino con un brazo y el otro lo llevó atrás de su cabeza.
Era mejor así. Lo cuidaría y vigilaría toda la noche. Así que soltó feromonas, llevó las manos al cabello blanco y con los dedos peinó los mechones todavía húmedos.
El omega, una hora después, ya estaba completamente dormido y Jeongguk, a las dos horas y media ya estaba tratando de mantener sus ojos abiertos, pero por más que trató, no pudo.
///
Lo primero que notó el alfa al despertar era que hacía calor. Mucho calor. Los ojos le pesaban tanto que parecía que llevaba alrededor de seis días sin dormir y su cuerpo estaba colapsando, o al menos cobrándole factura. Tenía la boca seca y el brazo adolorido por lo chueco que había dormido, no necesitaba abrir los ojos para saber eso.
Jadeó. Sintió una ola de placer al estirar un poco su espalda. Sonrió por inercia cuando la sensación duró más.
Abrió los ojos, ya sintiéndose despierto por completo. Talló sus cuencas y frunció el ceño cuando notó que el placer de su estiramiento matutino... ahí seguía.
Con un repentino nudo en la garganta y con pavor, bajó su mirada. Su novio tenía la mitad de su pene en la garganta. Tenía los ojos levemente humedecidos y no lo miraba. Sus ojos no se desviaban de su polla semi erecta y Jeongguk estuvo a punto de morir de pánico ahí mismo.
No supo si fue por el shock, la excitación, el miedo o porque estaba somnoliento, pero se quedó pocos segundos mirándolo; tal vez fueron dos o tres, pero de alguna forma se sintieron eternos, en cámara lenta. Ver como sus labios gruesos trataban de envolverlo de manera lasciva y torpe al mismo tiempo, enfocado solamente en tratar de meterla toda su boca. Su nariz estaba lejos de acercarse a su pubis y con su mano acariciaba sus vellos de la base mientras que con la otra se sostenía de su muslo.
La arcada del peliblanco lo hizo alejar sus caderas, pero él se aferró. El pelinegro, pálido, al ver su insistencia no tuvo más remedio que quitarlo con sus propias manos. Se subió los pants con prisa y salió corriendo de la habitación.
—No, no, no...
Repitió una y otra vez con las manos entre sus negros cabellos. Las uñas se incrustaban en su cuero cabelludo y sus dientes tiritaban dentro de su boca.
Lo que más le aterraba no fue lo que vio, sino lo que no había visto.
¿Qué tanto había hecho Jimin por instinto mientras él dormía? Tenía un sueño profundo y muy pesado para su buena y mala suerte, así que dudaba el haberse despertado al primer contacto físico.
¿Cuánto tiempo llevaba haciéndole sexo oral? ¿Y si se subió encima y se autopenetró antes? ¿Y si su líquido preseminal tuvo contacto directo con su entrada?
Y si, y si, y si...
Las posibilidades eran eternas y el miedo no hizo más que aumentar.
Jimin, si tenía el celo regular como cualquier otro omega, recordaría todo. ¿Cómo iba a mirarlo a la cara en unos días? Fue un imbécil, en toda la extensión de la palabra ¿En qué cabeza cabía que dormir con él iba a ser seguro? ¡Era el primer celo de Jimin que presenciaba! ¡¿Cómo actuó así aun sabiendo eso?!
Clavó más sus uñas en su cabeza y negó. Se sentía impotente, estúpido y miedoso. Quería golpear algo hasta que sus nudillos y brazos perdiesen fuerza, pero inhaló. Juntó sus manos en su pecho y se sentó en posición de flor de loto, dándole la espalda a la puerta.
Quería, por su bien y el de todos, dejar de ser un maldito impulsivo.
Miró sus dos manos enlazadas frente a sus ojos y exhaló por fin.
Piensa con la cabeza fría, se pidió a sí mismo, tal cual haría un Kim.
El pasado no se podía cambiar y no ganaba nada martirizándose. Fuera lo que fuera que Jimin hizo mientras dormía, ya lo hablaría con él cuando estuviese lúcido.
Ahora, lo que le quedaba hacer era cuidarlo, atenderlo y observarlo con extrema precaución durante los siguientes días. ¿Cinco? ¿Siete? ¿Nueve? Nadie lo sabía.
En ese punto ya no sabía si fue buena o mala idea no preguntar sobre sus celos. Recordó que ni siquiera mencionaron el tema después del suyo.
Las preguntas, una a una, llegaron a su mente: ¿Cómo había pasado Jimin sus celos antes de su lazo? ¿Se había intentado hacer daño antes? ¿Por qué se había desencadenado su celo ahora si se suponía que les da más seguido que a los alfas?
Apretó levemente la quijada.
¿Namjoon... le ayudaba?
Siendo honesto no le importaba si Jimin había tenido encuentros -de cualquier tipo- con otros alfas, betas u hasta omegas. Al fin y al cabo, él no era un santo o se destacaba por su "pureza" o mierdas de ese tipo, pero la mera idea de Namjoon viendo lo que él hace horas, no le entusiasmaba.
Para qué mentir, no le gustaba, lo detestaba, lo odiaba, lo aborrecía.
Sin darse cuenta sus mierdas posesivas, egoístas y celosas lo nublaron. Tardó varios segundos en volver a concentrarse en su respiración y en sus manos entrelazadas. Pegó sus pulgares cruzados a sus labios y cerró los ojos. Porque había una pregunta en específico que no quería ni formular.
¿Por qué no quiere pasar su celo conmigo?
Jimin, el día que se confesó, indirectamente le había dicho que estaba enamorado de él, o eso quería creer. Lo quería, eso sí se lo había dicho antes. Asumía que lo amaba... ¿Entonces por qué?
Inhaló, exhaló. Luego volvió a inhalar y después volvió a exhalar, tratando así de espantar las inseguridades que no hacían más que acumularse.
Regresó a la idea de tener la cabeza fría y se puso de pie, bajando las escaleras a un ritmo constante hasta llegar a la puerta principal y salir en busca de más aire. Uno fresco y con olor a la libertad del profundo y oscuro bosque.
Seguía siendo de noche. La una y media de la madrugada del día catorce de mayo, para ser exactos.
A esas altas horas de la noche, el pelinegro subió a su habitación, cerró con seguro y se tiró a la cama solo; después de haber pasado un mes acostumbrado -y encantado- a la compañía de su novio.
Esa noche, en esa cama, entre esas sábanas, no tuvo en quien apoyarse, en quien acurrucarse ni a quien envolver en sus brazos y llenar de su olor. No tuvo a quien besar, a quien desearle buenas noches y dulces sueños. Ni siquiera se atrevió a pegarse a la almohada infestada al adicto olor de nectarina que soltaba el peliblanco.
En la agobiante oscuridad y la asfixiante soledad, Jeongguk lloró lo que no había llorado en mucho, mucho tiempo.
Los constantes roces que tenía con su padre, los errores que no dejaba de cometer, la imagen de Jimin queriendo acabar con su sufrimiento de la peor manera, la ida de su hermano y el constante miedo de que no quisiera regresar, la idea de que Jimin lo repudiara por decidirse dormir con ella esa noche, las malas miradas del consejo por sus decisiones en lo que respectaba al pueblo, el pánico de la vigilancia extrema por no querer que el pelirrojo regresase al territorio.
Lloró, rompiendo la imagen de alfa inquebrantable que tenía para todos los ajenos a su vida. Sin tener el miedo de ser observado y convertirse en una preocupación más o una carga para su novio o su mejor amigo, ahora ausente. Se desahogó, hasta quedar sin aliento, hecho un ovillo en el centro de esa cama enorme, más gélida que nunca.
Durante los siguientes cinco días, el alfa se sometió a una frustrante rutina. Preparaba el desayuno, subía al tercer piso donde estaba la habitación de Jimin, abría un poco la puerta para verificar que estuviera en una etapa del celo tranquila. Lo alimentaba y después se iba. Regresaba a las once de la mañana, y aunque el doctor le dijo que de preferencia la inyectase en la vena ancha de su cuello, no podía. Enterraba la aguja en su muslo, inyectaba el inhibidor amarillo fosforescente y después se iba. Regresaba nuevamente a eso de las dos de la tarde y volvía a alimentarle. A las cinco lo bañaba. A las ocho y media le daba de cenar y regresaba a la habitación nuevamente a las once de la noche, para la siguiente jeringa.
Esa rutina no se le hacía frustrante porque le aburría o porque lo veía como una obligación que sí o sí tenía que hacer, nada de eso. Esa pequeña y breve cotidianidad era sofocante porque veía a su novio llorar a mares y no podía hacer nada para ayudarlo.
Solo veía su rostro con expresiones monótonas. En varias ocasiones observó sus brazos arañados y en la ducha le quitaba su propia piel debajo de sus uñas. Para cuando lo envolvía en la toalla y lo secaba, su cuerpo no tenía ni una marca por su rápida recuperación. Pero a la hora de la cena se encontraba con esos arañazos de nuevo, a veces en las piernas, en su estómago, en su cuello o en su pecho.
Sentía esa impotencia al verlo casi lúcido, serio y con la mirada vacía en algún punto de la habitación, porque muy en sus adentros él sabía que faltaba poco para regresar a ese bucle que sentía como eterno. Actuar como tanto aborrecía, suplicar por cosas que no quería.
Con mirarle, aunque sea de espaldas, notaba que su corazón estaba hecho añicos.
Jeongguk sabía que, muy dentro de su pecho, Jimin no lo quería cerca. Nunca lo miró mal, le dijo algo o siquiera rechazó su tacto, pero esa corazonada la sentía más intensa que cualquier otra que tuvo antes, en toda su vida.
Se limitaba a tallar su piel de forma delicada, besarlo tiernamente en la coronilla, abrazarlo, vestirlo, darle de comer y arroparlo exclusivamente cuando actuaba como sumiso. En cambio, cuando los inhibidores hacían su trabajo y estaba levemente lúcido, solo se sentaba a unos metros de él por un tiempo relativamente corto. No lo tocaba y le hablaba cuando era estrictamente necesario, cuando sus sollozos eran tan fuertes que no podía hacer oídos sordos o cuando se iba, siempre con una despedida dulce y la pregunta "¿quieres que me quede más tiempo?" La cual siempre fue ignorada. Qué decir de cuando estaba en modo caliente. El azabache solo cruzaba el umbral y si la mirada que recibía era una de lujuria, solo cerraba la puerta y se quedaba quieto varios segundos con el pecho acelerado por la ansiedad. No importaba si llevaba la cena, era hora de la inyección o si lo iba a bañar. Cerraba la puerta y regresaba cada media hora hasta que lo encontraba con los ojos vacíos y con la cabeza enterrada en algún rincón del cuarto.
Trataba de distraerse en su despacho. Trabajaba de más, adelantaba cosas. En ese punto ya tenía un plan para Namjoon y Sunji por si cualquier percance sucediese. Todo, desde falta de alimentos hasta problemas con sus estudios, disputas con humanos o cualquier cosa. También ya estaba haciendo planes para las siguientes dos personas que se animaran a irse en cuatro o cinco años, aun si eso no llegaba a ocurrir.
Sacaba la impotencia, la tristeza y el dolor en su pecho en cada entrenamiento. Dos veces se había desmayado por la dureza de sus rutinas, pero en esos días ya había visto resultados; leves, pero notables al fin y al cabo. Podría jurar que su cuerpo ya tenía un doce o hasta un ocho por ciento de grasa.
Comía solo, o mejor dicho, movía la comida de su plato con los cubiertos sin compañía. Algunos días comía como el adolescente que fue y otros ni alcanzaba a probar bocado por no haber organizado sus tiempos.
Ese día, el dieciocho de mayo, por ahí de las nueve de la noche, Jeongguk amasó sus cuencas y arrojó uno de los tantos papeles de su escritorio hacia el extremo del mismo. Miró la hora y negó para sí mismo. Necesitaba hacer la cena, una pequeña y ligera sólo para Jimin, ya que a él ya se le había ido el apetito.
Se amasó las sienes y se enfocó en su respiración antes de levantarse y regresar al martirio que le esperaba.
—Hola...
Jeongguk se paró tan rápido como pudo de la silla. Sabía que Jimin era sigiloso, pero no esperaba que tanto. Por unos segundos se quedó inmóvil, sin tener la mínima idea de que hacer o decir. El albino se adelantó.
—Ya estoy bien.
Estaba aún con el cabello húmedo y ahora levemente enredado. Su camisa blanca, suave y larga seguía intacta sobre su piel. Ahora también llevaba puesto unos shots holgados. Sus ojos, igual de helados que siempre, lo miraban con una curiosidad obvia.
El alfa no necesitó que dijera esa frase dos veces. Caminó a zancadas largas hacia la puerta, donde Jimin estaba recargado en el umbral.
—Jimin —Dijo en automático, claramente preocupado —¿Cómo te sientes?
Fue lo suficientemente precavido para no acercarse demasiado. El albino sonrió levemente, bajando la mirada.
—Tenemos que hablar.
Me tardé demasiado, pero aquí estoy, de vuelta.
No me odien jijiji, hay nueva portada ¿Les gusta? jejejeje
Una cosa que quiero que noten, es que Jeongguk jamás ha utilizado la voz de mando en Jimin.
¿Lo habían notado?
Sabemos que Jeongguk, fácilmente pudo haberle ordenado a su novio que dejara de correr por las escaleras, que soltara las pastillas, que no se le acercara. No utilizó esa habilidad ni siquiera para esos casos de emergencia, por así decirlo. Eso es porque ps no. AJAJAJAJA
Sabe que las puede utilizar, pero siente que sería un golpe bajo de su parte. A ningún omega le gusta que le hablen en voz de mando, es casi obvio. Por eso, simplemente ignora que tiene esa habilidad y le habla normalmente. Le pide cosas como un licántropo normal (?) JAJAJA
En fin, esperen con ansias la siguiente parte, les amo ♥
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