El pequeño dragón

Título: LAZARUS II

Autora: Clumsykitty

Fandom: MCU con un pellizco de Marvel Cómics.

Parejas: sorpresa sorpresa.

Disclaimer: Nada me pertenece aunque muera por ellos, todo es de Marvel y Mr. Lee entre otros, lo único mío es esta idea mía convertida en historia. Dicho está.

Warnings: Viene la continuación de Lazarus I, por lo que os recomiendo primero leer esa parte antes de adentraros a esta desquiciada historia. Como su homóloga, está dividida en libros que van en secuencia numérica pero no en orden de trama. Historias muy agridulces, crudas como violentas. No apta para corazones sensibles o mentes tiernas. Sobre aviso no hay engaño.

Gracias por leerme.



Libro IX. El Libro de las Traiciones.

El pequeño dragón.


Oh, that boy's a slag
The best you ever had
The best you ever had
Is just a memory and those dreams
Not as daft as they seem
Not as daft as they seem
My love, when you dream them up

Fluorescent Adolescent, The Artic Monkeys.



Tenían un origen incierto, porque nadie habló de él luego de que el Tribunal Viviente los condenara para siempre a la cárcel fría de una no-dimensión sin estrellas ni mundos, atrapados en cristales mágicos que contenían sus poderes. Toda esperanza de salir de ahí era nula, el universo les odiaba simplemente por el hecho de ser Alfa Draconis, seres monstruosos que de solo tocar algo lo destruían, pudriéndolo desde dentro, sin mencionar que podían ser capaces de crear con su sangre poderosas bestias llamadas Dragones Cardinales, los dragones de los Cuatro Puntos que miraban las Cuatro Aristas, el principio Teseracto heredado de su desconocido nacimiento. Anmore no sabía por qué los despreciaban tanto.

Su hermana mayor, Sinmore, le reñía por ser débil de voluntad. No era así, simplemente que Anmore no había nacido con el ansia de destrucción de su especie, deseaba más vivir en paz, descubrir los misterios de esa existencia y claro, ser feliz. Quería conocer el significado de esa palabra escuchada en otros seres que levantaba cuentos, poemas y guerras. También anhelaba sentir lo que otras especies llamaban amor. Eso no era ser débil, solamente que era muy curioso por naturaleza, inquisitivo como inconforme de su estado natural, un depredador con poderes sorprendentes que una inmortalidad prometía hacerles reyes de cuanto quisieran. Solo que eran prisioneros de seres que el joven Alfa Draconis ni siquiera conocía o había insultado como para ganarse tal desprecio, sufriendo en aquella horrible cárcel oscura.

Apareció El Mensajero, liberándolos de su cárcel, rompiendo aquellas paredes dimensionales y llevándoles al universo de luz. Vinieron los guardianes para darles muerte, huyendo de ellos con toda la magia que tenían consigo para burlarles. Solamente sobrevivieron Sinmore y Anmore, el resto fueron extinguidos bajo el poder de las Gemas del Infinito. Estaban aterrados ante tanto odio hacia ellos pero su hermana mayor dejó los temores para cambiarlos por una ira que la hizo irreconocible mientras viajaban por todos los reinos buscando un refugio para ambos, tratando de ocultar su esencia a la vista del Tribunal Viviente. Sinmore estaba furiosa con su hermano menor por no soltar aquel pedazo inservible de Levatine que había pertenecido a una madre cuyo rostro no recordaban pero que Anmore protegía con recelo. Así fue como arribaron a las calurosas y volcánicas tierras de Muspelheim, pidiendo asilo a su rey, Surtur.

Éste aceptó a cambio de que Sinmore se casara con él, pues de solo verla la deseó. Anmore se opuso pero su voz no tenía voto en la mente vengativa de su hermana quien aceptó la propuesta enseguida, uniéndose en matrimonio al poderoso demonio. Ya no le vio en largo tiempo, dejándole solo en el oscuro y tétrico palacio demoníaco en el corazón de un volcán. Parecía que ella era feliz y el joven Alfa Draconis le tuvo envidia si aquello era cierto aunque dudaba que su hermana tuviera tales pensamientos. Bajo la protección de Muspelheim, ya nadie les buscó y Anmore aprovechó entonces para conocer las tierras de Nivadellir, escuchando de las proezas de los enanos herreros que ya eran cantadas en los palacios reales de las imponentes familias que gobernaban el universo. Viajó con un disfraz hacia las fraguas larguísimas hasta encontrar un par de maestros dispuestos a enseñarle sus secretos.

Anmore usó aquel fragmento de Levatine como materia prima para sus trabajos una vez que hubiera entendido el arte de la forja de objetos mágicos. Escuchó rumores sobre una princesa Skrull que Surtur había pedido para él más no hizo caso, concentrándose en su trabajo artesanal en aquellas fraguas de los maestros enanos, usando la mitad de aquel fragmento para crear un esplendoroso anillo y luego con el resto hizo una espada. Aún estaban en forma bruta porque el joven dragón no tenía idea sobre qué tipo de magia podía moldearse y fundir con aquellos dos objetos, dejando esa decisión para después. Había llegado una misiva de su hermana Sinmore quien le exigía volver a casa para desposar a su hermosa consorte que ella misma había seleccionado, era tiempo que el único macho Alfa Draconis tuviera descendencia. Obedeció sin rechistar, como siempre lo hacía, llevándose consigo el anillo y la espada ya terminados pero sin poder o magia alguno, siendo simples objetos de joyería que pensó en obsequiar a su prometida.

Los Skrull tenían una capacidad única en el universo, podían adoptar cualquier forma sin necesidad de magia ni tampoco gastar energía. Sinmore le pareció conveniente que ese don se heredara a los Alfa Draconis para aumentar su poder y así establecer Muspelheim como el más poderoso de los Nueve Reinos. Hasta entonces, Anmore supo que Levatine había sido creada a partir de un trozo de aquel sagrado árbol que todos llamaban Yggdrasil, motivo por el cual la madre de ambos dragones había fallecido a manos de los centinelas enviados por el Tribunal Viviente en la Purificación, como le llamaban al genocidio de su especie. Pero aquel árbol de luz era enorme, un trocito no tenía por qué haber armado tanto escándalo más así había sido la sentencia. Los Skrull eran de los pocos que no estaban de acuerdo con ello y por eso, en simpatía con los dos últimos Alfa Draconis, deseaban unir sus casas para luego armar un plan de guerra con el fin de alcanzar su venganza, prometiendo un festín de muerte y destrucción que al señor de Muspelheim pareció encantar.

K'ya se desposó con Anmore en medio de un bacanal celebrado en el reino de los demonios. Tenía esas inclinaciones de destrucción y ansia de poder como su hermana Sinmore pero con menos fuerza, compartiendo para su dicha la curiosidad por conocer los misterios del universo aunque con el fin de apoderarse por completo de él. No todo era perfecto. Anmore le mostró sus creaciones hechas en las fraguas de Nivadellir y K'ya le sugirió probar a bendecirlas con el principio Teseracto. El joven Alfa Draconis se puso el anillo que luego mordió junto con su piel escamada para llenarlo de su propia sangre mientras llamaba su herencia que impregnó en esa banda de plata, oro y diamante que se fundió en un nuevo elemento, brillando ante la poderosa magia que le fue infundida, recibiendo al fin su nombre. El Anillo de los Nibelungos.

El éxito de aquel intento les llevó a probar ahora con la espada sin nombre. Justo entonces su hermana Sinmore fue emboscada por los ejércitos de Vanaheim quienes eran fieles al juramento del Tribunal Viviente de acabar con todos esos monstruos. Surtur fue a su rescate acompañado de Anmore quien portaba ya el anillo, aunque temeroso de perder a su hermana mayor quien ya llevaba en su vientre al primer heredero de Muspelheim. Los Vanes fueron rivales a temer, con un ejército imbatible que rechazó las huestes demoniacas con facilidad. Anmore desesperó ante la idea de ver morir a su hermana como a su hijo nonato, levantando la garra donde llevaba el Anillo Nibelungo, el cual respondió a su llamado inconsciente. Una porción de una galaxia fue absorbida por un agujero negro que se convirtió en una explosión rojiza que trajo a la vida un titánico dragón de escamas carmesí que escupió el fuego exterminador sobre el ejército de Vanaheim.

Sinmore fue liberada aunque su hijo no resistió aquel suceso, perdiendo la vida al nacer. Su hermano menor se sintió muy culpable, porque K'ya anunció que estaba preñada. La mirada de Surtur no fue agradable y Anmore sintió de nuevo el peligro sobre su ser. Ya no estaban a salvo en Muspelheim. El Dragón Cardinal de color carmesí hecho piedra, se convirtió en el guardián de las tierras demoníacas y envidia de muchos señores inmortales que hasta ese momento desconocían tales criaturas como el alcance de los Alfa Draconis. Surtur le pidió a Anmore el Anillo Nibelungo como pago por la pérdida de su primogénito pero el joven dragón se negó, porque sabía lo que iba a suceder a continuación. El rey de los demonios mataría a su esposa como venganza por lo sucedido. Tomó a K'ya para huir de ahí llevándose casi nada consigo, más que su anillo y la espada sin nombre.

Pero no podían burlar a alguien como Surtur, el cual les dio caza hasta acorralarlos en las tierras oscuras de Svartalfheim, ayudado por el maquiavélico Malekith, hirió al joven Anmore. Una herida que jamás podría sanar. Éste huyó ayudado por la magia de su Anillo Nibelungo, reuniéndose en las desconocidas como pobres tierras de Midgard con K'ya. Con su energía debilitada, le fue imposible buscar otro sitio donde esconderse, usando una vez más su magia de Alfa Draconis para hurtar a Theia primigenia y convertirla en un mundo escondido bajo la sombra de Midgard a la que llamó entonces Avalon, las tierras de cristal. Ahí nació a salvo su primer hijo, Alberich. La vista de su descendiente trajo la dicha que Anmore había estado buscando, teniendo al fin la revelación sobre el poder que podía darle a la espada sin nombre que esperaba resguardada bajo pieles. Tomándola entre sus manos, sonriendo a su esposa que cargaba a su hijo en brazos, posó sus labios sobre ella, como si fuese un ser vivo. La hizo más dura que cualquier metal que manos algunas llegaran a crear, irrompible, filo eterno, hoja brillante. Nunca una mano indigna la habría de tomar. Excalibur.

Sería el obsequio de bienvenida a la vida para su hijo Alberich. Luego de tanto tiempo, Anmore comprendió lo que era el amor y la felicidad, más tarde la paz, en las tierras de Avalon que florecieron ante su poderosa magia cuando nació su segundo hijo, Uther, y su dicha se coronaría con un tercer hijo, Tyar. K'ya les nombró Pendragón por cariño al ver sus escamas más finas que su padre como sus rasgos pero tan poderosos como él, heredando la habilidad materna de cambiar de forma ante las risas complacidas de su padre quien les enseñó el Principio Teseracto como legado a la nueva generación, Draconis o Draconianos como fueron conocidos entre los mortales. Sin embargo la herida provocada por Surtur ya había robado bastante de la esencia de Anmore, el cual percibió su muerte cercana, lamentando no poder ver crecer a sus pequeños hijos que correteaban por los verdes campos o volaban sobre las nevadas montañas. Le dio a K'ya el Anillo Nibelungo antes de dar su último suspiro, con sus tres hijos llorando su nombre.

Para aquel entonces, su esposa estaba demasiado unida a él como para no acompañarle en la muerte, pues su partida le trajo un dolor similar a la herida provocada por el rey de Muspelheim. K'ya abrió un portal hacia Midgard, un enorme ojo de agua cristalina donde colocó todas las enseñanzas como magia de su ausente esposo antes de despedirse de sus hijos a los que instruyó para que conocieran a los mortales, vivieran con ellos pues Avalon era un paraíso solitario para tres pequeños Draconis por más poderosos que fueran. Con una última bendición, ella se hundió en el ojo de agua convirtiéndose en polvo estelar que trajo un firmamento brillante que siempre protegería a sus hijos. Alberich heredó el Anillo Nibelungo junto con Excalibur, convirtiéndose en la cabeza de aquella familia exiliada que posó sus ojos en los habitantes de Midgard donde encontraron seres de los otros reinos, Elfos de la Luz, Elfos Oscuros, Vanes, Aesir e incluso Gigantes de Hielo. A veces enfrascados en guerras donde los únicos que perdían la vida eran los mortales indefensos a los que Alberich tomó cariño por el juramento de su madre y el recuerdo de su padre cuya bondad heredó.

Y una vez más, el universo les odió.


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