Martillo, Truenos y Peleas
Título: LAZARUS I
Autora: Clumsykitty
Fandom: MCU con un pellizco de Marvel Cómics.
Parejas: bastantes, principalmente Stony, Thorki y Spideypool.
Disclaimer: Nada me pertenece aunque muera por ellos, todo es de Marvel y Mr. Lee entre otros, lo único mío es esta idea mía convertida en historia. Dicho está.
Warnings: Esta larga historia está dividida en libros que van en secuencia numérica pero no en orden de trama. Historias muy agridulces, crudas como violentas. No apta para corazones sensibles o mentes tiernas. Sobre aviso no hay engaño.
Gracias por leerme.
LIBRO IV. El libro de los Dioses.
Martillo, Truenos y Peleas.
"He aquí que veo a mi padre.
He aquí que veo a mi madre,
y mis hermanas y mis hermanos,
He aquí que veo el linaje de mi pueblo hasta sus principios.
He aquí que me llaman.
Me piden que ocupe mi lugar entre ellos
en los atrios del Valhalla,
donde viven los valientes por siempre."
Oración de los muertos, 13 Guerreros.
Thor jamás se preguntó por qué su hermano no era igual a él físicamente hablando, era feliz con el hecho de tener alguien bajo su protección, haciendo reír a Frigga al verle celoso de Loki mientras le enseñaba a caminar y alguien de la corte pretendía tomar las manecitas de su pequeño hermano para sustituir a la reina. Entonces el rubio se interponía, prefiriendo ser él quien lo sujetara que un extraño, aunque en realidad era un conocido, la idea era que nadie más podía tocar al ojiverde. Siempre le abrazaba cuando veía aparecer un puchero o un llanto provocado por la pérdida de un juguete. No había mayor fuente de felicidad para Thor que Loki.
Pero nada es para siempre y las cosas cambian conforme pasa el tiempo.
Loki creció siendo un niño introvertido, escondido tras las faldas de Frigga. Era habitual verle con un libro entre los brazos en lugar de una espada como su hermano mayor quien ya comenzaba a mostrar la herencia de sangre guerrera que llevaba en las venas. Thor a veces escuchaba murmurar a la corte sobre la habilidad más que innata de su hermanito para la magia que la reina de Asgard estaba enseñándole, como si fuese algo no ordinario. Eso escapaba de su comprensión cuando había poderosos hechiceros en el palacio y si el ojiverde iba a ser como uno de ellos, qué mejor. Lentamente se dio cuenta que casi todos en el reino miraban a su hermano como un ser al que tenerle recelo, avivando de nuevo su flama protectora, sobre todo cuando insolentes hijos de nobles lo acorralaban para burlarse de él.
Cada vez fueron más recurrentes los murmullos en los pasillos que señalaban a su pequeño hermano como un príncipe Asgardiano poco común, preguntándose entre los miembros de la corte si acaso no existía algo que la Familia Real de Asgard estuviera escondiendo. Palabras que para un niño no tenían sentido, menos cuando esos enormes ojos verdes le miraban con una devoción tal que Thor sentía que podía vencer a la gran serpiente con un solo puño. Él no veía mancha ni desgracia alguna en Loki, todo lo que percibían sus ojos era inocencia mezclada con la más ingeniosa travesura, pero sin jamás buscar el daño ajeno. Por mucho, lo único que su hermanito tenía como defecto, era su adicción a los libros de magia, pero eran de la reina Frigga y ella se los obsequiaba, así que realmente eso nunca le pareció algo fuera de lo común. Más el resto de las personas no pensaba así.
Por eso se mantuvieron juntos durante su infancia y adolescencia. Eran un par inseparable. Sif y los demás a veces no parecían contentos con la presencia de Loki al considerarle solamente un mago pero no un guerrero. Más para Thor, Loki era tan valiente y digno de la sangre de Odín como cualquier otro, igual que él. Además de que el pelinegro era extremadamente inteligente, sagaz con las palabras, lo que luego le ganó el mote de Lengua de Serpiente, cosa que le tuvo sin cuidado. Su hermano menor tenía una voluntad para salir por encima de todas las habladurías que envidió. Lo que tuviera para aconsejarle, el rubio lo escuchaba aunque luego fuesen tretas para jugarle una broma pesada. Pero se entendían, mejor que nadie. Y si caer en un pozo lleno de dragones traía ese brillo de felicidad en Loki, Thor podía caer cuantas veces fuese necesario así fuese el propio ojiverde quien le hubiera tendido la trampa.
Fue así como comenzaron esa dinámica, Loki metiéndolo en problemas y Thor saliendo de ellos. Una manera de decirse que eran hermanos y que nada ni nadie iba a poder separarlos. El Dios del Trueno sabía que detrás de esa cara imperturbable, socarrona y altiva había un rostro lleno de compasión, ternura y bondad, porque luego de que el primogénito de Odín terminara en cama por alguna herida provocada durante las trampas de su hermano menor, éste se escabullía en las noches para curarle con su magia, sollozando arrepentido por haberle ocasionado daño. Esa clase de lágrimas jamás nadie las vería más que él, ni siquiera su misma madre atestiguaría lo que realmente guardaba Loki en su interior y por ello, Thor hacía cualquier cosa por él, aunque no se lo dijera. Tenían tan claro las cosas que había entre los dos que no se hacía necesarias las palabras.
Thor estaba consciente de que tales dinámicas creaban ideas incorrectas en las cabezas de quienes vagamente les conocían, venerando más unos nombres que las personas tras ellos. Más de una vez Odín, Padre de Todo le preguntó a su primogénito si acaso estaba fomentando malas actitudes en Loki al permitirle sus desmanes, le inquirió más de una vez si entre ellos dos no estaba surgiendo algo que no era bien visto a los ojos de los dioses y las Nornas mismas. El rubio siempre se encogió de hombros, diciendo que lo que había entre Loki y él eran asuntos de Loki y él. Tales respuestas le ganaron varios azotes, castigos como trabajos forzosos. En todos y cada uno de ellos estuvo presente su pequeño hermano, en las sombras con su mirada tierna, asustada, rabiosa de que la justicia de Asgard no comprendiera su cariño.
Llegó el tiempo en que el Hijo de Odín tuvo que comenzar su entrenamiento como futuro rey, siendo el primogénito como el más apto. Eso lo distanció del ojiverde al que poco veía, extrañándole profundamente cuando sus maestros le herían al estar distraído pensando en dónde o qué cosas estaría haciendo su pequeño hermano, preocupado de que alguien le molestara, que se metiera en algún problema del cual no pudiera salir. Sin embargo, una noche Loki volvió a colarse a sus aposentos para curarle la última de sus heridas, regañándole por descuidado cuando le sabía más fuerte y sagaz para evitarse tales daños, pero luego dejando caer lágrimas de haberle extrañado, de saberle bajo presión porque era el mayor, el más fuerte. Quien les protegería siempre. Su hermano le prometió volverse fuerte también y así juntos llevar a Asgard hacia la gloria más alta.
Las promesas infantiles no suelen mantenerse de pie ante la tormenta que la juventud trae consigo. De manera imperceptible, Thor fue adquiriendo más hábitos propios de su sangre que fueron distanciándole de Loki. No así su cariño. El ahora Dios del Trueno, título ganado al haber sido digno de levantar a Mjolnir, jamás había dejado de querer a su pequeño hermano, solamente que olvidó demostrárselo y eso fue una daga que se clavó en el pelinegro sin que el joven guerrero se percatara de ello, más entretenido en ganar cuanta gloria estuviese a su disposición. Errores que más tarde pagaría con creces. Thor recorrió cuantos reinos buscando aventuras, misiones y batallas que engrandecieran a la Casa de Bor, festejando con sus amigos, los Maestros Guerreros. Loki nunca le dejó, pero cada vez estaba más apartado, sonriendo al aparecer cuando el Dios del Trueno lo llamaba, compartiéndole una broma, una copa de vino.
Fueron estas actitudes, fueron las circunstancias, las que lentamente crearon la fractura que Thor ya no pudo superar al detenerse a mirar lo sucedido entre ellos. Sus manos se encontraron vacías. Frente a sí, tuvo a un Loki rabioso que juró asesinar a Jane Foster, destruir a todos los Jotun, jamás devolverle el trono de Asgard. Y a pesar de todo eso, el Dios del Trueno guardó en su corazón la tibia esperanza de ver una vez más en aquellos ojos verdes el cariño que un tiempo fue solo para él. Un amor del que hizo consciencia demasiado tarde. Su hermano menor ya había probado los engaños de la oscuridad, creyendo las palabras de Thanos, envolviéndose en el rencor nacido de mentiras antiguas. A él no le importaba que fuese hijo de Laufey, que tuviera sangre Jotun. Siempre sería su Loki... pero ya no había oídos escuchando tales arrepentimientos.
Todo lo que había era un Embustero, un Dios de las Mentiras y las Trampas que azotaba Asgard cuantas veces fuesen necesarias como venganza. Mientras todos creían que eso confirmaba lo que sospechaban de él desde que llegara al palacio, para Thor siempre fue la máscara que ocultaba el profundo dolor que anidaba en el corazón del hechicero. Una herida que deseó sanar aunque en su razón hubiera las incuestionables justificaciones para hacer todo lo contrario. No, jamás iba a lastimarle porque esas manos que hoy levantaban poderosos hechizos, liberaban monstruos, creaban ilusiones o manipulaban mentes, fueron las mismas que un día curaron sus propias heridas por amor, sin que él lo pidiera. Esos ojos verdes llenos de malicia y peligro, lloraron por él cuando nadie más lo hizo.
Por eso siempre le buscó, creyendo en sus trampas pese a que esperaba una puñalada en la espalda en cuanto le diera la oportunidad. Era el justo pago por todas esas noches en que le cuidó cuando los látigos azotaron su tierna piel. Decepcionándose cada vez más, sí, pero manteniendo esa pequeñísima flama de esperanza en lo profundo de su ser, que ni la boda con Jane Foster pudo apagar o hacerle olvidar. Claro que fue feliz, Jane le trajo enormes alegrías que su alma necesitaba y que se llevó consigo cuando murió. Thor deseó durante el funeral que Loki apareciera, suplicaba en su interior porque apareciera sin mayores explicaciones y le consolara como en los viejos tiempos. Se quedó solo en una casa que más tarde abandonó, volviendo a Asgard para escuchar del nuevo desastre que el Dios de las Mentiras estaba creando.
Su corazón terminó por partirse en cientos de fragmentos al ver llegar el Ragnarok gracias a la ayuda de Loki en alianza con Surtur. Cosa extraña que las manos que asesinan vengan a ser las mismas que sanan. Habiendo abandonado ya la esperanza de un cambio en Loki, escuchó por última vez de sus labios una verdad que le heló la sangre. La Casa de Bor siempre había sido la ruina en la vida del ojiverde, de manera directa o indirecta. Surtur tenía por esposa a una Pendragón, misma que estaba buscando los tesoros perdidos de su familia para revivir a los Dragones Cardinales, esos que, eran capaces de destruir cualquier universo. Los cuentos del Ragnarok eran juegos de niños frente a ellos. Porque eran el Caos mismo, esa Nada de la que no había salvación.
-Los Pendragón tienen un punto débil –dijo apurado el hechicero- Escucha bien, Thor, porque los Nueve Reinos dependen de esto. No pueden existir, no al menos en este universo. Porque ya están muertos. Van a buscar la manera de reconstruir sus cuerpos y Hela les devolverá sus almas.
-¿Por qué la reina del Hel cooperaría con los Pendragón?
-Porque si ellos triunfan, todo esto se convertirá en el Inframundo del que será soberana.
-¿Qué buscan esos Pendragón, Loki? ¿Cómo es que sabes de ellos?
-¡No hay tiempo! –gritó Loki con desesperación- Jamás permitas que Sigfried recupere el Anillo de los Nibelungos, con ello controlan los Dragones Cardinales. Pero sobre todo, por sobre todas las cosas, Hijo de Odín, NUNCA debe hacerse de Excalibur.
-¿Qué cosas dices?
Esa mirada que tanto había anhelado, que tanto había buscado por largo tiempo volvió en aquel momento, con las manos de Loki sacudiendo sus hombros en franco terror.
-¡Busca a Uther! ¡Él sabe cómo remediar esto!
-¿Quién...?
-¡¿Por qué tenían que reunir las Gemas del Infinito?!
-¡Loki!
-¡Lo liberaron! ¡Le dieron un cuerpo a El Mensajero al hacerlo! ¡La Muerte se lo pidió a Thanos y ustedes idiotas siguieron su juego! ¡¿Por qué nunca más me escuchaste?!
-¡Pero tú también...!
-¡NO! –los amados ojos verdes se llenaron de lágrimas- ¡Yo sólo trataba de detener todo esto!
En las leyendas mortales de Midgard, Sigfried Pendragón era un héroe. La realidad distaba mucho del mito, era un guerrero de sangre pura, un Alfa Draconis que había asesinado a su familia para arrebatarles preciados tesoros de inmenso poder. Cuando el rey Bor le hizo frente, no pudo exterminarle, únicamente arrebatarle el preciado Anillo de los Nibelungos antes de que invocara a sus dragones. Deformándole el rostro al estrellarle Mjolnir en la cara, lo selló en una cárcel interdimensional alejada de Midgard, entregando el candado de su prisión a las sagradas Nornas. Alguien, a quien Loki llamó El Mensajero, dormitaba dentro de las Gemas del Infinito, esperando paciente por los ingenuos que iban a reunirlas. Cuando se consiguió, cuando activaron su poder, El Mensajero al fin tuvo un cuerpo con el que entrar a esta realidad y cumplir su misión, ayudando al rey del Muspelheim a desatar el Ragnarok como distracción, mientras realizaban los ritos necesarios con la sangre de las Nornas para despertar al Heraldo de la Noche, Sigfried Pendragón.
Y su espada de hoja negra atravesó Mjolnir, igual que el corazón de Thor.
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