Locura

Título: LAZARUS I

Autora: Clumsykitty

Fandom: MCU con un pellizco de Marvel Cómics.

Parejas: bastantes, principalmente Stony, Thorki y Spideypool.

Disclaimer: Nada me pertenece aunque muera por ellos, todo es de Marvel y Mr. Lee entre otros, lo único mío es esta idea mía convertida en historia. Dicho está.

Warnings: Esta larga historia está dividida en libros que van en secuencia numérica pero no en orden de trama. Historias muy agridulces, crudas como violentas. No apta para corazones sensibles o mentes tiernas. Sobre aviso no hay engaño.

Gracias por leerme.



LIBRO I. El libro de las Amarguras.

Locura.


"No temas ni a la prisión, ni a la pobreza, ni a la muerte. Teme al miedo." Giacomo Leopardi.



La sanadora Eir terminó de atender uno de los cientos de enfermos en aquel salón abandonado de lo que fuese un puerto intermedio entre Alfheim y Asgard. Los Elfos de la Luz eran los más afectados por el estado de Yggdrasill cada vez más decadente, contagiando su enfermedad al pueblo sagrado que estaba cayendo como moscas. Sin los suficientes sanadores o hechiceros para ayudarles, Eir tenía trabajo todo el tiempo, a veces sin poder dormir en días enteros, haciendo lo mejor posible con lo poco que tenían a la mano para ayudar a todos los heridos o enfermos. Alfheim ya no tenía familias de sangre real para gobernar, se habían convertido en un reino huérfano que caza recompensas o mercenarios peleaban por gobernar, trayendo solamente más desolación y caos a esas tierras que alguna vez fuesen la gloria de los Nueve Reinos. Sus ojos se posaron en el símbolo pintado con tiza sobre una pared maltrecha donde varios de los elfos oraban. Esa Fe de los Antiguos que estaba ganando cada vez más adeptos, sobre todo si éstos estaban lo suficientemente desesperados para aceptar cualquier ayuda incondicional.

Con un suspiro, dejó al guerrero que atendía dormir entre fiebres para salir a tomar aire fresco en un balcón cercano al océano de color azul claro que reflejaba unas cuantas estrellas cercanas. Las lunas de Alfheim también habían sido destruidas durante la pelea entre Surtur y Odín. Aún le parecía increíble que el Padre de Todo estuviera muerto. Aquella mítica lanza como sus cuervos desaparecieron junto con él cuando el gran demonio había cobrado su vida. Muchos afirmaban que había sido el Dios de las Mentiras quien lo había asesinado pero Eir sabía que eso no era cierto, más nadie podía creerle porque era la única testigo de lo que realmente había sucedido en aquel entonces.

No hubo más ojos que atestiguaran como una figura había aparecido de entre las sombras con la ayuda de Surtur quien atrapó al ojiverde para ofrecerlo como sacrificio a ese desconocido a cambio de poder liberar por completo todo el horror del Ragnarok. Ella también había creído que Loki se había unido al demonio y quizá así había sido al principio, sin embargo, su muerte tan espantosa le dejó claro que una vez más el pelinegro solamente había jugado un papel con Surtur para traicionarle luego y salvar Asgard, no por nada había desviado el camino de Odín a otra dirección lejos del peligro, pero el Padre de Todo le siguió, ocasionando su propia muerte con ello.

No había podido ver bien a la figura desde donde se había escondido pero recordaba perfectamente aquel brillo en sus ojos, lo único que la capucha había dejado ver. Jamás olvidaría esa perversa mirada que le hizo sentir escalofríos antes de cubrirse su boca para no gritar cuando Loki fue atravesado por Gungnir y luego degollado. Odín rugió en rabia pero inmediatamente fue destruido por una onda de fuego que Surtur dejó caer sobre él. Eir no salió de su escondite sino hasta días después, cuando el miedo al fin le abandonó lo suficiente para ver el desastre del Ragnarok y la llegada de los Pendragón que se adjudicaron la muerte del Embustero para ganarse el favor de los sobrevivientes de Asgard.

La sanadora había huido de esas tierras por temor a que fuese descubierta o alguien le hubiera visto salir de aquella espantosa escena del crimen. Había buscado al hijo de Odín para decirle pero se enteró por las charlas entre habitantes que lo daban por muerto igual que sus pares, Hogun, Volstagg. Solamente Lady Sif y Fandral permanecían con vida, éste último recientemente desposado con la hija de Tyar Pendragón, Morgana. Pero se murmuraba que pronto la doncella guerrera se iba a convertir en la nueva esposa del Lord Camarlengo.

Había visto un retrato de la cabeza de los Pendragón, pero no eran aquellos ojos que viera en aquel entonces. Sin embargo, eso no restaba peligrosidad a esa familia que tenía bajo su control a los más enormes y feroces dragones que alguien hubiera visto, sin mencionar el temible ejército de Pretores que comenzaban a imponer su régimen de terror bajo el pretexto de salvar lo que quedaba de los Nueve Reinos. Sumado a eso, aparecía aquella nueva religión que tenía algo extraño, al menos para una mujer como ella, que había servido a Odín y a su heredero. Concedía razón en que se basaba en los más elementales poderes que trajeran la vida al universo pero entre las ideas que se dispersaban entre sus creyentes existía una manipulación velada. Le causaba desagrado la forma tan fanática en que los Elfos de la Luz adoraban aquel nuevo símbolo de fe, casi al punto de entrar en una pelea con quienes no estuvieran de acuerdo con sus nuevas creencias. Eir se había cuidado de nunca mencionar nada, evadiendo aquellos ritos o simplemente dejándoles hacer en silencio. Uno de los elfos que había curado le había obsequiado una medalla con el símbolo de los Antiguos y lo traía en el cuello a la vista, para ayudarse entre la población como evitarse momentos incómodos por su falta de fe hacia esos arcaicos poderes.

Algo dentro de sí le decía que todos esos milagros alrededor de las tierras desoladas tenían otro fin más oscuro. Algunas noches se recriminaba por ello, pensando que era más bien su miedo que no le había abandonado lo que le hacía pensar así. Pero su corazón guardaba recelos hacia la Fe de los Antiguos por más esfuerzo que pusiera en conceder ciertas verdades en sus palabras. Mientras veía la suave marea tocas las arenas blanquecinas del puerto donde se encontraba, vio a lo lejos aparecer en el cielo una docena de transportes aéreos con las características de los elfos que fueron acercándose hacia la villa desde donde les veía. Cuando estuvieron cerca, se dio cuenta que traían en la parte inferior el emblema de los Antiguos. Naves de los creyentes. Se mordió un labio, entrando de vuelta a su sencilla habitación para colocarse una capa con que cubrirse en esa noche fría y húmeda, saliendo de ahí con el fin de investigar qué clase de cosas estaban por hacer en las tierras de Alfheim.

No fue la única en darse cuenta del arribo de aquellas naves élficas de la Fe, la gran mayoría dela población salió a recibirles, viendo descender a los nuevos sacerdotes recién ungidos por el propio Nadann a quien Eir no conocía aún. Traían consigo viandas y remedios que provenían del recién construido palacio imperial en Asgard cuyo milagro se debía a la gracia de las Nornas cuya bendición llegaba de manos de su sacerdote humilde y bondadoso cuyo nombre fue alabado entre los elfos al recibir aquellos obsequios que llegaban oportunamente a tierras tan castigadas. Eir pudo acercarse para recibir las pociones y remedios que ayudarían en su labor, apenas si musitando un gracias a los Antiguos antes de ver escuchar una vez más las noticias alrededor de los Nueve Reinos ahora que Tyar Pendragón había vuelto de su campaña para reestablecer el orden como Lord Camarlengo, a nombre del próximo regente que tomaría su lugar en el trono de Asgard.

-El sumo sacerdote Nadann lo ha dicho, las Nornas han vuelto a hablar con él –decía una elfa entrada en años devorando prácticamente el pan obsequiado- La Restauración ha comenzado.

-¿Un emperador? –preguntó otra elfa igualmente anciana.

-Ni más ni menos, no un rey como antes, sino un emperador. Los Nueve Reinos serán uno solo, el Imperio de los Antiguos. Hielo y Fuego sagrados.

-¿Quién será el emperador?

-Nadann lo anunció recién. Es Sigfried Pendragón, el primogénito del Lord Camarlengo.

-¿Pero dónde está él?

-He oído de los enanos de Nivadellir decir que se encuentra muy lejos, buscando los últimos vestigios del mal que azotó este universo para exterminarlo. Siempre ha estado peleando desde que la espada llegara a su mano y es un guerrero consumado, por lo tanto. Será el Emperador del Fuego.

-El Emperador del Fuego... necesita su consorte. El lado opuesto.

-Sí, sí, también he escuchado sobre ello, la Emperatriz del Hielo. El sumo sacerdote no sabe de quién se trate, porque eso es otro designio de las Nornas.

-Posiblemente cuando se realicen las bodas del Lord Camarlengo es que ellas darán su visto bueno a la consorte de nuestro emperador.

-Los Antiguos así lo quieran. Hemos sufrido lo suficiente.

Eir se alejó de ahí, con el ceño fruncido, empujando a más de un elfo que trataba de hacerse de algún alimento que los sacerdotes repartían tranquilamente entre oraciones que ensalzaban a los Antiguos. Un emperador de la familia Pendragón. Era lógico que eso sucediera cuando en primer lugar eran los únicos con el ejército y poder suficiente para hacerse del trono de Asgard. Sin la casa de Odín reinando, el máximo título estaba disponible a quien tuviera la fuerza para reclamarlo. Era extraño que no fuese el propio Tyar quien se convirtiera en emperador pero siendo un hombre ya mayor lo más lógico es que lo cediera a su primogénito. Un guerrero. Subiendo por los escalones desiguales que rodeaban el hostal donde se refugiaba, la sanadora se encerró en su habitación quitándose la capa. Los Pendragón eran Draconianos, una rama de la sangre real de Muspelheim. La familia original había permanecido en su reino mientras que parientes lejanos habían buscado mejor fortuna en otras tierras, llegando incluso hasta Midgard donde fueron venerados durante varios siglos hasta que los mortales los cambiaron por una fe nueva. Esos perdidos Pendragón habían creado el reino de Avalon, de donde salieran historias como guerreros de leyenda que una vez más se convirtieron solamente en historias para dormir a niños en sus camas.

Pero lo que le inquietaba a Eir era el hecho de que estos aparecidos Pendragón no tenían ni por asomo rasgo alguno de los Draconianos originales. Tenían apariencia Aesir, salvo los ojos dragonescos que portaban, cuando los verdaderos descendientes habían sido altos reptiles cuya apariencia nada tenía que ver con los Vanes o los Aesir. Piel escamosa, larga cola, garras en manos y patas fuertes, cabezas de dragón con cuernos y una espalda con púas gruesas que se perdía en la punta filosa de su cola. Habían vivido en tierras llenas de fuego y humo negro, condiciones extremas que solamente sus cuerpos podían resistir, alimentándose principalmente de otros demonios del Muspelheim de quienes absorbían sus poderes. Por eso, los últimos Pendragón de Avalon habían poseído la habilidad de hacerse pasar por mortales tentando a los habitantes de Midgard para crear objetos de poder que más tarde les costó la persecución a manos del rey Bor. Tyar y su familia no parecían estar relacionados con ellos. A menos que no estuvieran usando su apariencia real.

Posó sus ojos en su pierna izquierda que sobó despacio, levantando con calma sus faldones hasta descubrir una pierna mutilada a la altura de la rodilla, que se apoyaba en una prótesis artificial que le obsequiaran también en esas devastadas tierras. La mirada de Eir se ensombreció al posar su mano sobre su muslo pálido que contrastaba con una horrible cicatriz. Uno de los demonios de Surtur le hirió de gravedad y aunque el veneno había sido extraído, por haberse mantenido oculta después del asesinato de Loki, el efecto ya era irreversible. Moriría pronto y dolorosamente. Primero había perdido esa parte de su pierna, como pago adelantado a su silencio que no deseaba llevarse a la tumba más le faltaban los oídos correctos para confesar su secreto. Lejos de Asgard, lejos de cualquier ser con los principios correctos que le hicieran luchar contra esa maldad disfrazada inocencia devorando todo a su paso cual plaga.

Escuchó un cántico proveniente de las calles y salió al pasillo que daba a la avenida empedrada que se atiborraba de elfos entonando los salmos a los Antiguos en agradecimiento por la ayuda de Asgard para el reino de Alfheim. Los sacerdotes les guiaban, escoltados por un número discreto de Pretores que vigilaban los alrededores. La sanadora entrecerró sus ojos con una mano en el pecho. Si Tyar Pendragón se había hecho con el trono de Asgard, Nadann lo hacía con el pueblo de los Nueve Reinos. Luces tímidas comenzaron a brillar en el cielo nublado de la villa, atrayendo la atención de los elfos que detuvieron sus cánticos para mirar sobre sus cabezas, señalando con temor aquellos puntos de luz.

Hubo un tremor en el suelo y esas luces comenzaron a caer igual que copos de nieve, aterrorizando a la población que trató de ponerse a resguardo hasta que uno de ellos fue tocado por esa luz, dándose cuenta que era inocua pero que al tocar el suelo, lo transformaba. Entre exclamaciones de asombro y alegría, vieron que el puerto volvía a la vida, recuperando color, viveza. Plantas creciendo rápidamente de la misma forma que las primeras aves costeras aparecieron graznando por los cielos. Incluso el mar cambió su color a un azul más profundo con peces saltando al aire antes de perderse en sus aguas.

-¡Hermanos! –llamó uno de los sacerdotes- ¡Hemos sido bendecidos por los Antiguos!

Todos sin excepción se hincaron de rodillas, agradeciendo entre lágrimas aquel milagro de renovación. La sanadora les imitó aunque de sus labios no cayó ninguna oración hacia esa fe, miraba con el ceño fruncido aquel milagro sucedido muy a tiempo. Una vez más se cuestionó si acaso estaba siendo muy dura o desconfiada cuando escucharon sonar un cuerno que anunciaba la llegada de una nueva nave, esta vez era de tipo Asgardiana. Eir se puso de pie dispuesta a ir a verla pero el resto de la población en la villa tuvo la misma idea y se enfrentó a una marea de elfos curiosos que suplicaban acercarse al puerto donde el transporte acalló al dejarse caer suavemente sobre el mar tocando apenas los mástiles que sujetaban la plataforma de descenso que se cimbró ante las fuertes pisadas de un número considerable de Pretores a los que un Legionario dirigía. Sabiendo que le sería imposible ver desde la posición donde se encontraba, la sanadora decidió darse media vuelta y buscar aquella vereda que torcía camino arriba donde comenzaba el camino hacia la siguiente villa alejada a un día de distancia pero que se conectaba con una meseta rocosa cuya vista sobre el puerto iba a permitirle ver sin problemas a los recién llegados.

Había otros elfos con las mismas ideas pero eran menos que los que se amontonaban alrededor de la avenida principal casi con desesperación. Tuvo un lugar entre dos niños elfos que estaban mudando de dientes, notando la impotente escolta de Pretores que resguardaba a dos figuras en el medio que llegaron hasta la plaza principal donde al fin pudieron verles. Era Tyar Pendragón, Lord Camarlengo de Asgard y un hombre que por su capucha no pudo distinguir. Los elfos alrededor querían saludarle pero el hombre solamente les sonrió, haciendo un gesto para indicarles a todos que debían guardar silencio. Tuvo que esperar varios minutos antes de tener a toda la villa completamente callada y expectante a sus palabras.

-Mis señores, elfos de la luz, sagrados habitantes de Alfheim. Hoy, he venido a este puerto con toda humildad para anunciarles la buena nueva que el sacerdote Nadann ha tenido a bien de informarme. La Restauración comienza, bendecida por las Nornas y guiada por los Antiguos. Deben saber, pueblo bendito de la luz, que mi primogénito, Sigfried Pendragón ha sido nombrado Emperador del Fuego, con el palacio de Asgard reconstruido para recibirle, convirtiéndose así en la capital imperial del nuevo y esplendoroso futuro que nos aguarda.

Hubo gritos de júbilo como halagos que una vez más el Camarlengo tuvo que apaciguar para que le permitieran terminar.

-Todos ustedes saben o deben saber ahora que mi familia, aunque posee cierta herencia de la casa real de Muspelheim, no somos directamente dioses ni merecedores de tales títulos aunque en nuestras almas existe el sentido del deber, honor y justicia que nos hizo levantarnos en contra de aquellos que trajeron el Ragnarok en un ansia de poder. Que mi hijo sea ungido emperador es una sorpresa, un honor también que esperamos ser dignos de tal obsequio. Yo mismo me declaré escéptico de la Fe de los Antiguos hasta que vi con mis propios ojos el milagro de la resurrección de Asgard desde donde enviamos los preciados obsequios que hoy tienen en sus manos, porque tenemos suficiente para ayudar a los reinos hermanos en estos tiempos de desesperación. Es por eso que he querido compartir con ustedes, pueblo bendito de Alfheim, las bendiciones de las Nornas y los Antiguos, para que este reino vuelva a su esplendor y se una a nosotros en la nueva esperanza que ha de traer el paraíso prometido.

Entre más elogios inusitados como fervorosos, los sacerdotes que previamente llegaran al puerto alcanzaron a Tyar junto con los Pretores, formando una hilera frente a él para arrodillarse y comenzar un cántico. El Lord Camarlengo les hizo una reverencia, haciéndose a un lado para mirar a la figura encapuchada con un gesto para invitarle pasar al frente. Los elfos miraron inquietos estos gestos igual que Eir quien se irguió un poco más sobre su sitio, tratando de ver entre las llamas de las antorchas de la plaza de quien se trataba. Los jóvenes sacerdotes se inclinaron a tal punto que sus frentes tocaron las losetas de aquel sitio mientras el encapuchado daba unos pasos tranquilos para llegar con ellos y deshacerse de su capa que cayó al suelo mientras elevaba sus manos al cielo en medio de los gritos de alegría y éxtasis de los elfos de la luz quienes no creyeron la suerte que ese día cayó sobre ellos.

-¡Las Nornas han hablado! ¡Alfheim será restaurado!

Tal fue la exclamación del sacerdote Nadann antes de cerrar sus ojos con sus manos en alto haciendo una oración que provocó más temblores, que sin embargo, no asustaron a los elfos al saber que estaban por ver sus tierras completamente reestablecidas. Tyar sonrió mirando alrededor, tranquilamente poniendo una rodilla en el suelo, mientras que el resto de los presentes cayeron de nuevo sobre sus rodillas o en el frío piso con lágrimas de agradecimiento, al punto de la conmoción total al sentir la energía poderosa de Alfheim volver a pulsar como en sus mejores tiempos, haciendo desaparecer los signos de enfermedad de sus cuerpos, sanándolos. Hubo danzas, bailes frenéticos como aplausos y abrazos que se repartieron entre todos. La felicidad embargaba aquel sitio provocando una sonrisa bondadosa en Nadann mientras que Eir sentía que la sangre le abandonaba el cuerpo.

Aquel sacerdote era el mismo que había asesinado a Loki.

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