Fantasmas

Título: LAZARUS I

Autora: Clumsykitty

Fandom: MCU con un pellizco de Marvel Cómics.

Parejas: bastantes, principalmente Stony, Thorki y Spideypool.

Disclaimer: Nada me pertenece aunque muera por ellos, todo es de Marvel y Mr. Lee entre otros, lo único mío es esta idea mía convertida en historia. Dicho está.

Warnings: Esta larga historia está dividida en libros que van en secuencia numérica pero no en orden de trama. Historias muy agridulces, crudas como violentas. No apta para corazones sensibles o mentes tiernas. Sobre aviso no hay engaño.

Gracias por leerme.



LIBRO I. El libro de las Amarguras.

Fantasmas.

"La ambición está más descontenta de lo que no tiene que satisfecha de lo que tiene." Fénelon.



La larga procesión terminó por desaparecer entre las columnas rotas del templo junto con sus cánticos sacros y el aroma de flores recién cortadas que los fieles creyentes llevaban en sus manos además de las velas encendidas. Fandral les observó con ojos entrecerrados montado sobre un imponente caballo negro de crines largas, con su manto aterciopelado cubriendo sus hombros como parte del pecho que ostentaba un medallón de oro obsequio del Lord Camarlengo como regalo de bodas. El guerrero no había tenido opción. Tyar Pendragón había ordenado a un grupo de Pretores que dieran caza y muerte a la doncella guerrera Sif cuando huyó del palacio en ruinas luego del anuncio de su boda con la joven, a quien habían divisado en las tierras de Vanaheim.

Fandral había suplicado misericordia al gran señor, pidiendo la oportunidad de alcanzar a su amiga para hacerle entrar en razón, pero Lord Tyar no aceptó aquellas condiciones. A cambio de perdonar la vida de Lady Sif, el guerrero debía unirse en matrimonio con su hija, Morgana Pendragón, a quien ni siquiera conocía pero aceptó por cariño a la doncella guerrera cuya desesperación era compartida por Fandral. La hija del Camarlengo era sumamente hermosa, inquietantemente hermosa, de cabellos negros con esos ojos de dragón color verde que se clavaron en él cuando recibió su mano en el altar para hacer sus votos. Él no dejaba pasar ninguna oportunidad para estar con doncellas tan lindas pero Morgana le provocaba escalofríos, le parecía más un monstruo que una princesa que adorar.

Luego de la boda, Tyar lo nombró Lord Comandante de la Guardia Imperial. Ni había imperio ni tenía sentido una guardia cuando no había familia real que proteger, pero se cuidó de hacer comentarios al respecto. Los Pretores que servían a la familia Pendragón cobraban vidas sin distinguir edades, sexos o ascendencias y no quería que Sif pagara por algún error suyo. Esperaba sinceramente que la joven hubiera conseguido su meta después de ayudarle a escapar del palacio. Por su honor y algo más no iba a permitir que ese hombre malvado le pusiera las manos encima a su preciosa amiga, si Tyar era como Morgana, esa boda iba a ser un calvario. Y es que en la noche de consumación a la que Fandral se había resignado, la hija del Camarlengo prácticamente le asaltó sin misericordia, le tomó días poder salir de la cama por las heridas que le dejó y la energía que le robó.

Esa princesa era un verdadero monstruo, ni siquiera estaba seguro de que esa forma seductora y perfecta fuese la real. Algo le decía que en verdad era una bestia horripilante. Así que cuando con toda desfachatez y cinismo el líder de la familia Pendragón anunció que tomaría a Sif como su esposa, se juró hacer todo lo posible por evitarlo. Si Thor hubiera estado vivo y frente al Camarlengo, seguramente le hubiera aplastado la cabeza con su martillo. Pero el hijo de Odín no se encontraba en Asgard o en algún otro sitio, el guerrero casi juraba que estaba muerto.

Y ahora se sumaba otro horror más, uno que no necesitaba de armas o soldados temibles para ganar terreno en los Nueve Reinos. Era algo peor. Una fe. Luego del escape de Sif, comenzaron a llegar los rumores de todos los puntos del universo sobre un hombre santo que no vestía nada más que una humilde bata de tela grosera, predicando una nueva religión, la Fe de los Antiguos, como llamaba a las fuerzas primigenias del Fuego y del Hielo que originaron la vida al chocar entre sí. Ese aparente samaritano de nombre Nadann era un hombre entrado en años, de cabeza rapada aunque sus cejas dejaban ver sus canas, con un cuerpo delgado de arrugas discretas y una mirada bondadosa como su voz armónica que siempre alababa a esa dualidad de fuerzas llamada los Antiguos para él.

Todos los sobrevivientes empezaban a posar sus miradas en él como sus esperanzas porque Nadann había sabido granjearse sus corazones al repartir alimentos y cobijas entre los más necesitados, incluso regalando sus sandalias de viaje a un enfermo, caminando descalzo desde entonces por las áridas tierras de Asgard a donde llegó para dar ánimos y fe a la gente a su alrededor, hablando de un nuevo futuro prometedor cuando en el trono de oro tomara asiento nada menos que el Emperador del Fuego, figura que Fandral sospechó tenía que ver con los Pendragón.

-Lord Comandante, Su Excelencia ha llegado –anunció uno de los Pretores.

-Vamos a recibirle.

Azuzando a su corcel negro, Fandral dejó sus meditaciones para después, avanzando con su grupo de Guardias Imperiales hacia el puerto donde aterrizó el enorme dragón que montaba Tyar Pendragón, envestido en una armadura de escamas verdaderas trabajadas con metal y cuero. Al ver al guerrero llegar a recibirle, el Camarlengo le sonrió. Tyar era alto, atlético y bien conservado, con cabellos ya blancos como su barba discreta y esos ojos verdes de pupila de dragón que leían de golpe lo que no saltaba a la vista. Bajó del lomo del dragón al que acarició su cuello haciendo que se perdiera en las alturas mientras recibía un caballo que montar al tiempo que Fandral le saludaba.

-Es una alegría verle de regreso, Lord Camarlengo.

-Aprecio tus palabras, Lord Comandante. ¿Alguna novedad que reportar?

-Ha llegado el sacerdote Nadann a estas tierras.

Tyar solamente arqueó una ceja. Había dado su consentimiento de que esa nueva fe entrara a los Nueve Reinos al considerarla inocua, porque mantendría ocupados a los sobrevivientes mientras la recuperación se llevaba a cabo. Eso era lo que había dicho aunque el Lord Comandante tenía sus propias sospechas, para él, Nadann y Tyar estaban trabajando unidos aunque aparentemente no se conocieran. Ahora que el sacerdote llegaba al mismo tiempo que el Camarlengo, algo importante estaba por ocurrir.

-Mi hija te manda saludos, lamenta que sus ocupaciones como embajadora de Asgard la mantengan alejada de ti en estos momentos pero sabe que la esperas ansiosamente.

-Acertadas palabras, Su Excelencia.

-Cuando vuelva, espero pronto la noticia de un nieto –sonrió Tyar.

-Haré lo posible –murmuró Fandral mirando al frente. Ni muerto iba a concederle eso.

Avanzaron con los guardias hacia la avenida principal que daba al palacio ahora en ruinas de Asgard, con techos al descubierto y muchas partes destruidas, solamente quedaban los restos de lo que alguna vez fuese el imponente salón del Valhalla. Incluso el trono de oro estaba partido en dos. Era una vista melancólica para el guerrero que había visto sus mejores días en compañía de sus amigos y claro, de su rey Thor. Cuando alcanzaron la pendiente hacia el arco principal de entrada, se detuvieron por una pequeña procesión que encabezaba Nadann y quien hizo una reverencia a ambos hombres sonriéndoles amablemente.

-Los Antiguos les bendigan, protectores de Asgard.

-Su Excelencia, él es Nadann, sacerdote supremo de la Fe de los Antiguos.

-Vaya presentación que Lord Comandante me hace –Nadann inclinó su cabeza, negando- Solamente soy un humilde servidor de los Antiguos, nada más.

-Bienvenido a Asgard, sacerdote –Tyar le examinó de pies a cabeza- ¿Puedo saber el motivo de su llegada a estas castigadas tierras?

-Su Excelencia, puede saberlo y lo diré. Las Nornas han hablado, es momento de la Restauración.

-¿Las Nornas? –Fandral le miró escéptico.

-Milord, ellas han vaciado sus palabras en mi espíritu, sigo sus designios como mensajeras de los Antiguos.

-¿Cuál es su mensaje?

-La Restauración comienza, y el primer sitio en ser bendecido por los Antiguos es Asgard, hogar del nuevo Emperador del Fuego.

-No tenemos emperador, sacerdote –convino Tyar intercambiando una mirada con Fandral.

-Claro que lo hay, Su Excelencia. Pero debe tener un palacio a dónde llegar.

-¿Y quién es? –una inquietud nació en el pecho del Lord Comandante.

Nadann sonrió ampliamente volviéndose a Tyar a quien le hizo una reverencia suntuosa.

-El heredero de los Pendragón, por supuesto.

Fandral abrió sus ojos, apretando las riendas de su caballo mientras examinaba el rostro imperturbable de Tyar quien bajó sus párpados ante las palabras de Nadann, tomando aire como si tampoco le creyera, parecía sincero en sus expresiones más la experiencia de convivir a su lado ya le había enseñado al guerrero que solamente era una táctica más en su juego de poder.

-¿Mi primogénito? Está muy lejos de aquí.

-No para los Antiguos.

-¿Su Excelencia tiene un primogénito? –quiso saber Fandral más inquieto todavía- Creí que la princesa Morgana era...

-No, ella es la menor. Tengo un hijo, Lord Comandante, pero se encuentra en el punto más distante de este universo ayudando a terminar con todas las herejías y dolores que dejó el Ragnarok. No creo que venga pronto y ciertamente, ninguno de nosotros puede tomar el trono de Asgard, carecemos de la sangre divina para ello. Solamente somos protectores de los Nueve Reinos, no más.

-Yo lo dudo ampliamente –negó Nadann abriendo sus brazos- Pero siempre son las acciones las que hablan mejor que las palabras. Mis señores, permítanme mostrarles la verdad en el mensaje de las Nornas, la voluntad de los Antiguos se hace presente.

Bajo la mirada confundida de Fandral, el sacerdote les dio la espalda hincándose de rodillas frente al arco de entrada, juntando sus manos en lo alto y luego elevándolas al cielo mientras recitaba una serie de oraciones. Tyar arqueó ambas cejas, esperando por lo que pudiera suceder. Todos los caballos se agitaron cuando la tierra tembló, asustando también a los habitantes de Asgard que salieron presurosos de sus refugios para ver lo que sucedía. El Lord Comandante no dio crédito a sus ojos, todo el palacio comenzaba a ser envuelto por ramas secas de Yggdrasill hasta convertirse en un gigantesco capullo con los labios de Nadann murmurando apurado sus oraciones.

El sacerdote se inclinó sobre el suelo, pegando su frente contra la áspera piedra del camino al tiempo que esas ramas empezaron a brillar hasta obligarles a cubrir sus rostros. Cuando el resplandor pasara, los gritos de sorpresa de los testigos hicieron estremecer a Fandral quien miró con ojos abiertos de par en par el milagro que se presentaba ante él. El palacio de Asgard había sido restituido, ahora tenía una forma más impresionante con una arquitectura envidiable, con cúpulas de oro y arcos de mármol blanco, entre otros diseños jamás vistos. Los jardines eran completamente verdes con flores de diversas formas, convirtiendo en toda una delicia a la vista aquel nuevo recinto en medio de un paisaje desértico.

-¡He aquí el poder de los Antiguos, admiren su voluntad y bendición para Asgard, éste es el Palacio Imperial de los Nueve Reinos, hogar del nuevo emperador, Sigfried Pendragón! –exclamó Nadann con creyentes a su lado que tomaron su bata roída para besarla con devoción, llorando de alegría al ver semejante portento hecho con sus oraciones.

Fandral frunció su ceño. Sigfried Pendragón. El primogénito de Tyar Pendragón, el cual solamente negó azuzando el caballo que montaba para entrar a inspeccionar aquella nueva construcción junto con los guardias y pueblo que se acercó temeroso como conmocionado. El Lord Comandante hizo avanzar al caballo hasta donde el sacerdote que animaba a todos los que llegaran a ver el palacio y disfrutar de los frutos de los jardines.

-Sacerdote, si éste es el palacio del Emperador del Fuego, ¿también será el hogar de la Emperatriz del Hielo?

-Veo que ha prestado atención a los sermones, milord. Así es. Cuando las dos fuerzas sean una en el tálamo imperial, Yggdrasill volverá a la vida y nos traerá el heredero de una poderosa como bendita línea de sangre pura.

-¿Y quién es esa Emperatriz?

-No lo sé, mi buen Lord Comandante, como tampoco sabía que Sigfried Pendragón sería nuestro emperador, eso solamente lo saben las Nornas. Cuando llegue su tiempo, no dude en que se enterará.

El Lord Comandante frunció su ceño, alejándose de una vez por todas del sacerdote que fue rodeado por más personas que ansiaban escuchar más de sus premoniciones y salvación a través de aquella Fe de los Antiguos. Alcanzó a los Pretores, cabalgando con ellos hacia el interior del palacio donde desmontó para entrar a inspeccionar. Ya había otros seres haciendo lo mismo, tocando las paredes o las columnas, acariciando los banderines o las esculturas. Todo era una maravilla en sí. Fandral buscó el sitio donde debía estar la sala del trono, que encontró luego de perderse un par de veces por los desconocidos pasillos enormes y altos que las figuras de reyes antiguos flanqueaban. La sala del trono era todo un portento, como el trono en sí que había sido ya restaurado con una cabecera mayor que ostentaba el símbolo bien conocido del Hielo y el Fuego unidos con la forma de Yggdrasill al fondo, formando un llamativo escudo de armas. El nuevo símbolo del Imperio de Asgard.

-Estoy seguro que Lord Comandante piensa que la finalidad de todo esto era sentar a mi hijo en el trono de Asgard –le sorprendió la voz de Tyar tras él.

-Su Excelencia...

-Lo veo en tu mirada, Fandral. Crees que somos los ladrones de la familia de Odín. Nada más alejado de la verdad. Nosotros solamente aparecimos cuando toda esperanza estaba perdida, porque nos pareció injusto que la vida se extinguiera por causas innobles. Te puedo conceder razón en que nuestros dragones y los Pretores son fuerzas de influencia pero nada de eso sirve frente a la voluntad absoluta de las Nornas, estarás de acuerdo conmigo en eso.

-Sí –Fandral miró el trono y luego al Camarlengo.

-Tomé la vida de Loki Laufeyson, como venganza por sus fechorías y traiciones que nos han puesto en esta situación. Y aunque tú y tu desafiante amiga no lo crean, hemos estado en la búsqueda del heredero de Odín por todos los Nueve Reinos. Tal como lo afirmé cuando pise estas tierras, no es mi intención de hacerme del trono ni de su poder, eso le pertenece a quien lo merezca, si las sagradas Nornas señalan a Sigfried... bueno, nada puedo hacer.

Tyar se acercó a los escalones que daban al trono, posando un pie en el primero, cruzando sus manos detrás de su espalda mientras el Lord Comandante le miraba sin moverse de su sitio.

-Sigfried sufrió una terrible enfermedad cuando el Ragnarok, Lord Comandante, eso le deformó el rostro al punto de hacerlo insoportable a la vista. Desde entonces usa una máscara para no asustar ni sufrir de los rechazos por su apariencia. Cuando seas padre entenderás el dolor de ver a un hijo querido pasar por tal sufrimiento, ahora que Nadann me dice que será emperador entenderás mi escepticismo como preocupación. ¿Quién podría jurar lealtad a un ser deforme como mi primogénito? Nadie en verdad.

-Lamento escuchar tales noticias, Lord Camarlengo.

-No lo haces –Tyar se volvió- Aún crees que miento. Pero no importa. De todos modos, Sigfried tardará en llegar a Asgard, tiene muchas batallas que librar antes de que lo vuelva a ver. Mientras tanto debemos ocuparnos de esa Fe de los Antiguos, con este milagro hecho va a convertirse en un poder que habrá que vigilar. Ya veremos si esto sigue de pie para el día de mañana.

El palacio no desapareció con la luz del nuevo día, ni del siguiente. Era tan real como la confusión y temor en el corazón de Fandral quien trataba de entender ese juego pero no había manera de comprenderlo. No al menos con sus habilidades, ni con la carta de su ausente esposa que le notificaba su pronto arribo. Le horrorizaba tener que tocar a esa mujer Draconiana, no que tuviera opción de negarse al acto o a su sola presencia, Morgana tomaba las riendas del asunto. Tuvo que embriagarse para olvidar lo que estaba por suceder mientras en Asgard las noticias sobre la restauración del palacio como la llegada del emperador al trono para iniciar la Restauración empezaban a correr de boca en boca y luego a esparcirse por el resto de los reinos desde donde se hicieron peregrinaciones para ser testigos de aquel milagro como para recibir la bendición que Nadann les proveía en las afueras de los muros del palacio, siempre con su sonrisa bondadosa y esa apariencia tan humilde. Tal sería el espectáculo que la princesa Morgana vería al llegar, siendo recibida por su padre en el nuevo palacio.

-Ese viejo loco tiene un buen gusto –comentó luego de inspeccionar algunas habitaciones como pasillos- Me pregunto cómo vamos a llenarlo de gente.

-No faltarán servidores –sonrió su padre.

-¿Así que Sigfried será emperador?

-¿Deseabas tú el trono?

-No, deseo acabar con los herejes y también encontrar esa prometida tuya.

-Hice un trato con Lord Comandante.

-Mismo que puede ser refutado por mi hermano cuando sea coronado. ¿Cuándo llegará?

-Pronto, hija mía.

-¿Asgard tendrá por nueva religión la Fe de los Antiguos?

-Es una excelente oportunidad de asentar los dos pilares principales en la creación de un nuevo imperio.

-Entonces hay que construirle un templo –Morgana se volvió a su padre- Es desagradable verlo parlotear en pleno camino público. Que lo haga dentro de un recinto donde no pueda escuchar su sarta de idioteces, necesito estar tranquila y a gusto si acaso quieres nietos.

-Llamaré arquitectos para el templo. Ahora, ¿puedes darme tu informe?

Morgana sonrió maliciosa. –Tal como lo pediste, he dejado el martillo en Midgard, seguramente eso mantendrá ocupado al mocoso ése. En cuanto a los Guardianes ya he enviado a nuestro cazador para que hagan ejercicio, los demás guerreros no interesan, padre. No sirven para nada. El resto del plan sigue en marcha sin alteración alguna.

-Siempre tan puntual, hija mía.

-Iré a descansar un poco, supongo que tenemos nuevas habitaciones. Que nadie me moleste ni a mi esposo –rió de forma cruel- Estaremos entretenidos.

-Adelante.

Tyar Pendragón le miró partir, caminando lentamente hacia la sala del trono para admirar una vez más aquella creación del sacerdote Nadann. Luego de eones exiliados en las espantosas tierras de Midgard, al fin habían podido regresar para cobrar venganza. La familia Pendragón era por excelencia los amos de los Dragones Cardinales, que alguna vez tuvieran una época de oro antes de que Bor los asesinara a casi todos únicamente por el poder que tenían sobre aquellas bestias como su magia única que nadie en todo el universo pudo igualar, ni siquiera con esas piedras insulsas que llamaban las Gemas del Infinito. Ellos habían creado el reino de Avalon que estuvo conectado mucho tiempo con Midgard, perdiéndose cuando Odín Padre de Todo llegara para terminar la obra de su padre.

Despreciados y humillados, habían tenido que sobrevivir en las penumbras, alimentando sus planes de venganza en contra de todos aquellos que tenían la sangre de su familia en sus manos, y lo haría de la manera más dolorosa posible. Tyar ya se había encargado de que nadie entorpeciera su camino a la dominación de los Nueve Reinos. Ya no existía ser alguno capaz de anular sus planes, los Pendragón iban a reinar eternamente. Eso le hizo reír a carcajadas que hicieron eco en aquel salón vacío.

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