Armadura roja y dorada

Título: LAZARUS I

Autora: Clumsykitty

Fandom: MCU con un pellizco de Marvel Cómics.

Parejas: bastantes, principalmente Stony, Thorki y Spideypool.

Disclaimer: Nada me pertenece aunque muera por ellos, todo es de Marvel y Mr. Lee entre otros, lo único mío es esta idea mía convertida en historia. Dicho está.

Warnings: Esta larga historia está dividida en libros que van en secuencia numérica pero no en orden de trama. Historias muy agridulces, crudas como violentas. No apta para corazones sensibles o mentes tiernas. Sobre aviso no hay engaño.

Gracias por leerme.



LIBRO II. El libro de la Familia.

Armadura roja y dorada.


"En la vida, lo más triste, no es ser del todo desgraciado, es que nos falte muy poco para ser felices y no podamos conseguirlo." Jacinto Benavente.



Tony ya conocía al Capitán América antes de estrecharle la mano por primera vez. Era el ídolo de su padre, la razón de ser de los Estados Unidos de Norteamérica, por todas las estrellas en el cielo. Con ese porte patriótico y sentido justiciero que transpiraba por cada poro de su ser, no pudo más que sentir rechazo la primera vez que posó sus ojos en él. Jodidamente perfecto en todo el sentido de la palabra gracias a un suero que un científico fuera de sus cabales se le ocurriera crear buscando al soldado ideal. Todo era correcto, todo era bueno con él y en nada ayudó a su primera impresión que de inmediato se pusiera como líder de los Vengadores que Nick Fury deseaba crear, sin pedirle permiso o preguntar a los demás quienes por cierto estaban demasiado ocupados lamiéndole el trasero para quejarse.

Pero él no era así, así que las rencillas no tardaron en aparecer en cuanto tuvieron que hacer equipo para enfrentar al maníaco hermano del Dios del Trueno. Ahí se dio cuenta que Steve Rogers no era tan mala persona. Despistado, pasado de moda, noble y algo ingenuo. Se podía divertir a sus costillas, así que lo hizo. Le tomó gusto a la manera en que siempre le perseguía para evitar que hiciera alguna estupidez no autorizada por su abanderada persona. Aún tenía que aprender que el Hombre de Hierro siempre tenía sus propios planes y que no aceptaba órdenes de nadie, particularmente las suyas. Pelearon, discutieron, estuvieron a nada de echar a perder el proyecto de los superhéroes hasta que al final llegaron a un acuerdo en el que Tony podía jactarse de tener la sartén por el mango. Steve era pésimo negociando.

Luego se dio cuenta que era un hombre solitario cuyas expectativas estaban irremediablemente perdidas, con un amor que el tiempo arrebató y unos ideales demasiado soñadores para un mundo que se había cruel durante su letargo. Era como un cachorro que había perdido su dueño en medio de una plaza pública. Tony era un genio reparando prácticamente cualquier cosa, así que le dio por ayudar al desahuciado Capitán América a ser parte del siglo XXI. Primero las actualizaciones, noches de películas y sesiones de videojuegos. Más tarde unos paseos por las plazas comerciales, salidas al cine... sin percatarse, comenzaron una amistad que fue fortaleciéndose con el paso del tiempo.

Incluso le ayudó con citas, en plena complicidad con Natasha. Pero Steve era reacio a conocer más gente fuera de su círculo de peligrosos compañeros, desquiciados héroes, asesinos y demás. Vino lo de Ultrón y a nada estuvieron de terminar distanciados. Por primera vez, Tony aceptó que el liderazgo del capitán había sido el pilar para que todo resultara bien al final. Realmente apreciaba a ese pedazo de ingenuo de la Segunda Guerra Mundial. Ya le tenía afecto para el momento en que vino el conflicto iniciado por la aparición del Soldado de Invierno, y por todos los neutrinos, le dolió en el alma que el idiota de Steve tuviera el poco seso de hacer a un lado su amistad por salvarle el pellejo al sargento Barnes. Mintiéndole traicioneramente.

Okay, todos se equivocaron, malentendidos, confusiones, muchísimos celos y envidias hicieron un cóctel explosivo donde una vez más estuvieron a nada de acabar con un sueño que protegía a la Tierra de peligros reales como monstruosos. Tony pasó la peor época de su vida, sin decirle a nadie como fue su costumbre, ni a un convaleciente Rhodney. La razón: durante esa espantosa Guerra Civil se percató de que se había enamorado de Steve Rogers, y que éste, además de ser fiel a su amor por Peggy Carters, también parecía estar inclinado hacia James Buchanan Barnes. Por eso el rompimiento con Pepper, el abandono de sus heroicos amigos, la pérdida de sus trajes o la destrucción de Viernes a manos de Doom, no le dolieron tanto como la elección del Capitán América.

Cuando Steve Rogers amaba algo, lo hacía para siempre.

Al terminar todo, renunció a los Vengadores como a la figura del Hombre de Hierro, dedicándose de lleno a sus Industrias Stark para huir del dolor que vino a su corazón no solo por la derrota sino por la pérdida de esos ojos azules que ya no iban a perseguirle más para hacerle entrar en razón ni buscarle en su taller para sacarle casi a patadas de ahí con el fin de obligarle a comer y dormir. Era un mundo al que ya no pertenecía y ni todo el alcohol, insomnio ni desmanes pudieron hacerle olvidar los momentos que habían compartido juntos, muy en especial aquellos donde estuvieron solos. Muy tarde se había dado cuenta de lo mucho que significaba Steve para él. Se quedaba sin nada una vez más.

Las pesadillas se hicieron peores, despertando entre gritos con un cuerpo temblando de pies a cabeza y empapado de sudor. Necesitaba de la voz de Jarvis pero él ya no estaba. Estaba solo. Prefirió trabajar hasta caer literalmente de agotamiento antes de permitir que aquellos horrores de su mente vinieran a él cuando cerrara sus ojos, concentrando al máximo su mente en los nuevos códigos que dieron vida a la siguiente IA que le acompañaría desde entonces: Skyfall. El nombre vino de aquella película de James Bond, que vamos, le recordaba su propia situación. Bruce le encontró una vez llorando desconsoladamente, tirado en el suelo con la espalda contra uno de sus bots, que trataba de hacer algo para animarle. Su amigo y confidente le abrazó, dejando que terminara de desahogarse, él era el único de todos los Vengadores que jamás le abandonó, nunca le dejó de visitar a pesar de haberlos dejado atrás.

-Tony... debes decirle.

-No –contestó con la voz quebrada.

-Las pesadillas se irán si le dices.

-No...

Bruce le animó a volver a ser parte de los Vengadores, como una estrategia para sobrellevar la horripilante depresión que lo estaba consumiendo. El doctor sabía lo que sentía por Steve y como el hermano de ciencias que era, tenía los labios sellados cuando los demás preguntaron por el cambio en su persona. El Tony alegre, desafiante y parlanchín había desaparecido, en su lugar tenían a un distante, serio como adicto al trabajo Stark que incluso obedecía las órdenes de Fury o del Capitán América sin rechistar, con éste último casi siempre acompañado por el amado Bucky al que T'Challa le había creado un nuevo brazo. No era tonto para no ver que trataba de que limaran asperezas. El castaño accedió de buena gana a tenderle la mano y su amistad al Sargento Barnes.

Cualquier cosa que hiciera feliz a Steve.

Puesto que el cuartel había terminado hecho pedacitos durante el ataque de Thanos, ofreció una vez más su torre a los Vengadores mientras reconstruían aquel complejo. Y a quien engañaba, también lo hizo para tener más cerca al soldado perfecto. Vinieron las noches de películas, las cenas que Clint traía de casa con sabor a familia, las misiones. Todo volvía a su lugar, mientras se encontraba enamorado cual colegiala de Steve Rogers y con el mejor de los clichés, sin que éste se diera por enterado. La compañía de Skyfall le fue de inmenso valor para sobrellevar aquel sentimiento que lejos de disiparse se hacía tan fuerte que tuvo que hacerse adicto a su tableta para que no cometiera una indiscreción frente a los demás y se dieran cuenta de lo que su traicionero corazón sentía.

Creyó que la situación iba a mantenerse así por siempre, o hasta que él muriera en alguna misión. Tenía celos y rabia de la manera en que James y Steve se llevaban, apretando una sonrisa cuando reparaba en silencio el brazo metálico mientras Barnes le contaba alguna anécdota sobre el capitán o lo que hubieran hecho últimamente. A veces tuvo el impulso de tomar el desarmador más cercano y empalárselo en un ojo pero jamás lastimaría algo que Steve amara tan profundamente. Era todo un perdedor. Con pesadillas de por medio, que le despertaban en plena madrugada. Skyfall le recomendó dar un paseo por el balcón del penthouse para calmarse ante el último de sus ataques de pánico y no se hizo del rogar, mirando la ciudad nocturna con un viento meciendo sus cabellos, llevándose parte de sus lágrimas silenciosas.

-¿Tony? –la voz del capitán le hizo respingar.

Skyfall era a veces un traicionero. Jamás supo en qué momento se volvió tan perceptivo.

-¿Q-Qué sucede? –tuvo que hacer acopio de fuerzas para calmarse en un abrir y cerrar de ojos, pasando saliva mientras hacia la mímica de acomodar sus cabellos para secarse las lágrimas.

-Tony –Steve se le acercó, mirándole fijamente aunque él no le correspondió el gesto, desde que volviera a los Vengadores nunca más volvió a verle directamente a los ojos.

-¿Pasa algo, Capipaleta? –trató de bromear.

-Quisiera que me acompañaras, necesito de tu ayuda.

-¿Una misión encubierta?

-Podría decirse.

El Capitán América le llevó entonces fuera de la torre, a donde esperaba su motocicleta. Tony jamás había subido en ella porque ciertamente no le gustaba viajar tan expuesto, pero esa noche Steve no le concedió espacio para negociar, tendiéndole su casco que miró con el ceño fruncido.

-Vamos.

Viajaron fuera de la ciudad, Stark prácticamente pegado a la espalda del capitán sujetándose de su cintura como si su vida dependiera de ello, observando desaparecer los edificios, autopistas y casas para entrar a un paisaje más natural muy cerca de la playa que se divisó por la luz de la luna reflejada en sus aguas, deteniéndose en un campo de altos pastos donde Steve metió la motocicleta antes de apagarla. Tony se quitó el casco mirando alrededor aquel campo de un aroma a tierra húmeda que le hizo suspirar, abrazándose por instinto ante la brisa fría que sopló, maldiciéndose por dentro por haber olvidado un abrigo que ponerse, justo cuando su siguiente cliché apareció, sintiendo la chamarra de cuero envolverle. Esta vez sus ojos incrédulos se fijaron en los azules del capitán quien le sonrió.

-Lo siento, olvidé el frío que hace aquí.

-¿Cuál es la misión? –Tony desvió su mirada al percatarse que le estaba viendo a los ojos, caminando un par de pasos dentro del campo- No veo qué podamos hacer aquí.

-Reconciliación –Steve le siguió, tomando sus manos para que se colocara la chamarra, cerrando el cierre con una calma que inquietó al castaño.

-¿Reconciliación? Creo que eso ya lo dejamos claro. Estamos bien.

-No me lo parece.

-Pues lo es.

-¿Por qué estabas llorando?

Tony pasó saliva con fuerza. Le había visto y no había escapatoria. Recordó las palabras de Bruce, cerrando sus ojos, inclinando su cabeza lo que le permitió percibir el aroma de Steve en la chamarra como el calor aún remanente de su cuerpo.

-¿Tony?

-¿Sabes, Steve? Eres un gran hombre y... lamento mucho todo lo que te hice pasar, eres un gran líder con un corazón lleno de tesoros que este mundo no se merece –comenzó su sarta de oraciones buscando coraje donde no había- La verdad es que... hubo un momento, no sé bien cuando porque no llevo cuenta de eso, pero lo importante es que pasó y... bueno... me enamoré de ti, eso pasó. Y ya sé que vas a decir, que estás impresionado, agradecido o como sea, solamente quería decírtelo. Si te causa conflicto, me retiraré de los...

-Tony, cállate.

Levantó su mirada húmeda como confundida hacia el Capitán América que se le acercó para tomar su rostro entre sus manos y darle un beso que le dejó en una pieza. Su cerebro sufrió un corto circuito que duró lo suficiente hasta que Steve volvió a soltarle, limpiando sus lágrimas con una sonrisa cariñosa.

-Eres un idiota.

-¿Cómo...? Pero...

-Cuando te fuiste, yo me di cuenta que te quería más que un amigo, más que un hermano. Tus bromas, tus risas, tu mirada, Tony. No sabes cómo me hiciste falta. Fue como si me arrancaran el corazón o dejara de respirar, quizá peor que eso. Verte tan triste, tan ausente y alejado de mí solamente lo empeoró, estaba comenzando a volverme loco.

-¿Sí? –fue lo único atinado que pudo decir, siendo envuelto entre esos fornidos brazos.

-Nada de lo que hacía te devolvía a mí –confesó con voz adolorida Steve, tomando su mentón- Simplemente me ignorabas.

-Eso no es cierto...

-Así me lo pareció, Tony. Me estaba rompiendo por dentro, ¿fue por aquella vez, cierto? Te hice a un lado. Ya no fuiste el mismo desde entonces.

Stark se quedó realmente atónito, recostando su rostro contra aquel pecho escuchando esa confesión. Hizo un recuento de sus memorias. Cómo Steve le había invitado infinidad de veces a salir con el resto, a veces solos. Cómo le había estado cuidando cuando se quedaba en el taller hasta altas horas de la noche o trabajando sin descanso con Bruce en el laboratorio. Siempre apareciendo donde él había estado peleando en las misiones, siempre pidiendo que le diera el reporte de su estatus. Quedándose a su lado cuando le atendían en la enfermería, sentándose cerca de él cuando cenaban con todo el equipo. No le había pasado desapercibido aquello pero toda idea esperanzadora la había aplastado con puño de acero diciéndose que solamente estaba siendo amigable como en los viejos tiempos.

-Entonces... ¿tú también...? –contuvo el aliento con el corazón a mil por hora- ¿Te atraigo?

-No, Tony –eso le hizo levantar su rostro hacia el de Steve quien lo acarició, sus ojos vacilaban igual que los suyos- Más que atraerme, me vuelves loco, más que agradarme, eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no quiero perderte. Te amo, Tony Stark. Por primera vez en mi vida, estoy agradecido de haber caído en aquel hielo que me hizo encontrarte. Si fuese Dios, haría el mundo de la misma manera únicamente para tenerte ahora. Solo por tenerte ahora.

Eso fue suficiente para Tony quien derramó más lágrimas esta vez de felicidad, alcanzando el cuello de Steve para besarle, sintiendo las manos de éste levantarle por sus muslos para cargarle. Jamás se cansaría de ese gesto, de tener esa protección que le hizo sentirse seguro, a salvo. La promesa silenciosa de jamás abandonarle. Rieron con sus frentes encontradas, susurrándose disculpas que habían quedado rezagadas, perdones que necesitaban ser escuchados. El viento sopló con más fuerza, agitando aquel campo que liberó su secreto, luciérnagas que dejaron libre su tenue luz verde que les envolvió. Tony sonrió ampliamente mirando alrededor, con sus brazos sobre los hombros de Steve cuya mirada se llenó de la más genuina y profunda felicidad al verle aquel gesto, escuchar una vez más esa risa divertida, complacida.

-Anthony Edward Stark, eres el amor de mi vida.

Claro que hubo peleas, momentos tensos o de angustia, como toda buena pareja con sus diferencias y más cuando se trataba de dos superhéroes tan dispares. Pero Tony adoraba cuando Steve se quedaba silencioso haciendo sus bocetos como si no hubiera otra cosa más importante en el mundo, a veces enojándose porque le usaba de modelo involuntario al dibujarle mientras trabajaba en el taller, o se quedaba dormido sobre la consola de Skyfall que llamaba al capitán para que le llevara a dormir. La manera en que guiaba a todos los Vengadores e incluso su profunda amistad con Barnes a quien ya había dejado de tenerle celos, eran cosas que le hacían sonreír muchas veces sin que se percatara de tal detalle hasta que Natasha le mostraba una foto suya.

Parecía una colegiala, pero una experimentada. Aunque eso fue una imprudencia después, una muy placentera imprudencia. Tony era más conocedor que Steve en cuestiones íntimas así que fue él quien guió en primer lugar sus acercamientos, complacido de las expresiones de sorpresa del capitán o de sus sonrojos. Les tomó su tiempo, pero valió la pena cuando al fin sus cuerpos se fundieron para ser uno solo, despertando a un león dormido dentro de Steve quien hacía honor a la fama de los grandes amantes ocultos tras los rostros más tímidos. Su libido no tuvo límites una vez que se entendieron como amantes. No que Tony se hubiese quejado alguna vez de ello, aunque a veces se preguntaba dónde había quedado el virginal Rogers cuando era sorpresivamente raptado para ser poseído con una seguridad –además de vigor- que le dejaba sin un gramo de energía. Pero le volvía loco, porque reafirmaba esa protección, la confianza que se tenían, su cariño que fue ganando fuerza. No hubo parte de la torre que no hubiera conocido sus andanzas sexuales, tampoco el Quinjet ni el nuevo cuartel. Skyfall fue lo suficientemente astuto como discreto para encargarse de las evidencias que pudieran avergonzar a Tony después, aunque Clint luego se encargaba de eso al verle cojear. Amaba a Steve.

Así que el paso siguiente no fue tampoco una sorpresa aunque sí un momento que Tony jamás podría olvidar. Estaban en la cocina discutiendo sobre las consecuencias del uso del microondas, un tema de lo más absurdo pero que los tenía a todos riendo y envueltos por completo en el tema cuando Steve llegó con la seguridad plantada en su mirada, caminando directo hacia Tony quien arqueó una ceja al verle así, abriendo sus ojos como platos al segundo siguiente cuando el capitán se arrodilló frente a él, mostrándole una caja de terciopelo azul donde se hallaba un hermoso anillo de compromiso de plata con una estrella de diamante incrustada. Sintió su rostro arder como una sonrisa de oreja a oreja crecer conforme escuchaba la muy romántica propuesta de matrimonio a la que dio un rotundo sí aunque ya hubiese sospechado aquello, teniendo una broma de por medio. Pero eso se le olvidó nada más de ver el anillo que fue colocado en su dedo acompañado de un beso y la algarabía de unos emocionados Vengadores que les aplaudieron, silbaron o aullaron.

Así era Steve Rogers.

Decidieron hacer una boda sencilla y muy discreta pero se convirtió en toda una fiesta por culpa de los impulsos de Jane Foster y la esposa de Clint que animaron al descontrol del resto. Así que hicieron una gran recepción con la que se inauguró el nuevo cuartel de los Vengadores, mesas por todos lados, invitados sonrientes, obsequios, abrazos y un ambiente lleno de felicidad que se unió a la suya. Sus anillos de oro fueron hechos al estilo de la vieja escuela. A Tony le hubiera dado igual que fuesen de papel. El simple acto de Steve de colocarlo en su mano al igual que él era suficiente para considerarlos el tesoro de la nación. Fury les concedió unos días de licencia para su luna de miel que fue orquestada una vez más por esa jauría de mujeres, un viaje a Europa. El sexo alcanzó su mejor punto, pero lo mejor fue una noche romántica en Venecia, porque tenía que ser un cliché claro, cuando su ahora esposo, después de hacer el amor de la manera más dulce, le recitó por primera vez aquel poema que quedaría grabado en su mente con fuego.


Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡Todo sucederá! Podrá la muerte
cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor.


Todas las piezas en la vida de Tony Stark al fin encajaron en su sitio.

Vinieron más misiones, enemigos que derrotar, problemas que enfrentar. Pero todo fue más sencillo, más claro. Ambos miraban hacia la misma dirección. Por eso tuvieron a Peter más adelante, se había dado de manera natural, como lo decía Mufasa con su círculo de la vida. Tony estaba en el paraíso que protegería a toda costa, aun si debiera barrer con el universo. Esas noches bailando en silencio con Steve, corriendo tras Peter lleno de comida que embarraba por todo su taller, las salidas al campo en familia... jamás creyó que pudiesen existir mejores momentos que esos. Se le olvidó que existía algo llamado mala suerte, con forma de Ragnarok.

Cuando los demonios estaban venciéndoles, Steve se lo ordenó y luego suplicó. Quería que se retirara de la batalla para que pusiera a salvo a Peter, y si era necesario, huir de planeta. Tony le lloró entonces, pidiéndole que le dejara estar a su lado aunque sus sentidos paternales gritaban que el Capitán América tenía razón. Debían tener una salida. Steve le abrazó con fuerza, besándole de esa manera única antes de casi aventarle de vuelta a su traje ordenándole a Skyfall que se lo llevara junto con su hijo a la nave, despidiéndole con una sonrisa llena de amor y una mirada vacilante que le dijo a Tony que jamás lo volvería a ver. Justo en esos momentos apareció uno de los generales de Surtur que rompió el escudo como su vida, arrancando media alma de Tony.

Ya nada fue igual desde entonces.

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