36. ¡No lo merezco!
Jeongin tenía un montón de issues, como los llamaba Felix. Probablemente tendría que estar yendo a terapia dos veces por semana, pero, en su lugar, trabajaba de forma descarnadamente obsesiva para olvidarse de todos esos issues, evitaba a su familia (la causante de los mismos, según la opinión de Jisung) y lloraba a veces en su habitación. Todavía tenía días malos en los que ni siquiera eso le apartaba de sus problemas. Ese era uno de esos días de mierda.
—¿A dónde vas, Jeongin? —La voz áspera de su abuelo hizo eco en el recibidor de la mansión Yang. Giró la cabeza para encontrarse con los ojos escrutadores del hombre que le había criado.
—A trabajar.
—Inténtalo de nuevo. —Las zapatillas de andar por casa no hicieron ruido en el suelo de mármol mientras se acercaba a un congelado Jeongin.
Su abuelo tenía 75 años, el pelo completamente lleno de canas y un historial de achaques médicos llenando una enorme carpeta, pero hasta ahí llegaba la posible "debilidad". Yang Doyun era un alfa de todas las formas en las que se podía ser un alfa. Era significativamente más alto que él, con la espalda ancha y la mandíbula marcada. Ni siquiera las arrugas habían apagado el aura dominante.
Aunque, como todos en su familia, no dejaba escapar nunca su olor, era inevitable saber cuál era su rango. Jeongin no se parecía en nada a él, más allá de los hoyuelos que marcaban sus mejillas las raras ocasiones en las que reía. Podría pasar por un beta porque se encargaba de ejercitarse eficientemente, pero no dejaba de ser un omega en todo lo que era importante. Como, por ejemplo, mantener la compostura cuando el lenguaje corporal del alfa era tan agresivo.
—Me voy a trabajar —insistió, tragando saliva.
—No, porque tienes el día libre. ¿A dónde vas, Jeongin?
—Ah... —Mierda, ni siquiera pensó que su abuelo se daría cuenta de que había pedido el día, después de todo, solía ignorarlo cuando estaba en la oficina—, es un trabajo externo —El mayor levantó una ceja, incrédulo—. Estoy echándole una mano a un amigo con una demanda laboral, la vista de conciliación es hoy.
—¿Qué amigo?
—Un amigo, harabeoji* —Jeongin era consciente de que estaba forzando un poco las tuercas—, volveré a la oficina después de comer.
*harabeoji es abuelo en coreano
—¿No me dirás quién es ese amigo? —El anciano ladeó ligeramente la cabeza, metiéndose la mano en el bolsillo de la chaqueta del traje azul que llevaba.
—No lo conoces.
Sabía que estaba cruzando un límite tácito, uno que nadie se atrevía a cruzar con su abuelo, pero no pudo evitarlo. Se sentía salvajemente celoso por la posibilidad de que Yang Doyun tratara de apartarlo de las personas que estarían de camino al juzgado ahora mismo. No quería que los conociera, no quería que supiera sus nombres, que sus caras nunca estuvieran en su retina. Si pudiera, se llevaría a los hyungs fuera de Seúl, tal vez al extranjero, a cualquier lugar lo suficientemente lejos como para que los Yang nunca tuvieran una pista ni del color de sus cabelleras.
Fue un momento extraño; no era él, al menos, no era el Jeongin que había sido los meses anteriores. Se parecía mucho más al Jeongin que recibió una bofetada en ese mismo recibidor, antes de huir de la casa con un vaquero y una camiseta y nada más. Ni siquiera se llevó su teléfono móvil entonces, ni sus libros, ni los malditos retenedores que tenía que usar por las noches después de su ortodoncia. Solo corrió hasta que estuvo lo suficientemente lejos de la mansión como para tomar un taxi.
Hyunjin pagó aquella carrera, con sus ojos preocupados y sus labios hermosos apretados en un puchero. Lo abrazó esa noche y todas las siguientes, lo vistió, lo alimentó, lo abrigó y lo amó. Le compró hasta un maldito iPhone solo porque insistía en que necesitaba saber de él cuando no estaba en casa. También lo ayudó a conseguir un trabajo, a establecerse, a resurgir de las cenizas que la bofetada de Yang Doyun provocó.
En ese instante, en el recibidor de la casa, en la misma posición que entonces, se dio cuenta de que recibiría con gusto un golpe más (o cien) si podía seguir sintiéndose como se sentía cuando estaba en torno a los hyungs que lo esperaban en la puerta del juzgado.
—¿Estás seguro de que no lo conozco? —Había un filo punzante en la voz, uno que Jeongin reconoció.
—No tiene nada que ver con Hwang —escupió, un poco demasiado valientemente.
Los ojos de su abuelo se estrecharon como si estuviera calculando la cantidad de sangre que tenía en las venas. El omega tembló internamente y agradeció al entrenamiento férreo que, irónicamente, le estaba salvando de que su cuerpo apestara a feromonas asustadas en ese instante.
Respiró hondo y decidió quedarse con ese silencio que el anciano había traído al recibidor. Sin esperar un permiso que creía que no necesitaba, se calzó los mocasines italianos y ajustó el maletín en su mano antes de abrir el picaporte.
—Espero que no estés mintiendo, Jeongin —murmuró el hombre, pareciendo repentinamente vulnerable.
—No estoy mintiendo, harabeoji. No es Hwang, no voy a ver a Hwang. Te lo dije —se defendió, tratando de apaciguar al hombre mayor. Lo vio llevarse una mano al pecho y asentir con los labios apretados—. Volveré a la oficina después de comer.
—Mejor, comamos juntos. Te esperaré en el restaurante frente a la oficina —decidió por los dos, Jeongin sabía que no podía debatir eso y aunque le apetecía horrorosamente ir a comer con los hyungs, asintió, dándose por vencido—. Muy bien. Espero que no me decepciones, Jeongin.
—No lo haré —aseguró, haciendo una reverencia antes de marcharse de allí a toda prisa.
***
Jeongin llegó a la puerta del juzgado tres minutos después de la hora a la que había quedado con Minho. Pidió disculpas media docena de veces con sus correspondientes inclinaciones, y le pareció adorable, así que le restó importancia.
—No sabía si bebías café, así que te compré un jugo —dijo, extendiendo una botella hacia él. Jeongin parecía confundido, pero Minho estaba tan nervioso que había comprado un jugo inocuo de los que bebían los integrantes de su pequeña manada en la guardería.
Nadie odiaba el jugo de melocotón, ¿verdad?
Entraron en silencio hasta la recepción y recibieron de la educada alfa tras el mostrador, un número de sala y un par de indicaciones. Pasaron por el detector de metales y Minho fue testigo de como Jeongin se convertía en el abogado Yang en cuanto enfiló el pasillo correspondiente, olvidando su adorable ansiedad por llegar tarde, su mirada huidiza, su sonrisa con hoyuelos y todo lo que lo hacía bonito y agradable.
—Déjame hablar a mí, pase lo que pase, hyung —ordenó. Minho asintió, interiormente agradecido.
No es que en ese momento fuera capaz de decir algo, el nudo en su estómago era como las pesas que Changbin levantaba. Como si hubiera comido siete mancuernas aderezadas con un trago de cemento líquido. Le sudaban un poco las manos y sabía que su flequillo se pegaba a su frente, era incapaz de controlar sus funciones corporales más allá de su glándula de olor. Incluso esas parecían jugarle algunas malas pasadas cuando se daba cuenta de que estaba a punto de enfrentar a esa gente que lo echó.
Un hombre vestido con el mismo impecable estilo que Jeongin se acercó, mirando directamente al profesor. Era un alfa, hecho evidente por su olor a algo como el metal.
—Lee Minho-ssi, mi nombre es Kang Hajoon, soy el representante legal del consejo educativo. —El hombre hizo una reverencia educada a la que Minho no contestó. Mierda, seguía respirando porque era automático.
—Soy Yang Jeongin, Kang Hajoon-ssi, el representante legal de Lee Minho-ssi —intervino el chico, con su tono cortante como una daga recién afilada. El abogado alfa levantó las cejas sorprendido, como si no esperara una voz tan firme en un cuerpo tan menudo.
Una puerta se abrió a su derecha y una mujer mayor los miró de arriba abajo con aburrimiento, invitándolos a pasar a un despacho grande. A partir de ese momento, la mente de Minho se sintió como un borrón.
Fue levemente consciente de cómo Jeongin hablaba, exponía su caso, pero sus ojos estaban clavados en la pareja de alfas que dejaba escapar su olor agresivo y molesto frente a ellos. El señor y la señora Jeong parecían tan enfadados que Minho temía que saltaran por encima de la mesa y le golpearan.
No podía sentir el olor de Jeongin y tampoco el de la anciana beta que parecía llevar la voz cantante en la reunión. Minho solo quería irse a casa, pedirle a Jisung que hiciera un bonito nido con sus mantas y su ropa y acurrucarse dentro. Dios, cómo necesitaba al chico en ese momento... Tiró del cuello de su camisa para aflojar un poco la corbata que le había obligado a ponerse esa mañana y sintió el olor de la lavanda. Dirigió sus ojos al pedazo de tela azul y lo acarició, sonriendo inconscientemente cuando se dio cuenta de porqué Jisung le había puesto su corbata.
«Omega nos cuida», el ronroneo de su lobo le llenó la cabeza que ya tenía embotada.
Si contase esto en voz alta, esos alfas que había frente a él se reirían de su debilidad. Le dirían que un alfa no necesita el olor de un omega, que un alfa debe ser fuerte, el proveedor, el protector. ¿Cómo podría hacerles entender lo que Han Jisung le hacía sentir? ¿Por dónde empezaría a decirles que el olor a lavanda era como el pegamento cuando su alma se descomponía? A Minho le importaba una mierda parecer débil frente a esa gente o incluso frente a Jisung. Lo único que necesitaba era nunca perder a ese demonio ruidoso que era su Hannie.
Un montón de papeles se colocaron ante él, distrayéndolo de la seda azul de la corbata. Levantó la cabeza confundido y miró de los alfas al omega que se sentaba a su lado. Todavía no sonreía, pero su mandíbula ya no estaba tan tensa y parecía mucho más relajado. Aunque Minho no entendía por qué.
—Firme aquí, Lee Minho-ssi —pidió suavemente, usando el tratamiento formal.
Tuvo un segundo de titubeo cuando tomó el bolígrafo y pensó que debería leer esos documentos antes de firmarlos, pero confiaba en Jeongin. De hecho, confiaba ciegamente en él porque Jisung lo hacía.
La punta del bolígrafo se arrastró por todas las hojas en las que le ordenaron firmar. Ni siquiera volvió a dudar cuando el mismo papel pasó al frente y el abogado firmó en nombre de sus representados. Minho estaba perdido porque no había escuchado una mierda, pero esa reunión le pareció rápida y larga al mismo tiempo, así que supuso que habrían llegado a un acuerdo.
Arrastrado por Jeongin y en una especie de limbo, salió de aquella sala sin poder evitar el encuentro con unas cuantas personas en el pasillo. En su mente aturdida, le pareció distinguir el olor del sándalo y solo deseó que Hwang estuviera lo suficientemente lejos de allí para no verle la cara.
—Espera aquí, Jisung hyung llegará enseguida. Tengo que ir al baño —avisó el omega, empujándolo hacia una silla en la pared del pasillo.
—Oye... —murmuró, tomándolo de la muñeca antes de sentarse—, ¿qué pasó ahí?
—¿No has escuchado nada? —Minho negó, avergonzado—. ¿Y firmaste esos papeles sin preguntar? —La realización de la estupidez que había cometido fue desagradable y sus mejillas se calentaron. Jeongin sonrió de verdad, mostrando sus adorables hoyuelos—. Han cedido a nuestra petición, incluso a la compensación económica.
—¡¿Qué?!
—Eso, han cedido.
—Pero los Jeong...
—Dieron guerra, pero la juez de paz era beta, así que no le impresionó una mierda ninguna de esas basuras alfa de los Jeong. Además, el abogado Kang parecía bastante razonable, les recomendó callarse la boca cuando amenacé con hacer público el caso.
—Pero... No entiendo...
—Bueno, es algo que hablé con Seungmin, la mala publicidad va en ambos sentidos. Si filtraban tu situación a la prensa sería malo para ellos también. Volverás al colegio, Minho hyung, con los bolsillos un poco más llenos y una plaza fija. Ahora, voy al servicio, espérame aquí.
Minho sintió que su cabeza estaba verdaderamente llena de algodón.
—No puedo creer que estés haciendo esto, Yang Jeongin —exclamó, cerrando de un golpe la puerta del baño a su espalda.
Su olor a sándalo se esparció por la estancia, saturando el aire con todas las sensaciones desagradables que hervían dentro de él. Estaba tan enfadado, se sentía tan frustrado, traicionado y solo... Hyunjin creía que las lágrimas que picaban en sus ojos se contendrían lo suficiente como para enfrentar a ese maldito desgraciado por lo que le había hecho.
En realidad, no tenía claro qué hacía ahí. Escabullirse para seguirlo hasta el servicio había sido como una memoria muscular profundamente arraigada a su sistema. No era la primera vez que estaban en esa situación, aunque las implicaciones emocionales no eran en absoluto las mismas que el día que lo conoció. Entonces, Hyunjin había estado decidido a seducir al bonito beta ignorando deliberadamente que era un Yang. Le importaba una mierda su apellido entonces y seguía importándole una mierda. Pero en ese instante, Jeongin era su exnovio, el muchacho con el que convivió durante casi dos años, el omega al que quiso marcar, el que lo abandonó cuando tuvo suficiente de su arrebato rebelde.
Porque eso era, ¿no? Hwang Hyunjin fue la insurgencia del perfecto Yang Jeongin, su máxima muestra de desobediencia a su abuelo y a todo el clan. Llegó a esa conclusión él solo, sin necesidad de que nadie se lo dijera. Tenía sentido, después de todo; el chico podría tener a quien quisiera, a cualquier ser humano del mundo, pero lo eligió a él, al hijo del enemigo. Romeo y Julieto, que diría el estúpido Jisung. Por suerte, no habían terminado tan trágicamente y ahora nadie tomaba veneno y nadie se apuñalaba, solo se miraban fijamente en los baños del juzgado como si fueran absolutos desconocidos.
El abogado parecía asustado y visiblemente incómodo. Pero estaba guapo, ay, mierda, estaba precioso. Llevaba el pelo negro peinado con la raya al medio y ese traje de color gris que era terriblemente anodino y a la vez elegante. Y no podía olerlo, por supuesto. Pero para su desgracia el olor de Jeongin no era algo que pudiera olvidar. Estaba tan malditamente enfadado con él por no poder olvidarlo...
—Llevo meses sin saber si estás vivo o muerto y ahora reapareces en un puto juzgado. —Se rió sin gracia, con un sabor amargo en el fondo de su garganta.
Jeongin apretó la boca con tanta fuerza que pudo intuir la sombra de un hoyuelo. Quiso golpear las puertas a su alrededor, tirarse al suelo, llorar, patalear, arrodillarse ante él y rogarle que volviera a su lado. Hyunjin sentía que estaba recibiendo un castigo que no merecía, su Innie no tenía que comportarse así con él. Él lo había protegido, lo había amado, abrió la jaula en la que estuvo toda su vida encerrado, lo ayudó a volar.
Y cuando se cansó de volar, volvió al amo que lo encerró.
En ese instante, ante él, con el olor aséptico del jabón de manos y sus feromonas desquiciadas en la habitación, quería tirarle a la cara toda la mierda que guardaba dentro. Gritarle que era un cabrón, que lo abandonó a su suerte, que su maldito abuelo seguía vivo y Jeongin seguía bajo su suela. Quería pedirle que le devolviera los años que le dio, el tiempo que le dedicó; quería de vuelta los abrazos, el consuelo, el cariño, el cuidado. Hyunjin se merecía todo eso de vuelta, joder, lo que no merecía era que lo desecharan como un trasto viejo.
Hwang Hyunjin no era una camiseta de la temporada pasada.
—Déjame salir, por favor. —La voz sonó tan baja que casi no fue capaz de oírla con el rugido sordo que retumbaba dentro de su cabeza.
—¿Por qué estás haciendo todo esto? ¿Por qué demonios estás de su lado?
—Porque es injusto que hayan echado a ese alfa. Y lo sabes —replicó cortante, como acostumbraba a comportarse en los juicios.
—Pero no es asunto tuyo, Lee Minho no es asunto tuyo... —gruñó, dando un paso más cerca. El omega agarró el mármol del lavabo a su espalda—. Ese imbécil fue a un festival infantil en pre-celo.
—Esto ha terminado, se reincorporará en una semana. Si tienes alguna queja, presenta un recurso. Ahora, déjame salir, Minho hyung me está esperando.
—¿Minho hyung? —El nudo en su garganta convirtió esa pregunta en un susurro desdichado.
No pretendía romperse. No pretendía nada en realidad, porque no tuvo una razón real para seguir a Jeongin al baño más allá de esa compulsión de verlo de cerca una vez más. No hubo decepción, seguía siendo el mismo chico bonito que le robaba el aliento. Pero estaba tan en el borde y Hyunjin se sentía tan frágil... Tanto que esas dos palabras, ese título, consiguieron reventar con violencia los diques de contención que llevaba construyendo los meses posteriores a su abandono. Sabía que estaba haciendo un puchero porque sentía su labio inferior temblar. Dos lágrimas gruesas y cálidas cayeron por sus mejillas y los ojos del zorrito las siguieron, con su propio belfo abultado.
Hyunjin quería que le devolviera cada cosa que dio por él, cada minúsculo movimiento que hizo para mantenerlo firme. Él también quería tener un hombro para llorar, un hogar al que volver, un oído que lo escuchara, unas manos que lo reconstruyeran cuando se volvía pedazos. En realidad, aunque no tenía a nadie, tampoco lo quería. Él quería a Jeongin. Joder, en ese instante solo quería implorar por piedad, pedirle, con todo ese llanto que creía que había acabado, que lo abrazara.
Demonios, el alfa necesitaba tanto tener al muchacho más cerca que eliminó la distancia que los separaba, acorralándolo contra el mármol.
Yang Jeongin podría estar preparando la demanda por acoso que le iba a poner. Por lo que respectaba a Hyunjin, pagaría los millones o iría a la cárcel porque no pensaba apartarse de él ahora que había llegado hasta ahí. Desde tan cerca, sus ojos negros parecían guardar un millón de secretos que Hwang quería descifrar. Buscó los hoyuelos en el rostro pálido, pero no estaban. En su lugar, había un puchero a caballo entre la tristeza absoluta y el miedo que sabía que no debía tenerle. Hyunjin jamás haría daño a una maldita mosca; ni siquiera su grano en el culo particular (a. k. a. Han Jisung) recibió de él nada más que gritos.
Decidido a calmar esa mueca de susto, levantó su diestra para trazar con la yema el mentón afilado, la mandíbula marcada y el nacimiento del pelo negro como la noche. Ese champú que usaba no olía a nada, santo infierno, nada alrededor de Jeongin olía a nada más que café tostado del estúpido alfa Lee Minho. Y eso hacía que su propio lobo estuviera inquieto, enfadado, gruñendo.
—¿Por qué? —preguntó una vez más, pero no se refería a la demanda. En esas dos palabras había tantas dudas que no era capaz de materializarlas una a una.
—El consejo educativo fue injusto con él —respondió, beligerante. Sus pupilas brillaban con el fuego que sabía que guardaban, con el que, en algún momento, guardó solo para él.
Jeongin era tímido, no le gustaba el contacto físico y nunca dejaba escapar su olor en público. Sin embargo, había dejado a Hyunjin dormirse en su regazo cada maldita vez que se lo pidió. Jamás rechazó un abrazo suyo, todos sus besos tuvieron respuesta. Cuando la puerta del apartamento se cerraba, el alfa clavaba sus dedos en la cintura del omega y restregaba la nariz por la sensible glándula de su cuello. El olor a maracuyá estallaba como una explosión frutal que cubría los muebles, la ropa y su piel y convertía a Hwang en un hormonal manojo de nervios que no se calmaba hasta que estaba saciado de él.
Y Jeongin siempre alimentó esa hoguera, echó leña en ese fuego, lo abrazó, lo besó, lo mordió, lo acarició. Estuvo en cada uno de sus empujes, gritó con él, lo acompañó al éxtasis y flotó a su lado cuando acabaron desnudos en la alfombra, en el sofá, en alguna de las habitaciones, en su estudio de arte o en cualquier lugar en el que se conectaron.
Innie era como una enorme montaña cubierta de nieve: fría, impracticable, mortal. Pero guardaba un interior de magma ardiente que solo mostraba a los pocos afortunados que se acercaban a él. Hyunjin fue uno de esos afortunados, durante mucho, muchísimo tiempo, fue el único. Y ahora, luchaba en las batallas de otras personas y a él lo apartaba como si no valiera nada, como si todo el amor que Hwang todavía sentía palpitar no valiese nada. Como si ya lo hubiera olvidado, como si nunca hubiera sido nada.
—¿Por qué ellos sí pueden estar cerca de ti? —sollozó, incapaz de apartarse. Sus manos rodearon la espalda y cayó, derrotado, contra el hueco de su cuello—. ¿Por qué sí puedes oler a café? ¿Por qué ellos son más válidos que yo?
—Hyunjin... —El susurro roto le acarició la oreja e hizo puños con la chaqueta gris en la espalda del muchacho. Percibió que había ganado un poco de volumen, se alegró de que al menos pudiera seguir haciendo deporte y estuviera bien alimentado en la prisión Yang.
—¿Por qué no soy suficiente para ti, Innie? —No usó el tiempo pasado, porque eso era presente, Hyunjin quería a Jeongin igual que el día que lo abandonó. A pesar de los meses que pasaron separados y de que Hwang fingía que tenía todo bajo control, su vida era una auténtica mierda. Todavía no había vuelto a vivir a aquella casa que compartió con él, no comió tortitas americanas, no escuchó ni una maldita canción trot de las que tanto le gustaban, no había llevado a Suni al parque de atracciones—. Quiero ser suficiente para ti...
Ciñó con más fuerza la figura ajena contra él. Su nariz, olvidadiza e insolente, recorrió el espacio de su cuello en busca de la glándula inodora. Jeongin estaba en el juzgado y él era, a todas luces, un beta cuando estaba en el trabajo. Sin embargo, todavía quería sentir que era suficiente para él: para obtener su olor en sus pulmones, sus besos en los labios, su sabor en la lengua y su tacto en la piel.
Después de ese día, Hyunjin pensaría muchísimas veces en esa locura, tantas que se volvería una especie de recuerdo obsesivo al que regresaba cuando estaba en sus peores momentos. Sobre todo porque el olfato era un interruptor muy bueno para desencadenar un millón de cosas en él. En ese baño, tras meses de abstinencia del aroma a maracuyá, lo volvió a oler; la tristeza del omega se le clavó tan profundamente en su pituitaria que lo hizo marearse.
La cantidad agresiva y abundante de feromonas que dejó escapar lo aturdió. Titubeó, todavía confundido por lo que estaba pasando, pero se orientó cuando apretó su nariz contra aquella extensión de piel que le estaba dando el regalo más hermoso que recibió en muchísimo tiempo.
Gimió impíamente, aferrándose al cuerpo más pequeño, bebiendo de aquella tristeza que se parecía a la propia. El sándalo y el maracuyá saturaron el aire, mezclados en zarcillos que Hyunjin podría jurar que eran visibles. Aunque tal vez era solo aquel viaje místico que le recordó a la vez que tomó ácido con Jisung en la universidad. Ciertamente, estaba igual de ido.
Los dedos de Innie se enredaron en su pelo largo. Los dígitos masculinos hicieron una bola con los mechones, tirando su cabeza a un lado para enterrar la nariz sobre su cuello. Hyunjin jadeó por aire cuando abrió los ojos para ver la espalda de Jeongin en el espejo. Sentía la cabeza del omega olfatear sobre su piel, marcándolo como suyo.
Si Hyunjin hubiera estado un poco más cuerdo, se habría dado cuenta de que aquello no era normal. Innie nunca dejaba su olor sobre él fuera de los actos puramente sexuales, por supuesto, nunca lo hizo en un lugar público. Pero ahí estaba, perfumando al alfa, dejándose perfumar por el alfa, como si estuvieran otra vez en su salón lleno de muebles vintage. Como si estuvieran en su habitación con la cama mullida y llena de cojines y mantas suaves. Como si fueran a follar hasta la inconsciencia para luego despertarse y encontrarlo jugando a la Play Station en el sofá.
Los labios del chico rozaron su cuello y Hyunjin se empujó contra su frente, sus caderas buscándolo más por instinto que como una orden razonable de su cerebro. Los dos gimieron.
—Innie...
—¿Jeongin-ah, va todo bien? —La voz de Lee Minho se coló por los recovecos de su mente aturdida, pero aún no se movió.
—¿Innie, estás ahí? —¿Ese es Jisung? ¿Qué demonios hacía él aquí?
Jeongin se tensó entre sus brazos y lo apartó de un empujón. El momento pareció reventar como una pompa de jabón cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Se miraron uno al otro unos segundos: respiraciones erráticas, pupilas dilatadas, labios húmedos, ropa desordenada... Eran la viva representación del tipo de instante que habían compartido. Hyunjin nunca se sintió más orgulloso de tener un aspecto tan libertino cuando se vio en el espejo tras Jeongin, y tampoco de haberlo provocado en el omega que era como un volcán.
—¿Estás seguro que entró a este baño? —El escandaloso tono de Jisung volvió a colarse a través de la puerta—. Voy a llamar a seguridad.
—¡Estoy bien, Jisung hyung, dame un momento! —gritó Jeongin, sobresaltándolo.
«Todo el mundo es hyung y nosotros no somos nada», protestó, con razón, su lobo. Hyunjin se sorprendió al escucharlo, teniendo en cuenta que había estado en silencio desde que lo vio salir de la sala de negociaciones.
Los ojos del omega suplicaron, no sabía si para que se escondiera, se fuera o se quedara. Lo que sí sabía era que cualquier ser humano a su alrededor era digno de sentarse junto a Yang Jeongin, de hablarle informalmente, de dejar su olor en su ropa. Cualquiera menos Hwang Hyunjin.
Lo tomó con brusquedad de la corbata hasta que cayó contra él, aspirando el aire. Sin dejarlo pensar, lo besó con rabia, solo golpeando sus labios juntos, como un sello de dolorosa despedida. Dejó su boca para bajar hasta su cuello, asegurándose de impregnar al máximo su piel con el olor de sus feromonas agitadas y posesivas. Bebió del olor a maracuyá, paladeándolo, antes de morder su hombro sobre la chaqueta gris para contener un poco la rabia de su alfa, que le instaba a reclamarlo como propio.
Hyunjin no dijo ni una palabra y el omega tampoco. Cuando lo creyó conveniente, se apartó de él, se dio la vuelta y abrió la puerta. Casi se echó a reír cuando los ojos de gacela de Jisung se abrieron hasta el límite. Levantó una ceja hacia la pareja antes de marcharse de allí, conteniendo las ganas de gritar, llorar y agarrar a Jeongin para llevarlo con él.
***
Navegantes, hoy terminé el epílogo y el especial de Lavanda, así que para celebrarlo, subiré dos capitulitos más.
Estamos a cuatro del final :)
¡Nos vemos en el infierno!
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