🏵️Capítulo 2🏵️
Capítulo 2: A Contrarreloj
Sentada junto a la cama del hospital, Rin sostenía con ambas manos la fría mano de su hermana, Kagome, entrelazando sus dedos con desesperación, como si ese simple gesto pudiera mantenerla conectada al mundo de los vivos. Sus dedos eran un ancla en medio de la tormenta que se había desatado en su vida. El pitido rítmico del monitor cardíaco a su lado le taladraba los oídos, cada sonido un recordatorio cruel de que la vida de Kagome pendía de un hilo, tan frágil y quebradizo como el cristal. Rin apenas parpadeaba, con los ojos fijos en el rostro de su hermana, ahora tan pálido y quieto como una muñeca de porcelana.
El tiempo en esa habitación parecía haberse congelado. No había día ni noche, solo el constante fluir de la angustia que inundaba cada rincón de su mente. Rin respiraba con dificultad, como si cada inhalación le costara un esfuerzo titánico. El aire estaba cargado con el olor a desinfectante y el leve zumbido de los equipos médicos. Era un ambiente clínico, casi inhumano, pero era la única realidad que conocía en ese momento. No podía permitirse soñar con otra cosa que no fuera la vida de su hermana y el paradero de su sobrina.
Su mirada se posaba en el rostro inmóvil de Kagome. Cada línea, cada curva de su semblante, le recordaba todos los momentos que habían compartido. Recordaba cómo, cuando eran niñas, Kagome siempre había sido la fuerte, la que la protegía y la guiaba cuando el mundo parecía demasiado cruel. Ahora, los papeles se habían invertido. Rin sentía que la vida de su hermana dependía de ella, pero no sabía cómo salvarla. La impotencia la envolvía como una soga que se apretaba más con cada minuto que pasaba.
—Hermanita... —su voz se quebró, apenas un murmullo en la habitación—. Por favor, despierta. Te necesito... más que nunca.
Las lágrimas, que había contenido durante horas, comenzaron a correr por sus mejillas. Su garganta se sentía seca, como si el dolor se hubiera acumulado allí, obstruyendo su capacidad de hablar. Rin respiró profundamente, intentando controlar el llanto que amenazaba con apoderarse de ella. Se negaba a romperse, no ahora. Pero las imágenes de su sobrina, esa pequeña niña que apenas conocía, no dejaban de atormentarla. ¿Dónde estaba? ¿Estaba sola? ¿Sufría? El miedo se convertía en un nudo en su pecho, tan apretado que le faltaba el aire.
El sonido de la puerta al abrirse suavemente interrumpió sus pensamientos. La enfermera Tanaka entró en la habitación, sus pasos ligeros y silenciosos. Llevaba una sonrisa serena en el rostro, pero Rin podía ver la preocupación en la profundidad de sus ojos. Era una expresión que había aprendido a leer en esos días interminables en el hospital, donde las miradas decían mucho más que las palabras.
—Señorita Higurashi, ¿cómo te sientes hoy? —preguntó la enfermera en un tono suave, como si temiera romper la frágil calma de la habitación.
Rin apenas levantó la cabeza, pero no soltó la mano de Kagome. Se aferraba a ella como si, de alguna manera, su contacto pudiera traerla de vuelta.
—No lo sé... —su voz sonaba distante, como si hablara desde un lugar muy lejano—. Estoy... preocupada y confundida. No solo por Kagome, sino también por la bebé. Fui a la dirección que me dieron, pero no la encontré. Es como si se hubiera desvanecido. Y ahora... ahora no sé qué hacer.
La enfermera Tanaka, caminó hasta el lado opuesto de la cama y colocó una mano en el hombro de Rin, transmitiéndole un consuelo silencioso. Había algo casi maternal en ese gesto, algo que le recordó a Rin que no estaba completamente sola.
—Entiendo cómo te sientes —mencionó la mujer—. Este debe ser un momento muy difícil. Pero no pierdas la esperanza, Rin. Tu hermana parece fuerte; está luchando por despertar. Y estoy segura de que tu sobrina está bien. A veces, las cosas no se resuelven tan rápido como quisiéramos, pero eso no significa que no vayan a solucionarse.
Rin asintió lentamente, tratando de absorber las palabras de la enfermera, aunque en ese momento se sentía destrozada. Quería creer en lo que le decía, pero el miedo y la desesperación eran abrumadores. La incertidumbre la estaba devorando viva.
—Tienes razón —susurró, aunque su voz carecía de la convicción que intentaba proyectar—. No puedo rendirme. No ahora. Necesito encontrar a la señora Kaede y asegurarme de que la bebé esté bien. Pero... —Rin tragó saliva, su voz apenas un hilo—. ¿Y si no puedo hacerlo a tiempo?
La enfermera apretó su hombro con suavidad, como si quisiera transmitirle algo de su fortaleza.
—A veces, no podemos controlar todo, pero podemos hacer lo mejor que esté en nuestras manos. Y mientras tanto, sigue al lado de Kagome. Háblale, hazle sentir que estás aquí. A veces, las personas en coma pueden percibir más de lo que imaginamos.
Rin miró a su hermana una vez más, su rostro bañado por la tenue luz de la habitación. Kagome, su roca, su confidente, yacía ahora inmóvil, atrapada en un lugar donde Rin no podía alcanzarla. Pero debía intentarlo. Por Kagome, por la bebé, por su familia.
La enfermera Tanaka se alejó, dándole unos momentos a solas. La soledad era pesada, sofocante, pero Rin no podía permitirse ceder al miedo. Se acercó a su hermana, tomó su mano fría entre las suyas y respiró hondo.
—Voy a encontrarte, Kagome. Te lo prometo —susurró, apretando su mano con fuerza—. Encontraré a tu hija, y cuando despiertes, estarás con ella. No importa lo que tenga que hacer.
Cuando la enfermera regresó, su rostro serio hizo que el corazón de Rin se detuviera por un instante.
—Rin, ¿puedo hablar contigo un momento? —preguntó con un tono grave, cargado de preocupación.
El pecho de Rin se contrajo. Algo oscuro y pesado se avecinaba, como una tormenta inminente.
—Claro... ¿qué sucede?
La enfermera suspiró, bajando la mirada antes de hablar.
—Hay un tema que no hemos discutido aún... la situación financiera de Kagome. Hay una deuda hospitalaria considerable que debe ser saldada para continuar con su tratamiento. Y, lamentablemente, no tenemos mucho tiempo.
Las palabras resonaron como una campana. Rin tardó unos segundos en asimilar su significado. Una deuda hospitalaria... ¿Qué podía hacer? Apenas había comenzado a trabajar en Osaka, y con la situación actual, probablemente ya había perdido el empleo.
—¿Cuánto... cuánto es? —preguntó finalmente, su voz rota por el miedo y la desesperación.
La enfermera vaciló antes de responder, pero cuando lo hizo, fue directa.
—Cien mil dólares.
Rin sintió que el suelo bajo sus pies desaparecía. Su corazón se detuvo un instante y sus piernas flaquearon.
—¿Cien mil dólares? —susurró, con los ojos muy abiertos por el pánico—. No tengo esa cantidad... no sé cómo voy a hacer...
La enfermera la miró con tristeza, reconociendo el terror en sus ojos.
—Sé que es mucho, Rin. Hablaré con el director para intentar conseguir más tiempo. Pero debemos ser realistas.
Rin asintió lentamente, sus pensamientos hechos un caos. La responsabilidad, el miedo y el dolor se mezclaban en es momento pareciendo derribarla. Miró de nuevo a su hermana y apretó los puños.
—No importa lo que cueste. Encontraré una forma —dijo con determinación, aunque su voz temblaba—. Te sacaré de aquí, Kagome.
Cuando la enfermera salió de la habitación, el silencio se hizo abrumador. Solo el zumbido de las máquinas llenaba el espacio. Rin observó el rostro pálido de su hermana y prometió que no descansaría hasta salvarla. Pero, ¿cómo? La realidad era implacable.
De repente, una idea tomó forma. Si encontraba a la señora Kaede y a la bebé, quizá podría pedirle ayuda.
Suspiró cansada .
Una vez mas esa tarde regreso al barrio donde vivía Kaede estaba tranquilo. Al llegar de nuevo a la casa en la que reconocía que vivía la anciana, tocó el timbre varias veces, pero nadie respondió. Se dejó caer en los escalones de entrada, sintiendo tristeza y desesperación comenzaba a apoderarse de ella.
Escuchó pasos acercándose y levantó la mirada. Una mujer mayor, vecina de Kaede, se detuvo frente a ella.
—¿Estás buscando a la anciana Kaede? —preguntó con cautela.—Susumiko me dijo que viniste la otra vez
—Sí, ¿sabe dónde está? —respondió Rin, luchando por no sonar desesperada.
La mujer frunció el ceño.
—La vi salir hace unos días con una bebé. Parecía tener prisa.
El corazón de Rin dio un vuelco.
—¿Una bebé? ¿Sabe a dónde iba?
La mujer negó con la cabeza.
—No, lo siento. Pero si la veo, le diré que la estás buscando.
Rin agradeció con un leve gesto. Aunque no tenía la respuesta definitiva, al menos tenía una pista. Kaede había estado con la bebé, lo que significaba que no había desaparecido del todo.
Estaba a punto de irse cuando la mujer la detuvo con un gesto.
—Podría estar en el departamento de tu hermana. Creo que solía visitarla a menudo —mencionó la mujer, mientras se alejaba.
Las palabras la dejaron pensativa. ¿Cómo no se le había ocurrido buscar en la casa de Kagome? Tenía la dirección guardada, pero nunca había ido. En estos años, su hermana había cambiado de casa al menos tres veces, y Rin no había prestado suficiente atención para actualizarse.
Sin perder más tiempo, sacó su teléfono y buscó la dirección que Kagome le había dado hace unos meses. Su corazón latía rápido, mezcla de esperanza y ansiedad. ¿Y si Kaede realmente estaba allí? ¿Y si la bebé también lo estaba?
Con determinación, salió a la calle y detuvo un taxi.
—A esta dirección, por favor —dijo mientras mostraba la pantalla de su celular al conductor.
Durante el trayecto, Rin no podía evitar imaginarse lo que encontraría. ¿Estaría Kaede allí? ¿La bebé? ¿O solo habría silencio, una puerta cerrada más que no le daría respuestas? La incertidumbre la carcomía, pero no podía permitirse detenerse.
Las luces de la ciudad pasaban rápido a través de la ventana del taxi, reflejándose en su rostro tenso. En su mente, las palabras de la vecina resonaban con fuerza, como una última oportunidad.
"Podría estar en el departamento de tu hermana."
Rin se aferró a esa posibilidad como si fuera la única cuerda que la mantenía a flote en un mar de incertidumbre.
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