V
A finales de año, mi amiga Nora contrajo matrimonio. Era una novia hermosa a diferencia del novio que no tenía encanto alguno. Era como la bella y la bestia. Yo confeccioné su vestido por el cual tuve muchos elogios ese día.
Después de la boda, exahusta y con mis tacones en la mano, el peinado a punto de caer, y el maquillaje acabado; detuve un taxi.
Me dirigía al taxi, cuando oí unos pasos apresurados detrás de mí. sentí que alguien me tocó el hombro. Una voz profunda y alegre habló:
- ya sé quién eres-.
Al girarme para ver quién era, me encontré con unos lindos ojos marrones y una sonrisa amplia. Su rostro se había vuelto un poco más maduro pero eso lo hacía más encantador. Mi mundo se sacudió intensamente al ver a esa persona. Después de doce años Saúl estaba justo ahí, frente a mí.
Sus amigos lo apuraban para irse, y a mí me esperaba el taxi. No pudimos decir mucho pero sí lo importante.
- la última vez que te vi, no pude acordarme de ti, es que si cambiaste mucho. Al cabo de unos minutos que supe quién eras, fui a buscarte pero ya te habías ido. Cuándo fui a tu casa tu hermana me dijo que no querías verme y...-
El taxista tocó el claxon impaciente interrumpiéndolo mientras que sus amigos lo apuraban también. En definitiva ese día no pudimos hablar. Tenía en mi mente tanto que explicarle, pero en ese momento todo nos lo impedía. Así que él propuso casi suplicante:
- te parece si nos vemos mañana? Estaré en el café de antes -.
- sí, perfecto. A las siete?-. Respondí enseguida.
- perfecto. Ahí te espero -.
Otro día en la tarde, me probé cada prenda del armario y cada accesorio. Cada par de zapatos y peinados hasta encontrar el look perfecto.
Y allí estaba yo esperándolo, sin apartar los ojos de la entrada. En cualquier momento lo vería cruzar la puerta. Minutos después él llegó. Surgió en mi una sonrisa que no podía esconder. Me esforzé por contener mis nervios y emoción para parecer tranquila y normal. Me saludó con un abrazo. Ese acercamiento que permitió percibir su perfume delicioso y varonil.
Pidió café para ambos que nos congelábamos de frío. La conversación avanzó gratamente. Él me miraba a los ojos cuando yo hablaba fijando su atención sólo en mí. Se alegraba por mis logros y me animaba a seguir por mis sueños.
Entretanto, luchaba para que mi corazón dejara de emocionarse por su encanto y poder comenzar a usar mi cerebro para pensar racionalmente. Nuestra charla continuaba:
- y que has hecho en este tiempo?, Lograste tener una boutique como querías?-.
- tener una boutique es más difícil de lo que pensé, pero el año pasado compré un local pequeño para mi taller de alta costura y me va muy bien-.
- eso es genial. Me alegra mucho que te vaya bien y sigas haciendo lo que te gusta-.
- y tu, has seguido viajando?, Encontraste ese lugar que buscabas?-.
- ese lugar especial que siempre he buscado...donde me sienta libre, donde sienta que pertenezco, no lo he encontrado-. Respondió decepcionado.
Entonces el tema obligado se hizo presente cuando cauteloso preguntó:
- Melina, acerca de la última vez que hablamos, creo que nos quedaron algunas cosas por decir. Tienes algo que compartir conmigo?, Quieres hablar sobre eso?-.
Respiré profundo y dí un gran sorbo al café.
- es cierto. Quedaron algunas cosas sin resolver. te lo diré todo sin rodeos -.
Me acomodé en mi silla dispuesta a no dejar pasar ni mínimo detalle de lo que iba contar. Saúl apartó su café, apagó su celular, evitando cualquier distracción. Y empezé:
- bueno yo...ese día, yo no quería irme y dejarte. Pero mi hermana ya me había enseñado que esas tonterías de enamorarse arruinarían mi vida y que evitara amoríos inútiles y me enfocara en mis sueños y al final me convenció de alejarte de mí -.
Con un nudo en la garganta y toda la sinceridad que cabía en mí, seguí hablando. Saúl seguía escuchándome.
- le hice caso porque creí que hacía lo correcto. Cuando te fuiste, de verdad quería ir detrás de ti, abrazarte, besarte y decirte que te necesitaba en mi vida-
Saúl quiso hablar pero no lo permití. Si no era en ese preciso instante nunca me atrevería a decírselo. Así que continúe sacando cada palabra guardada.
- entonces te fuiste. Dos días después ya en San Cristóbal, en casa de mi hermana, te juro que te extrañaba tanto, tanto. Me dolió mucho separarnos así. Regresé a buscarte a casa de tu tía, pero ya te habías ido. Ella me dijo que no querías verme. así que me devolví con mi hermana y...por doce años no supe más de ti...-
Aunque quería controlarme, recordar aquellos días de mi vida me hicieron llorar. Triste, aliviada y avergonzada por mi abrupta confesión no podía dejar de llorar. Saúl me ofreció su pañuelo y con el sequé mis lágrimas.
- ahora es cuando quisiera ser de esas mujeres que lucen lindas cuando lloran. Maldito rímel, me dijeron que era a prueba de agua-.
Y ahí estaba yo diciendo tonterías debido a que mis emociones me saturaban. Pero por si fuera poco, de pronto sentí la calidez de su mano en mi mejilla. Con sus dedos limpió mis lágrimas. Suavemente atrajo mi rostro al suyo y en ese momento...el mesero vino a decirnos que ya era hora de cerrar.
La noche se fue como agua entre los dedos. Pero semejante momento de confesiones no podía esperar para después. Las cosas debían resolverse en ese preciso minuto y ni un segundo más tarde.
Las once y media de la noche. Todos los lugares estaban cerrados. Seguramente que la vida debía estar divirtiéndose muchísimo conmigo. Parados afuera de la cafetería pensábamos que hacer.
- una caminata sería agradable para seguir hablando pero hemos de estar a menos de dos grados y yo tengo bronquitis - . Dijo Saúl.
Saúl empezó a toser cada vez más por lo que le dí mi bufanda y la puse en su cuello. Mirarlo a los ojos me hacía sonrojar.
- queda pendiente mi turno de ser escuchado. Pero no será hoy. El próximo fin de semana pasaré por ti -. Propuso él.
En un taxi me llevó a casa. Mientras tanto un largo silencio iba y venía entre nosotros. Al parecer el frío me hizo pasar el estupor del momento para darme cuenta de la situación sintiéndome más avergonzada que nunca en toda mi ingrata vida.
Otro día, en el taller me esperaba muchísimo trabajo atrasado, sin embargo yo no podía pensar en nada más que en Saúl. No podía concentrarme. estaba feliz y sonriente sin saber porqué.
El fin de semana quedamos en retomar la conversación. Repentinamente la realidad me puso los pies en la tierra:
Cómo iba a verlo a la cara de nuevo después de todo lo que dije?...
Aunque se acabará el mundo, no podía perderme esa cita con Saúl. Prefería ahogarme de vergüenza, a quedarme sin saber su versión de la historia.
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