XXXI. HEART BY HEART.
Lo miré con escepticismo antes de obedecerle. Había abandonado mi plan femme fatale en cuanto había descubierto que R había elegido para nuestra cena una selección de lo más acertada de platos italianos; me pregunté si aquello habría sido fruto de la casualidad o si, realmente, lo había hecho a propósito; alejé esos pensamientos por el momento y me centré en la cajita color borgoña que tenía entre las manos. No era una experta joyera, pero había tenido en estos últimos días encuentros suficientes con cajitas de ese mismo tamaño como para sospechar lo que contenía.
«Mi promesa de compromiso». Aquellas palabras que había pronunciado momentos antes R se repetían una y otra vez en mi cabeza, como si en ellas estuviera resuelto aquel enigma.
Se me escapó un gemido ahogado cuando descubrí en su interior una bonita alianza de platino que resplandecía a la luz de las velas. No era ni por asomo tan ostentoso como el anillo de compromiso que me había regalado Patrick, pero el peso de su significado me hizo poner una mueca. ¿Qué les había dado a aquellos dos por empezar a regalarme anillos de compromiso y alianzas?
La saqué de su estuche y contemplé el interior de la alianza, comprobando si había algo grabado.
-No he grabado nada –me informó R con tono monótono- porque me gustaría hacerlo cuando… cuando hubieras aceptado.
Levanté la mirada de la alianza y la clavé en R. Había sido consciente de su tensión desde que me había montado en el coche con él y no había podido evitar aprovecharme un poco de su situación para hacerlo sufrir un poquito; ahora que veía el anillo me pregunté si el motivo de esos nervios que había mostrado desde el principio no tendrían que ver con eso.
-¿Cuando hubiera aceptado qué? –quise saber.
R se puso en pie y se acercó hacia donde yo estaba sentada. Sus ojos grises parecían oscurecerse a la luz de las velas y sus manos temblaban ligeramente; se quedó acuclillado delante de mí, mirándome fijamente. Un aire de solemnidad nos rodeó y yo tuve que tragar saliva, esperando que hablara.
-Esto, Genevieve –empezó, señalando con su dedo índice la alianza que sostenía entre mis dedos-, no es una simple promesa de compromiso como la que te hizo Patrick: es la certeza de que quiero que nos casemos cuanto antes, quedando así demostrado que te daré eso que tanto buscabas, que te pertenezco para siempre. Seré completamente tuyo –me aseguró y mi estómago dio un vuelco-. Quieres ver compromiso por mi parte, ¿verdad? Ahí lo tienes. Ese anillo demuestra que estoy dispuesto a dar ese gran paso para demostrar que me comprometo en esta relación, que quiero que pasemos al siguiente nivel.
La cabeza comenzó a darme vueltas. Dos proposiciones de matrimonio en tan poco tiempo… bueno, me parecía algo surrealista; Patrick me había prometido darme el tiempo necesario para que tomara mi decisión. En cambio, R lo había hecho a su estilo: no dejándome opción, al parecer. Quería una respuesta de inmediato y, tenía la sensación, de que no aceptaría un «no» por respuesta.
Yo quería ver cierto compromiso por parte de R en nuestra relación, sí, pero me había referido a que no desapareciera por semanas o que me invitara a salir a algún sitio donde no pudieran reconocernos. Sin embargo, y haciendo gala del método R, había ido a comprarme una alianza y, estaba segura, que también tenía preparado el resto de la ceremonia para hacerla cuanto antes. Pero ¿era eso realmente lo que quería? Aquella alianza y cualquier certificado de matrimonio carecían de valor si R volvía a encerrarse en sí mismo al menor problema; sin embargo, y por mucho que lo había intentado, el sentimiento que me unía a R permanecía igual de fuerte que antes. Era como si R actuara como un potente imán que no me permitiera alejarme de él.
Sin embargo, no era capaz de verme casada a mi edad. Es más, mis padres me lo impedirían haciendo uso de todos los medios que tenían a su alcance; pero, recordé, que mis padres pretendían que me casara con Patrick, haciendo que abandonara cualquier sueño de futuro que había poder tenido. En el caso de aceptar la proposición de R, podría hacer lo que quisiera, él no me impediría que pudiera hacer lo que me propusiera sin ningún impedimento por su parte.
Deposité la alianza de nuevo en su caja y me froté las sienes con fuerza. Los ojos de R no se despegaban de los míos y parecía estar sufriendo… pero sufriendo de verdad; la barrera que había creado parecía haberse resquebrajado, permitiéndome ver un poco del R que se escondía ahí detrás.
-La he jodido de nuevo, ¿a que sí? –fue lo primero que me soltó cuando abrí la boca para responderle-. No, no hace falta que digas nada. Te llevaré de nuevo a tu casa… o donde me pidas. Sabía que me estaba arriesgando demasiado con esto… No puedo competir con Patrick, eso está claro.
Se puso de nuevo en pie, pasándose las manos repetidas veces por su cabello. Quise abrir la boca para responderle, para decirle que todo iba bien y que mi reacción se debía a la sorpresa; observé a R ir de un lado a otro del salón mascullando para sí mismo mientras yo seguía en silencio.
Había llegado el momento de que tomara una decisión. No podía sostener aquella situación por más tiempo puesto que, a la larga, alguien saldría perjudicado; pensé en mis opciones. ¿Qué era lo que más me convenía? Patrick, sin duda alguna. ¿Qué era lo que quería? R.
-¿Puedes parar de una vez, por favor? –conseguí articular en voz alta-. Me estás poniendo nerviosa.
Se detuvo y me miró. Yo me alisé el vestido y cogí aire. ¿Cómo podía exponerle la situación sin que estallara una discusión? La noche había ido… bien. Me había sentido cómoda en su presencia y me había divertido un poco a su costa poniéndolo en apuros siguiendo los consejos que me había dado Bonnie; tendría que haberme imaginado que R escondía algo… algo como la alianza que me miraba desde la caja de terciopelo borgoña que estaba sobre la mesa.
Volví a coger aire.
-No me voy a ir a ningún lado –le advertí en primer lugar y R pareció relajarse un poco-. Lo siento, pero todo esto me ha tomado por sorpresa… Apenas unos días antes he vivido la misma situación con Patrick –R frunció el ceño ante su mención- y no he tenido tiempo suficiente para procesarlo. Además, han ocurrido imprevistos en mi casa y tampoco he podido prestarle atención a la petición.
»Comprende que haya… actuado así –intenté justificarme y la mirada de R se dulcificó como la vez que se coló en mi casa y le pedí que se quedara conmigo allí-. Respecto al tema de la alianza… Debo reconocer que estoy muy sorprendida por esta respuesta por tu parte. Jamás me hubiera llegado a creer que… que me propusieras precisamente esto –concluí en voz baja.
R parpadeó varias veces, procesando todo lo que le había dicho.
-Pensé que era esto lo que tú querrías –se justificó con un tono bajo, preocupado por mi posible negativa-. Dijiste que querías a alguien que estuviera a tu lado, que te diera un nivel de compromiso; por eso mismo creí que… si nos casábamos, habría conseguido lo que tú buscabas en mí.
El ya más que familiar cosquilleo de la culpabilidad me recorrió todo el cuerpo, recordándome que llevaba razón; era posible que mis intenciones hubieran ido por otros derroteros, pero R había creído firmemente que casándose conmigo habría alcanzado el nivel de compromiso que yo le había exigido para que volviéramos a estar juntos.
Quizá el fallo había sido mío, después de todo.
Pero R había demostrado que le importaba lo suficiente, que realmente me quería. De lo contrario, nunca me habría hecho semejante proposición.
-Necesito tiempo –suspiré y, por un segundo, me imaginé convirtiéndome en la esposa de R. Era algo… extraño, pero sorprendente que el mismísimo R Beckendorf hubiera decidido salir del mercado de hombres libres por estar conmigo-. Ahora mismo tengo problemas en casa y… lo único que te pido es tiempo, ¿vale? –su ceño fruncido me indicó que respetaba mi petición, pero que no estaba conforme con ella-. ¿Por qué no subimos de nuevo al invernadero? –le propuse, tratando de relajar el ambiente.
No quería estropear lo que quedaba de velada con mis inquietudes y miedos infantiles ante la repentina llegada a mi vida de Teobaldo; cogí la botella de vino que estaba en la mesa y me coloqué a toda prisa la alianza en el dedo anular, esperando que aquel gesto ayudara a R a calmarse. R se encargó de coger nuestras copas de cristal para subirlas arriba.
Me repetí una y otra vez que todo iba a salir bien. Había decidido darle una segunda oportunidad a R y tenía la certeza, o eso esperaba, que en esta ocasión las cosas iban a salir de manera diferente; habíamos dejado de ser unos completos desconocidos y las conversaciones que habíamos mantenido sobre nosotros nos habían ayudado a conocernos un poquito más.
Dejé con cuidado la copa de vino sobre un banco de madera que había cerca de la piscina y me quedé perpleja cuando vi a R empezar a quitarse las prendas de ropa; enarqué una ceja y noté cómo una gota de sudor resbalaba lentamente por mi espalda, quizá a causa de semejante espectáculo.
R me miró por encima del hombro y una sonrisa jugueteó en sus comisuras.
-¿No te apetece darte un baño? –me preguntó.
Fruncí los labios con fuerza mientras le devoraba con la mirada con cada prenda que se quitaba. Esperaba que no fuera muy exagerado y que R no se diera cuenta de lo mucho que deseaba tocarle después de haber estado tanto tiempo separados; sin embargo, me recordé en tono autoritario, debía darle antes una respuesta… y una que no supusiera una cantidad de saliva importante.
-No traigo ningún traje de baño –dije.
Contuve la respiración cuando R se quedó únicamente en calzoncillos. No era la primera vez, ni la segunda, que lo veía en ropa interior y, en una de ella, había tenido serios problemas para mantener la atención centrada en su rostro; sin embargo, no pude evitar observarlo en todo su esplendor y desear morirme allí mismo.
-No sería la primera vez que te viera en ropa interior –repuso, como si hubiera leído mis pensamientos.
Me aparté el pelo de un manotazo mientras esperaba que el sonrojo no fuera muy evidente. Pese a ello, R no había contado con el factor de que no llevaba sujetador… únicamente unas braguitas que había jurado y perjurado que no iba a utilizar en mi vida, menuda hipócrita estaba hecha…
Me crucé de brazos y los ojos de R se clavaron en la zona de mi pecho. Esbozó una sonrisa traviesa y yo suspiré interiormente. ¿Quién podía resistirse a alguien… como él?
-Puedo prestarte una camiseta si quieres –se ofreció, introduciendo un pie en la piscina.
Ahora era él quien estaba jugando conmigo. Ambos habíamos decidido pasar página con respecto al tema de la proposición y centrarnos en nuestra velada… en nuestra reconciliación; le sonreí de medio lado mientras me acercaba a él lentamente. Aún guardaba la camiseta que se había dejado olvidada en mi casa y, en ocasiones, cuando estaba segura de que nadie podría entrar en mi habitación, me la ponía para poder dormir con ella.
-Me parece una idea estupenda –acepté.
R me explicó dónde debía buscar y regresé a la planta baja para poder coger una; allí abajo no hacía tanto calor como en el piso superior y, lo cierto, es que ya estaba empapada en sudor. Me dirigí al dormitorio de R y me detuve en la puerta, asombrada: al contrario que el dormitorio de Patrick, aquel dormitorio parecía demasiado… clásico. Había una enorme cama con postes en el centro de una pared que estaba forrada en madera; dos mesitas a juego estaban situadas a ambos lados, con sus respectivas lámparas Tiffany. Después, un par de cómodas parecían custodiar la puerta que conducía al baño y que, en esos momentos, estaba cerrada; el resto del mobiliario lo completaban dos armarios enormes y una butaca que reposaba sobre una alfombra y que tenía a su lado una lámpara de pie con un pequeño diván.
Reuní el valor suficiente para cruzar la puerta y dirigirme a uno de los armarios gigantes; abrí una de las puertas y me encontré con un montón de baldas llenas de distintas camisetas y pantalones. Cogí la primera que vi y volví a cerrar la puerta con cierta prisa; por suerte había escogido una negra lisa. Me quité el vestido con cierta premura y lo sustituí por aquella camiseta que le había cogido prestada a R y que me cubría hasta por debajo del muslo. Al menos R no vería aquella prenda infernal que mi hermana me había obligado a comprarme en Victoria’s Secret.
Me encaminé hacia el invernadero y pillé a R completamente relajado en la piscina, dándole un buen trago a su copa de vino; sus ojos se clavaron en mí automáticamente, como si tuviera un radar que le permitía saber cuándo estaba cerca de él. Me repetí interiormente los consejos que me había dado Bonnie mientras llegaba a la piscina y metía las piernas.
-¿Te asusta el agua? –se burló R, salpicándome con ella.
Le respondí del mismo modo y alcancé mi copa de vino para vaciarla de un trago. Los nervios, aunque no se habían hecho demasiado visibles y evidentes aún, se habían congregado en la boca de mi estómago; sentía un cosquilleo por todo el cuerpo, por no hablar de aquel ardor en el vientre.
Me llevé la copa a los labios y dejé que entrara todo el líquido directo a mi garganta. R rellenó mi copa y la suya mientras me dirigía una fugaz mirada que no se me pasó por alto; seguimos bebiendo en silencio hasta que logramos acabarnos toda la botella.
Notaba el regusto del vino en mi boca a pesar de que hacía ya rato que no quedaba. R se dedicaba a mirar hacia el techo acristalado, que mostraba un despejado cielo nocturno; sin embargo, y debido a la gran cantidad que había en el Centro, resultaba muy difícil ver las estrellas. Mi padre, en una excepcional ocasión, había decidido llevarnos a una casita a las afueras de la ciudad para pasar el fin de semana… ahora que hacía memoria, había sido justo cuando murieron los padres de Ken; mis hermanas y yo nos habíamos alegrado enormemente de pasar más tiempo con nuestros padres. Hannah nos había llevado fuera de la casa para que pudiéramos observar el cielo, tal y como estábamos haciendo en aquellos momentos, y nos había enseñado algunas constelaciones.
Me distraje por completo cuando escuché el hondo suspiro que lanzó R, con la vista aún clavada en el cielo.
-¿En qué punto nos encontramos ahora? –preguntó.
Supe a lo que se refería sin necesidad de que añadiera nada más. Había creído que R lo sabía, pero necesitaba algún tipo de gesto que le confirmara lo que tanto había anhelado… como yo; me deslicé por el bordillo de la piscina hacia su interior y me acerqué lentamente hacia R, que permanecía inmóvil, mirándome con cierta expectación en sus ojos grises. Ignoré por completo cómo se pegaba la camiseta a mi cuerpo o cómo flotaba, dejando al descubierto aquella prenda infernal.
El corazón me latía desbocado cuando logré alcanzar a R. Él no hizo ningún ademán y esperó pacientemente a que continuara; pasé con timidez mis brazos por su cuello, rodeándolo, y acerqué mi rostro al suyo.
No me había olvidado de cómo se sentía una al besar a R pero, aquel beso, fue como si lo hiciera por primera vez; sus manos se alojaron en mi cintura y me acercó más a él hasta que apenas hubo espacio entre nuestros cuerpos.
Había una extraña electricidad en el ambiente que nos rodeaba; los besos de R se tornaron urgentes y aquel cosquilleo en mi vientre aún no había desaparecido. Recordé lo que casi había sucedido bajo las mantas de la cama de R el domingo, en cómo, por unos segundos, había deseado que hubiéramos continuado; por un momento había querido llegar hasta el final. ¿Estaba preparada para dar ese importante paso ahora? Mi corazón latía desbocado y notaba los labios hinchados debido a la fogosidad con la que R me estaba besando.
Me eché a reír como una niña pequeña cuando me cogió por la cintura y me alzó en volandas para depositarme con cuidado sobre el bordillo; mis piernas se enroscaron alrededor de su cintura, impidiéndole que pudiera alejarse. R subió sus manos con lentitud por mis piernas, mirándome de reojo y con una sonrisa traviesa; contuve el aliento cuando las escondió bajo la camiseta empapada que llevaba y siguió ascendiendo. Casi ronroneó del gusto al rozar mis pechos desnudos.
Se relamió los labios y me observó con un gesto travieso.
-Eres una chica muy mala –murmuró y, de nuevo, sentí un escalofrío al escuchar su tono oscuro-. ¿Era éste tu as en la manga para hacer que perdiera de nuevo?
Acercó su rostro al mío de nuevo y sus ojos relucieron, divertidos.
-Siempre tan seguro de sí mismo… -bufé, intentando provocarlo.
Sus dedos recorrieron mi piel, haciéndome cosquillas.
-¿Y tú? –replicó-. ¿Estás segura de esto?
Sabía a lo que se estaba refiriendo. Me incliné hacia él y le mordisqueé el lóbulo de la oreja.
-¿Qué te hace creer que no? –contesté con otra pregunta.
R se echó a reír entre dientes, pellizcándome con suavidad en el costado.
-No tienes por qué hacerlo –me advirtió aunque, en el fondo, ambos lo estábamos deseando.
Puse un mohín de contrariedad, fingiendo enfadarme.
-¿No quieres hacerlo? –pregunté, pasándole de nuevo los brazos por la nuca.
Torció el gesto.
-No hay cosa que más desee en estos precisos momentos –se sinceró conmigo y supe que estaba diciéndome la verdad-. No he dejado de pensar en ello desde la noche que te conocí.
Parpadeé varias veces, haciendo memoria; aquella noche había bebido demasiado y ninguno de los dos había puesto ningún impedimento en buscar una zona oscura para poder enrollarnos. Después… vinieron las dudas por mi parte: no estaba segura de querer llegar más lejos con una persona a la que no iba a ver. Pero ya no era el mismo caso.
Las circunstancias habían cambiado.
-Bien –ronroneé-, ha llegado tu oportunidad.
-No pienso desaprovecharla –me aseguró, saliendo de la piscina y viendo las braguitas que llevaba.
Sus ojos se abrieron como platos al reconocerlas; se pasó la lengua por el labio inferior y me tendió una mano para ayudarme a ponerme en pie. La acepté de buena gana y, cuando tiró de mí, aprovechó para pasar el brazo que tenía libre por debajo de mis rodillas y guiarme hasta que quedé completamente enroscada a él.
Puse una mano sobre donde latía su corazón y comprobé que iba a la misma velocidad que el mío. Los ojos grises de R parecían de plata cuando lo miré de nuevo; estaba a punto de dar un paso importante y me estaba muriendo de los nervios. Recordé a Bonnie mofándose de mí y haciéndome un examen exhaustivo de sus «noches locas», como le gustaba llamarlas. Gracias a ella sabía, más o menos, cómo iban las cosas… además de un par de detalles que añadió Bonnie de su propia cosecha.
R bajó con cuidado al piso de abajo y se dirigió directamente a su dormitorio; al principio me sentí tan cohibida como cuando había bajado yo a por una de sus camisetas, pero ver cómo sonreía R hizo que me calmara… un poco.
Por un instante me replanteé cómo podría ser mi rutina si decidía aceptar la proposición de R; un requisito indispensable era el irnos de allí, a algún sitio que estuviera lo suficientemente alejado de Bronx para que las garras de nuestras respectivas familias no lograran alcanzarnos. Quería vivir en un apartamento no muy grande, lo suficiente para nosotros dos; yo habría aprendido a cocinar y nos turnaríamos para hacerlo.
Pero tenía que centrarme en el presente. No sabía cómo iban a ir las cosas y lo último que quería era hacer algo mal; R succionaba mi cuello con fuerza mientras sus manos me sostenían. Se despegó unos segundos de mí para poder dejarme sobre la cama con suavidad; ambos respirábamos entrecortadamente y la temperatura de la habitación parecía haber subido un par de grados.
Respiré hondo, mentalizándome para lo que estaba a punto de hacer y para darme ánimos a mí misma. Al menos me quedaba el consuelo de la amplia experiencia que tenía R en el tema.
Pellizqué la camiseta mojada y tiré de ella hacia arriba, quitándomela por la cabeza; los ojos de R me recorrieron de arriba abajo, provocando leve sonrojo en mis mejillas; era cierto que había estado semidesnuda delante de R pero… pero aquello era diferente. R se deshizo de sus calzoncillos y yo procuré mantener la mirada fija en su rostro, esperando no haberme sonrojado de manera más que evidente; reculé sobre el colchón cuando R se me acercó, quedándome atrapada bajo su cuerpo. Aferré las sábanas con fuerza cuando sus dedos rodearon el borde de mi ropa interior y comenzaron a bajarla con suavidad.
Una vez fuera, volví a quedarme sin respiración; era consciente de la cercanía del momento y mi mente se había quedado en blanco. Me encontraba paralizada, incapaz de recordar todo lo que me había dicho Bonnie al respecto.
De repente, R pareció acordarse de algo.
-No tengo… aquí no tengo condones –me confesó, un tanto azorado.
Tragué saliva. Si permitía que R se fuera… bueno, no podía prometerle que pudiera aguantar mucho más; me sujeté con fuerza a su cuerpo y le miré con expresión suplicante.
-Tomo la píldora –mentí descaradamente.
Tenía intención de hacerlo, por supuesto, pero eso era algo que no iba a contarle a R. Al menos, no por el momento; entendía que ambos corríamos el riesgo de que las cosas se torcieran y, a pesar de ello, estaba segura de querer hacerlo.
R me miró fijamente durante unos segundos antes de asentir.
Cogí aire abruptamente mientras aguardaba a que R decidiera continuar. A pesar de ser un experto en el tema, R se mostraba igual de incómodo y nervioso que yo; quise achacarlo al temor de hacerme daño pero… ¿qué pasaba si yo hacía algo mal?
-No sé… no sé si podrá caber –me confesó entonces R, despistándome por completo.
Repetí sus palabras en mi cabeza. ¿Qué? ¿Cómo que no sabía si iba a caber? Sin poderlo evitar, me eché a reír mientras me tapaba la cara con ambas manos, incapaz de poder parar. Me regañé a mí misma por aquel repentino ataque de risa tan pueril, pero la situación y el comentario de R me habían parecido de lo más graciosos; quizá era por mi inexperiencia… o quizá por los nervios.
Los dedos de R se enroscaron en mis muñecas y me las retiraron lentamente del rostro, contemplándome con aspecto de querer reírse conmigo. Sin embargo, estaba haciendo un gran esfuerzo por mostrarse serio.
-Podría hacerte daño –dejó caer y mi risa cesó de golpe.
-¿Estás insinuándome que no quieres acostarte conmigo por ello? –le pregunté y, sin saber por qué, me enfadé. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para que aquello saliera todo lo bien posible y, ahora, R me venía con esas…
Frunció los labios.
-Estoy refiriéndome a que esto no es motivo de gracia –me explicó-. Es tu primera vez y no quiero joderla.
-Entonces, ¡hazlo de una vez! –le pedí con urgencia-. Por Dios, esta no debe ser la primera vez que te sucede, ¿verdad? –quise saber. Alguna de las chicas con las que se había acostado también debía haber tenido el mismo problema que yo. O eso quise creer ciegamente.
-Pero tú eres la primera persona con la que quiero que las cosas salgan bien –replicó, confirmándome mis sospechas y haciéndome sentir un poquito más tranquila… y segura.
Le acaricié el pecho con cariño.
-Sé que harás las cosas bien –le aseguré, con vehemencia.
-Iré poco a poco –me prometió y se recolocó hasta que sentí su miembro rozando mi entrepierna. Tragué saliva-. Pero quiero que me avises si te hago daño, por favor –pidió en último lugar.
-Está bien –acepté.
Desvié la mirada hacia la cortina de dosel que cubría nuestras cabezas, tratando de tranquilizarme, sin prestar atención a lo que iba a suceder a continuación. Sin embargo, no podía evitar notar un molesto dolor cuando R empezó a deslizarse lentamente en mi interior; los consejos que me había dado Bonnie implícitos en sus experiencias no me sirvieron de nada… el dolor fue a peor conforme R se movía sobre mi cuerpo, introduciéndose más en mí.
Creí que iba a ser capaz de soportarlo, pero me fue imposible.
Abrí los ojos de golpe.
-¡Espera! –le pedí-. Espera un momento, por favor.
El rostro de R se quedó perplejo ante mi petición, que había sonado un poco desesperada.
-¿Te duele? –me preguntó y mi cara fue respuesta más que suficiente-. ¡Joder! –masculló un segundo después, golpeando con fuerza uno de los almohadones-. Me cago en la puta… ¿Qué quieres que haga?
«¡Métela de una puta vez!», aulló mi subconsciente en mi cabeza. Me negaba en rotundo a pedirle que saliera después de lo que nos había costado llegar hasta ese punto, quería que siguiera hasta el final; resoplé del disgusto y me enfadé muchísimo con él y conmigo misma. ¡Maldita vagina estrecha con la que me había bendecido la genética!
-Sigue adelante –le ordené y R se mostró dubitativo.
-Pero eres tan estrecha que no quiero hacerte más daño –protestó, sonando como un niño pequeño.
Procuré que no se notara en absoluto lo que me había molestado su comentario. Me molestaba saber que mi primera vez iba a convertirse en inolvidable por ese momento tan incómodo en el que R me había informado que no iba a ser tan bonita como Bonnie me la había pintado.
-¡No lo pienses más y hazlo! –casi le grité.
R torció el gesto y, con un solo movimiento de cadera, consiguió llegar hasta el final. Se me escapó una exclamación de sorpresa por aquella reacción por su parte y por haber conseguido llegar al fondo del asunto; me sentía eufórica ahora que habíamos logrado superar ese pequeño obstáculo y por haber logrado… hacerlo. Había conseguido perder la virginidad la persona adecuada, me dije.
Había hecho lo correcto.
Y no me arrepentía de nada de lo que había sucedido aquella noche en ese apartamento.
El resto de la noche fue mucho, mucho mejor una vez que R consiguió encontrar el ritmo adecuado y aquel dolor que antes se había hecho insoportable fue convirtiéndose en una espiral de puro placer.
-Te quiero –fue lo último que escuchar decir a R antes de caer completamente rendida y exhausta.
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