XXVIII. FIND YOU.
R
Mi madre intentó sonreír con calma mientras yo me sentía como una pobre ardilla arrinconada contra el tronco de un árbol, a expensas de que un grupo de niños decida atraparme para divertirse a mi costa; aún me resultaba demasiado confuso que mi madre estuviera al tanto, o hubiera sospechado, que el centro de todos mis problemas pudiera tener el nombre y apellido de Genevieve Clermont. Quizá me había delatado a mí mismo al poner esa cara de idiota cuando habíamos visto un viejo vídeo de nuestras vacaciones familiares.
Las dudas me asaltaron de nuevo. ¿Debía o no debía contárselo? Estaba claro que me había puesto en evidencia a mí mismo cuando había respondido a la primera pregunta que me había formulado mi madre; me parecía una estupidez seguir evitando el tema y… ¿quién sabe? A lo mejor hablar de ello me ayudaba.
Cogí a mi madre por las muñecas, con suavidad, y la miré con actitud suplicante. En absoluto era como mi padre, él ya habría comenzado con los gritos, amenazas y reproches, pero sabía que era un poco difícil hacerte a la idea de que tu propio hijo se hubiera enamorado de alguien que ya tenía pareja. Y no una pareja cualquiera: el mismísimo hijo del presidente.
Empecé a hablar, desembuchando todo aquello que no había tenido oportunidad de decir en voz alta ante la atenta mirada de mi madre; ella se mantuvo en silencio, frunciendo el ceño en algunos puntos de mi historia, pero no me interrumpió en absoluto. Me salté algunos puntos de mi relato por temor a que le diera una apoplejía, pero no me dejé nada importante.
Espié a mi madre a través de mis pestañas, esperando por su parte una buena reprimenda. Incluso llegué a creer, y la zona de la nuca me escoció, que iba a recibir una buena colleja por su parte a causa de mi osadía. Sin embargo, y contra todo pronóstico, simplemente me sonreía tímidamente.
-¿Cuántas veces más has colado a esa chica a casa? –me preguntó.
Era una norma capital el no traer chicas a casa; no solamente porque mi padre montaría en cólera, sino porque tampoco me sentía cómodo follándomelas a expensas de que alguno de mis progenitores, o alguno de mis hermanos pequeños, decidieran husmear y toparse con semejante escena. Pero Genevieve había sido la excepción, aunque las circunstancias no habían sido las normales.
-Eh… solamente esta vez –respondí, decidiendo quedarme ahí. No iba a contarle a mi madre, ni por asomo, qué había conllevado a que Genevieve tuviera que dormir conmigo anoche.
Mi madre enarcó una ceja, casi mirándome con escepticismo. ¿Sería posible que mi propia madre creyera que me llevaba a todas las chicas que conocía a casa para poder tirármelas? ¡Ni que no conociera el genio que tenía papá!
-¿Sabes a lo que te estás exponiendo de seguir viéndote con esa chica? –inquirió mi madre, tocando de manera nerviosa la superficie de la tablet.
«Bien, R: es hora de confesar la segunda parte de esta historia», me animé a mí mismo. Sabía que estaba a punto de confirmarle que era un auténtico gilipollas y que Genevieve había hecho bien en dejarme, pero no podía ocultárselo. No me había cuestionado ni una sola vez, simplemente me había preguntado si conocía los riesgos; mi madre debía haberse ganado el cielo conmigo.
-En estos momentos no estamos juntos, técnicamente –le confesé y me mordí el labio inferior al recordar la conversación que habíamos mantenido anoche Genevieve y yo; por no hablar del anillo, que seguía rondando por mi cabeza-. Me dejó ayer cuando… cuando decidí dejar de esquivarla.
Ahora mi madre me miró con incredulidad.
-¿Que hiciste qué? –preguntó mi madre, sorprendida-. Cariño, comprendo que esta sea tu primera relación seria… pero no debes tratar a esa chica como a las otras. Y lo que has hecho… te mentiría si dijera que has hecho bien.
Bajé la mirada, avergonzado conmigo mismo de mi comportamiento; ya había recibido aquella conversación por parte de mi primo, aunque no habíamos tenido tiempo para terminarla, y ahora la estaba recibiendo por parte de mi madre. En esta ocasión era mucho peor…
-Ya lo sé –dije en voz baja, como si estuviera recibiendo una regañina por su parte-. Pero no quería herirla más. Ya sabes cómo soy cuando tengo algún problema, no quería que me pillara ahí en medio…
Mi madre me palmeó la rodilla.
-Cielo, debes comprender que, en una relación, debe haber tres pilares: confianza, respeto e igualdad –me explicó mi madre y me sentí un niño de tres años de nuevo; cuando mi madre me cogía de la mano y me llevaba por el jardín para contarme cómo se llamaban las flores que había decidido plantar aquel año-. Si alguno de estos falla… ya puedes imaginarte cómo puede terminar esto. No conozco bien a Genevieve, pero me pareció una chica bastante sensata…
-¿No te molesta que esté saliendo con Patrick? –la corté, frunciendo el ceño.
La risa de mi madre me dejó sorprendido y anonadado.
-Creo que la mayoría de la gente sabe que esa relación es más bien política –me contestó, dejándome más en fuera de juego aún-. El chico es posible que sienta cierta atracción por ella, pero no veo amor.
-¿Qué voy a hacer? –pregunté, soltando un suspiro-. Voy dando palos de ciego y ya la he cagado. No quiero perderla porque… sé que es especial, pero Genevieve me dijo… -tragué saliva, recordando cómo pronunciaba esa maldita palabra, esa confirmación-. Me dijo que empezaba a sentir algo por Patrick Weiss.
-¿Tiene algo que ver el hecho de que la has mantenido apartada? –adivinó mi madre-. Es normal, cariño.
Desvié la mirada hacia la pared llena de estanterías. Ése había sido mi puto error: el no coger el teléfono y haberle dicho que no estaba bien, que los problemas me habían vuelto a agobiar de nuevo; sin embargo, fiel a mi maldito estilo, había decidido salir de fiesta e ignorar cada llamada y mensaje que me había mandado, evidentemente preocupada por la posibilidad de que me hubiera podido pasar algo. Y estaba el asunto de Elsa, que no sabía cómo manejarlo.
¿Cómo era posible que alguien pudiera estar interesado en mí? Era un monstruo, una mala persona. Quizá por eso mi padre me odiaba tanto, porque era capaz de ver en mí la sanguijuela que era…
Me froté los ojos, tratando de recobrar el control de mí mismo. El vacío que me había dejado el abandono de Genevieve se hizo más pesado conforme pasaban los segundos en silencio, escuchando únicamente las respiraciones de mi madre y la mía propia; no quería perder a Genevieve, quería convertirme en una persona distinta… alguien que pudiera darle lo que me había pedido.
Quería ser alguien mejor.
-Anoche la noté tan lejos de mí… -hice mi confesión en voz baja, incapaz de mirar a los ojos a mi madre-. Le he hecho demasiado daño y sé que me lo merezco, pero no puedo dejar de sentir este peso… en el pecho.
-Quizá es amor –suspiró mi madre, con una sonrisa cansada-. Y ese sentimiento duele en ocasiones… pero, con lo tenaz que eres, estoy segura de que conseguirás recuperarla. Simplemente tienes que darle lo que ella te estaba pidiendo.
Confianza. Seguridad. Compromiso.
Esas eran algunas de las condiciones que Genevieve me había pedido. La opinión que tenía mi madre de la relación que tenían Patrick y Genevieve me había animado, pero no podía alejar de mi mente todo aquello que Patrick podía proporcionarle; ese tío era capaz de ocultar todas sus correrías nocturnas con un simple chasquido de dedos. Había coincidido alguna que otra vez con él y su grupo de amigos en varias discotecas y, en el noventaicinco por ciento de los casos, Patrick Weiss tenía el hocico pegado a alguna chica.
Pero de confesarle todo aquello a Genevieve supondría el mostrarme como una persona celosa que hacía uso de todas las armas que tenía a mano para tratar de convencerla; además, no tenía pruebas recientes de su promiscuidad.
No quería seguir jodiendo mi situación, ya de por sí tirante, con Genevieve.
Alcé la mirada hacia mi madre y vi que me observaba con cierta comprensión en sus ojos grises. No entendía cómo mi madre había llegado a enamorarse de alguien como mi padre y cómo había sido capaz de aguantar una vida como la que llevaba; apenas podía salir de aquella casa si no era con un cuerpo completo de guardaespaldas que vigilaban por su seguridad. Por no hablar de visitar a su familia; la última vez que vi a mis abuelos fue en el funeral que celebramos por los padres de Ken y Ben.
No podía imaginarme el sufrimiento por el que estaba pasando mi madre al estar casi enclaustrada. Entendía los motivos de mi padre para tenerla tan controlada, incluso podía asegurar que sus sentimientos hacia ella eran reales, pero también era capaz de comprender la soledad a la que estaba sometida mi madre allí.
Era imposible que fuera feliz con aquella vida.
¿Y si hubiera conocido a otro hombre en su vida? ¿Alguien que no fuera tan influyente como Charles Beckendorf? Mi madre procedía de una buena familia, había tenido una buena y acomodada vida antes de casarse. ¿Qué habría sido de ella si no se hubiera cruzado en el camino de mi padre?
-Deja de darle vueltas al asunto, Romeo –me pidió mi madre, adivinando mis pensamientos-. Lo hecho, hecho está.
Ken y mi padre decidieron hacer acto de presencia a la hora de la comida. Yo me había pasado el resto del día, antes de que llegara esa bendita hora de reunión familiar, a subirme por las paredes mientras mis hermanos pequeños se dedicaban a saltar de un lado a otro, como si hubieran ingerido un kilo de azúcar… o si se lo hubieran pinchado en vena, en tal caso el resultado era el mismo.
Nosotros los estábamos esperando ya en el comedor, cada uno en su asiento y aguardando pacientemente la llegada de los comensales ausentes; en cuanto cruzaron las puertas, supe instintivamente que algo iba mal. Mi padre iba delante, con todo el cuerpo en tensión; mi primo, por el contrario, le seguía con la cara pálida. Ambos ocuparon sus respectivos sitios y mi madre se aclaró la garganta, tratando de aligerar el ambiente.
-La comida estará de un momento a otro –comentó mi madre y Ben y Antonio comenzaron a dar golpes con sus cubiertos en el plato, aclamando que les sirvieran la comida de inmediato.
Les sonreí con ganas mientras mi padre les gritaba que dejaran de hacer ruido de una puñetera vez si no querían terminar en sus respectivos cuartos sin comida; la amenaza de mi padre surtió un efecto inmediato, con el cese de los sonidos. Mis hermanos pequeños compartieron una mirada cómplice y empezaron a hacer de las suyas por debajo de la mesa; yo traté de llamar la atención de Ken, pero parecía que mi primo tenía la cabeza en otra parte.
Lejos de allí.
-¡Antonio, Ben! –chilló mi madre, sobresaltándonos a todos-. ¿Cuántas veces tengo que deciros que no quiero que comáis ningún tipo de dulce antes de comer? ¡Dádmelo todo ahora mismo!
Mis hermanos pequeños refunfuñaron con los carrillos llenos como si fueran hámsteres y comenzaron a sacar golosinas de sus bolsillos; mi madre tuvo que darles un último aviso para que vaciaran todo su armamento de dulces encima de la mesa ante la mirada atónita del resto. Jamás me hubiera pensado que mis hermanos pequeños apuntaran maneras siendo tan… niños.
Observé a mi padre mirar a mis hermanos con un brillo pensativo y recordé mi promesa de querer cambiar; eso significaba el mejorar mi deteriorada relación con mi padre y… ¿qué mejor idea que preguntarle, a lo niño de cinco años, qué tal le había ido el día? Lo próximo era hacerle alguna manualidad como una tarjetita de «Te quiero, papi».
-¿Qué tal todo? –le pregunté a mi padre, girándome hacia él.
De pronto, se hizo el silencio en todo el comedor. Mi madre había abandonado su discusión con mis hermanos pequeños; mis hermanos pequeños habían dejado por imposible seguir haciendo de las suyas y Ken me miraba fijamente, volviendo en sí. Mi padre, por el contrario, parpadeó varias veces, como si no se creyera que me había dirigido a él específicamente.
Creo que era la segunda vez en mi vida que dejaba a mi padre sin palabras. La primera había sido cuando me había pillado en la cocina con una borrachera de campeonato, imitándolo encima de la isla de la cocina mientras mi primo trataba de bajarme de allí.
-Eh… ah –balbuceó mi padre, perdido y pidiéndole ayuda con la mirada a mi madre, que seguía sorprendida-. Lo cierto es que todo ha ido… normal. Dentro de nuestras perspectivas.
Me pregunté interiormente si esas perspectivas de las que hablaba mi padre incluían a Genevieve y a cómo deshacerse de ella. Volví a recordarme que tenía que hacer un gran esfuerzo si quería conseguir el perdón de Genevieve y que volviéramos a estar juntos, así que esbocé una sonrisa… o al menos lo intenté.
Mis padres no salían de su asombro.
-He estado pensando mucho –proseguí con aquel brote imaginativo que me había dado-. Tengo diecinueve años y creo que ha llegado el momento de hacer algo en esta vida; no puedo seguir viviendo de vosotros… encerrado en esta casa y yendo de fiesta en fiesta, ¿verdad? –mi padre lo único que pudo hacer fue asentir con la cabeza, boquiabierto-. Por eso mismo quiero deciros algo a todos –tomé aire, evaluando las reacciones de mi familia-. Quiero ir a la universidad y quiero hacerlo este mismo año.
De haber estado bebiendo algo, esta habría sido la ocasión idónea para que mi padre escupiera todo el contenido sobre la mesa; me miró con los ojos abiertos como platos, como si creyera que me había vuelto un alienígena, y las manos comenzaron a temblarle encima de la mesa, teniendo que ocultarlas en su regazo. Mi madre sonrió, complacida con mi decisión, y asintió, dándome su visto bueno.
Mis hermanos y Ken se quedaron mudos, incapaces de reaccionar de otra forma.
-Me… me parece una idea estupenda, hijo –me felicitó mi padre y, ahora fui yo quien se quedó perplejo, cuando atisbé un ligero brillo de orgullo en sus ojos.
Ahora que había logrado dar el primer paso, quería aprovechar lo que me quedaba de buena suerte para proseguir con mis peticiones en aquella bendita hora.
-También me gustaría disponer del apartamento que tengo asignado en el Centro –proseguí, desdoblando la servilleta sobre mi regazo-. Quiero empezar a pasar más tiempo allí para lo evidente.
Y, con lo evidente, me refería a mi futura boda con Zsofía. Me parecía una pérdida de tiempo empezar una discusión sobre lo que quería hacer o no con mi forzada relación con esa chica que tenía un severo problema con la bebida y con intentar meterse en mi cama; aquello supondría perder todo lo que había conseguido con aquella bomba de mis recién nacidas ganas de ir a la universidad.
-Además, quiero prepararle una pequeña sorpresa en el apartamento para darle la buena nueva –era una verdad a medias, ya que no iba a estar dirigida precisamente a Zsofía. Cosa que mi padre no iba a saber-. Estoy seguro que le hará mucha ilusión…
En aquellos momentos, si le pidiera a mi padre que me comprara el bloque entero, sabía a ciencia cierta que lo haría. Podía percibir cómo su decepción hacia mí desaparecía casi por completo mientras me miraba con un nuevo brillo en la mirada: una mezcla de orgullo y alegría que no había visto en mucho tiempo. Al menos dirigidos hacia mí.
-Por supuesto, hijo –accedió mi padre sin dudarlo.
Sonreí.
-Entonces iré preparándolo todo –dije.
El resto de la comida sucedió con calma, incluso hubo algunas conversaciones entre nosotros que, desde hacía tiempo, no tenían lugar; mis hermanos nos miraban a mi padre y a mí con los ojos abiertos como platos, incapaces de creerse que estuviéramos con todo aquel buen rollo.
Fui el primero en abandonar la mesa y el comedor. Ahora que contaba con el beneplácito de mi padre para poder disponer del apartamento que tenía asignado desde que había cumplido los dieciocho años para poder convertirlo en parte de mi plan para recuperar a Genevieve; me dirigí a toda prisa hacia mi habitación para cambiarme de ropa y empezar a prepararlo todo.
Por el camino me detuvo la voz de mi primo, que sonaba bastante cansada. Me detuve en las escaleras, con una ceja enarcada; Ken parecía igual de pálido que antes y la comida no parecía haberle surtido el menor efecto.
-¿Tienes pensado salir, por un casual? –me preguntó, apoyándose en la barandilla de las escaleras.
-Lo cierto… es que sí –respondí-. Quiero empezar a prepararlo todo.
Mi primo se inclinó hacia mí.
-¿Estás seguro de ello? –se cercioró Ken-. ¿Lo tienes lo suficientemente claro?
Me erguí como si fuera un puto pavo real.
-Lo que tengo claro es que no puedo perderla, Ken –le dije-. Quiero hacer algo que la sorprenda. Quiero que vea al nuevo R.
-¿Saco entonces la botella de champán para celebrarlo? –su tono era claramente de broma, aunque sus ojos mostraban que no estaba muy conforme con la idea.
De nuevo fingí que no veía lo incómodo que le resultaba este tema por algún motivo que desconocía. En su lugar sonreí con ganas, con un brillo pícaro.
-Antes de celebrar cualquier cosa necesito que me acompañes a comprar unas cosas –dije.
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