XXV. FORTUNE'S FOOL.
Huí.
Cuando escuché aquellas dos palabras saliendo de la boca de R sentí… miedo. Un miedo irracional por el temor de que todo aquello fuera mentira; por eso mismo salí como un tropel del coche de R dejándolo boquiabierto. Le había prometido darle una oportunidad, un día o unas horas para que me demostrara que le importaba lo suficiente como para reanudar nuestra relación, sí, pero habían sucedido demasiadas cosas en aquellas últimas horas que creí que iba a darme un ataque de ansiedad allí mismo.
Corrí hacia el interior de mi casa y, nada más llamar a la puerta, fue Davinia quien me recibió. Se quedó perpleja de verme en la puerta de casa, vestida con un simple chándal y con los ojos rojos e hinchados de haber llorado tanto la noche anterior; recuperó la compostura en un segundo, abrazándome por los hombros e instándome a que pasara al interior. Una vez dentro, me condujo hacia mi habitación y me ayudó a meterme en la cama. Se me había olvidado por completo que aquella mañana se reanudaban las clases en la Academia.
Me sentí como si hubiera retrocedido en el tiempo, cuando yo tenía diez años y mi madre se había enfadado conmigo por haber manchado su mantel durante una de las importantes cenas que daba mi familia en aquella época; igual que ahora, Davinia se había encargado de arroparme y sentarse en la cama a mi lado, frotándome las manos para intentar animarme.
-¿Ha ido mal con Patrick? –me preguntó en voz baja con auténtica preocupación, en caso de haber sido mi madre, lo habría hecho más por curiosidad.
En momentos como aquél, deseaba que mi madre fuera alguien como Davinia: preocupada, comprensiva y, en definitiva, el tipo de madre que veía más por su familia que por sus intereses.
Con Davinia podía hablar con franqueza, sin esconder nada.
-No he estado con Patrick –Davinia me miró horrorizada, pero no dijo nada, animándome a continuar-. O sea, sí pasé parte de la noche con él pero, luego, recibí la llamada del primo de R porque… necesitaba mi ayuda –quise esconderme bajo las mantas, evitando pensar en lo que casi había ocurrido al acceder como una estúpida al meterme en la cama de R.
Las cejas de Davinia se alzaron, como si algo no terminara de cuadrarle en mi historia.
-Esta misma mañana había decidido dejar a R porque él… porque había demasiados vacíos en nuestra relación –tuve que corregirme para evitar desembuchar todas las dudas, miedos y preguntas que se repetían en mi cabeza de cómo era posible que a R le importara tan poco yo-. Le dejé y no pude negarme a ayudar a Kendrick cuando me llamó; le mentí a Patrick y… y acabé en la mansión de los Beckendorf. He pasado allí toda la noche –Davinia ahogó un grito y yo me arropé aún más.
-Entonces… ¿esta mañana, cuando has llegado…? –se le atropellaban las palabras-. ¿Cómo…?
-Me ha traído R –contesté con un hilo de voz.
Ninguna de las dos tuvo más tiempo para seguir con la conversación: la puerta de mi habitación se abrió de golpe, mostrándonos a mi madre en el umbral; ya se había arreglado y nos miraba con el ceño fruncido. ¿Nos habría escuchado? ¿Sabría por medio de Patrick que no había pasado la noche en el apartamento?
Se me encogió el estómago por el temor de que mi madre empezara a sospechar de mí. Tenía herramientas más que suficientes para averiguar lo que se proponía…
-Ah, Davinia –suspiró mi madre con fingido cansancio-. No sabía que Genevieve había llegado a casa…
-Le pedí a Patrick que me trajera pronto a casa para poder preparar mis cosas para la Academia –mentí en voz bajita.
La mirada de mi madre se iluminó cuando pronuncié su nombre. Terminó de recorrer el camino que le quedaba hasta mi cama y se apoyó delicadamente sobre el colchón, quitando las arrugas que había de manera mecánica.
-¿Cómo fue la noche? –me preguntó sin rodeos-. Lamento haberte avisado con tan poca antelación, pero Patrick nos pidió que guardáramos su sorpresa.
Se me secó la garganta al recordar cómo había sido toda la noche. Mi mente no pudo evitar volar hacia ese momento que habíamos tenido R y yo bajo las mantas, en cómo me había hecho sentir en esos momentos, como si nada hubiera cambiado entre nosotros…
Sacudí ligeramente la cabeza y me centré en lo importante: cómo había sido mi noche con Patrick.
-Fue… estupenda –reconocí-. Me llevó a cenar a un sitio precioso y…
Mi madre se inclinó hacia mí y noté la urgencia en su mirada.
-¿Y su regalo? –inquirió entonces.
Noté el peso del anillo justo cuando lo mencionó. No había tenido tiempo, ni siquiera se me había pasado por la cabeza, el quitármelo mientras me cambiaba para reunirme con Kendrick; saqué tímidamente mi mano de debajo de las mantas y se lo mostré a mi madre, que sonrió encantada. Davinia, a su lado, taladró con la mirada el anillo que me había regalado Patrick.
-¿Eso quiere decir…? –el interrogatorio de mi madre prosiguió, dejando en aquella ocasión la pregunta en el aire.
La palabra «compromiso» se enroscó en mi garganta al pensar en ella. Patrick me había prometido que aquello podía ser un regalo de cumpleaños y que, si así yo lo decidía, podía convertirse en un anillo de compromiso. En aquellos momentos no sabía lo que quería, me encontraba confundida y las presiones que recibía, tanto por parte de R y por parte de mi familia, tampoco me ayudaban mucho a aclararme.
-Es algo… precipitado –me atreví a responder, evaluando la reacción de mi madre con cuidado-. Patrick y yo estamos de acuerdo en… esperar un poco.
Aquel año Patrick terminaba la Academia y se embarcaba en la vida universitaria. A mí aún me quedaba un largo año antes de hacerlo también, aunque cada vez tenía más dudas sobre mi futuro; mi familia estaba empecinada en acelerar las cosas y ese anillo era la prueba de ello. Apenas había cumplido los diecisiete años y ya querían verme prometida… ni siquiera quería pensar en lo que me esperaba al cumplir los dieciocho; yo quería ir a la universidad, conseguir mi propio trabajo pero… al parecer, mis planes de futuro era bastante distintos a los que tenía en mente.
Los labios de mi madre se fruncieron con fuerza, claramente enfadada por la decisión de querer esperar un poco.
-Patrick empezará la universidad este año, querida –dijo con retintín-. ¿Y qué pasará si conoce a alguien más? ¿Para qué habrá servido todo este esfuerzo que hemos hecho tu padre y yo?
Ahí estaba: mi madre por fin había decidido poner las cartas sobre la mesa, dejándome bastante claro lo que mi familia esperaban de mí en aquella relación. Sopesé la pregunta que me había hecho en primer lugar, ¿qué sucedería si Patrick encontrara a otra chica que pudiera hacerle más feliz que yo? Había empezado a sentir algo por Patrick, sí, pero no le había contado toda la verdad a R, no le había dicho que mis sentimientos hacia él eran mucho más fuertes, para mi desgracia.
-Patrick me quiere –le aseguré-. Y, si se diera el caso, sería su decisión. No puedo obligarle a que esté conmigo cuando no lo siente…
-Qué criatura más inocente –bufó mi madre-. Cielo, tienes que aprender que, en esta vida, el amor verdadero no existe: tienes que aprovechar cualquier buena oportunidad que se ponga en tu camino. ¿Cómo crees que los Clermont hemos conseguido prosperar? Evidentemente, no gracias a los caprichos adolescentes sobre el amor verdadero…
Aquello me sentó como si me hubiera abofeteado. Siempre había creído que mis padres se habían casado por amor… una historia de amor demasiado trágica, pero con un bonito final feliz. ¿En qué más cosas me habrían mentido? Me sentí herida en lo más hondo al comprender que, para mi familia, era un instrumento, una herramienta que usaban para conseguir ascender en la escala del poder.
Ahora tenía bastante claro que, aunque hubiera elegido a otro hombre que no fuera R, mi familia jamás me permitiría estar con nadie más que no fuera Patrick Weiss. Saberlo hizo que me sintiera mucho peor.
Davinia hizo notar que, si quería llegar bien a la Academia, debía ponerme en marcha de inmediato. Mi madre se despidió de mí con un simple beso en la sien, quizá demasiado forzado, y salió de mi habitación con demasiada celeridad. Miré a Davinia, pero ella negó con la cabeza.
No era un buen momento.
Me metí en la ducha en silencio, meditabunda, aún demasiado sorprendida con el mazazo que me había dado mi madre con aquella revelación sobre lo que mi familia esperaba de mí. Abrí al máximo el agua caliente y me quedé allí debajo, sintiendo arder mi piel y viendo cómo se ponía de un color rojo; una vez hube terminado, salí de nuevo a mi habitación, donde me esperaba el uniforme de la Academia pulcramente tendido encima de la cama.
Me lo puse en silencio, preparándome mentalmente para mi regreso. No era ningún secreto mi relación con Patrick y las primeras semanas iban a ser muy difíciles con miraditas por los pasillos y susurros, pero podía hacerlo. Podría con ello.
Tragué saliva cuando vi a Bonnie, reconocible por su habitual tradición de ponerse cualquier llamativo accesorio en el pelo, frente a mi taquilla. Había hablado con ella el día de mi cumpleaños, pero no habíamos salido desde hacía tiempo; notaba que había distancia entre nosotras como si, de la noche a la mañana, nos hubiéramos convertido en unas completas desconocidas.
Sin embargo, cuando Bonnie se giró, supe que no estaba enfadada conmigo por la cálida sonrisa que me brindó. La abracé con fuerza y me sentí mal por no ser capaz de contarle todo lo que me había sucedido pues, en aquellos momentos, necesitaba el consejo de una amiga.
-¡Tienes que contarme todos los detalles! –me chilló al oído mientras la gente que pasaba a nuestro lado se giraba para mirarnos con atención-. No puedo vivir tu relación a base de reportajes en las revistas, cariño.
Puso un mohín adorable mientras nos dirigíamos a nuestra primera clase y yo le hice un exhaustivo relato de cómo habían sido todas mis salidas con Patrick, incluso tuve la osadía de mostrarle el anillo que me había regalado por mi cumpleaños; los ojos de mi amiga se abrieron de golpe y relucieron como si fuera una bola de discoteca.
-¡Joder, Vi! –exclamó, acercando el rostro a escasos centímetros de mi mano-. Joder, esto va en serio –repitió, estupefacta.
Me removí un poco incómoda. Estaba cansada de hablar de Patrick y de mí, así que opté por hacer un rápido cambio de tema para alejar la atención de Bonnie de mi anillo y de mis planes de futuro.
-¿Qué tal las cosas con Thomas? –pregunté intencionadamente.
Bonnie soltó un suspiro de exasperación.
-¡Thomas es historia! –bufó-. Tenía unas aficiones muy raras, ¿sabes? En una ocasión llegó a pedirme que si podía dejarle probar uno de mis Manolo Blahnik, ¿te lo puedes creer?
Se me escapó una risotada y Bonnie empezó un coloquio sobre los extraños fetichismos que tenía su exnovio y sobre cómo había podido tener eso un impacto en su relación de haber seguido adelante. El discurso de mi amiga se vio interrumpido de golpe y sus ojos se abrieron como platos, casi como si le hubiera enseñado de nuevo el anillo; me giré hacia la dirección que seguía su mirada y noté que me ponía pálida.
Patrick caminaba hacia nosotras, acompañada por dos de sus amigos. La gente se apartaba de su camino, observándolo con atención y algunos casi con adoración; nadie se perdía de vista lo que sucedía en el pasillo.
Mi corazón se olvidó de latir durante un segundo, justo cuando Patrick se detenía frente a nosotras y me dedicaba una tímida sonrisa. No había caído en la cuenta de cómo iba a ser nuestra relación dentro de la Academia pero, por lo que estaba sucediendo en aquellos precisos momentos, iba a ser un continuo escrutinio por parte de nuestros compañeros; compuse una sonrisa y eso pareció animar a Patrick.
-He pensado que podríamos comer hoy juntos –me dijo.
Miré de reojo a Bonnie, que seguía flipando a mi lado.
-Eh… ah, vale –acepté, un tanto cohibida por la atención que teníamos puesta en nuestra conversación.
Casi pude ver los ojos de Bonnie salírseles de sus órbitas cuando Patrick se inclinó para besarme en los labios con suavidad. Se despidió de Bonnie con una sonrisa y regresó junto a sus amigos, que no nos quitaban la vista de encima; la multitud comenzó a susurrar entre ellos mientras mi novio y su séquito se marchaban por donde habían venido.
-Eeeeeeeh, ¿hola? –musitó Bonnie, que seguía casi en estado catatónico-. ¿No es adorable?
Cogí a Bonnie por el brazo y casi la arrastré hacia nuestra clase. La gente no nos quitaba la vista de encima y eso estaba comenzando a ponerme nerviosa; mi amiga, por su parte, acrecentaba esos nervios con los suspiros que no paraba de soltar, recordando cómo Patrick se había despedido de ella.
-¿Crees que podrías… no sé… conseguirme un huequecito en tu almuerzo con Patrick? –preguntó con timidez-. Pero si no te importa, claro. No quiero fastidiarte tu almuerzo romántico…
Negué varias veces con la cabeza, agradecida de las ganas de mi amiga de querer pasar más rato conmigo y Patrick.
-Por supuesto que puedes comer con nosotros, Bonnie –le aseguré, sonando muy segura de mí misma. ¿Le molestaría a Patrick mi decisión de que mi mejor amiga se uniera a nosotros? Seguro que no. Patrick quería hacerme feliz y no le importaría complacerme en eso.
Aquello pareció contentar a Bonnie, que esbozó una enorme sonrisa de satisfacción y cambió drásticamente de tema. Al parecer, se había puesto al día con los deberes que se había autoimpuesto al querer montar mi fiesta de cumpleaños; me confesó que había buscado un par de locales donde hacer la celebración, pero que solamente uno tenía una lista de espera más corta. Me quedé fascinada con las ideas que tenía en mente y con la larga lista que había creado para que yo le diera el visto bueno. Además, me preguntó con cierta timidez si podía continuar con los planes o si, por el contrario, debía pasarme el relevo a mi hermana.
Le exigí que prosiguiera con los planes y que estaba encantada con sus ideas; Bonnie era una persona que se tomaba muy en serio cualquier reto que se proponía y yo quería tener un pretexto para pasar más tiempo con ella sin que mi familia pusiera ningún impedimento.
Bonnie cortó su parloteo cuando vio aparecer en la puerta a Elsa Brooks. Aquella chica había repetido curso en dos ocasiones y toda su vida escolar en la Academia estaba cargada de rumores que daban una imagen nada buena de ella pero que Elsa no parecía darle importancia; iba rodeada de su séquito de amigas, dos de ellas se rumoreaba que habían decidido repetir como muestra de apoyo a Elsa, y comenzaron a contonearse por todo el aula. Se sentaron cerca de donde nos encontrábamos Bonnie y yo y tuve la rara sensación de que Elsa me fulminaba con la mirada. Pensé que me lo estaba imaginando, pues yo no la conocía personalmente, al igual que ella.
Tanto Bonnie como yo guardamos silencio, un tanto cortadas por la presencia de aquel grupo y por la atención que habían logrado reunir con aquella entrada tan… exagerada. Escuchamos cómo dejaban sobre la mesa sus carísimos bolsos y como alguna de ellas soltaba una risotada baja.
-El sábado fue algo… increíble –reconocí la voz de Elsa porque sonaba altiva y cargada de una maldad inusitada-. Estuvimos en The Night y ¿a que no sabéis con quién me encontré?
De inmediato me erguí al escuchar el nombre de aquella discoteca. Era la misma a la que habían ido, precisamente ese día, R y su primo; no quise sacar conclusiones precipitadas, pero todo aquello me estaba comenzando a dar mala espina. Era consciente, como el resto de la Academia, que Elsa era una chica peligrosa y capaz de seducir a cualquiera con tal de cumplir con sus propósitos.
Bonnie comenzó a hablar sobre el buen tiempo que estaba comenzando a hacer y sobre si quería ir a bañarme a su piscina privada algún día de éstos para ultimar los detalles sobre mi fiesta de cumpleaños que, en sus palabras, «iba a ser legendaria». Sin embargo, me vi incapaz de seguir escuchándola mientras Elsa y sus amigas parecían mantener una conversación de lo más interesante.
-¿Quién, Elsa? –se interesó una de sus amigas, Beth Robert.
Apreté la mandíbula con fuerza, esperando pacientemente a que hablara.
-Con R –respondió entre risas Elsa.
Fue como si el mundo se me desplomara encima. Mi comportamiento estaba siendo exagerado, pues le había dado una oportunidad a R y no quería tomar decisiones precipitadas que pudieran ponerme en un apuro de nuevo; además, ¿con cuánta gente conocida me había tropezado yo en mis salidas? Podría haber sido una casualidad, no podría haber pasado nada…
No quise seguir escuchando a hurtadillas, pero las últimas palabras que capté me dejaron completamente helada:
-Folla de escándalo en cualquier sitio. Da igual que sea en su coche como en el baño de una discoteca.
Cerré los ojos con fuerza, ignorando aquel coro de risas que se levantó ante el osado comentario que había hecho Elsa. Bonnie, notando mi repentino cambio de humor, me dio un par de palmaditas en el brazo, llamando mi atención.
-¿Quieres que vaya a buscarte algo? –me preguntó, realmente preocupada-. Estás muy pálida…
Sopesé mis posibilidades.
-No me encuentro muy bien –mentí y Bonnie me miró con condescendencia-. Creo que me voy a ir a casa…
Mi amiga, fiel como siempre había sido, me acompañó diligentemente hasta secretaría para que la señora Potter pudiera ponerse en contacto con mi madre, quien se encargaría de enviarme un coche a buscarme. Se quedó conmigo en la salita que había en la secretaría hasta que la persona a la que hubiera enviado mi madre a buscarme viniera por mí; cuando recordé la promesa que le había hecho a Patrick de vernos a la hora de la comida, Bonnie me prometió que se encargaría ella misma de explicarle todo lo que había sucedido.
Al ver aparecer a Gifforn, uno de los hombres de mi padre, me quedé de piedra. Bonnie me dio un último apretón en la rodilla antes de despedirse de mí para regresar a clase y dejarme a solas con Gifforn; le observé firmar el parte y despedirse de la señora Potter con un seco movimiento de cabeza. Me puse en pie con cuidado y le seguí fuera de la secretaría, nuestros pasos resonaban en el pasillo vacío de la Academia y en mis oídos de manera atronadora.
Una vez llegamos a casa, Gifforn se encargó de acompañarme incluso hasta la puerta; Davinia me esperaba pacientemente en la entrada, con un gesto cargado de preocupación y de «lo sabía». Me encogí de hombros, restándole importancia, y me dirigí a las escaleras.
-Un momento –me interrumpió la voz de Davinia.
Ladeé la cabeza, con curiosidad y cierta sorpresa.
-Tu madre te espera en el salón –me informó con voz neutra.
Tragué saliva. Aquello no podía significar nada bueno y debía haberme dado cuenta cuando había mandado a uno de los hombres de mi padre a recogerme a la Academia, sin venir ella personalmente.
Seguí a Davinia por los pasillos notando cómo se iban tensando cada músculo de mi cuerpo; dejé que llamara a la puerta por mí y me quedé perpleja en la entrada cuando abrió la puerta.
Un chico un par de años mayor que yo se giró hacia mí. Era moreno, de piel ligeramente tostada; llevaba barba de varios días y sus ojos castaños me observaron con curiosidad, frunciendo sus espesas, pero cuidadas, cejas. Mi madre, a su lado, me dedicó una sonrisa ilusionada, como si fuera el día de Navidad.
Tuve la tentación de agarrarme a la puerta, ya que las piernas comenzaron a flaquearme. Hacía demasiados años que no lo veía y, por lo último que sabía, se había marchado a Europa a estudiar. ¿Qué le traería de vuelta a Bronx?
-Hola, prima –me saludó el desconocido con una sonrisa torcida.
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