XXII. LETTING GO.
R
Alguien me estaba desvistiendo. Mis recuerdos tenían importantes lagunas después de haber dejado a Elsa plantada en aquel baño y no sabía qué había sido de mí después de ello; no sabía dónde me encontraba ni con quién estaba. ¿Había conseguido llegar al reservado donde estaba mi primo y el resto de nuestros amigos? ¿Me había interceptado alguna belleza en el camino de regreso y había decidido irme con ella? No tenía ni idea…
Lo que sí sabía es que mi cabeza estaba a punto de reventar, literalmente. Las sienes me palpitaban con fuerza y estaba seguro que el tamaño de mi cráneo había aumentado; tenía la boca seca y el cuerpo me pesaba como si mis huesos hubieran sido sustituidos por piezas de cemento. Traté de abrir la boca pero no pude.
Cuando lo intenté con los ojos solamente conseguí entreabrirlos; me encontraba en una habitación que me resultaba familiar y había dos personas conmigo allí. Una de ellas debía ser mi primo y la otra… centré mi atención en la segunda figura que no paraba de moverse de un lado a otro, agitando su cabello rubio mientras lo hacía.
El corazón, que me latía desbocado a causa de la droga que había tomado, frenó durante unos segundos al reconocerla. De inmediato llegué a la conclusión que aquella figura rubia debía ser producto de los restos de droga que quedaban en mi organismo: la verdadera Genevieve debía estar en su imponente mansión, probándose aquel conjunto de ropa interior frente a su espejo, o quizá junto a Patrick, enseñándoselo personalmente.
Era imposible que ella estuviera allí realmente.
-¿Está vivo? –inquirió con un hilo de voz la figura rubia. El fantasma que las drogas habían creado para mí de Genevieve.
El cuerpo de mi primo se interpuso en mi campo de visión, privándome de la imagen del fantasma rubio que había venido a atormentarme por lo que había hecho. Quise apartarlo de un manotazo, pero únicamente fui capaz de levantar el brazo para, después, dejarlo caer pesadamente sobre la cama. Joder, tío, qué patético.
-Está recuperando la consciencia –respondió mi primo y conseguí fruncir el ceño.
¿Ken era capaz de ver también al fantasma de Genevieve? La figura rubia se acercó lentamente hasta situarse al lado de mi primo, que le dedicó una preocupada mirada; algo se abalanzó sobre mi rostro y no tuve tiempo siquiera de apartarme. Un escozor en la mejilla me indicó la zona donde me había golpeado; Ken soltó un gruñido de sorpresa y la apartó de mi lado con un simple movimiento. Quise decirle que no me importaba, que me lo merecía, pero tenía la garganta tan seca que me veía incapaz de pronunciar sonido alguno.
-¿Estás loca o qué coño te pasa? –siseó mi primo, molesto.
-Tengo todo el derecho del mundo a hacerlo –le espetó Genevieve, enfadada-. Primero, por haber jugado conmigo todo este maldito tiempo y, segundo, por haber sido tan inconsciente.
Me entró la risa floja, pero solamente conseguí sacudir los hombros débilmente. Ninguno de ellos se dio cuenta, seguían enzarzados en su discusión.
-¡Tú fuiste quien lo dejó! –la acusó Ken, que parecía un maldito cocker defendiendo a su amo-. Fuiste tú quien estuvo jugando con él.
Genevieve resopló.
-Yo no fui quien le ignoró durante casi dos semanas mientras se iba de fiesta por ahí y se tiraba a toda la que llevara un vestido corto por delante –respondió en el mismo tono.
En ese punto Ken ya no pudo defenderme porque no estaba al tanto de ello. Se mantuvo en silencio, observándome con un gesto pensativo; Genevieve, por el contrario, se apartó un poco de la cama.
-Eso no fue así –farfulló Ken, tratando de mantener la calma.
Escuché la risa irónica que se le escapó a Genevieve.
-¿Y cómo fue, según tú?
Ken se mordió el interior de la mejilla, como siempre hacía cuando estaba nervioso.
-No sé si debería hablar…
Tanto tiempo escuchando aquel divertido diálogo entre ambos me tenía ya aburrido. No entendía qué es lo que estaba haciendo Genevieve allí y, mucho menos, cómo habíamos terminado nosotros tres en mi habitación. Una bombilla estalló dentro de mi cabeza y noté que me mareaba, por no hablar del desierto que parecía haberse instalado en mi garganta. ¿Y si se había enterado de lo que había estado haciendo en los baños de The Night con Elsa?
Si ya de por sí estaba jodido, cuando Genevieve se enterara lo iba a estar el doble. Aún recordaba la bofetada que me había dado mientras estaba medio inconsciente, pero no recordaba con claridad la explicación que le había dado.
Traté de incorporarme en la cama, pero las paredes me daban vueltas y parecían estar inclinándose hacia mí. Mi primo acudió de manera rauda en mi ayuda, sujetándome con firmeza por los hombros; Genevieve, por el contrario, me dedicó una severa mirada que jamás había visto en ella.
-¿Puedes dejarnos unos minutos a solas, por favor? –le pidió educadamente Genevieve a Ken.
Mi primo me miró con dudas. Sabía lo que se le estaba pasando por la cabeza en aquellos momentos: que nuestra tensa relación estallara y mi padre pudiera pillarnos; me imaginé su reacción y tuve que reconocer que, con Genevieve allí, no quería que ésta fuera testigo. Por no hablar de lo que podría sucederle a ella si mi padre llegaba a reconocerla, que no sería difícil después de haber asistido a su presentación a la sociedad como pareja de Patrick Weiss.
-Tráeme un poco de agua –dije con esfuerzo.
Ken captó el mensaje subliminal que había tras mi inocente petición y asintió. Esquivó a Genevieve en el trayecto hasta la puerta y, antes de marcharse, me rogó con la mirada que no cometiera ninguna locura. Al menos tuvo el detalle de cerrar la puerta al salir para evitar que se oyera por toda la casa mi conversación pendiente con Genevieve.
Clavé mi mirada en su figura y aguardé pacientemente a que recayera sobre mí toda la furia que tenía en su interior; ella empezó a pasearse por la habitación mientras me lanzaba miradas incendiarias. De nuevo la duda de si ella sabía lo que había sucedido en la discoteca aquella noche comenzó a carcomerme lentamente.
Cuando giró la cabeza para mirarme de manera definitiva vi que tenía los ojos brillantes… casi húmedos.
-¿Es… eso lo que hacías cada noche? –me preguntó, con un hilo de voz-. ¿Salir por ahí para beber y drogarte? ¿Eres consciente de lo preocupada que me tuviste durante esos días? –negó con la cabeza, respondiéndose a sí misma-. No, por supuesto que no: eres tan jodidamente egocéntrico que lo único que querías era seguir bebiendo más, disfrutando con tus amigos y follándote a cualquiera, ¿verdad?
El dolor era más que tangible en su tono de voz. Entendía su cabreo conmigo por haberla ignorado en aquellas semanas, pero no quería que supiera que lo hacía para cabrear a mi padre, para demostrarle que no tenía ningún tipo de control sobre mí como el que ejercía con el resto de mi familia.
Comencé a sudar más debido a la droga que había tomado y tragué saliva con esfuerzo para poder hablar con más claridad.
Me dolía que creyera que había incumplido mi promesa y que me hubiera follado a la primera que se me hubiera puesto por delante. La había cumplido… hasta aquella misma noche cuando, a modo de venganza personal, había decidido follarme a Elsa, que había estado encantada con mi decisión.
Genevieve volvió a girar la cabeza para que no pudiera ver la decepción pintada en sus facciones y la lágrima que se le escapó.
Sin embargo, lo había visto. Había visto el enorme muro que parecía haberse creado entre nosotros y que parecía haberse reforzado cuando no tuve el valor suficiente para contarle lo que había pasado con Elsa; pero Genevieve también parecía haberse divertido mucho aquella noche.
Había reconocido la sudadera que llevaba.
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