XVII. OVER YOU.
Me quedé observando la pantalla de mi móvil hasta que se apagó, incapaz de poderme creer lo que había sucedido. La conversación había ido bien en un principio, R había bromeado conmigo y yo había sido tan estúpida de decirle que había notado un cambio en Patrick, que no era el chico que había creído en un principio. Había descubierto que sus sentimientos eran reales y que había sufrido mucho con una anterior relación; eso me había hecho sentir culpable, pero no había hecho que mis sentimientos por R cambiaran ni un ápice. Sin embargo, R había dado por supuesto que sí. Y no me había dado ninguna oportunidad para poder explicárselo.
Volví al dormitorio y me quedé mirando a Patrick dormir; había conseguido acaparar todo el espacio para él solo. Me deslicé con cuidado de no despertarlo y su brazo me rodeó la cintura, mientras se me acercaba y hundía su cabeza en parte de mi almohada.
Intenté acomodarme lo mejor posible, dadas las circunstancias, y cerré los ojos.
Algo me rozó el hombro y me incorporé de golpe, sin saber bien si había sido real o no. Parpadeé varias veces hasta que vi a Patrick, frente a mí, ya vestido y sonriéndome. De forma automática me subí las mantas hasta taparme con ellas la barbilla y lo miré fijamente. La conversación que había mantenido la noche anterior con R volvió y no pude evitar sentirme culpable. Había descubierto que Patrick no era la persona que me había imaginado y que quizá podría quererlo… como amigo. Sí, veía a Patrick como un amigo, pero nada más. Sin embargo, no había sido capaz de explicárselo como yo hubiera querido a R y él me había malinterpretado.
No quería perderlo.
-Buenos días, Bella durmiente –me saludó Patrick, sentándose a los pies de la cama-. He pensado que podríamos hacer algo juntos antes de llevarte a casa.
-Claro –fue lo único que pude responder.
Patrick me dio un par de palmaditas en la pierna y se puso en pie. Parecía estar pletórico de emoción y yo, por el contrario, lo único que quería era que me llevara a casa para que pudiera meterme en la cama y no salir de allí en una buena temporada.
-Te espero fuera –se despidió él mientras se salía de la habitación-. Ah, y Genevieve… -alcé la mirada- gracias por lo de ayer. Creo que necesitaba hablar un poquito del tema, ya sabes.
Cerró la puerta tras él y yo me dejé caer de nuevo sobre la cama. Sabía que se refería a Nancy, la chica que se marchó y lo dejó destrozado, pero él me había hablado un poco de ella. Quizá fuera la primera persona a la que había decidido contárselo, no lo sabía. Pero sus palabras me hicieron que me sintiera aún más culpable si cabía.
Me quedé unos momentos más en la cama, pensando en qué debía hacer; una buena opción sería la de pedirle a Patrick que me llevara a mi casa con alguna excusa y podría llamar a R para intentar arreglar las cosas.
No había podido dejar de darle vueltas al asunto durante toda la noche, después de haber colgado. R me había malentendido y no me había dado oportunidad de poder explicárselo.
Se me había formado un nudo en la garganta.
Al final decidí salir de la cama. Entré en el amplio vestidor y cogí a toda prisa mi ropa; me encerré en el baño y me miré al espejo. Vaya, tenía unas ojeras terribles… Me quedé mirándome un par de minutos más, pensando en qué debía hacer en aquellos momentos. Necesitaba ver a R para poder explicarle que, lo que le había dicho ayer sobre Patrick no era exactamente lo que había pensado, que había sido una malinterpretación. Quería decirle que él era el único y que estaba contando los días para poder irnos de allí los dos.
Abrí el grifo y me empapé bien la cara de agua fría. Eso me ayudaría a despejarme y a pensar con claridad. Además, quería quitarme el maldito pijama y tirarlo lo más lejos de mí. Me dolía que mi madre me hubiera escondido que estaba al tanto de todos los planes de Patrick y que le había echado una mano con mi nuevo vestuario. Querían acelerar las cosas entre nosotros. Estaban ansiosos de que pasáramos al siguiente nivel, pero aquello era imposible. Y eso sin decir que era precipitado. Demasiado precipitado.
Al final tuve que coger uno de los modelitos que mi madre había dejado para mí porque me negaba a ponerme de nuevo el vestido que había llevado. Era demasiado ostentoso e incómodo. Salí del baño completamente preparada con unos pantalones demasiado ajustados para mi gusto y una blusa sin mangas.
Patrick estaba en la cocina, terminando de colocar un plato sobre la isla de la cocina, alzó la mirada y me dedicó una encantadora sonrisa. Intenté devolvérsela, pero no me salió. Él debió notar que algo no iba bien porque frunció el ceño, pensativo.
«Estúpida. Estúpida. Estúpida», me regañé interiormente.
-¿Todo va bien, Genevieve? –me preguntó Patrick, mirándome fijamente.
Odiaba terriblemente a la gente que lo hacía. Sobre todo cuando intentaban descubrir si decías la verdad o mentías, como era mi caso. No podía explicarle nada de lo que había sucedido, ni siquiera podía enterarse de que conocía y estaba enamorada de Romeo Beckendorf y no de él. Eso sería el principio del fin.
Me deslicé sobre uno de los taburetes e intenté pensar en algo desesperadamente.
-No he podido dormir mucho –mentí, bajando la mirada, tratando de parecer avergonzada-. Los nervios…
Oí que Patrick soltaba un suspiro y vi cómo me daba un par de palmaditas de consuelo en la palma de mi mano. Parecía mi madre cuando no sacaba la nota que se me exigía y mi padre me comenzaba a decir que, de seguir así, jamás llegaría tan lejos como él.
Sin embargo, había conseguido darme cuenta de algo: mi padre no parecía ser tan rígido como siempre lo había visto y había descubierto una faceta mucho más calculadora y frívola de mi madre.
-Cuando te mudes aquí todo estará bien –me aseguró Patrick, sonriendo-. Tendrás aquí tu hogar, podrás hacer lo que te plazca… Seremos muy felices, Genevieve.
Eran comentarios como ése el que me dolían en lo más profundo de mi ser. Patrick parecía estar seguro de mis sentimientos hacia él, no lo ponía en duda y ya tenía planes de futuro para ambos. En cambio yo… yo lo único que tenía planeado es que quería fugarme de allí con R y empezar una vida juntos lejos de aquella ciudad, de aquellos problemas.
Me esforcé por sonreír, para darle esperanzas y para poder seguir con todo aquello. Mis padres estaban demasiado orgullosos y felices con todo esto del noviazgo. Mi hermana, por el contrario, parecía más reticente a demostrar tanta felicidad como nuestros padres; el encuentro que había tenido con Kendrick parecía haberla puesto de mal humor y un tanto triste. No entendía qué podía pasarle con el primo de R y si ambos habrían tenido algo en el pasado.
-Seremos muy felices –repetí, como si intentara concienciarme de ello.
Patrick me sirvió el desayuno y no empezó el suyo hasta que no hube dado yo el primer bocado. Tenía que reconocer que tenía mano para la cocina y me pregunté si R sabría cocinar o, al igual que yo, jamás había puesto un pie en el terreno de las recetas.
No pude evitar imaginarme aquella misma situación pero estando con R delante y siendo yo quien le preparaba el desayuno. Si todo salía bien, era muy posible que se convirtiera en realidad.
Después del desayuno, Patrick y yo bajamos de nuevo al garaje y nos dirigimos a su deportivo. En el camino, noté que estaba un tanto nervioso.
-¿Quieres que nos veamos esta noche? –me preguntó, mientras me abría la puerta del copiloto-. Podemos hacer lo que quieras.
Parecía estar ansioso por verme de nuevo. Y, sin embargo, yo tenía unos planes completamente distintos: quería hablar con R y explicarme sobre lo que había sucedido cuando hablamos por teléfono.
-Eh… no sé –respondí, evasiva-. Estoy cansada.
Patrick pareció entender que no tenía ninguna gana de salir con él y no insistió. Arrancó el coche y nos marchamos de allí sumidos en un incómodo silencio.
Seguimos así hasta que llegamos a la puerta de mi casa. Tal y como había hecho antes, se bajó del coche y me abrió la puerta, tendiéndome la mano para que pudiera salir. Se lo agradecí con una sonrisa y Patrick decidió acompañarme hasta la misma puerta.
Cuando Davinia nos abrió la puerta, se quedó mirándonos con sorpresa, pero se recuperó a tiempo para invitarnos a pasar y hacerse a un lado. Nos condujo hacia el salón, donde nos esperaban mis padres, evidentemente ansiosos por saber lo que había sucedido anoche.
Mi madre se levantó, para darnos un gran abrazo a cada uno; mi padre, por el contrario, nos saludó con una sonrisa tímida. De mi hermana no había ni rastro.
-¡Ah, pensábamos que llegaríais un poco más tarde! –dijo mi madre, mirando intencionadamente a Patrick, que se sonrojó.
-Estaba cansada, mamá –intervine-. Patrick me ha traído porque se lo he pedido para que pueda darme una buena ducha y pueda descansar un rato.
Mi madre abrió la boca, seguramente para amonestarme por haberme osado a decirle a que Patrick que me trajera tan rápido a casa, pero mi padre la silenció con su propia intervención:
-Supongo que ha sido una noche larga, Genevieve. Te entiendo.
No puedo evitar sentirme agradecida con mi padre. Me giré hacia Patrick, dispuesta a despedirme y a dar por concluida nuestra salida, pero mi madre no se dio por vencida tan pronto.
-¡Patrick, ¿por qué no te quedas a comer, querido?! –le propuso, con una tirante sonrisa.
Quise fulminarla con la mirada, pero contuve mis ganas. Seguramente quería invitarlo para que pudiéramos contarle lo que había sucedido anoche y algo con lo que mi madre no iba a estar muy contenta; la intención de mi madre había sido que Patrick y yo hubiéramos intimado y pasado más allá de los simples besos y caricias, algo a lo que no estaba dispuesta a ceder.
Me mordí la lengua y esbocé mi sonrisa más convincente. Patrick no tenía culpa alguna de las malas artes de mi familia y, seguramente, la pregunta de mi madre le había incomodado un poco. Sería la primera vez que estuviera con nosotros y lo cierto es que tendría que estar temblando como un flan. Pobrecito…
-Estará cansado, mamá –respondí con una sonrisa amable, esperando que no insistiera más en el tema.
Sin embargo, estaba claro que ella no se iba a dar por vencida tan deprisa. Estaba acostumbrada a salirse siempre con la suya y no iba a haber ninguna excepción en su largo historial de victorias.
-Pero, cariño… -protestó mi madre, fingiendo un mohín.
En aquel preciso momento apareció Michelle por la puerta, ya arreglada y con aspecto de haber salido. La miré con el ceño fruncido, preguntándome a dónde podría haber ido mi hermana cuando bien conocido era que ella no salía de casa para nada, que vivía recluida en nuestra mansión, pegada a la pantalla de su ordenador.
Su presencia allí desvió la atención del tema central y eso no pasó desapercibido a Michelle, quien nos observó con los ojos entornados, tratando de adivinar qué es lo que había interrumpido. Sus ojos recorrieron a mis padres hasta detenerse en Patrick y en mí.
Y mi madre vio allí la oportunidad que necesitaba.
-¡Michelle! –la llamó con suavidad, aduladora-. Ahora mismo estaba tratando de convencer a tu hermana para que Patrick se quedara a comer con nosotros, pero ella no quiere dar su brazo a torcer…
Mi hermana me dedicó una rápida mirada mientras se acercaba a nuestra madre y ella le pasaba cariñosamente un brazo por los hombros. Lo sucedido ayer, la tensión existente entre Kendrick y ella regresó de nuevo a mi mente, haciéndome que empezaran a bombardearme las preguntas y las acusaciones.
Estaba segura que Michelle conocía demasiado bien al primo de R.
Regresé al presente de golpe cuando Patrick me acarició el brazo, con una tímida sonrisa. En el fondo, él estaba deseando quedarse allí para conocer mejor a mi familia. Era perfectamente entendible.
-¿Y bien, Genevieve? –preguntó mi madre intencionadamente.
Cogí a Patrick de la mano y se la estreché, sintiéndome un poco culpable por darle tantas esperanzas por una relación que no tenía ningún futuro.
-¿Está lista la comida? –por la sonrisa que esbozó mi madre supe que había dado la respuesta correcta.
Pasamos al comedor mientras mi madre comenzaba una amigable conversación con Patrick sobre su futuro. Aún me quedaban dos años en la academia para terminarla, pero para él era su último año: tendría que decidir entonces qué hacer con su vida, aunque yo sospechaba cuáles iban a ser sus planes. Iría a la universidad, por supuesto, y estudiaría Ciencias Políticas con intención de seguir los pasos de su padre.
En cambio, yo…
Me detuve de golpe cuando, tras haber tomado asiento, mi madre carraspeó de nuevo, atrayendo la atención de todos. Había parloteado de cómo había concluido la fiesta tras habernos ido y se deshizo en alabanzas hacia los padres de Patrick sobre lo bonito que había quedado todo. Ahora nos tocaba a Patrick y a mí hacer un desarrollo exhaustivo de cómo había terminado nuestra noche.
Su sonrisa fue más que evidente, animándonos a que empezáramos a hablar. Dejé que fuera Patrick el encargado de hablar, pues yo no me veía con fuerzas para hacerlo.
Lo miré de refilón mientras él se recolocaba en el asiento y esbozaba su mejor de las sonrisas. Mi familia centró toda su atención en Patrick y vi cómo la sonrisa de mi madre se tornaba calculadora.
Patrick empezó a comentar lo que había sucedido tras habernos marchado de la fiesta y yo pensé en R y en la conversación que habíamos mantenido cuando le había confesado que, al final, Patrick y yo no habíamos hecho nada. Se me encogió el corazón al recordar el tono que había usado conmigo al decírselo; se había enfadado conmigo y no entendía por qué. Y necesitaba verlo para que pudiéramos aclarar las cosas, para que supiera que él era el único.
Oí a mi madre chasquear la lengua cuando Patrick llegó al punto cuando nos habíamos ido a dormir. No entendía cómo podía molestarse y si había llegado a creerse que, de haber sucedido algo entre nosotros, se lo fuéramos a contar.
Davinia entró en el comedor tratando de no molestarnos, aunque mi atención se centró en ella de golpe al ver que venía directamente hacia mí.
Se agachó a mi lado y se acercó a mi oído con actitud misteriosa.
-Han traído algo para ti –susurró y mi pulso se disparó.
Comprobé que nadie me miraba fijamente y ladeé la cabeza para poder responderle a Davinia sin mi familia o Patrick pudieran oírme.
-¿De quién es? –inquirí en el mismo tono.
-No lo sé –reconoció Davinia y se le notaba agitada.
Me levanté de la mesa procurando no arrastrar mucho la silla, aunque mi movimiento no pasó desadvertido a Michelle, que clavó sus ojos en mí con un gesto de curiosidad. Me encogí de hombros, quitándole hierro al asunto y carraspeé, sabedora que moverme atraería la atención de toda mi familia.
-Necesito ausentarme un momento –me excusé mientras mis padres me miraban fijamente.
Seguí a Davinia por el comedor hasta que salimos de allí. Cerré la puerta a mi espalda y casi me abalancé sobre mi pobre ama, que parecía estar a punto de desmayarse allí mismo. La cogí por las manos con suavidad y la miré a los ojos, esperando a que ella me diera alguna pista más sobre qué me habían traído y, lo más importante, quién era el remitente.
-¿Y bien? –pregunté con un hilo de voz.
Negó con la cabeza y tiró de mí hacia la zona de la cocina, un sitio que se nos tenía terminantemente prohibido. Cerró la puerta mientras yo me dirigía hacia la mesa que había al fondo de la cocina, que estaba desierta; sobre su superficie reposaba un paquetito laboriosamente envuelto en un papel de color rojo.
Miré a Davinia por encima de mi hombro, pidiéndole permiso con la mirada. La mujer asintió y me observó mientras cogía con cuidado el paquetito y lo sopesaba en mis manos, intentando adivinar qué era.
Mis dedos recorrieron el envoltorio hasta que se toparon con una esquina que, obviamente, no pertenecía al papel que se había usado para envolverlo. Tiré del papelito que estaba medio oculto entre los pliegues del envoltorio y me lo quedé mirando fijamente mientras escuchaba el desbocado latir de mi propio corazón.
Lo siento.
R.
La nota era escueta y parecía haber sido escrita a toda prisa. Las lágrimas se me agolparon en los ojos, pugnando por correr por mis mejillas; la disculpa de R no me era suficiente. Necesitaba verlo y que me lo dijera él mismo en persona. Quería escuchar de sus propios labios que sentía mucho su comportamiento y que me seguía queriendo y aún quería fugarse conmigo lejos de allí.
Volví a mirar a Davinia, procurando mantener el llanto a raya. Ni siquiera había abierto aún el paquete, pero la nota de R había sido más que suficiente.
-Eso no ha sido lo único que ha venido, cielo –me confesó Davinia.
La puerta trasera de la cocina se abrió y por ella apareció un hombre vestido de repartidor. Lo observé con los ojos entornados hasta que él se quitó la gorra y pude ver quién era.
Salí corriendo hacia él para abrazarlo con fuerza mientras controlaba el sollozo que tenía atascado en la garganta.
-Sé que me comporté como un completo gilipollas –murmuró mientras me respondía el abrazo.
Froté mi cara contra su pecho y apreté más mis brazos en torno a R. Su presencia allí me había dejado sin palabras, sorprendida por su atrevimiento y por el hecho de que se hubiera arriesgado tanto para presentarse allí para verme.
R soltó un suspiro.
Davinia carraspeó a nuestras espaldas, llamando nuestra atención. Aún no era capaz de creerme que ella hubiera ayudado a R a colarse en la mansión, pero le estaba tremendamente agradecida de ello.
Sin embargo, ella parecía estar pensando en otra cosa.
-Creo que es el momento idóneo para que se marche, señor Beckendorf –le pidió con toda la amabilidad que pudo reunir, dadas las circunstancias.
R se movió un poco, apartándose de mí. Yo alcé un poco la cabeza para ver mejor su rostro; él tenía el ceño fruncido pero miraba a Davinia con respeto. Quise suplicarle a ambos que R se quedara conmigo un poco más, pero el simple hecho de que R estuviera allí significaba que podríamos tener problemas de descubrirlo en la mansión.
Noté cómo se volvía más ligero mi pecho cuando R me separó definitivamente de él y comenzó a andar hacia la puerta de la cocina; Davinia se acercó a mí en silencio, cogiéndome por la cintura con cariño mientras observábamos cómo R desaparecía por la puerta.
Pasados unos segundos, Davinia me condujo hacia la mesa de la cocina, donde aún estaba el paquete que me había traído R para verme. Dudé si debía abrirlo o esperar a que Patrick se marchara para poder abrirlo en la intimidad de mi habitación, sin que nadie pudiera interrumpirme.
-Quizá deberías volver al comedor –me aconsejó-. Te llevaré esto a la habitación para que puedas hacer abrirlo con más tranquilidad.
Asentí, agradecida de que Davinia hubiera tomado aquella decisión por mí. En aquellos momentos era incapaz de pensar con claridad debido a la emoción de haber visto a R allí, disculpándose por el mal comportamiento que había tenido conmigo anoche cuando le había llamado.
Regresé al comedor procurando que nadie pudiera notar nada de lo que sentía en mi interior. Los ojos de Patrick se clavaron en mí nada más entrar en el comedor y yo le sonreí con amabilidad mientras que mi hermana me seguía con la mirada, sin perderse detalle alguno. Aquel repentino foco de atención hacia mi persona consiguió que mis padres cayeran en la cuenta de mi ausencia.
-¿Ha sucedido algo, cariño? –preguntó mi madre, molesta por mi repentino protagonismo.
Volví a mi sitio y deseé hacerme diminuta.
-No, mamá –respondí con un hilo de voz.
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